Biden, a pedirle a quien prometió convertir en “paria”

El asunto se remonta al caso Khashoggi, que en el otoño de 2018 sacudió a Washington y a la opinión pública estadounidense. Jamal Khashoggi era un distinguido disidente del reino, con gran influencia entre los círculos políticos y diplomáticos de Washington –era incluso colaborador del Washington Post–, a quien MBS mandó salvajemente matar y descuartizar en la sede del Consulado saudí en Estambul.

A fines de 2019, cuando Biden prometió convertirlo en paria, daba puntos políticos denostar al carnicero saudí al que Donald Trump había perdonado cuando lo pudo confrontar con todo el poder para seguramente forzar su abdicación. En su momento, la frase de Biden rebotó en todos los noticieros y fue titular en los principales periódicos.

Ahora las tornas han cambiado. Ahora Biden lo necesita desesperadamente. La invasión de Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia han creado una crisis energética sin precedentes. La inflación en Europa y Estados Unidos se ha disparado a niveles que no se registraban desde hace 40 años y, por sobre todas las cosas, la nafta –el líquido elemento que mueve a la sociedad estadounidense– no para de subir.

Este panorama con las elecciones de medio término a la vuelta de la esquina puede devenir en una catástrofe electoral para Biden y los demócratas. Necesita con urgencia que MBS aumente la producción de petróleo para que el precio empiece a bajar. Después de haber sancionado draconianamente a Rusia, de haber prohibido las importaciones de todo petróleo ruso a EEUU y haber pedido a los países europeos que decretaran un embargo sobre los hidrocarburos de ese país, ha creado un desbarajuste fenomenal en la economía global. ¿Quién es el único que hoy lo puede ayudar? El paria.

Por sus enormes reservas, por su capacidad de producción, así como por su liderazgo dentro de la OPEP+, Arabia Saudita es el único país que hoy por hoy está en condiciones de hacer lo que quiere Biden. Emmanuel Macron le había soplado al oído durante la Cumbre del G7 en Baviera que no viajara a Riad a pedirle a MBS, y que en cambio reincorporara a Irán y Venezuela al mercado de productores de petróleo y que lo hiciera con ellos.

Pero eso tomaría demasiado tiempo; Biden tiene elecciones en noviembre; necesita que empiecen a bombear barriles ya. Y quien los tiene ya es Arabia Saudita.

Hasta fines del mes pasado, el príncipe saudí, todavía resentido por las declaraciones de Biden, había dejado deslizar que no estaría dispuesto a ayudar a Washington. Ahora parece haber aflojado un poco los músculos: el fin de semana acordó con sus socios de la OPEP+ aumentar la producción para atajar la suba de precios, y es muy probable que termine accediendo al pedido de Biden. Pero todavía está en el aire.

De obtener el mandatario estadounidense lo que ha ido a buscar a Riad, el problema será luego para la disidencia interna saudí y, sobre todo, para la atroz guerra en Yemen, que MBS viene alimentando hace años. La visita de Biden será aprovechada por el príncipe saudí como una luz verde para más represión interna y más guerra en el Yemen.

Primera escala: Israel

En lo geopolítico-regional, la primera escala de Biden en este, su primer viaje a Medio Oriente como presidente, fue en Israel, donde firmó con el primer ministro en funciones, Yair Lapid, un documento en el que se comprometen a no permitir que Irán obtenga un arma nuclear y a procurar normalizar las relaciones con los países árabes.

Israel hace más de un año que viene buscando incorporar a Arabia Saudita a los Acuerdos de Abraham, que ya tiene firmados con los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Y según lo que ha trascendido, están en buenas relaciones por primera vez en mucho tiempo.

El acercamiento entre las monarquías del Golfo e Israel responde a que tienen un enemigo común: el expansionismo de Irán. A su vez, Washington pretende aprovechar este momento singular del Oriente Medio, donde ha perdido influencia por sus malas políticas, y aspira a que estos, sus aliados históricos, formen un frente común inequívoco y declarado para frenar a Teherán, que además es socio de Moscú y Beijing.

De esto se quejan por otro lado los palestinos, que sostienen que sus aspiraciones de autodeterminación han sido relegadas para favorecer los acuerdos de seguridad entre Israel y los países árabes.

Mañana viernes Biden se reúne con el presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas, en medio de las tensiones tras el asesinato de la periodista palestino-estadounidense Shireen Abu Akleh, por lo que Biden enfrenta cuestionamientos desde el ala izquierda de su partido. La Oficina de Derechos Humanos de ONU concluyó que la corresponsal de la cadena Al Jazeera había muerto por disparos de las fuerzas israelíes. Pero Washington apoya la tesis del gobierno de Israel en el sentido de que no se puede probar que existió intencionalidad.

Lo más seguro es que el tema esté presente mañana en las conversaciones en Belén, pero dudo mucho que el gobierno Biden cambie de postura. Tampoco lleva el mandatario estadounidense ninguna propuesta para reanudar las negociaciones que conduzcan a la creación de un estado palestino. Aunque el jueves dijo en Israel que apoya “la solución de los dos estados”, no se escuchó como una propuesta con densidad, ni venía precedida de la resonancia mediática que normalmente vienen precedidas estas declaraciones cuando van en serio. Pero amanecerá y veremos.