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El centro del ombligo

Una columna del español Javier Marías sobre la “literatura del yo” motivó esta reflexión sobre lo que se escribe a ambos lados del Atlántico
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21 de octubre de 2018 a las 05:00

El escrito español Javier Marías es bastante odiado dentro del gremio en su país. Tiene una lengua afilada y ponzoñosa, no tiene especial gusto por hacer amigos y desde la década de 1990 cimienta su perfil de delicada agresividad a base de textos, algunos de ellos publicados en El País de España, como dardos dirigidos hacia cierta sensibilidad de moda dentro del mundo de las letras.  


El último se refiere a la reciente ola de narrativas “del yo”, que pululan en la nueva narrativa ambos lados del Atlántico. Marías tituló su columna Literatura de penalidades o naderías y se despacha con un ataque feroz contra los autores que hacen uso y abuso de anécdotas personales, que en general se mueven dentro del campo políticamente correcto de la moralidad de la segunda década del siglo XXI.


Las “penalidades” o “naderías” son los temas de parte de la nueva narrativa (tanto de mujeres como de hombres), que centran sus historias en episodios más o menos horrendos que los afectaron desde niños y que hoy, en plena adultez, regresan en forma de libro. Según Marías, son “ficciones apenas mal disimuladas”, y en otros casos de autoficción o memorias, pero al final, caen en el embudo de la literatura de “denuncia”, despreciada por el autor.   


Las vivencias abarcan un abanico que va desde los pequeños sufrimientos hasta los verdaderamente espantosos, pero el nivel dramático no justifica por sí mismo el valor literario, ni mucho menos. La moda narcisista cunde en diversos ámbitos y los que no tienen en su curriculum una buena tragedia han decido contar, sin más, su propia vida, de la nada. Tal es el caso del noruego Knausgard, soporífero yoísta que publicó su nada derrotero por el mundo en seis tomos. Marías culmina con un llamado invocatorio, en el que nombra los grandes dioses literarios del pasado (Joseph Conrad, Vladimir Nabokov, Gustave Flaubert, Emily Brontë, o Hermann Melville, entre otros) para que regresen a mostrar con sus historias las ambigüedades y complejidades de la vida y de las personas.


En esta lejana orilla del mundo de las letras, la misma pócima de las selfies literarias fue inoculada en varios colegas que, siguiendo en muchos casos ejemplos de maestros mal imitados, como suele suceder en general con los discípulos de los maestros (lo reconozco en carne propia).


Al comentar la columna con otros amigos escritores, notábamos cómo se zanja así porque sí el tradicional quiebre entre la voz del narrador y la del autor, que se vuelven a unir a través de una anécdota en muchos casos anodina. La narrativa del centro del ombligo confunde la historia del autor con una narrativa digna de ser publicada para otros, porque al mismo tiempo existe una demanda de lectores que devoran ese tipo de libros. Cómo se entiende que la anécdota es “real”: porque el autor lo publicita de esa forma, para reforzar un pathos personal que pretende traducirse económicamente.    

La moda narcisista cunde en diversos ámbitos y los que no tienen en su curriculum una buena tragedia han decido contar, sin más, su propia vida, de la nada



El escritor y crítico literario uruguayo Fabián Muniz describe, a grandes rasgos –más en serio que en broma–, dos conjuntos: los escritores “intimistas”, cultores de este yo exacerbado en todas sus gamas, que se diferencian de los llamados “outimistas”, los que pregonan una literatura supuestamente “exterior”, centrada en la creación del artificio literario en modo clásico. Como toda clasificación, por supuesto, los criterios son discutibles y es cierto que la gama es amplia, y que incluso puede desdoblarse desde los escriben diarios con visos de realidad hasta los que escriben diarios ficticios (el falso navajo Nasdijj, que resultó ser un hombre llamado Timothy Barrus, por nombrar un ejemplo más a menos reciente).


Y además, existe la posibilidad de agregar una vuelta más a esta cinta de Moebius. ¿Por qué la crítica especializada y la prensa no pueden vislumbrar que detrás de una historia inicialmente alejada de la circunstancia vital de un autor, (de un “outimista”, siguiendo el ejemplo anterior) puede haber sentimientos profundos a nivel personal, rasgos de mucha cercanía al autor, circunstancias que se conectan de forma directa con su biografía? Las teorías son útiles y las modas pasajeras, pero ambas se rinden ante la orilla de la práctica. 

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