Fleming Gallo después de Computadora

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El comunista que cambió de bando y colaboró con la Armada en la dictadura

Fleming Gallo era miembro del PCU. Cuando cayó, se hizo colaborador de los militares. Fue clave en el desarrollo de “Computadora”, un servicio de inteligencia mixto: militares y prisioneros. Y en un raro intento militar por crear un sindicalismo basado en Artigas y no en Marx
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30 de julio de 2023 a las 05:00

Luego de un intento frustrado en 2022, el fiscal Ricardo Perciballe procura por segunda vez que España entregue en extradición a Fleming Gallo, un preso político que se volvió colaborador de los militares y hoy es acusado de haber torturado a otros detenidos durante la dictadura.

Gallo, que integró el Partido Comunista, niega haber torturado. Pero no oculta que colaboró con los militares.

Su vida daría para una película: no solo se pasó de bando, también fue uno de los creadores de “la Computadora”, un departamento de inteligencia dentro de la Armada, donde militares y presos devenidos “colaboradores” trabajaban juntos para desarticular a las organizaciones de izquierda.

También protagonizó, con la identidad falsa de un inexistente oficial de la Armada, un insólito intento militar por crear un sindicalismo artiguista, libre de marxismo.

Cuando los militares lo liberaron prematuramente en agradecimiento a su colaboración, volvió a la cárcel por un delito común.

Hoy, en un intercambio de mensajes desde España, sostiene que el Partido Comunista quiere vengarse de él. Y que se han fraguado documentos y pruebas para montar un caso en su contra.

¿Cómo se hizo comunista?
Me afilié a la Juventud Comunista con 16 años. Nadie me afilió, nadie me mandó al matadero; fui solito. ¡Si seré boludo! Pasé 1971 militando para Frente Amplio, en el 72 en la actividad estudiantil, en el 73 estuve en la huelga general. Dejé los estudios y la vida normal. En 1975 me dicen: hay un aparato militar, ¿querés pertenecer? Sí, claro, dije, ¿qué hay que hacer? ¡Si yo era un boludo! Lo único bueno fue que ahí conocí a mi esposa.

¿Ella también era comunista?
Sí, y había ido a la Unión Soviética a hacer el curso de estudios del Komsomol, la escuela de la UJC soviética. Y le fue mal, porque lo que vio era horrible. Un día, en un puente, vio a una persona que llevaba un cartel que decía “Soy alcohólico”. Lo humillaban así, como en la Edad Media. Se decepcionó completamente. Ella me empezó a contar lo que había visto y el mundo empezó a venírseme abajo. Cuando en el 75 comenzaron a caer todos los comunistas, nos fuimos a Buenos Aires.

¿Por qué regresaron?
No teníamos un mango. Estábamos en una pensión y mi madre me avisó que me había salido el seguro de paro que yo estaba tramitando como obrero textil. Regresé a Uruguay a cobrarlo y cuando intenté volver a salir por Carmelo, zas, me agarró el Fusna (Fusileros Navales). Me habían delatado.

¿Qué ocurrió tras su detención?
Tróccoli me interrogó. Yo ya estaba con el plafón en el piso. No quería saber más nada con el Partido Comunista. Estuve semanas hablando para que me largara, pero parece que adivinó que me iba a borrar. Me pasó a juez militar y me mandó para adentro. . 

¿Lo torturó?
No me hizo nada.

¿Usted delató a sus compañeros?
Yo dije todo lo que sabía, pero ya no tenía contacto con nadie. No pude meter a nadie en cana del Partido ni de la UJC. No porque no quisiera, sino porque no pude. Yo había sido el último en caer de toda mi camada.

¿Qué ocurrió entonces? 
Estuve un año en el carcelaje con otros 20 presos. Me pasaron a la justicia militar, con cargos por atentado a la Constitución y la mar en coche. Se me venía una condena de la masita.

¿Ahí acordó con Tróccoli?
Todavía no. Mi mujer seguía en Buenos Aires, estaba embarazada y habían comenzado a apretarla. Empezaron a cruzársele los Ford Falcon, a hacerle señas, a amenazarla por la calle. Ella vivía con mucho miedo. Un día me citó Tróccoli. Había pasado un año de estar ahí y de haberle contado todo lo que sabía. Se le había ocurrido que podía reclutarme. Primero me hizo una prueba: quería saber qué detenido era recuperable y quién no. Hice todo lo que me pidió.  

