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Educación 2021: transformación

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24 de diciembre de 2020 a las 05:04

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Ciertamente vivimos un período de inflexión de la historia de la humanidad donde no solo se están encarando las adversidades de la coyuntura, sino también reimaginando y cimentando un futuro mejor y sostenible. Es de esperar que los países que tengan mayores grados de determinación, liderazgo y volumen programático en congeniar ambos desafíos, estarán en mejores condiciones de enfrentar efectivamente un futuro que nos interpela en todos los órdenes individuales y colectivos de la vida. 

Particularmente en educación se observa a escala mundial una creciente toma de conciencia y primeras acciones para precisamente reimaginar la educación como dimensión y eje insoslayable de un futuro cualitativamente distinto del actual. Interesante de constatar que este movimiento incipiente en favor de la transformación de la educación es un asunto universal que involucra a todos los países e inclusive a aquellos que registran altos desempeños educativos en diversas áreas del saber entre el conjunto de los alumnos sin mayores brechas sociales y culturales. 

Más allá de estas valoraciones, se percibe que la educación pre Covid-19 estaba en gran medida reproduciendo un cuadro de valores, actitudes, competencias y conocimientos que consideran al futuro como una extensión del presente sin su revisión en profundidad. 

Los países que entren de lleno en reimaginar la educación para fortalecer imaginarios de sociedad más inclusivos, justos y sostenibles, serán los que van a estar seguramente liderando el mundo en un futuro no tan lejano en la generación de ideas, emprendimientos y realizaciones para mejores y más equitativas oportunidades de vida. Inversamente, aquellos países que se queden por así decirlo atrapados en responder a los efectos terribles de la pandemia sin idear el día después van a privar a las nuevas generaciones de un futuro de oportunidades. 

El 2021 va a ser indicativo de cuál es el camino que efectivamente adopta el Uruguay de cara a la educación. La transformación como ideal y concepto es una promesa del presente gobierno que nos hacer tener cifradas expectativas en su consecución. En esta línea, el documento “Plan de Desarrollo Educativo 2020-2024 de la ANEP” esboza una intención de transformación por cierto destacable. 

La transformación, entendida en un sentido sistémico y holístico, puede tener cuatro puntas posibles para su abordaje abierto al debate y al afinamiento de ideas. Huelga decir que en educación no hay soluciones tajantes prescriptivas ni pensamientos únicos, sino la evidencia mundial comparada muestra la conveniencia de procesos permanentes y evolventes de generar, experimentar, escalar y evidenciar propuestas asentadas en una visión de conjunto de la educación y de los sistemas educativos.

La primera punta refiere a un necesario y saludable compromiso pre Covid-19 donde el conjunto del sistema político, así como de un número significativo de instituciones y actores, marcaban la perentoriedad de una transformación de la educación en clave de política pública de largo aliento y que se plasmara en un acuerdo inter partidario de amplia base. 

Se planteaba como un ejemplo de esa urgencia que el Uruguay con los altos niveles de exclusión social y cultural registrados en la educación media, no configura una sociedad viable en términos de cualquier indicador que de cuenta de justas oportunidades, cercanías sociales y alta calificación de sus recursos humanos. 

Pero cabe también recordar que el cambio fue alimentado por diversas instituciones de la sociedad civil que entienden necesario incidir para que se asuma una agenda de transformación. Precisamente, entre otras, EDUY21, como espacio plural de debate de ideas y propuestas, vino no solo a interpelar, en un sentido positivo al sistema político, de posicionar la educación como tema país, sino también planteó una propuesta de cambio educativo integral y profunda plasmada en el documento “Libro Abierto. Propuestas para apoyar el acuerdo educativo” presentado ante un colmado Salón de los Pasos Perdidos el 16 de mayo del 2018. 

Los planteamientos de EDUY21 fueron recibidos con entusiasmo y expectativa por diversidad de instituciones y actores, y más aun, se destacó la manera de gestar una propuesta que, sustentada en diversidad de perfiles y afiliaciones, se edifica sobre la unidad de propósito en transformar la educación. El propio presidente de la República, Luis Lacalle Pou, dijo en su momento, en su condición de líder partidario, que EDUY21 es un modelo a expandir como surtidor de ideas y de generación de consensos en otras áreas vitales para el desarrollo del país.

La segunda punta refiere a que los efectos del Covid-19 han visibilizado y mostrado la crudeza de las disfuncionalidades y paradojas de un sistema educativo que funciona por fragmentos. Por un lado, una de las mayores disfuncionalidades históricas del sistema educativo radica en la ausencia de continuidad en los procesos de enseñanza y de aprendizaje de un nivel educativo a otro, así como entre áreas de aprendizajes y disciplinas, en las pedagogías desarrolladas y en las maneras de encarar la docencia. 

Por otro lado, una dura paradoja que es reveladora una vez más que los cambios en los marginales no modifican el cerno de los sistemas educativos. 
Mientras que los avances formidables que ha registrado el Plan Ceibal en cuanto a entender la tecnología como oportunidad, recurso y proceso de aprendizaje, permitieron atemperar los efectos de la falta o limitación de la presencialidad, paralelamente desnudó a un sistema educativo, que, en sus grandes trazados, sigue funcionando como si la tecnología fuera “un agregado” a la educación sin que requiera modificar sus modus vivendi y operandi.  

