LUKA GONZALES / AFP

De la alternancia a la grieta

Lo cierto es que la región es un tembladeral político y la pandemia no hace más que agudizarlo. La democracia no está madura y la grieta, por desgracia, se agranda

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13 de junio de 2021 a las 05:00

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La alternancia en el poder de partidos políticos de diversa ideología es una de las características esenciales de una democracia madura, escribió el expresidente francés Valery Giscard d’Estaing en su famoso libro Democracia francesa en 1976, cuando ocupaba la presidencia de su país. Anticipaba, quizá, el triunfo de François Mitterrand, jefe del opositor partido socialista y en aquellos años propulsor de ideas radicales en materia económica. 

De hecho eso fue lo que ocurrió. Mitterrand ganó las elecciones de 1981 en el balotaje y apenas asumió aplicó un programa de nacionalizaciones, controles de cambio y de precios que derrumbaron la economía francesa. La situación fue tan gran grave que el propio Mitterrand tuvo que dar un giro de 180 grados para arreglar el lío que había armado. Pero lo bueno fue que se había logrado la alternancia de los partidos y la izquierda había llegado por medios democráticos al poder después de más de un cuarto de siglo de gobierno gaullista o casi gaullista.

Francia aprendió la lección con un año o dos de mala situación económica pero luego logró encaminarse y facilitar el cambio de derecha a izquierda y viceversa sin que en cada elección estuviera en juego un cambio total de modelo de país. 

Eso es lo que ha ocurrido también hasta ahora en nuestro país, primero con la alternancia de los partidos fundacionales y luego con la llegada de la izquierda en 2004 y su gobierno por tres períodos sin que se arrancaran las raíces de los árboles, como prometió pero no aplicó Tabaré Vázquez. Y cuando perdió las elecciones en 2019, el Frente Amplio entregó el poder sin ningún tipo de problemas. Ese es el sello de las democracias maduras.

No ocurre lo mismo en el resto de América Latina. Ya tenemos en funcionamiento los modelos dictatoriales de Venezuela y Nicaragua, cuyos presidentes llegaron al poder por la vía democrática en elecciones limpias pero luego arrasaron con la institucionalidad republicana destruyendo la independencia de la Justicia, y manejando los parlamentos a su antojo y hasta redactando una Constitución desde cero a su gusto y placer.

Ya hay constituciones de ese estilo en Venezuela, Bolivia y Ecuador (aunque aquí se olvidaron de incluir la reelección indefinida y Rafael Correa tuvo que dejar el poder). En Chile se ha iniciado un proceso constituyente que es una caja de Pandora de donde puede surgir cualquier cosa porque quienes redactan la carta magna parten del principio de que todo se puede dar como derecho a todo el mundo. 

El caso de Perú es más dramático aun. Aunque no ha sido confirmado oficialmente, es muy probable que el candidato marxista de Perú Libre, Pedro Castillo, gane la segunda vuelta de las presidenciales. Y como aplique una décima parte de las medidas que anunció, la economía peruana se irá por el despeñadero y el Estado pasará a controlar las principales (o todas) actividades económicas.

Un revival de la dictadura del general Juan Velasco Alvarado (dictadura que tuvo muchos simpatizantes en Uruguay en la izquierda que no veían con malos ojos un golpe de Estado militar de esta tendencia peruanista) que gobernó Perú desde 1968 hasta 1975 con una ideología muy similar a la de Castillo, solo que impulsada por las armas.

Castillo, además, ya se propone convocar a una asamblea constituyente para dar solidez y duración a sus reformas y consolidar su modelo estatista. Y, por si fuera poco, ya han anunciado que no dejarán el poder una vez culminado el período. Si bien es cierto que al igual que Maduro no controlan el Poder Legislativo, Perú se enfrenta a un camino por el cual será muy difícil retornar.

En un plano menos grave está Argentina. Con un violento ataque a la independencia de la Justicia, el gobierno K no da tregua a la oposición y, ya que no pudo introducir la reelección indefinida ni reformar la Constitución ni eliminar la Suprema Corte de Justicia, aspira a consolidar una dinastía familiar con Máximo Kirchner en 2023. 
Colombia y Brasil también tienen sus problemas y sus grietas. No se termina de consolidar la democracia plena. Hay interferencia en el funcionamiento judicial y los partidos políticos están sumamente atomizados. No es fácil la gobernabilidad.

La alternancia pacífica y tranquila no es la norma en la región. En menos de una década ha habido cuatro cambios constitucionales totales y dos más en camino. Sin duda estos fenómenos muestran un descontento popular profundo y también el aprovechamiento de ese descontento por parte de caudillos mesiánicos que prometen el oro y el moro que no podrán cumplir. Es la vieja utopía populista, nacida en el desconocimiento y fogoneada por los líderes inescrupulosos o ignorantes, que nace y renace sin cesar luego de períodos de crecimiento y ordenamiento.

Quizá ese crecimiento no llega a todos lo suficientemente rápido; quizá hay hartazgo de las viejas elites, quizá hay expectativas excesivas. Lo cierto es que la región es un tembladeral político y la pandemia no hace más que agudizarlo. La democracia no está madura y la grieta, por desgracia, se agranda. Cuidemos la nuestra y evitemos la grieta.

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