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Cuba: discusiones trasnochadas al ritmo de un pueblo que languidece

Una dialéctica tramposa deja a cada uno convencido de las bondades o maldades del régimen

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17 de julio de 2021 a las 05:04

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Cuba se manifiesta y esta vez no está Fidel ni su afinado instinto de supervivencia política. No es que Castro haya deseado alguna vez modificar su férreo régimen para que los cubanos vivieran un poco mejor, pero fue lo suficientemente hábil para darse cuenta que las manifestaciones que comenzaron en 1994en el Malecón se podían convertir en un problemón inmanejable para la administración comunista. Por eso fue hasta allí en persona y anunció que cualquier cubano que quisiera abandonar la isla podría hacerlo. En los siguientes meses abrió los puertos y permitió que miles de balseros emigraran a Estados Unidos.

Los cubanos que ahora manifiestan lo hacen por las mismas razones que los que salieron a las calles en la década de los 90, aunque la situación ahora es incluso más apremiante. Pobreza extrema, cortes de luz constantes, escasez de alimentos, medicamentos y de todo tipo de productos esenciales, a lo que ahora se suma un aumento considerable de casos de covid-19 y un ritmo cansino de vacunación.

Mientras que ellos sobreviven, o lo intentan, en otras partes del mundo nos dedicamos a discutir cuán comunista es el gobierno cubano y cuán culpable el imperio que lo bloquea, generando una dialéctica tramposa que deja a cada “convencido” de las bondades y maldades del régimen en su rincón, pero que no hace absolutamente nada para ayudar a quienes realmente la pasan mal.

El Frente Amplio siempre ha tenido una relación bipolar con Cuba, objeto de admiración por aquella revolución que fue alabada por mucho más que izquierdistas hasta que se transformó en dictadura. Los partidos tradicionales, en tanto, nunca dejaron pasar la oportunidad de hacer oposición y de meter miedo con el comunismo en general y con las contradicciones del FA sobre ese país.

Esta nueva crisis demuestra que las contradicciones están en todos los partidos y que hay mucho para condenar, es cierto, pero mucho más por ayudar incluso diplomáticamente, intentando mediar en tantos temas, en particular el de un bloqueo que impuso Estados Unidos y que al gobierno de Cuba le conviene para señalar un eterno culpable de todos sus problemas.

Miguel Díaz Canel no es Fidel; ni siquiera es Raúl. Apenas ha logrado hacer oír sus protestas, en las que acusó de “mercenarios” a los manifestantes y hasta convocó a la violencia. “Convocamos a todos los revolucionarios a salir a las calles a defender la Revolución en todos los lugares. No vamos a entregar la soberanía, ni la independencia de esta nación.

Tienen que pasar por encima de nuestro cadáver si quieren tumbar la Revolución”. Al final terminó cediendo unos centímetros, con la apertura a que cualquier persona que venga del exterior pueda ingresar una cantidad ilimitada de alimentos y productos de consumo esencial, todo aquello que le falta a los cubanos, un pueblo que debe importar el 70% de sus alimentos. En los hechos, Díaz Canel permite que llegue por avión o barco, pero en valijas, lo que debería llegar por avión o barcos de carga si no persistiera el bloqueo. 

El exvicepresidente Raúl Sendic pidió en Twitter respeto por su soberanía y rechazó “los planes intervencionistas” de otros países. “Cuba se respeta”, escribió. En ese mismo barrio se movió el Partido Comunista, que dio por buenas las explicaciones del gobierno cubano: miles y miles de ciudadanos se habían movilizado para pedir “Patria y vida”, “libertad” y “abajo la dictadura”, porque el imperio (EEUU) estaba organizando las protestas.  El PC habló de “nuevos intentos desestabilizadores” promovidos por el “imperialismo norteamericano”.

El oficialismo propició condenas por la represión en la isla, que se ha visto claramente en redes sociales, al menos hasta que el régimen decidió cortar internet y en particular el acceso a estas redes. Así comenzó un nuevo diálogo de sordos sin ninguna solución. El senador del PCU Oscar Andrade cuestionó que la coalición se refiriera a los “efectos de la pandemia” en Cuba cuando ese país, dijo, tuvo 1.500 muertos por covid-19 en 11 millones de habitantes y cuestionó que no mencionara al “bloqueo criminal” y a los “atentados terroristas” que “la intervención imperial” ha provocado en los últimos 60 años. 

