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Cómo entender a la polarización y a los “intensos” en redes

En el discurso digital predominan los que “gritan” más alto, “celebrities e intensos”, como los llama Natalia Aruguete, investigadora argentina del Conicet

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27 de noviembre de 2021 a las 05:01

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Redes sociales, libertad de expresión, democracia, polarización y grietas. La confusión abunda y colabora en un momento de enervamiento colectivo en el que es más fácil buscar culpables que analizar las causas. En el discurso digital (redes y medios) predominan los que “gritan” más alto, “celebrities e intensos”, como los llama Natalia Aruguete, investigadora argentina del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Austral. 

Autora de más de 40 artículos sobre la relación entre agenda, política mediática y pública en el diálogo entre medios tradicionales y redes sociales, acaba de publicar un ensayo en el libro Polarizados. ¿Por qué preferimos la grieta? (Aunque digamos lo contrario) en el que varios autores se proponen no reivindicar o impugnar la llamada grieta, sino entender la polarización, un fenómeno creciente en el mundo entero al que definen como “la ley de gravedad de la política contemporánea”: eso que no se ve pero que determina todo lo demás.


Esta semana participó del segundo foro de La Máquina de Aprender: debates sobre la evolución democrática en Uruguay. Esta es parte de la conversación que mantuvo con El Observador.

¿Se puede plantear tan directamente si las redes contribuyen o dañan a las democracias?
Son tan múltiples los factores que contribuyen y que no contribuyen a la salud de la democracia, que hacerse la pregunta únicamente de cómo inciden las redes sociales resulta empequeñecedor. Tal vez debemos preguntarnos cuál es el rol de las redes sociales en este fenómeno que nos preocupa, esta polarización que se da a nivel planetario. Ese nivel extremo al que estamos asistiendo en tantos países no puede ser explicado por el advenimiento de las redes sociales. El hecho de que coexisten estos dos avances, polarización y redes, nos llevan a la postura cómoda de querer explicar lo primero por los algoritmos, pero por sí solos no explican la polarización.  ¿Qué pienso que está ocurriendo? Por un lado estamos asistiendo a una profundización de la polarización y desde la investigación estamos empezando a comprender este fenómeno no sólo en términos políticos e ideológicos, sino también afectivos.  Esto le da mucha más riqueza al análisis del fenómeno. Casi siempre definimos a la polarización como de izquierda o derecha, en un ojo horizontal, pero es multidimensional. También hay una polarización más relacionada con el termómetro, a cuánto nos acercamos o nos alejamos en términos de calor y frío a dirigentes, a posiciones, a políticas públicas. Podría decir cuánto calor o frío me genera Trump o Mauricio Macri, el peronismo en Argentina o el Frente Amplio en Uruguay. Esos termómetros están relacionados con explicaciones emocionales que nos damos a nosotros mismo frente a los eventos y frente a los discursos que narran los eventos. Este nivel siempre estuvo presente pero desde la investigación solo estudiábamos la polarización en términos ideológicos, algo que ha comenzando a cambiar desde hace unos 15 años.

¿Cuál es la o las consecuencias más preocupantes de estas polarizaciones crecientes?
Lo que está sucediendo es que este tipo de polarización nos homogeiniza. Hay una dimensión identitaria que nos acerca y nos aleja de los demás, que es más afectiva que racional-ideológica, aunque todas estas dimensiones son complementarias. La polarización se da cuando uno unidimensionaliza una serie de atributos que hacen que todo se vuelva más homogéneo. Un ejemplo en Estados Unidos, que también se da ahora en Brasil, país con un alto nivel de polarización: un republicano que además es antivacunas, antiaborto, terraplanista y que hasta se muda de ciudad porque ya no quiere vivir con demócratas. Estos realineamientos se están estudiando mucho y se los define como sorting, algo así como las mudanzas geográficas que hace la gente para quedarse “entre nos”. En la pandemia eso se vio muy claramente; había grupos muy homogéneos que militaban por el movimiento antivacunas, por el conservadurismo o por lo libertario en términos económicos; así se iban fusionando distintos atributos que convergen en una de las formas más peligrosas de polarización, por su homogeneidad extrema. 

