El centro funciona desde julio.

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El centro del Mides que supone un "medio camino" entre un pasado de adicción y un futuro digno

En un nuevo centro del Mides 24 personas están a "medio camino" de dejar atrás sus adicciones y comenzar a vivir una "vida digna"
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25 de diciembre de 2022 a las 05:05

Fue periodista en varios medios de radio y televisión por casi un cuarto de siglo. Hace 27 años que consume droga, pero destaca que hace siete meses que está “limpio”. Mientras fue asalariado, la fue llevando. Trabajaba y consumía. El problema llegó junto con su gran oportunidad: formó su propio emprendimiento y pasó a manejar grandes cantidades de dinero. “Ahí fue que me perdí”, recuerda.  Viene de ser tratado en un centro privado, pero donde ahora vive dio un gran paso: “Acá te sentís más tranquilo, más contenido”. 

Con él coincide una de sus compañeras, que viene de dos años de consumo y que, al igual que el resto,  marca las “diferencias abismales” entre el lugar en que ahora están con el refugio en Rivera en el que estuvo, y en donde dice haber vivido momentos muy duros. “Como este lugar no hay”,  remarca. “Acá me siento más libre”. Cuando salga quiere volver a vivir con sus hijos, que ahora están a cargo de su hermana. Para eso también debería tener empleo fijo, más allá de los trabajos en porcelana fría que ocasionalmente hace.

“Para nosotros es el medio camino entre la vida anterior y lo que se viene, el futuro”, dice el periodista. Para él, el futuro es una vida digna, sin drogas, que le permita recuperar su trabajo, y una casa propia para recibir a su hija, que tiene 20 años y con la que, gracias a la ayuda que ahora recibe, recuperó la relación. 

Ambos son parte de los 21 hombres y las tres mujeres que integran una “familia”, como se definen, ya que viven en “perfecta convivencia”. Porque la mayor diferencia con otros lugares en lo que han estado antes es, dicen, a este le pueden llamar “hogar”. 

Es el centro de “medio camino” que el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) instaló en julio del año pasado en coordinación con otros organismos, enfocado en una atención personalizada y diferencial a personas con problemas de consumo de drogas.  Son seis cuartos, repartidos en una casa como tantas de las cercanas a la exterminal Goes. En cada una hay cuatro camas con un pequeño ropero. Más allá, la sala de estar, el comedor la cocina y un fondo con parrillero. 

Allí viven 24 personas que vienen de contextos diferentes. Desde gente que tuvo un buen pasar y una familia establecida hasta los que llegaron a vivir en la calle o en la cárcel. Todos están en pleno proceso de abstinencia que, lejos de políticas como la de “reducción de daños”, es lo que se aplica en esta experiencia. 

Gabriel Cunha, director del Programa Calle del Mides, explica a El Observador que con este centro se buscó diversificar las respuestas frente a problemas específicos.  También para romper con la lógica de un refugio tradicional y eliminar la “cronicidad” de esos programas, que hacen que la posibilidad de egresar sean pocas. “Solo con techo y comida no sacás a nadie de la calle”, afirma. “Muchos menos de las adicciones”, agrega.
 El programa una de las patas de un sistema que combina tres centros diurnos, un proyecto de hogares asistidos y una serie de plazas en comunidades terapéuticas, que en conjunto reúne 205 plazas. 

Al centro de “medio camino”, con todo,  no llega cualquiera. Su objetivo son las personas que tuvieron atención previa, que no tienen un lugar seguro donde estar y que, sin condiciones psquiátricas severas, ahora necesitan otro sostén que le permitan apuntar a la reinserción social completa . 

El trabajo es la clave

Ismael Piñero es referente institucional de la Asociación Ser Libre que está cargo de la gestión del centro y que define al “medio camino” como la transición entre estar en la calle, en un refugio o internado por la adicción, a contar con una vida independiente. Y que no está pensado para ser permanente.  Si bien existe flexibilidad según el proceso de cada persona, la idea es que la estancia no se extienda más de seis meses. La intención. doce.  es que no se “cronifique”.  Piñero dice que se trata de modificar la lógica que impera en los refugios: la de “mandar, reclamar y exigir”.  En este centro los internos limpian, cocinan, ordenan, se lavan su ropa. Dejan atrás, dice, los “vicios del asistencialismo”. 

El equipo lo completan dos operadores por turno y una nurse, que se encarga de la medicación. El trabajo de apoyo se basa en conversaciones personales y, sobre todo, “mucha charla en el patio”. 

Si bien no es una obligación, contar con un trabajo diario es considerado vital en este proceso para ir hacia una autonomía progresiva.  Una trabajadora social se encarga de buscar todos los días las posibilidades disponibles y ayudar a los internos a encontrar empleo. De los 24 usuarios, 15 están trabajando. Hay tres que además estudian. 

“No queremos que vuelvan a los refugios”, dice Carlos Cavasin,  coordinador del centro y un poco el “abuelo” de todos. “El trabajo es absolutamente clave para salir de esa situación”. 
Y otra clave es la abstinencia, ya que es muy díficil sostener un empleo bajo las drogas. “El consumo te quita todo”, dice. 

La libertad responsable

En la oficina del centro hay pequeños buzones con llave. Uno por cada interno.  Allí se guarda el dinero que cada uno gana o recibe. Su manejo supone uno de los mayores desafíos diarios.  
Cavasin dice que la plata es algo que “pone muy inquietos” a los usuarios, y representa un riesgo de que  puedan recaer fácilmente. Sobre todo si salen de noche. 

Por eso, las personas que trabajan o reciben algún tipo de ayuda de sus familias dejan lo que ganan en custodia. No lo ven como un control, sino un acompañamiento siempre voluntario.  Lo mismo sucede con los que tienen tarjetas de débito. Cada vez que quieren comprar algo, se les da el dinero correspondiente.  “La plata es todo un tema”, insiste. “Vos salís y en un momento podés perder todo lo que lograste”. 

El mismo tipo de libertad responsable se aplica con el tiempo libre. Los residentes pueden salir donde y cuando quieran y sin compañía, siempre que avisen. Más que permiso, la premisa es “me estoy cuidando y salgo con el compromiso de volver a la hora que dije”. 

Pasando raya

En seis meses de funcionamiento y más allá de algunas “malas experiencias” el balance que hacen todos los involucrados es favorable. Las personas allí alojadas afirman que en la calle ya  se habla mucho del centro y que se requerían más plazas. Hay 10 aspirantes en lista de espera para entrar.  Por el centro pasaron en este semestre unas 40 personas y los egresos fueron en su mayoría exitosos. 

Todo esto hace que Cunha esté convencido de que estos proyectos deben crecer todo lo posible. El objetivo, señala, es avanzar hacia allí el año que viene. “Reconvertir centros nocturnos en en esto es lo mejor que podríamos hacer”, afirma. “Tenemos 51 centros nocturnos. Ojalá pudierámos cerrar diez y tener diez centros más de este tipo”. 
Un centro más eficiente 

Cunha habla de otras ventajas sobre el “medio camino”.  Su especificidad  hace que económicamente sea más eficiente que otras experiencias. Explica que en un refugio nocturno el Mides invierte  $ 42 mil mensuales por interno. En este centro, $ 35.000. “Cuando sos más específico en la intervención, se traduce en una mayor eficiencia”, concluye.  l

 

 

 

 

 

 

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