¿Qué era ser “recuperable”?
El tema era quiénes habían roto los puentes con el Partido Comunista y quiénes no. Algunos los habían roto al punto que estaban dispuestos a llegar a un trato. Otros los habían roto, pero no aceptaban acordar. Y estaban los que no habían roto con el Partido. Yo le di esa información a Tróccoli y le dije: “Necesito que mi mujer venga de Buenos Aires y no le pase nada. ¿Me puede dar su palabra?”. Me la dio. Luego le pedí que mi condena se aligerara. Me dijo que sí.  

¿Le creyó?
No tenía otra. Tuve que creerle y que decirle a mi mujer que se viniera. Volvió y nunca más la molestaron. Nunca. Yo viví tranquilo con eso. Cumplieron su palabra. 

¿Hasta hoy sigue con su esposa?
Llevamos 48 años juntos, está aquí, a mi lado. Es la mujer que he amado y la madre de mis hijas. Amor incondicional. Una roca.

Volvamos a la dictadura. ¿Pasó a colaborar con Tróccoli?
Sí. Y él quería un par de colaboradores más. Yo le dije que Roberto Patrone y algunos más estaban maduros para eso. Patrone agarró: quería proteger a sus hermanos y que le redujeran su pena. Así estuvimos un tiempo trabajando con Tróccoli, pero no teníamos ninguna información nueva que le sirviera al S2 (la Inteligencia) del Fusna para hacer operaciones, porque hacía un año que estábamos presos y ya antes de caer estábamos desengañados. Operativamente no podíamos ayudar en nada y pasamos a ser casi una carga. Todos los días subíamos a la oficina del S2 a repasar la información que tenían. Y había un vagón de datos sin analizar, pero Tróccoli era muy inseguro, titubeaba, no sabía para donde arrancar. Estaba todo estancado. No era receptivo a lo que le planteábamos. Un día dijo que la cosa no estaba prosperando y que nos iba a mandar otra vez al carcelaje. Pero pasó algo inesperado. Se descubrió la existencia del GAU (Grupos de Acción Unificadora) y comenzaron a caer sus integrantes. Era una organización muy poco conocida por los servicios de inteligencia. Pero Patrone y yo sí la conocíamos por nuestra acción política. Entonces nos pusieron a analizar los documentos y las declaraciones de los GAU que iban cayendo. Y se generaron puntas de información que permitieron seguir operando sobre todas organizaciones, porque los GAU –salvo un par de excepciones- también hablaron sobre comunistas, socialistas y otros grupos. Y eso permitió reclutar nuevos informantes de esas fuerzas.

Jorge Tróccoli

O sea que no volvieron al carcelaje.
Exacto. Además, Larcebeau sustituyó a Tróccoli en el mando del S2 y cambió todo. Porque él sí era receptivo a lo que se le sugería. Le dijimos que tenía que hacer crecer el núcleo de colaboradores y formar una estructura mayor. Y nos hizo caso. Cada operación fue sumando colaboradores. Del GAU quedaron cuatro, aunque después una mujer fue sacada por falta de confianza, porque en una visita le dijo a su familia que estaba engañando a los militares. Resulta que en el carcelaje, donde estaban las ventanillas para las visitas, Larcebeau había hecho colocar micrófonos y se grababa todo. Ella se creía muy viva y no se le ocurrió que podía estar siendo escuchada. Pero los otros tres del GAU quedaron y allí nació el germen de Computadora. 

¿Cómo era Computadora?
Se ha pintado una imagen tétrica de ella que es ajena a la verdad. Se la quiere comparar con La Pecera de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada, en Argentina), donde la gente tenía que colaborar porque corría el riesgo de ser muerta. En Computadora no se realizaban apremios. Nosotros propusimos que fuera un centro de información, análisis y negociación. Que el objetivo no tenía que ser las personas, sino las organizaciones. Y que su infiltración y los tratos con los detenidos eran las mejores fuentes de información. Y así fue. Cada operación provocaba más infiltrados, más informantes, más miembros de Computadora. Y fue creciendo de manera vertiginosa.  A todo el que quiso, se le dio la oportunidad de salvarse a sí mismo y a su familia. Esa era la clave. El objetivo nunca fueron los individuos, ni escarnecerlos, perseguirlos, castigarlos, sino la organización comunista clandestina dependiente del exterior. Separado de la organización, el individuo dejaba de ser un objetivo y se podía hacer un trato, podía irse libre o salir cumpliendo ciertos compromisos. No se buscaba destruir personas, sino una red criminal clandestina. Ese era el valor ético de lo que se realizaba.

