Cinco años sin Luis Eduardo González

Fue un referente para la segunda generación de politólogos

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18 de septiembre de 2021 a las 05:00

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Hace cinco años, el 10 de setiembre de 2016, se nos murió Luis Eduardo González. Quiero dedicar esta página a recordarlo, porque fue uno de los referentes centrales para la segunda generación de politólogos a la que pertenezco. Y nos dejó un legado que tenemos la obligación de seguir honrando. 

La ciencia política en Uruguay tuvo pioneros extraordinarios. Isaac Ganón, Aldo Solari y Carlos Real de Azúa, fueron seguramente los más brillantes e influyentes. Los tres fueron abogados de formación, pero transitaron hacia la sociología, la sociología política y la ciencia política. Ganón en octubre de 1949, asistió en París a la Conferencia Constitutiva de la Asociación Internacional de Ciencia Política, presidida por el Prof. Raymond Aron, junto a otros veintitrés investigadores de diecisiete países. Allí fue elegido miembro del Comité Ejecutivo Provisorio de la Asociación Internacional de Ciencia Política. Solari y Real de Azúa también tuvieron destacadas incursiones internacionales. Pero dejaron, además, obras notables que siguen siendo lectura obligatoria para los estudiosos de la política uruguaya. 

Tras la generación de los pioneros vino la de los fundadores. A esta segunda camada perteneció nuestro recordado Profesor. En ella pueden distinguirse, a su vez, varias vertientes. Por un lado, la de quienes lograron abrir caminos para la investigación en ciencia política en los centros de investigación privados durante la dictadura. Acá habría que mencionar a muchos profesores, entre ellos, a Romeo Pérez Antón y Carlos Pareja. Romeo y Carlos, junto a dos brillantes jóvenes profesores de Historia, Gerardo Caetano y José Rilla, revolucionaron los modos de pensar sobre la política uruguaya en el CLAEH. Probablemente el aporte más importante haya sido el haber recuperado una noción clave: la de la centralidad de los partidos políticos. 

Lograron hacer un auténtico ejercicio hermenéutico de nuestras tradiciones: donde otros habían visto errores, ellos encontraron razones.  Otra vertiente fundamental en generación de los fundadores de la disciplina fue la quienes se formaron en el exterior durante la dictadura. Al regreso, pusieron su talento y energía en la construcción de instituciones académicas. El nombre paradigmático es el de Jorge Lanzaro, en muchos sentidos, él también, nuestro Maestro: “padre fundador” del viejo Instituto de Ciencia Política, de la Licenciatura en Ciencia Política y de la Revista Uruguaya de Ciencia Política, entre otras tantas criaturas. 

Para plantar bien la semilla Lanzaro logró amalgamar las dos ya mencionadas (la doméstica y la internacional) con una tercera, que tendrá una influencia extraordinaria en la consolidación de la nueva disciplina: la de los expertos en opinión pública como César Aguiar, Óscar Bottinelli y Agustín Canzani, entre otros. 

Todos ellos, en mayor o menor medida, fueron nuestros profesores. Pero tuvieron un mérito decisivo: lograron llamar la atención de la opinión pública, de la elite política y de los medios de comunicación. 

Luis Eduardo González fue una de las figuras más prestigiosas e influyentes de esta vertiente fundacional. Dio clases de ciencia política durante dos décadas en varias universidades. Fue, durante algunos años, Profesor en la Maestría de Ciencia Política y, durante casi dos décadas, Profesor Titular de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración. Allí, tuve el privilegio de trabajar con él. Recuerdo una de mis primeras conversaciones en el patio de FCEyA, allá por 1995. Lo primero que me preguntó es si pensaba ir a hacer un posgrado en el exterior, algo que recomendaba enfáticamente. Tenía autoridad para reclamarlo. Él había logrado estudiar en Argentina, primero, y en Estados Unidos después. Su tesis de doctorado, publicada en español en 1993 con el título Estructuras políticas y democracia en Uruguay, sigue siendo un libro de lectura ineludible. Dicho sea de paso, estoy convencido que no puede entenderse la reforma electoral de 1997 sin tomar en cuenta la influencia de esa obra. 

Durante años, empezó el curso en FCEyA de la misma manera. Como si nadie lo conociera, ante un centenar de estudiantes, con invariable seriedad y modestia decía: “Bienvenidos. Me llamo Luis Eduardo González. Me dicen el Sordo. Soy sordo como una tapia”. 

Y de ahí en adelante, ya no volaba una mosca. Se las ingeniaba para hablar casi sin oírse, captando la atención con cada palabra, con cada gesto, con cada pausa. Nos reunía en CIFRA a sus ayudantes varias veces por año, para coordinar detalles del curso. Por supuesto, nosotros aprovechábamos el inesperado privilegio de la charla privada para escucharlo hablar de política.

Todos los que lo conocimos podemos dar testimonio de su profesionalismo. Obsesivo, atento a los detalles, tenía una verdadera fobia a la imprecisión y al error, y una honestidad intelectual a prueba de fuego. A la hora de la comunicación, combinaba coraje y prudencia. Decía lo que pensaba cuidando las palabras. En los medios de comunicación, como en sus clases, tenía una increíble capacidad para atraer la atención: gestos, palabras, silencios, conceptos, cada tanto, una profecía. Siendo quien era, y conociendo el peso impresionante de su opinión, lo vimos angustiado, un día, reconociendo un pronóstico fallido. Por todo esto fue un ejemplo. 

Por el esmero que puso en formarse. Por la valentía personal para lidiar con las limitaciones impuestas por la sordera. Por la seriedad con la que trabajó durante toda su vida. Por su coraje intelectual. Por la modestia para admitir errores. Por todo esto, gracias Sordo. Te seguimos extrañando. l

Adolfo Garcé, Doctor en Ciencia Política, Docente e Investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR. Contacto: adolfogarce@gmail.com

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