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Cecilia Roth: "Hay gente que no puede ser creativa porque no tiene para comer"

Entre el encierro de Buenos Aires y los recuerdos de su carrera, la actriz argentina habla de la situación de la cultura en su país, de cómo ocupa el tiempo de cuarentena y del éxito de Crímenes de familia
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17 de octubre de 2020 a las 05:01

Cecilia Roth se levanta. Empieza el día 61. El 103. El 158. Se levanta. El 186. El 199. Se levanta y se baña. Se viste. Mira las paredes. Las de siempre. Los libros. Los Goya. Las paredes que están más cerca. Mira para afuera. Nadie. Y si hay alguien: tapabocas. Gente en cuentagotas. Buenos Aires. Cuarentena. Cecilia hace su vida. Puede seguir trabajando. Sufre por sus colegas. Les está yendo mal. Los teatros cierran. No hay plata. Ella agradece. Puede seguir actuando. Es raro, porque cambia las cámaras por el Zoom. La sala por Netflix. El teatro por una obra por Whatsapp. Se reinventa. Espera que la tormenta pase.

Ha podido ver a sus padres. Están mayores y su madre tuvo Covid. Ahora están bien. Sabe que su hijo también lo está. Encerrado, pero bien. En Netflix su película ya salió del top 10, pero hasta hace poco seguía. Crímenes de familia estaba al firme. Primera en Argentina, en Uruguay, en Japón, en Arabia Saudita. Insólito, piensa. Se siente orgullosa. Le gusta cómo quedó.

En el encierro le ha dado por repasar fotos. De su familia, de sus primeros años como actriz. Del Madrid de la Movida al que se fue con sus padres escapando de la dictadura. De sus inicios con Pedro Almodóvar, su amigo del cine antes del cine. Siente los olores. Las sensaciones. La libertad. Respira lo que respiraba. Recuerda.

Es el día 204. Cecilia se levanta. Son las dos de la tarde. Toma té en una taza roja. Entra a la reunión de Zoom. De fondo, libros. Arriba, un alud de premios. “Ay sí, qué vergüenza”, dice. Prefiere no mirarlos. Se ríe. Acomoda la pantalla. El 31 de octubre hará lo mismo, pero para la charla El valor de la experiencia (ver aparte). La entrevista es por eso. Pero también por lo demás. Por la situación. El cine. Sus películas. Su figura. El trabajo. Almodóvar. Madrid. El pasado. Los rodajes. Las sensaciones que llegan. Los recuerdos que reaparecen. Que la envuelven. En el día 204. En el 195. En el 137. El 54. 21. 4. En el día cero.

¿Cómo lleva la cuarentena?

Me cuido muchísimo, pero creo que deberíamos cuidarnos más. El problema es que los latinos venimos de una vida de abrazos, de hablarnos a la cara, y eso en esta especie de no-vida se extraña mucho. Tratamos de reinventarnos para que no nos dé una depresión y podamos seguir levantándonos de la cama. Yo lo primero que hago en el día es darme una ducha y vestirme, porque si no la tendencia es a estar mirando Netflix o leyendo, y es una rutina que no lleva a ningún lado. Es un tiempo circular que no avanza, estamos todos perdidos, no sabemos fechas, no sabemos los días. Pero es un aprendizaje. Es una situación que lleva a la introspección. Te permite volver a reconocerte. Te das cuenta cuánta distancia había en la no-distancia. Cuántos vínculos tan poco vinculados había de verdad. Hoy, la hojarasca desaparece.

¿Cree que, más allá de los enormes problemas que genera, la cultura puede sacar algo en limpio de la situación?

Creo que movió la creatividad. Pero aún así necesitamos recursos. Hay gente que no puede ser creativa porque no tiene para comer. No estoy hablando por mí, porque pertenezco al porcentaje mínimo que puede sostenerse, pero el 98% de los y las artistas están pasando muy mal y necesitan ayuda. De verdad, hay gente que no está pudiendo hacer nada. Los teatros independientes, el orgullo de este país, están muy mal. Las salas cierran, es un panorama tristísimo. Queda la solidaridad.

Lo que sí generó fueron nuevas formas de llevarle la cultura al público, como el caso de Amor de cuarentena, una obra por Whatsapp de la que participó y que también tuvo su reverso uruguayo. ¿Lo ve así?

Esta es una profesión esencial. ¿Qué hace la gente de todo el mundo cuando llega la noche en cuarentena? Ve una película, lee un libro, ve una serie. Todo se vincula a la cultura, pero resulta que somos de los menos ayudados. Es fuerte. La cultura es parte de la sanidad. La cultura cura. Es como el amor. Porque toda relación con el arte es una relación amorosa. Despierta cosas profundas.

¿Qué sensaciones extraña de la sala de cine o teatro?

La ceremonia entre el público y la obra. Y muchas cosas más. Diría que extraño la vida. Porque ahora te estoy viendo por zoom y lo tomo como natural, pero no es así. Hemos naturalizado que los vínculos son estos. Nos decimos las cosas que nos pasan pero no nos podemos tocar. Ya no usamos el cuerpo y se nos cristalizó. Es importante trabajarlo para sentir que lo tenés todavía.