¿Cuál fue el resultado?
Un gran éxito basado en un análisis correcto de la información, no en los apremios. Los que integramos Computadora nunca participamos en apremios, eran innecesarios, no tenían sentido. Teníamos informantes que nos pasaban datos continuamente. Hubo muchas libertades a cambio de información. Los tratos que se hicieron fueron innumerables. Importantes dirigentes del Partido se fueron para su casa a cambio de información. Otros colaboraron, salvaron a sus mujeres, pero prefirieron ir presos para no quedar en evidencia. “Yo quiero ir preso”, decían. Todo este trabajo de cooperación, de metodología, permitió desarticular la red clandestina comunista más profunda, la que dirigía León Lev. Y fue sin apremios. No voy a dar los detalles ahora. Se está preparando un libro extenso, profundo y detallado sobre Computadora.

¿Dónde funcionaba?
Se dispuso toda un ala del edificio de la Armada en el puerto destinada a alojamiento y oficina de trabajo de este grupo de colaboradores. Larcebeau hizo que ese sector fuera separado del resto del edificio, para que el personal regular del Fusna no nos fastidiara con requisas o haciéndonos apagar una radio por la noche. El ambiente era cordial. Dentro de ese sector, teníamos libertad de movimiento. Luego logramos que una vez por semana nos dejaran ir de visita a nuestras casas, con un guardia. ¿Sabe por qué se llamó Computadora? Por el cuplé de La Soberana del 71, la murga del Pepe Veneno, que tenía una computadora que sabía todo sobre los tupas. ¡Lo pusimos como broma!  La Computadora como tal no existía. Lo que había era un grupo de presos colaborando. Llegamos a ser entre 12 y 14.

¿Cómo se sentía entonces en esa tarea?
Colaborábamos contra el comunismo con gusto. Estábamos colaborando con una institución de Uruguay, con la Armada nacional. Trabajábamos con oficiales que nos trataban de manera correcta. Que nos daban una oportunidad de recuperación, de proteger a nuestros familiares y reducir nuestras condenas colaborando. No teníamos ninguna carga moral. Con Patrone nos decíamos: “Nosotros pensábamos que éramos los buenos, pero éramos los malos”. Porque el Partido Comunista era una organización criminal, tenía un aparato militar clandestino y operaba de manera terrorista sobre el aparato sindical mediante el apriete, la provocación y el matonismo. Esas eran sus técnicas. Y -traicionando su compromiso constitucional- tenía un aparato conspirativo clandestino, con armas suministradas por potencias extranjeras. Entonces no nos sentíamos traidores al Partido Comunista, sino al servicio de una institución nacional.

¿Por qué Computadora dejó de funcionar?
Después de la caída de la red clandestina en 1979, el Partido Comunista promovió en el exterior una campaña contra la Armada, a la que señalaba como punta de lanza de la represión en Uruguay. Ante esa situación, el vicealmirante Hugo Márquez ordenó parar la represión. No más detenciones. Computadora iba a seguir, pero dedicada al análisis de los datos proporcionados por los informantes y al procesamiento de la información de los medios internacionales. Poco después, presentamos el Plan Sindical con el objeto de establecer una organización sindical que no tuviera injerencias del Partido Comunista. Convencimos a Larcebeau, se hizo una reunión para explicarle el plan a Márquez, quien le dio su apoyo entusiasta. Era muy sencillo: sindicatos independientes, sin organizaciones políticas que los digitaran y con un pensamiento nacionalista artiguista. Se hizo en el Fusna una reunión a la que vino el comandante del Ejército, el general Queirolo y el jefe del Estado Mayor, el general Medina. Se explicó el plan y fue calurosamente recibido por ambos. La junta de generales lo aprobó en pleno. Y pasó a ser el SID, que en ese momento dirigía el general Iván Paulós, el responsable de la operación, aunque se llevaba adelante desde Computadora. Se visitaron los gremios. Patrone y yo tuvimos que salir a visitar sindicalistas, nos dieron una identificación falsa a nombre de (teniente de navío Julio) Bachín para mí y (teniente de navío José) Gómez para Patrone. Seguimos siendo presos, pero salíamos a visitar los gremios.

