Presidencia

El combo Bustillo: cintura aceitada y experiencia diplomática

En un mundo al que la pandemia polarizará aún más, un canciller que sepa moverse con libertad ideológica y viveza comercial es un punto a favor

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17 de julio de 2020 a las 22:09

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El presidente Luis Lacalle Pou estrenó nuevo canciller, luego de días algo encrespados, viaje de apuro desde Madrid y cuarentena obligatoria de Francisco Bustillo, el diplomático uruguayo con más de 30 años de experiencia que era hasta ahora embajador en España. Con su llegada a la Cancillería se abre una nueva etapa que -en teoría- podía conjugar como pocas veces o como nunca antes, a un canciller de carrera diplomática que además tiene gran flexibilidad en su relacionamiento político con propios y ajenos.

Eso de tener cintura política es para algunos una crítica. En el caso de un diplomático es indudablemente una gran ventaja que, de aplicarse correctamente, puede derivar en beneficios para todo el país. Bustillo está recién llegado y comienzan a conocerse sus primeras decisiones y pasos, pero lo que ha mostrado hasta el momento es un punto de partido alentador para un ministerio que hace tiempo que no tiene un diplomático al frente. Y, menos que menos, un diplomático que sepa conversar con los políticos, nacionales y extranjeros.

En esta semana el nuevo canciller se ha movido con un combo interesante de inteligencia diplomática y política. Se reunió o habló con los expresidentes, incluyendo a su exjefe Tabaré Vázquez, con quien compartió entre 2005 y 2010 algunos de los momentos más tensos de la historia uruguaya en relación a nuestro vecino bipolar, Argentina.

archivo

Las declaraciones que hizo el nuevo canciller luego de conversar con el expresidente dan cuenta de esa cintura bien ejercitada, pero sobre todo de un pragmatismo deseable en este tipo de puesto clave: “Hablamos del rol de él como fuerza opositora, una fuerza opositora muy responsable. Va a significar un apoyo crítico pero apoyo al fin. Le manifesté que para mí siempre fue muy importante saberme respaldado por él y me manifestó que contaba con todo su respaldo”.

En el raid de reuniones presidenciales Bustillo no dejó a nadie afuera y recorrió así todos los colores políticos. Su explicación, de nuevo, fue pragmática y diplomática: “Busco saludarlos y agradecerles, en distintas ocasiones fueron mis presidentes, por lo que les debo lo que soy”.

Lo que ha hecho en su primera semana no es ni más ni menos que lo que se espera de un canciller que debe ser, por definición, un zurcidor de relaciones y no solo un político destacado más o menos cercano al gobierno de turno o un intelectual conocedor de las tramas del comercio y las relaciones internacionales.

A Bustillo lo han mirado con desconfianza por llevarse bien con Vázquez y Mujica, por ser amigo de Alberto Fernández y de otros líderes izquierdistas. Lo que le critican, sin embargo, tiene el potencial para convertirse en una de sus grandes fortalezas al frente de la Cancillería.

Bustillo ya sabe que lo criticarán por su buena relación con figuras de procedencia ideológica tan variopinta y así lo ha manifestado. Pero también dice tener claro que amigos son los amigos hasta que se cruza el interés de su país. “Tengo una amistad con Alberto Fernández pero cada cual defiende los intereses de sus países. Eso significa que tengamos mejor oportunidad para conversar las cosas, pero ninguno va a contrariar los intereses de su país. Nos respetamos y queremos mucho, eso permite instancias de diálogo pero eso no es más ni menos”, dijo en estos días.

AFP

El canciller es, a fin de cuentas, la pieza más importante de un buffer state (la infeliz traducción suele ser estado colchón o estado tapón) como Uruguay, un papel que se le dio en su propio origen a nuestro país, y que ahora -más que nunca- puede ser una posición vital a la hora de sortear con inteligencia y algo de picardía las diferencias aparentemente irreconciliables de los dos gigantes que nos escoltan; Brasil y Argentina.

Los próximos años serán duros para el mundo todo, pero si miramos a la región las cosas pueden ponerse peliagudas. Argentina y Brasil están liderados por presidentes que, aunque diametralmente opuestos en su ideología, exhiben comportamientos erráticos y caprichosos con frecuencia. Tanto Alberto Fernández como Jair Bolsonaro no dudan en recurrir a estrategias populistas para intentar salirse con la suya, aunque eso repercuta fuertemente en el bienestar de sus países.

En ese contexto, un canciller uruguayo con experiencia (y viveza) diplomática, pero sobre todo con un claridad de pensamiento no nublada por dogmas ideológicos, puede ser una buena pieza en el ajedrez regional.

En un mundo al que la pandemia polarizará aún más, con dos potencias enfrentadas ya sin disimulos como China y Estados Unidos, un canciller que sepa moverse con libertad ideológica y viveza comercial también es un punto a favor.

Detrás de su sonrisa y su afabilidad, a Bustillo le tocó bailar con una situación muy poco agraciada. Hijo de diplomático, director de Asuntos Institucionales y de Asuntos Económicos Bilaterales de la Cancillería, embajador en Ecuador, llegó luego a la embajada en Argentina. Era abril de 2005, comenzaba el primer gobierno de Tabaré Vázquez y estaba por explotar una de las crisis más severas que han enfrentado a los hermanos rioplatenses. Las plantas de celulosa tensaron las relaciones entre Vázquez y su par argentino, los intentos de acercar partes fueron vanos y el corte de puentes fue la tónica tan surrealista como castigadora que definió ese quinquenio.

Otra de las ventajas de arranque con las que cuenta Bustillo es que el ya ha estado en muchos de los puestos que ahora le toca coordinar. Es, como declaró en estos días, uno de los diplomáticos “de cóctel” a los que se refirió Ernesto Talvi en sus últimos días al frente de la Cancillería. Esta expresión viene de lejos y por supuesto no fue acuñada por Talvi, pero si bien supone verdades también esconde prejuicios. Para el nuevo canciller la “mal llamada diplomacia de cóctel” es “fundamental” y “no es otra cosa que muchas horas de esfuerzo, almuerzo, cenas, cafés y dejar la familia de lado”.

Por ahora su cintura bien aceitada se movió estratégicamente a nivel macro político pero también en la interna de la Cancillería. En su segundo día de trabajo cambió a cuatro de los ocho directores generales de la Cancillería, la mitad del gabinete que había sido confirmado por Talvi.

Camilo dos Santos

En la comunidad diplomática estos cambios se ven con buenos ojos. Como me dijo un embajador de carrera, demuestran que el nuevo canciller valora la experiencia luego de algunos años de “vacío de poder” en lo que Rodolfo Nin Novoa llenó cargos con gente “todavía inexperiente pero de su color político”.

“Cultiva las relaciones humanas en la política exterior” dijo Mujica sobre él. “Nunca escuché a nadie decir que lo hubiera jodido. Eso en los círculos diplomáticos no abunda”, me dijo un conocedor de esos círculos.

Los desafíos que le esperan a Bustillo son complejos y no se solucionan solo con cintura ni solo con relaciones personales ni solo con diplomacia. Pero hay mejores chances de que se avance en medidas concretas y acuerdos que deriven en beneficios para este país, si todos los anteriores elementos se ponderan bien en una sola personalidad. El tiempo dirá qué tal le va al nuevo canciller, pero su combo personal, a priori, es buena cosa. 

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