A la luz de lo señalado, nos parece necesario avanzar en una revisión profunda de los ciclos educativos articulados sobre oportunidades más amplias de enseñar y de aprender. 

Esto implicaría, por un lado, que coordinada con una política social de infancia de 0 a 6 años, se promueva una educación básica que entre las edades de 4 y 14 años, y bajo diversidad de modelos, asegurara la continuidad, fluidez y completitud de los aprendizajes de cada alumno; y por otro lado, una educación de adolescentes y jóvenes de 15 a 18 que promueva la integración de piezas de conocimientos así como múltiples experiencias de aprendizaje, que le permitan al alumno entender la complejidad de los desafíos que enfrenta a presente y a futuro. 

Estos nuevos ciclos educativos se sustentarían en modos híbridos de enseñanza, aprendizaje y de evaluación donde se integran las formaciones in situ y a distancia como espacios complementarios asumiendo que hoy necesitamos aprender a todo momento y en diversidad de espacios sin umbrales ni fronteras.   

Una tercera punta refiere a tener claridad de pensamiento y de acción en cuanto a que la vulnerabilidad de los alumnos resulta de la intersección de factores culturales, sociales, económicos, familiares y personales, así como propiamente educativos. Se necesita idear una nueva generación de políticas sociales y educativas, que, sustentado en un marco conceptual unitario, incida efectivamente en dos planos complementarios. Por un lado, la perentoriedad de mejorar sensiblemente el acceso y el uso por parte de los hogares y las familias de conectividad, espacios físicos, plataformas y recursos educativos, así como la ampliación y la coordinación con espacios comunitarios con foco en los grupos más vulnerables. Por otro lado, facilitar a cada alumno oportunidades efectivas de aprender en espacios presenciales y a distancia a medida de sus necesidades de aprendizaje y con soporte en el aprendizaje entre pares, la retroalimentación docente a sus producciones y apoyándose en la inteligencia artificial para acrecentar las oportunidades y los procesos de enseñanza y de aprendizaje.

Asimismo, se necesita profundizar en las redes de desarrollo y protección social a niveles de los centros educativos teniendo sólida evidencia de los impactos de los programas sociales y direccionando los esfuerzos hacia los sectores más vulnerables. 

Tenemos un debe serio de larga data en no disponer de estudios longitudinales continuados de cohortes de alumnos que permitan apreciar los impactos de programas educativos en el bienestar y desarrollo de los mismos.

Por otra parte, la vulnerabilidad tiene una clara dimensión educativa que se refleja en propuestas curriculares, pedagógicas y docentes que no conectan con el alumno y que no le proporcionan los marcos de referencias e instrumentales requeridos para enfrentar un mundo de cambios disruptivos. 

Quizás la mayor de las vulnerabilidades educativas reside en que le cuesta al sistema político y educativo entender a cabalidad la relevancia de preguntarse sobre que tipo de educación y sistema educativo se requiere para que imaginarios de sociedad, ciudadanía y persona. Es necesario generar un diálogo plural y propositivo sobre estos tipos de interrogantes. 

Una cuarta y última punta versa sobre asumir que todos los actores que alguna manera u otra, están vinculados a la educación, son diferentes en sus maneras de ver y sentir las cosas, a como eran pre Covid-19. 

De hecho, todos hemos cambiado. Se está ante un proceso promisorio de reconfiguración de roles de alumnos, educadores, familias y comunidades que es quizás la palanca más importante de la transformación educativa que el país puede encarar. Esto implicaría varios aspectos interrelacionados. 

Por un lado, plasmar una concepción de formación a lo largo y ancho de toda la vida que va a contribuir a que madres/padres estén en mejores condiciones de apoyar a sus hijos inclusive asumiendo responsabilidades como coaches del aprendizaje. 

Por otro lado, transformar el dinamismo que se ha generado en los centros educativos donde los educadores idean respuestas ingeniosas frente a los impactos del Covid-19 y los alumnos ensayan nuevas formas de aprender, y de adquirir competencias y conocimientos, en un nuevo ordenamiento normativo que les otorgue a los centros educativos mayores capacidades, garantías y recursos para innovar.

En gran medida la localización de la educación en cada contexto se ha visto reforzada por la vía de los hechos aun soportando las rigideces del sistema educativo. 

Tenemos ahora la oportunidad de dejar que la imaginación y la creatividad puedan volar en educadores y alumnos si nos atrevemos a transitar hacia una educación que garantiza objetivos universales y recorridos a medida localizados en cada centro educativo. 

En resumidas cuentas, la transformación educativa 2021 podría nutrirse de cuatro puntas posibles, a saber: (i) revitalizar la propuesta pre Covid-19 de un acuerdo educativo profundo de amplia base; (ii) idear nuevos ciclos educativos sustentados en modos híbridos de enseñanza y de aprendizaje; (iii) fortalecer un abordaje integral de las vulnerabilidades de los alumnos; y (iv) empoderar a los centros educativos para liderar a nivel local con participación activa de educadores y alumnos
 

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