YAMIL LAGE / AFP

Cuba, ¿una revolución perpetua?

En nuestro país la discusión ideológica que se reaviva, una, y otra, y otra vez, en torno a la dictadura cubana tiene su razón de ser

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29 de julio de 2021 a las 05:02

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Según el índice Varieties of Democracy Cuba se clasifica como una “autocracia cerrada”. Comparte lugar junto a países como China, Corea del Norte, Somalia, Sudan, Tailandia, Yemen, o Birmania, este último donde recientemente los militares dieron un golpe de estado luego de que la socialdemocracia ganara las elecciones.  

Según Freedom House que calcula el acceso de las personas a derechos políticos y libertades civiles en 210 países, Cuba entra en la categoría de “no libre”. 

Según la Unidad de Inteligencia de The Economist que elabora un índice de democracia en 165 países, Cuba es uno de los tres regímenes autoritarios de América Latina junto a Nicaragua y Venezuela.

Lo que interesa traer a colación de estos prestigiosos índices, es que no hay una distinción ideológica entre izquierda y derecha a la hora de analizar la democracia. La compleja batería de indicadores y dimensiones que se utilizan para estas mediciones tienen como trasfondo la mayor libertad o la pérdida de esta.

La libertad de pensamiento, libertad de reunión, libertad de opinión, elecciones libres, respeto a los derechos humanos, son pilares de un sistema democrático. Mientras que, en el otro extremo, son las dictaduras (independientemente de su ideología) las que ilegalizan toda organización política opuesta al movimiento que las sustentan, y naturalmente, desprecian el Estado de Derecho. 

En nuestro país la discusión ideológica que se reaviva, una, y otra, y otra vez, en torno a la dictadura cubana tiene su razón de ser porque algunos actores no pueden desprenderse de sus lentes ideológicos, y de unos fundamentos teóricos que no ven allí autoritarismo, sino una revolución liberadora en proceso. Es llamativo que esto suceda en pleno siglo XXI, cuando los restos del muro de Berlín son un museo de historia viva. Cuando la izquierda tiene sobrado ejemplos (el suyo propio) de éxito en la competencia política en los países democráticos. 

Hoy en día, en estas latitudes de un país con democracia plena, se puede ser testigo de una defensa anquilosada y falaz de determinados regímenes autoritarios. Quizás tenía razón Raymond Aron describiendo al marxismo como una “religión secular”. Y quizás por ello, los adeptos al régimen que osan tildarlo de “dictadura” son acusados prácticamente de blasfemia. No estamos hablando aquí de una democracia imperfecta o de democracia en retroceso, donde hay fuerzas políticas que pugnan por socavar o fortalecer la institucionalidad democrática. Brasil, India o Turquía, son ejemplo de que la institucionalidad se puede socavar. Pero hablamos de un régimen que se monta sobre una institucionalidad funcional al politburó del partido. 

Un régimen que no acepta lo que para el célebre politólogo Roberth Dahl es la clave de un proceso de democratización: la oposición pública.

Lo que vuelve a revelar las recientes manifestaciones es que el régimen cambió nombre y apellido de quien lo dirige, pero no cambia su institucionalidad. Institucionalidad que está pautada por la existencia de un aceitado andamiaje de vigilancia interna con una cúpula militar que cogestiona con el poder civil, sociedad militarizada en un mecanismo de control social asentado en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), que es implacable con la disidencia. Un régimen orweliano.

Solo una muestra de ello es la sentencia a un año de cárcel por desorden público para un camarógrafo coautor del videoclip “Patria y vida” protagonizado por afamados artistas cubanos. Una crónica de recomendable lectura sobre la forma en que opera este andamiaje es la de Yoani Sánchez, publicada por El Mundo. Por otra parte, el embargo no puede ser soslayado.

Es un embargo ilegal e inmoral. Pero no es un factor explicativo para un régimen cuyo fundamento es el autoritarismo. Alcanza ver Vietnam o China, donde la libertad económica no necesariamente trae libertad política. Venezuela se fue adentrando por la sola voluntad de su cúpula política y militar en una espiral antidemocrática, sin embargo al que evocar como chivo expiatorio.

Siempre que se polariza en torno a este tipo de regímenes, el conflicto no es solo discursivo. Lo que está en juego son los valores democráticos. Por ello es necesario el análisis político de este tema las veces que sea necesario.

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