¿Qué motivaba a los militares con ese plan?
Algunas patronales estaban aprovechándose de la falta de libertades para abusar de los trabajadores. Era una realidad: se podía despedir sin justificar, exigir trabajos que no correspondían. La gente, por necesidad y miedo, y sin defensa sindical posible, tenía que someterse. Uno de los objetivos era subsanar esa situación. No se trataba de fundar un movimiento sindical amarillo, ni mucho menos. Queríamos un sindicalismo independiente, verdadero. Y se recurrió a todos los sindicalistas que estaban en el movimiento obrero tradicional, dejando fuera a los comunistas. Y la receptividad fue buena en un montón de gremios. No voy a dar detalles, porque esto estará también en el libro. La única resistencia se ejerció desde AEBU, que trató de sabotear el plan, pero fracasó. Colaboraban personas de la cultura y la educación, como Juan Carlos López y al profesor (Washington) Reyes Abadie. Aquel artículo que los acusó de haber sido colaboradores de la dictadura fue una ignominia. Porque ellos colaboraron con un plan que trataba de devolverle las libertades sindicales a los trabajadores. Ninguno aportó información para perseguir a ninguna persona. Lo que hicieron tuvo un alto sentimiento patriótico y desinteresado. Se habían comenzado a hacer unos cursos de artiguismo que dirigía Reyes Abadie, tratando de dar una formación doctrinaria a los trabajadores.  

¿Por qué no prosperó?
Iba todo viento en popa, pero la provocación de una patronal dio todo al traste. Los obreros de Nordex, en Maldonado, que estaban en preconflicto pidieron que gente de la Armada fuera a su asamblea. La patronal, cuando se enteró que íbamos a ir, hizo una denuncia a la Región Militar 4. Patrone y Larcebeau estaban participando de la asamblea de obreros de Nordex cuando llegó un coronel y pidió que se suspendiera la reunión. Los dos fueron trasladados al batallón de Ingenieros 4, en Laguna del Sauce, y estuvieron retenidos unas horas… La confusión generó algún enojo, algún roce y se pidió que se paralizara todo hasta nuevo aviso. Pero fue para siempre.

¿Qué pasó luego?
En octubre salimos libres. Larcebeau se movió de manera extraordinaria para reducir nuestras condenas a la mitad, tres años y medio. Estuvimos un año en el carcelaje y dos años y medio en Computadora. 

Sin embargo, volvieron a ser apresados, pero por un delito común.
Nuestra situación económica era mala. Y cometimos un error terrible. Teníamos la lista de los que aportaban para el partido. Y en aquella época nuestra cabeza todavía no estaba totalmente establecida correctamente, y con una situación económica difícil, se nos ocurrió la peregrina idea de pedirle a esa gente que contribuyera con nosotros. Fue una amoralidad mental que nos surgió. Al primero que fuimos a visitar le hicimos notar que había sido delatado, que estaba en las listas, que tenía que hacer un aporte. Y cooperó. A la segunda le dijimos lo mismo y nos dijo que volviéramos al día siguiente. Cuando volvimos nos esperaba Prevención del Delito y nos metieron para adentro. Nos comimos tres años más por extorsión. Después cada uno siguió por los caminos que pudo. Yo me fui a México, volví a Uruguay y después me fui a España.

El fiscal Ricardo Perciballe ha reunido varios testimonios que lo acusan a usted de torturar a otros detenidos.
En 2021 hubo un intento de extradición, que me puso 80 días dentro de un penal en España. La Justicia lo rechazó. Ahora lo están intentando por segunda vez. Hay varios testigos que me acusan de torturas. Claro, si me acusaran solo de colaborar no podrían procesarme, que es lo que buscan. Básicamente hay cuatro personas en ese empeño. Yo le doy mi versión: las cuatro están mintiendo. Se han valido de documentación y declaraciones falsas para sostener sus acusaciones. Es una venganza porque nuestra colaboración –Patrone ya falleció- y Computadora fueron demoledoras para el Partido Comunista. Le pongo un ejemplo: llegamos a tener seis infiltrados en Covisunca, una cooperativa que era un núcleo duro del Partido. ¡Claro que el PCU no quiere que se sepa y claro que me quiere fulminar!  Son cosas que no pueden, no saben y no quieren perdonar.

