Clubes de niños y escuelas de oficios: un "caminito de hormiga" ante el desafío del virus
Los proyectos de educación no formal trabajan hace dos meses en distintos barrios para mantener el servicio de alimentación y acompañar a distancia
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24 de mayo de 2020 a las 05:00
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En patios y salones de centros educativos impera el silencio desde hace un par de meses. Pero la sala de estar del Centro Bosco en el barrio La Tablada es una de las excepciones a esa regla. Repleta de canastas y alimentos organizados por peso, allí en la tarde del jueves suena por los parlantes un “enganchado de cuarentena”.
El rock permanece, pero aún faltan los niños y jóvenes. “Teníamos unos planes preciosos para este año pero se desarmaron”, dice Florencia Pozzi, coordinadora del club de niños en ese lugar.
Como en escuelas y liceos, con la declaración de emergencia sanitaria se suspendieron todas las clases presenciales en los 748 proyectos educativos no formales de tiempo parcial, que incluyen CAIF, Centros de Atención a la Primera Infancia (CAPI), clubes de niños y centros juveniles.
Las propuestas están, en general, en contextos de pobreza y vulnerabilidad social. “Esto te patea el chiquero”, comenta José Bozzano, maestro del CAIF Santa María en el barrio Marconi. Está convencido de que la crisis derivada de la emergencia sanitaria implicará “retrocesos” en el “caminito de hormiga” trazado con los años de trabajo.
Son 85.000 los uruguayos de 0 a 17 años alcanzados por estas propuestas, de acuerdo a los registros del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU). La cantidad representa casi un 10% del total de menores de edad en el país, si se consideran los registros del censo de 2011.
Una de las situaciones complejas se plantea a la hora de proveer alimentos a las familias. Desde INAU está establecido que la canasta o vianda otorgada por el organismo supla las comidas que hubiera tenido el niño o adolescente en el centro. El problema reside en qué pasa con el resto de la familia.
“Nunca el INAU tiene como objeto de trabajo el soporte de alimentación de la familia”, explicó a El Observador Fanny González, titular de la Subdirección General Programática del organismo. Reconoció que el escenario es “complejo”, por lo que considera importante que la supervisión “escuche y oriente para el uso de otros recursos disponibles en la comunidad”, que puedan asegurar “mayor estabilidad”.
El INAU otorga a las distintas organizaciones partidas para la alimentación. Algunas también se abastecen con aportes del Institución Nacional de Alimentación (INDA).
Para el caso de clubes de niños y centros juveniles, comenzaron a garantizarse los desayunos y meriendas mediante canastas semanales. Los CAIF, en tanto, comenzaron a armar viandas diarias para continuar asegurando el almuerzo.
En el marco de la pandemia, el INAU comunicó a fines de marzo que los proyectos deberían mantener los servicios de alimentación, seguimiento a las familias y quedar a disposición ante “situaciones de urgencia y de vulneración de derechos”.
Arreglarse con poco
A una cuadra del CAIF Santa María, en Marconi, se encuentra la Escuela de Oficios del Movimiento Tacurú, que atiende a adolescentes y sus familias. Los salones, en desuso desde hace varios días, están cerrados con llave. En el que debería ser el comedor, las mesas fueron levantadas.
“Este es el taller de vestimenta transformado en depósito”, dice el director, Daniel Bernardoni, al tiempo que muestra las instalaciones. En otro salón, prendas de ropa obtenidas a través de donaciones se encuentran apiladas sobre las mesas. Todo sirve para apoyar a las familias.
En la sala de docentes de la Escuela de Oficios un educador se encuentra en plena reunión por Zoom. El resto del equipo acompaña desde la casa.
Una de las medidas comunicadas por el INAU implicó que los centros se mantuvieran abiertos con “franjas horarias de tres horas diarias”, organizadas “mediante turnos rotativos de no más de dos personas” . Las situaciones varían según cada proyecto. “Acá buscamos que no se superpongan más de cuatro personas a reventar”, dice Bozzano sobre el CAIF.
Todas las organizaciones consultadas coinciden en que la “creatividad” es fundamental. Algunos crean desafíos, otros prestan juegos, varios imprimen consignas para entregar en la semana.
Si bien enviar videos puede ser efectivo, tiene la desventaja de que consume muchos datos móviles a aquellos sin acceso a wifi.
En el caso de la escuela del Movimiento Tacurú, Bernardoni describe tres tipos de niveles: los jóvenes sin ningún tipo de problemas para acceder a las propuestas; los que están en contacto pero no pueden acceder a propuestas de video; y los que están incomunicados.
Desde el CAIF Santa María explican que el rango de respuesta es menor al 50%. No obstante, a partir de las réplicas recibidas, tratan de armar una devolución.
Florencia Pozzi, del Centro Bosco, cuenta que cada semana debe enviar un plan de trabajo al INAU. “Se redobló el trabajo de la proximidad de supervisión a todos los proyectos de tiempo parcial”, dice al respecto Fanny González.
Cada proyecto tiene asignado un supervisor y los consultados de las organizaciones afirman que el diálogo y la coordinación con el INAU ha sido más estrecho. Todos coinciden, también, en que el escenario no es ni remotamente el ideal. Sin embargo, cada hora de pienso o gambeta inventada para armar una propuesta a distancia tiene una finalidad: estar ahí.
Afinan detalles para retorno a la presencialidad
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