Sebastián Da Silva

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“Combatir” vs “combatir el relato”

“Combatir el relato” de los demás participantes por la puja política es algo necesario, ya que de lo que se trata es de proponer programas, proyectos, políticas y promesas a implementar en el futuro basadas en dicha visión de mundo, así como interpretar los hechos del pasado para que estos justifiquen esta orientación a futuro.
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01 de septiembre de 2022 a las 05:04

Hace algunos días trascendió una declaración realizada por Sebastián Da Silva, senador por el Partido Nacional, durante una entrevista en la que, supuestamente, dijo que dentro de su fuerza política “hay compañeros que se miran el ombligo en vez de combatir al FA”, tal como recoge el título de la entrevista realizada al Senador. Fernando Pereira, presidente del Frente Amplio, reaccionó con preocupación y declaró que “que un senador de la República diga que va a combatir al Frente Amplio porque hay otros que se están mirando el obligo […] es una especie de declaración de guerra o de boxeo”. Pereira agregó que se trata de “una declaración de violencia política” que no debería pasar desapercibida.

El título de la entrevista es impreciso por una razón que puede parecer irrelevante, pero que no lo es. Da Silva dijo: “veo que muchos de mis compañeros están más interesados en mirarse el ombligo que en combatir el relato frenteamplista”, a lo que agregó que “hay que combatir ese relato de Fernando Pereira, que es permanente y que lo ha desarrollado a través de los medios de comunicación y también en recorridas”. Según el Senador, al relato hay que “contrastarlo con la realidad”.

Hay una diferencia importante entre las formulaciones “combatir al Frente Amplio” y “combatir el relato del Frente Amplio”. La política es una actividad que implica el uso del lenguaje para modelar la realidad social y, así, obtener el apoyo del electorado. Por lo tanto, se trata de una actividad que tiene un componente adversativo: distintos proyectos compiten en la esfera pública por imponer sus visiones de mundo y ganar adhesión. En este contexto, “combatir el relato” de los demás participantes por la puja política es algo necesario, ya que de lo que se trata es de proponer programas, proyectos, políticas y promesas a implementar en el futuro basadas en dicha visión de mundo, así como interpretar los hechos del pasado para que estos justifiquen esta orientación a futuro. Entonces, el surgimiento de relatos en el terreno político es inevitable. Esos relatos se combaten con otros relatos, con argumentos, con evidencia y, muy especialmente, a través del diálogo y el intercambio.

Una de las características de la política (cuando es democrática) es la existencia de espacios para que los actores políticos puedan intercambiar, dialogar y argumentar. Uno de los presupuestos básicos de la democracia es que los individuos son seres racionales que pueden entenderse, argumentar y contraargumentar. Sin capacidad de diálogo, difícilmente haya una democracia robusta, en la que distintos proyectos puedan ser confrontados racionalmente, dejando de lado los gritos y las pasiones.

Así como existen pensadores que defienden el carácter dialógico de la democracia, otros han preferido resaltar el carácter conflictivo como uno que define a la actividad política. Un ejemplo de esta postura es la propuesta de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quienes desde la década de 1980 han insistido en la necesidad de enfatizar las diferencias internas en una sociedad para que grupos excluidos puedan oponerse a aquellos dominantes. La actividad política consistiría en combatir no ya los relatos del otro, sino al otro en sí mismo. La política gana así una naturaleza antagónica, según la terminología de estos autores. Es esta la interpretación que surge al leer la frase que titula la entrevista realizada a Da Silva.

Sin embargo, dentro del paradigma que considera que la política es conflictiva por naturaleza, hay cierta esperanza para quienes suscriben al paradigma dialógico: las relaciones con el otro pueden ser antagónicas, pero también pueden ser agonísticas. En el primer caso, el otro es considerado un enemigo que debe ser aniquilado, como si se tratase de una guerra; en el segundo, el otro es un oponente a quien se le reconoce legitimidad. Así, una vez terminada la disputa, se puede convivir con él, como ocurre en aquellos deportes en los que, luego de terminado el partido, se organiza una actividad conjunta entre quienes hasta ese entonces compitieron por obtener la victoria.

Durante los últimos años, en Uruguay ha ganado fuerza el concepto de “grieta”, importado de Argentina, para hacer alusión a la división de las aguas políticas de nuestro país en dos campos considerados como excluyentes: por un lado el Frente Amplio, por lo general asociado de manera hipersimplificadora con la categoría política de “la Izquierda”, y por el otro, la coalición de gobierno, muchas veces descrita como “Coalición Multicolor” y asociada con la “la Derecha”. Si el espacio político uruguayo se divide en dos sectores que por definición son contrarios –Izquierda versus Derecha–, no es de extrañar que la idea de una guerra cobre fuerza en la esfera pública.

El intercambio entre Da Silva y Pereira es un buen ejemplo de la activación de este marco interpretativo gracias a una asumida premisa antagónica. Da Silva ha hecho reiteradas referencias a la grieta y acusado a sus opositores de agravarla (por ejemplo, a través de la organización de paros “absurdos”). La entrevista que se le realizó deja al descubierto su visión del opositor político como un enemigo a quien se desvaloriza a través de expresiones como “cochero negro del Uruguay”, “funebrero” y “negro apagón” que “hace 15 años que no trabaja”. El segundo también se ha referido a la grieta y, en su declaración sobre los dichos recientes de Da Silva, ha elevado el tono de la discusión a partir de una interpretación del verbo “combatir” como asociado exclusivamente a la guerra y el boxeo.

En la democracia, combatir los relatos del oponente es algo legítimo y hasta saludable, siempre que se haga de manera agonística y no antagónica. Sin embargo, combatir al otro en sí mismo es algo que se debería evitar. Como se ve en el caso analizado, una simple confusión interpretativa (“combatir” vs. “combatir el relato”) puede dejar ver concepciones distintas de la actividad política.

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