Casi nadie mencionó que si bien en 2020 la pandemia fue suave en Cuba (hacia agosto de ese año se reportaron solo 2.700 casos y 88 muertos), los casos ahora aumentan exponencialmente y el sistema de salud está al borde del colapso. Ni que la economía de la isla cayó un 11% el año pasado, un desbarranco que no había sufrido ni siquiera luego del fin de la Unión Soviética.

Los seres humanos solemos hacernos trampas al solitario a la hora de reconocer nuestros errores. La coherencia (entendida como una opinión única e incambiada en el tiempo) es mucho más peligrosa de lo que suelen hacernos creer. Es coherente para quien siempre admiró la revolución cubana seguir considerando que ese evento histórico cambió los destinos, o las esperanzas, de muchas más personas que los cubanos. Es irresponsable, y para nada coherente que se insista en defender a un régimen que evolucionó hacia el lugar más oscuro posible, ese en el que perjudica a sus propios ciudadanos en sus necesidades más acuciantes. 

Ese es el centro de la cuestión hoy en día, incluso por encima de la discusión sobre la ausencia de procesos democráticos. Los cubanos la están pasando muy pero muy mal y esto viene de décadas. No la pasan fatal solamente porque carecen de una cantidad de derechos de los que gozamos otros ciudadanos de países democráticos, sino sobre todo porque lisa y llanamente no tienen lo suficiente para vivir con un mínimo de dignidad, que a fin de cuentas fue el objetivo de la revolución.

Faltan alimentos esenciales, los muy buenos profesionales que recibieron educación en la isla ganan miserias que no llegan a veces a los 20 dólares mensuales, y la mayoría sobrevive con lo que le mandan o logran ingresar al país sus parientes que viven en el extranjero, sobre todo en el país (Estados Unidos) que mantiene un bloqueo que tan solo afecta a los más pobres, y de forma muy lateral al régimen que condena.

“Hay montones de heridos, de detenidos, de desaparecidos, aún sin poder cuantificar. El estallido fue tan inesperado y tan masivo que los cubanos no sabemos cuántos participamos y cuántos de esos ahora nos falta”, escribió el periodista cubano Abraham Jiménez Enoa en Gatopardo

“Han pasado sesenta y dos años desde que los Castro nos desconectaron del mundo y del resto de los latinos para convertirnos en una aldea de otra galaxia. Pero el internet nos devolvió a la Tierra y hoy nos tiene peleando con los dientes apretados por todo lo que hemos perdido. Me encanta decir que de tanto perder, de tanto que nos han quitado, o más bien robado, hasta sin miedo nos dejaron”, apuntó en la misma nota.

Es cierto que la política, nacional e internacional está llena de hipocresía y acomodos al ritmo de la conveniencia. Es cierto que no hay condenas a China ni a otros países que cometen graves violaciones a los derechos humanos, pero que tienen las arcas llenas y con los que no conviene hacer malas migas en pos de un intercambio comercial favorable. Es cierto que tampoco se ha criticado debidamente al bloqueo estadounidense (de un lado) ni se ha reconocido (del otro) la decisión de Biden de donar vacunas a los cubanos en tanto sean supervisadas por un organismo internacional.

Pero todas estas discusiones son puro chiquitaje para el cubano de a pie, que en muchos pueblos, esos donde se originaron las manifestaciones, pasan 12 horas por día sin luz, hacen malabares para alimentar a la familia y comienzan a contagiarse más, unos 7.000 por día. Mientras que en Uruguay y en muchos otros países se sigue polemizando al ritmo de una guerra fría que ya no tiene que ver con Cuba, en la isla los ciudadanos languidecen o deciden irse como pueden, muchos incluso hasta nuestro país, luego de viajes largos y peligrosos. 

Los años pasaron y los revolucionarios de Sierra Maestra ya casi no se cuentan entre los cubanos vivos. Era lógico que las nuevas generaciones comenzaran a reclamar otra vida, menos miseria, incluso si su herencia es “revolucionaria” y admiran la cruzada de los Castro. Uno de los grandes admiradores del régimen cubano, el expresidente uruguayo José Mujica, alguna vez dijo que la discusión sobre la dictadura militar y los desaparecidos terminará en Uruguay cuando mueran todos sus protagonistas. Si su razonamiento es correcto, algo así está pasando en Cuba. Los cubanos ya no tienen miedo y el gobierno que los dirige no sabe cómo lidiar con ciudadanos sin miedo...

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