¿Leyó algo que la marcó en estos meses?

Estoy teniendo dificultades para concentrarme. Supongo que es un síntoma de la pandemia. Siento que tengo muchas ventanas abiertas al mismo tiempo. Me es más fácil ponerme a ver algo. Empecé muchos libros, pero al final el que más me pegó es uno de clínica psicoanalítica (risas). Tal vez por la necesidad de encontrar, en esas maneras de resolver situaciones duras y complejas, cierta identificación con el momento. También leí el libro hermoso que escribió Leila Guerriero sobre Bruno Gelber, Opus Gelber. Y estoy leyendo muchos cuentos. De Mariana Enriquez, de Samanta Schweblin. Mujeres.

La literatura hecha por mujeres argentinas está en un momento impresionante.

Sí. Creo que las mujeres, en Argentina y en el mundo, estamos explotadas en todos los sentidos. Fuimos explotadas, somos explotadas, pero también estamos explotadas. Hay una sororidad, esa palabra que viene del inglés y que quiere decir tantas cosas, que realmente se siente. Es una fraternidad muy profunda y empática, que nos está haciendo entender que lo que te pasó a vos también me pasó a mí. Es muy impresionante lo que se está viviendo. Nadie nace feminista, pero con el tiempo vas entendiendo y esta situación de fraternidad hace que la empatía se te meta en el cuerpo.

En su última película, Crímenes de familia, eso se ve. La empatía es entre mujeres que pertenecen a clases socioeconómicas muy lejanas que quedan unidas por un episodio terrible. ¿Lo sintió durante el rodaje?

La fui descubriendo. En los ensayos nadie estaba pensando si lo que íbamos a contar lo hacíamos desde un lugar militante, o desde un lugar que tuviese que ver con opinar y aconsejar. Trabajamos para entrar en esa narración y luego fue una sorpresa cuando la vi y entendí. Es algo que se va desarrollando a partir de lo que le sucede a los personajes. Creo que es una película muy honesta, en el mejor sentido de la palabra.

¿La había visto antes o cuando se estrenó en Netflix?

Antes, pero en crudo. Sebastián (Schindel, el director) me la mandó antes de que saliera para que no me llevara ninguna sorpresa. En Netflix tardé un tiempo en verla. Tenía que separarme un poco. No la paso bien viendo mi trabajo. Lo logro recién cuando pasa el tiempo y puedo dejar de corregirme. Y así fue. Ahí me sentí orgullosa de la película.

Crímenes de familia (2020)

¿Le pasó que se llevó una sorpresa en la sala alguna vez?

¡Sí! Me pasó con una película de muy bajo presupuesto, pero con un guion que merecía mucho más, que es lo peor que te puede pasar. Acababa de ponerme de novia con Fito (Páez) y fuimos a ver la película con amigos y amigas. Cuando empezó la película y vi lo que era me empecé a hundir en la butaca. Cuando terminó y salimos, fuimos hasta un bar en silencio. Llegamos y lo primero que gritó uno de nosotros fue: "¡Heroína, por favor!" (risas) No teníamos muchas esperanzas de que la película fuera una maravilla, pero fue peor. Y en España también me pasó con alguna que otra película. Yo era muy joven y cuando las veía pensaba "Pero, ¿por qué?". Pero bueno, ya estaban hechas.

El ciclo del que participará por Zoom tiene el título de El valor de la experiencia. ¿Cuál es ese valor?

La suma de muchas cosas. De la formación. De los primeros trabajos, en donde aparecen situaciones que no sabés resolver y lo hacés como podés. De la experiencia cotidiana de estar trabajando todo el tiempo, porque el trabajo del actor es muy particular. Tiene que ver mucho con la observación, vas guardando en cajoncitos situaciones en algún momento utilizás en la ficción. También de cómo cada director te dirige de diferente manera y qué hacés vos a partir de esas decisiones. De cómo elegís trabajar cada película. La experiencia es la suma del tiempo. Es haberse equivocado varias veces. Es saber que equivocarse es no haber gozado de un trabajo en el que jugás con tu propia intimidad. Es saber que equivocarse es no zambullirse.

¿Cómo se “contagió” de la actuación?

Nadie me contagió; vine empaquetada así. Era muy pequeña cuando empezó todo, con muy poca conciencia de lo que había a mi alrededor. Jugaba con mi hermano y buscaba gozar del juego como si fuera verdad. Mi frase favorita era "lo convertimos en verdad", y él era mi público y mi compañero de trabajo. Yo tenía mucha necesidad de sacar para afuera cosas que no podía contener sola. Quería expresarme. Me fascinaba la danza, quería ser bailarina del Colón y las zapatillas de punta eran mi objeto fetiche. Nunca me las regalaron porque mis padres no querían que se me deformaran los pies. Fueron inteligentes. Estudié danza, expresión corporal, y después en el colegio hice todas las obras patrias que había para hacer. Me acuerdo del olor de ese salón de actos, de las bambalinas, de la sensación de tirarse al abismo en el escenario. Y no decidí que iba a ser actriz. Fue algo lógico. Iba a pasar.

