Cuando Pluna aterrice

Un caso de engaño y subestimación que oscurece el cielo de la izquierda

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24 de febrero de 2019 a las 05:00

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Los cadáveres sembrados por la compañía aérea Pluna desde su quiebra en 2012 dan vueltas y vueltas, y siempre reaparecen, como afirma la tesis filosófica del eterno retorno. Y en cada emersión prometen, terribles, tozudos, que vendrán instancias más infaustas.

El miércoles un juez de primera instancia amparó una demanda del empresario Juan Carlos López Mena, dueño de Buquebus, y condenó al Banco República a devolverle los US$ 14 millones de un aval o fianza que asumió tras el remate de aviones de Pluna de 2012. 

López Mena, presionado por el gobierno de José Mujica, había tomado la deuda del “caballero de la derecha”, un tipo que compró en subasta siete aviones, por encima del precio de mercado, para una compañía fantasmagórica; hasta que una foto de El Observador lo desenmascaró como su empleado, compadre de su hijo y testaferro, para peor en aparente connivencia con el ministro de Economía de la época, Fernando Lorenzo.

Como en su día la Suprema Corte de Justicia dictaminó que la ley que permitió el remate era inconstitucional, López Mena ahora no puede deber dinero por un acto ilegal.

La trama de todo el asunto es tan extensa que excede este artículo. Pero, en esencia, fue sencilla. 

Para librarse de diversos clavos, el gobierno de José Mujica ofreció a López Mena unos aviones nuevos y así reforzar su pequeña compañía aérea BQB. Además, si pagaba por encima de la base, podría librarse de la obligación de retomar a los 720 empleados de Pluna, salvo a los pocos que realmente necesitara.

El veterano empresario, reconocido por su rapidez en los negocios y sus apuestas a ganador en materia política, podría alquilar los siete aviones a la empresa sello de goma del “caballero de la derecha”, y actuar luego casi como aerolínea “de bandera”, con los permisos para ingresar en el “puente aéreo” con Buenos Aires, tal vez el único negocio rentable para una aerolínea local. Reforzaría además su monopolio de hecho del transporte fluvial de pasajeros a través del Río de la Plata.

Si Cosmo, la firma que compró los aviones en remate, al fin no los pagaba, cosa harto probable, López Mena no sería responsable pero podría continuar explotándolos. El clavo eventual con las deudas de la empresa del “caballero de la derecha” sería asumido por los contribuyentes uruguayos, como siempre, en nombre de la soberanía nacional, las fuentes de trabajo, la conectividad y todos los versos del mundo.

Los gobernantes pudieron haber actuado en aquel momento con buenas intenciones, ese material del que está empedrado el camino hacia el precipicio. Pero engañar con buenas intenciones es también un gesto de soberbia y un acto de subestimación y traición a los ciudadanos. 

En realidad, la solución más sabia y valiente fue la que adoptó Mujica al principio, en julio de 2012: cerrar la compañía, pues ningún país, y menos uno pequeño como Uruguay, requiere mantener vacas sagradas en el aire, dilapidando ríos de dinero.
Pluna voló durante décadas, y luego cayó envuelta en llamas, en nombre de dioses falsos. Los más humildes, que jamás vuelan, transfirieron recursos durante generaciones a los más ricos, que sí vuelan, y a un puñado de funcionarios privilegiados.

Nadie quedó de a pie tras la caída de Pluna, nadie dejó de viajar. Mientras haya personas dispuestas a pagar, alguien vendrá a buscarlas. La reducción del tráfico por Carrasco respondió a un menor número de pasajeros en tránsito, no con destino Montevideo.

Pero luego Mujica y otros de su gobierno encubrieron un falso remate cantinflesco –tal vez por su compulsión por la maniobra, o por el sentido de impunidad que suele dar el poder–. Más tarde, para completar, por ceguera ideológica o demagogia, respaldaron un proyecto cooperativo sin chance. Alas U, la aerolínea de los antiguos empleados de Pluna, murió de inanición después de volar menos de un año, e hizo más fatal el debate sobre el respaldo de aventuras inviables con dineros públicos, siempre a pérdida. La buena voluntad o las buenas intenciones no alcanzan. El negocio de las aerolíneas es extremadamente complejo, requiere mucho capital y una gestión sofisticada.
La Justicia uruguaya es lerda y a veces superficial, y suele ir a favor de los vientos políticos, que parecen estar cambiando. La sombra de Pluna se niega a remitir y oscurece una parte del ciclo de la izquierda uruguaya en el gobierno, como otros escándalos antes oscurecieron los cielos de otros. 

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