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Crímenes de familia: un relato del horror dentro de casa

La película argentina plantea la dificultad de una pareja cuyo hijo es acusado de homicidio y violación y la decisión más complicada
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05 de septiembre de 2020 a las 13:41

¿Hasta dónde es capaz una mujer de defender a su hijo? ¿Cuál es el límite? ¿Hay en realidad un límite? ¿Es capaz una madre de cerrar los ojos y bloquear hasta lo más aberrante para salvar a la sangre de su sangre? Lo es. Hemos conocido a lo largo de la historia múltiples casos de ocultamientos de crímenes espeluznantes para no verse en la fila de una cárcel junto a otros padres, con una bolsa de comida en una mano y ropa y cigarrillos en la otra, a la espera de que la reja se corra y aparezca el hombre flaco, avejentado, golpeado y ojeroso que no se parece en nada a lo que fue su hijo. Claro que es posible.

Crímenes de familia (Netflix) con un elenco elegido con cuidado, en el que destaca Cecilia Roth especialmente, lleva al espectador hacia ese lugar. A ponerse en la piel de esos padres que deben creer o no en una acusación que pesa sobre su único hijo, y donde solo hay versiones encontradas de una y otra parte. No hay pruebas, nada de qué agarrarse. Es creer o no.

Con momentos de tensión e incertidumbre a lo largo de la trama, Crímenes de familia es una de esas películas que uno no se arrepiente de haber visto. La historia lo vale y las actuaciones tienen puntos altísimos. El abordaje de temáticas como la corrupción judicial, la adicción a las drogas, la violencia de género y la violación están presentes durante toda la película, con un abordaje serio y responsable.

Ahora, si quiere verla, pare aquí. A partir de este momento esta nota contará detalles que preferirá no saber si quiere entregarse de lleno a una historia de la que seguro no saldrá indiferente.

La primera duda 

Todo empieza con una incomodidad. ¿Por qué nunca vemos a tu nieto?, preguntan a Alicia (Roth) las amigas –todas mujeres de notoria vida acomodada– después de tomar una clase de yoga y sentarse ante una mesa repleta de delicias. La conversación rápidamente deriva en precios de colegios y niñeras, pero la cara de Alicia ya no es la misma. La mirada perdida, la preocupación y tristeza clavada en el rostro es imposible de ocultar. Y mientras las mujeres hablan sobre colegios y costos, aparece en escena Santi, un pequeño de 3 años, hijo de Gladys (Yanina Ávila), la empleada del hogar, al que Alicia trata con una calidez especial. 

Pero un día, una llamada lo cambia todo. Viene de la cárcel. Una vez más, Daniel (Benjamín Amadeo) está preso. Una vez más, asegura que él no hizo nada y que fue Marcela (Sofía Gala), su ex, la que lo acusa de haberla violentado e impide que vea a su hijo. Pero esta vez la denuncia es grave, y Alicia le asegura que harán lo posible por sacarlo de allí con un abogado amigo. Ella elige creerle. Ignacio (Miguel Ángel Solá), el padre, duda.

En el juicio en el que debe declarar Daniel, que llora como un profesional ante el jurado cuando escucha las acusaciones de Marcela, la madre de su hijo, sus padres lo escuchan de atrás. Alicia llora. Marcela cuenta que la violó, que la amenazó con matarla, que se tuvo que tirar por la ventana con su hijo para escapar.

Los padres de Daniel buscan estrategias para hacerlo salir cuanto antes. ¿Qué importa si lo que dice Marcela es verdad? Que diga que estaba drogado, que no se acuerda. Que mienta. Y mientras todo eso sucede aparece la escena más desgarradora, la inesperada.

Ahora sí. Si no aguantó la curiosidad y siguió leyendo, lo que sigue revela todo lo que hace a la película lo que es, así que es la última oportunidad. No lea o se arrepentirá.

El horror

El baño está cubierto de sangre, Gladys va y viene, limpiando, como en trance. Hace ruido, despierta a Ignacio, que se acerca al lugar y corrobora el espanto. El abdomen inflamado de Gladys, que todos prefirieron atribuir a una mala alimentación, era otro hijo. El hijo no querido, no esperado. El hijo de una violación.

Gladys enfrenta al jurado bajo la mirada agria de su exjefa, a la que tanto quiere, a la que pide que cuide a su pequeño Santi. 
¿Por qué cometió ese acto inexplicable con su bebé recién nacido? El shock, el miedo, la ausencia de noción del embarazo. Tantas cosas. Pero algo más vino después. la confesión. En la cárcel, con Santi de visita a su mamá, Alicia debió escuchar lo que quizá, en algún lugar oculto, sospechaba. “Es por eso que Santi tiene que ser suyo. Yo se lo debo”, dice Gladys. El bebé muerto había sido producto de una violación. Dentro de su propia casa. De su propio hijo.

 “Me agarró”, dijo Gladys y eso bastó para entenderlo todo. La mujer pobre, analfabeta, la que no puede defenderse, la que no tiene “roce”, acababa de hacer la confesión que cambiaría la vida de todos. En especial de Alicia, que ahora no duda.

Alicia será la cuidadora del pequeño, lo llevará a visitar a su mamá a la cárcel, y defenderá con uñas y dientes la mejor infancia posible para ese niño. Ya no hay defensa hacia su hijo. Ya no volverá a engañarla. 

Ese cambio de rumbo lleva también a esta mujer a la que la vida sacudió a revincularse con su nieto y su exnuera, a quien ahora sí, cree y respeta. Y ese acercamiento es el pedido de perdón que todavía no puede pronunciar.

Mientras pasan los créditos y todavía está todo tan fresco es imposible dejar de preguntarse cosas. ¿Hasta dónde seremos capaces de proteger a un hijo, haga lo que haga? ¿Hasta dónde el amor puede hacer tanto daño? 

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