Uno de esos testimonios es de Graciela Villar, exedila y candidata vicepresidencial del Frente Amplio.
Sí, ella es prima de mi esposa. La conozco desde 1971 y no la veo desde el 75 o 76. Ella afirma que en el 79 fue detenida porque yo la vi en el Teatro del Notariado, en un espectáculo de Fossati y Benavidez, estando yo preso, y que yo andaba apuntando gente en la calle. No es cierto. Ella fue detenida en 1978, no en 1979, y no porque yo la apuntalara, como dijo. La verdad es que a ella se la detuvo porque la nombró una informante de Partido Comunista que visitaba asiduamente su casa. Hay documentos que lo demuestran y los presentaré. Se han adulterado pruebas. En el expediente hay una ficha de Villar en el servicio médico de Fusna. Agarraron la ficha de otra y le pusieron su nombre. La ficha es del 77. Ella no estuvo presa ese año. Es una adulteración berreta. ¡Dice que tiene 45 años! Y ella tenía veintipocos. ¡45 años tenía la verdadera! ¡Es tan tosco todo! Lo probaré en el libro.

Hay más testimonios que lo acusan en el expediente
Sí. Después aparecieron otros tres testigos. Uno de ellos en 2020 dice que no me conoce, pero cuando fracasa el primer intento de extradición, no solo me conoce sino que también lo torturé. Otra de las que me acusa fue colaboradora durante un tiempo, aunque no llegó a entrar en Computadora. Por suerte todos los documentos que se están haciendo públicos permitirán demostrar que mienten. Insisto: en la Computadora no torturábamos. 

En los archivos de la dictadura, que recientemente se publicaron en internet, hay una carta que firman usted y Patrone en enero de 1980. Están presos por extorsión y le escriben a los mandos para que se los considere. Ustedes recuerdan lo que fue su colaboración y dicen que lo hicieron “sin hacerle asco a ninguna forma de combatir”. ¿Qué quiere decir eso?
No recordaba esta carta. Pero la suscribí entonces y la vuelvo a suscribir. Refleja el momento que estábamos viviendo. Usted quiere saber si al no hacerle “asco a ninguna forma de combatir” fuimos capaces de torturar. Pues, no. No participamos en ningún tipo de tortura. Roberto escribió ese alegato brillante y usó esa licencia tratando de ganar confianza de los militares, sin decirlo explícitamente. Torturar lo puede hacer cualquiera: no tiene ningún mérito, no se necesita ninguna preparación. Nuestro papel no fue ese. 

La carta que firmó Gallo con Patrone en enero de 1980 y fue divulgada entre los archivos de la dictadura

Luego dice la carta: "En determinado momento tuvimos que pasar a actuar a la vista del enemigo, y aunque escondiendo nuestra identidad, exponernos en todo tipo de operativos, interrogatorios, etc. etc, que, hicimos sin vacilaciones y sin detenernos a considerar los riesgos y futuros peligros que eso implicaba. Así detuvimos y fuimos identificados como torturadores por fanáticos irreconciliables con nuestra sociedad”. Y más adelante: “Nosotros, además, planificamos y participábamos en los operativos y hacíamos los interrogatorios". ¿No torturaban?
La cita es correcta, sí, pero le repito que nosotros no torturamos a nadie. Que planificáramos los interrogatorios no quiere decir que los hiciéramos. Que Roberto haya agrandado nuestra participación, es posible. Nosotros sí decíamos: hay que preguntarle esto y esto otro. Sí, los planificábamos. Y por supuesto que ellos nos acusaban de torturadores. Es lo que tenían que hacer: acusarnos, denigrarnos, deteriorar nuestra imagen, porque fuimos y somos el enemigo más rabioso que han tenido. Esas citas no cambian lo que yo le he dicho: en Computadora se planificaba qué se le preguntaba a la gente, qué tipo de trato se hacía con cada uno, se detectaba si aparecía alguna punta para un nuevo reclutamiento. Pero no se torturaba.

Se lo ha acusado también de haber revistado en la Policía de Maldonado.
En el primer intento de extradición metieron en el expediente una falsa prueba de que yo fui policía en Maldonado, un certificado falso emitido en la época del ministro Bonomi. Ahora mi abogado preguntó en el Ministerio del Interior si consta de alguna manera que yo haya prestado funciones en la Policía y la respuesta oficial fue que no. Lo vamos a documentar. Jamás fui policía. Es otra prueba falsa. 