Hablar de cine con usted es hablar irremediablemente de su relación con Pedro Almodóvar. Estuvo en el inicio, cuando llegó el éxito y sigue ahí, al punto de que está en su última película, Dolor y gloria. ¿Cómo definiría su vínculo con él?

Pedro es mi amigo, mi familia. La relación entre nosotros fue previa al cine. Y lo cierto es que no estaba originalmente en Dolor y gloria, él inventó mi personaje después de una charla que tuvimos en Cannes. A Pedro lo veo con naturalidad, porque no puedo verlo desde afuera, sacarme del vínculo que tenemos. Tenemos una mirada sobre la vida y el arte que nos junta y nos une. Estamos juntos en el dolor, la felicidad, los tránsitos de la vida y desde muy jóvenes. Es un compañero de la vida.

Imagino que se emocionó cuando lo homenajearon en el Festival de Venecia del 2019 y Lucrecia Martel pronunció aquel discurso.

Lloré, lloré, lloré, lloré y lloré. Pedro se lo merece, Y que lo diga Lucrecia, que es una directora que lo conoce, es maravilloso. Recuerdo mucho sus palabras, las leí varias veces. Me siguen emocionando.

Un lugar en el mundo (1992)

¿Cómo recuerda al Madrid de la Movida, esa ciudad de los setenta que se había sacado el franquismo de encima y que estaba en ebullición?

Me fui de un Buenos Aires oscuro y en el que sonaban constantemente las sirenas, con amigos militantes muy jóvenes que desaparecieron, y llegué a un Madrid que empezaba a tener colores. Conocí a Pedro en 1977, antes de la vida misma. A Pedro y a pintores, escritores, poetas. Ser joven en esa ciudad y en ese momento fue maravilloso, fue un trampolín hacia la libertad artística, creativa, amorosa, la libertad que te dejaba definirte sin pensar en el mandato de arriba. También era un Madrid peligroso, porque murió mucha gente de sobredosis o de Sida. Me retracto: no era peligroso. Era muy atractivo en todos los sentidos y eso implicaba que había que estar en eje porque te llevaba puesto. Pero sobrevivirlo, contarlo y haberlo disfrutado es maravilloso. Siempre digo que tengo la sensación de que fueron diez años seguidos sin dormir. Diez años de sentir todos los días que éramos nosotros y nosotras los que marcábamos el tiempo. La época. Era un momento en el que no existía la palabra miedo.

¿Ha vuelto a esa época en estos meses?

Sí, estoy viendo muchas fotos. ¡Y en papel!

¿Son muchas?

Cajas y cajas. Las veo y huelo aquellos aromas. Siento las sensaciones que teníamos en ese momento.

Volviendo a su carrera, si tuviese que elegir un rodaje que atesora especialmente, ¿por cuál iría?

Qué difícil. Un lugar en el mundo (1992) fue un rodaje extraordinario. Fue el primer rodaje en el que me sentí adulta, el comienzo de una etapa diferente. También elegiría Martín (Hache) (1997) y Todo sobre mi madre (1999), por supuesto. Los rodajes me fascinan. Entro en un estado del que no salgo hasta que se terminan. Es una mezcla de responsabilidad y de estar metida en una narrativa paralela a mi vida. He tenido suerte de que me hayan llamado para películas maravillosas, y que a la vez hayan sido experiencias extraordinarias.

Todo sobre mi madre (1999)

¿Qué imágenes se le vienen cuando piensa en esas experiencias?

Varias, pero una que recordamos mucho es que cuando fuimos al Oscar con Todo sobre mi madre me dieron muchas ganas de hacer pis. Recuerdo a Pedro gritando "¡siempre te pasa lo mismo!". Salí corriendo al baño y volví justo cuando estaban anunciando el premio a la mejor película de habla no inglesa, que lo ganamos. Pedro me quería matar. Pero yo no podía aguantar más, me estaba muriendo. Y encima me choqué con Catherine Deneuve, que estaba aburrida tomando un champagne afuera.

Supongo que toda esa noche fue surreal.

Fue como vivir una peli. Tengo muchos flashes de esa noche. Veo las fotos y me acuerdo de todo. Pero esos tramos de la vida maravillosos también están acompañados de tu vida cotidiana del momento. Recuerdo, por ejemplo, cómo estaba yo. Que había nacido Martín y que estaba preocupada por que la ceremonia terminara rápido, de que no durara demasiado para volver. En la vida, al final, se mezcla todo.

El valor de la experiencia

Roth será parte el próximo sábado 31 de octubre a las 16 horas de el ciclo de charlas por Zoom El valor de la experiencia, que organiza el Espacio Potencia de Buenos Aires y que busca repasar la carrera y las técnicas de algunos de los actores y actrices más destacados del medio argentino. Por el ciclo ya pasaron Mercedes Morán, Diego Peretti, Leonardo Sbaraglia, Verónica Llinás, Julian Kartun y Dolores Fonzi, y a Roth le seguirá Oscar Martínez el 14 de noviembre. Los interesados pueden inscribirse en la web de Potencia y los cupos son limitados.

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