¿Cómo se relaciona esto con las redes sociales y el ambiente digital en general?
Las personas en general no racionalizamos la forma en que interactuamos con los contenidos en redes sociales, ni tampoco como los de medios de comunicación digitales. Uno podría explicar la conformación de una burbuja a partir de una dimensión más subjetiva e individual y una dimensión más estructural. La subjetiva analiza por qué nos acercamos a determinados mensajes, por qué seguimos a ciertos usuarios y cuentas, que tienen reputación y afinidad para nosotros y que además postean contenidos que son afines a nuestra idiosincrasia. Esa afinidad cognitiva nos impulsa a querer compartir. Así le damos una señal al algoritmo, que nos devuelve algo similar pero amplificado. Cuando hablamos de cámaras de eco en redes sociales usamos un término que fue pensado desde la ciencia política en la década de los 60, para mostrar las similitudes y los ecos que había entre dirigentes y votantes. Ahora tenemos un eco amplificado algorítimicamente.

¿El algoritmo contribuye con ese eco con algo así como “si te gusta la sopa, dos platos”?
Claro. Si vos retuiteás por ejemplo a  Jorge Lanata, te vuelve un tuit de Lilita Carrió, de Patricia Bullrich y de otras celebrities que están dentro de esa burbuja. Lo que hacés es garantizar la propagación de esas agendas y de esos encuadres. La burbuja en parte se explica por dos dimensiones: nuestra atención selectiva según nuestra posición (solemos ignorar los contenidos que no nos son afines). Esas señales tienen una respuesta por parte del algoritmo que nos muestra lo que nos gusta y nos interesa. ¿Eso pasa todo el tiempo? No siempre. Hay determinados consumos que no corresponden estrictamente a este patrón. Se pueden consumir noticias mediáticas que superan al algoritmo, pero es cierto que frente a determinados temas que son muy polarizantes estos agrupamientos en burbujas se condicen con nuestra polarizaciones identitarias.

¿Hasta qué punto nuestro uso de las redes, entonces, está contribuyendo a una polarización tan profunda?
Hay una retroalimentación de nuestra polarización social y política. Esto se ve profundizado por esas celebrities (no tiene por qué ser famosos del mundo de la farándula) que enaltecen histerias editorializadas para también generar mayor engagement con los “intensos”. Celebrities e intensos terminan estando sobre representados en la circulación de contenidos en redes pero también en medios. Esa radicalización engancha a los intensos y como ellos intervienen mucho en la conversación (como sucede en la vida real, en una conversación acaparada por un intenso) parece que predomina. Las redes entonces contribuyen a reforzar una polarización que no es solamente digital, que es sobre todo social y política, que es creciente en distintos países, y que se explica por una retroalimentación del escenario mediático-digital (medios tradicionales y digitales, distribución de contenidos vía web y redes sociales) y los que aprovechan este escenario de distribución segregada de información que finalmente tribaliza mucho la conversación.

¿No se supone que estamos viviendo en el mundo, genéricamente hablando, un nivel de democracia que hasta ahora no se había experimentado y con un nivel de libertad de expresión alta?
No es cierto que todos tengamos la misma posibilidad de expresarnos. Parte de la violencia discursiva se digita de forma muy aceitada y las redes son un escenario muy productivo para el desarrollo de esas estrategias de violencia, de campañas negativas y de operaciones políticas que hoy se llaman fake news, pero que no es la única forma de violencia. Las violencias en el mundo digital y real son hoy en día la forma aceitada de acallar a otros. Se amedrenta mediante operaciones que pueden incluir falsedades, pero también tergiversaciones, descontextualizaciones, pueden ser simplemente ataques intimidatorios que no necesariamente incluyen falsedades. Todo eso lleva a que quienes son sujeto de esas campañas se llamen a silencio, abandonen la arena pública y ahí se pierde mucho en el debate. Creo que hay formas más sutiles de cercenamiento de la democracia mediante violencias discursivas de distinto tipo. 

¿Para dónde o cómo evoluciona ese estado de situación?
Hay más conciencia por parte de la gente de esta polarización, pero no es suficiente para limitarla. En campañas electorales todos contratan este tipo de estrategias: para personalizar, para generar fake news, para atacar. Lo que observo es que las derechas en el mundo están cada vez más intensas y tienen muchos menos pruritos y mucho mejor financiación de sus violencias. Esa financiación, que además está internacionalizada, tiene bajo costo. En la campaña de Bolsonaro, por ejemplo, el financiamiento provino de fundaciones y corporaciones que en los últimos años financiaron las campañas republicanas en Estados Unidos.

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