¿Por qué decidió dar esta entrevista?
Estuve 50 años callado, me parecía que había que dejar atrás este pasado doloroso, de desencuentro entre los orientales, un pasado donde una organización que tenía objetivos revolucionaros y subversivos y que estaba conectada con una de las principales potencias mundiales, la Unión Soviética, alteró –mucho más que los propios tupas- la seguridad y el equilibro político y social del Uruguay. Yo pensaba que todo eso tenía que quedar atrás, que era un tema para los historiadores, pero me han traído del pasado al presente. Me han querido colocar como cabeza de turco. Quieren establecer que cinco o seis traidores destruyeron al Partido Comunista. No, no. Los que hicieron tratos, salieron de informantes, colaboraron, esos no son traidores. Son gente que se rehízo a sí misma y se abrió de toda esta porquería. Los traidores son ellos, que traicionaron a su organización a pesar de que seguían creyendo que era la justa, que fueron presos, y que le mintieron a sus camaradas respecto a lo que habían hecho. Esos sí son traidores. Son un montón.

¿Cómo se siente respecto a lo que hizo? Arrepentido entiendo que no. ¿Feliz? ¿Orgulloso?
Ninguna de esas posibilidades. Yo rompí con el Partido Comunista y lo primero para mí era salvar a mi mujer que estaba embarazada de mi primera hija. Y tengo el inmenso regocijo de haber tenido éxito. Jamás me arrepentiré de haber intuido el peligro enorme que existía si se quedaba en Argentina. Lo segundo fue no sacrificarme por el Partido Comunista y salvarme de la larga condena que me esperaba. Y luego ver el mundo de una manera distinta. Hoy tengo una cabeza libre y no llena de telarañas como la mayoría de los que no logran despegarse de la perspectiva histórica del Partido y de una ideología que se basa en el odio. 

Pero usted tiene un resentimiento hacia el Partido.
Sí, porque están tratando de clavarme una diana. Pero afortunadamente ya nunca volví a odiar con aquella cabeza idiota que tenía cuando era comunista.

¿Cómo se siente respecto a los comunistas que fueron muertos por las Fuerzas Armadas? Le nombro a Eduardo Bleier como ejemplo, pero hay muchos otros nombres.
Lo primero que me sale decirle es que fueron muertes totalmente innecesarias y lo prueba la forma en que se trabajó en Computadora. Allí no murió nadie y no hay una persona que pueda atestiguar siquiera lesiones graves, porque no ocurrió. Siento que en Uruguay no tendría que haber muerto nadie. Pero los cuerpos aparecieron, están ahí. Dicen que fueron muertes accidentales en situaciones de apremio, y fueron innecesarias, porque nada iba a cambiar. En los comunistas duros, obcecados, era innecesario gastar tiempo. Ojalá no hubieran muerto esas personas, porque ahora el presente sería más fácil de solucionar. Pero ojalá tampoco hubieran muerto los cuatro soldados, ni hubieran asesinado al capitán de corbeta Motto… Hay un montón de ojalás. Es lo que ocurre cuando en una sociedad una parte se siente agredida y la otra también. Una parte se siente dueña de la verdad y la otra también.  

¿Le molesta que lo llamen traidor?
Lo que piense, diga o haga el Partido Comunista me resulta totalmente indiferente. No me siento traidor al partido porque cuando llegué al Fusna ya no me sentía comunista. Mi único compromiso era tratar de salvar a mi familia. El mayor acto de traición que uno puede cometer es traicionarse a sí mismo. Y yo no lo hice, ni traicioné a mi familia, ni a mi pensamiento. Ser traidor al Partido Comunista para mí es algo menor, absolutamente menor. Hay muchos comunistas obsecuentes, duros, lapidarios, que sí fueron traidores porque subordinaron sus actos y sus vidas a una potencia extranjera y traicionaron a sus compatriotas. Usted me hace preguntas de corte ético y moral y yo no tengo ningún problema en respondérselas, porque tengo la conciencia absolutamente tranquila. Defendí a muerte lo que tenía que defender. Y aquí estoy rodeado de mi esposa, mis hijas y mis nietos. Viví una vida plena. Conocí países maravillosos como México, España, Argentina. Viví con intensidad. He querido y sigo queriendo vivamente, y me siento querido por los míos, que conocen todo lo que hemos estado hablando.
 

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