WAKIL KOHSAR / AFP

El cuento de la criada afgana

El fundamentalismo pos islámico no para de crecer y tiene un país a su merced

Tiempo de lectura: -'

29 de agosto de 2021 a las 05:00

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Cuando EEUU anunció que se retiraría de Afganistán comencé a leer El cuento de la criada, la novela de la canadiense Margaret Atwood, una novela de ciencia ficción escrita en 1985 que describía una zona de EEUU, Gilead, que tras un golpe de Estado pasaba a ser una sociedad donde las mujeres eran sometidas completamente a su rol reproductor y toda disidencia era aplastada.

La protagonista relataba la desesperación por escapar tras la llegada de la teocracia y la eficacia con que el gobierno instaurado impedía la salida de quienes querían escapar y la vida posterior, sin música, sin lectura, sin libertad.

Mientras eso leía en la ficción, con el anuncio de que las tropas extranjeras dejarían Afganistán se reportaba el avance Taliban y sus acciones. Un humorista que les había tomado el pelo, ejecutado, una mujer que usaba “ropas demasiado estrechas contra el cuerpo” ejecutada. 

Los soldados gubernamentales que peleaban por un salario huyendo, los fanáticos convencidos de que matar los lleva al paraíso avanzando sin pausa.

Desde hace 50 años el fundamentalismo islámico no para de crecer y ahora vuelven a tener un país completo a su merced, con el arsenal. Avanza en África donde el grupo Boko Haram toma su nombre de la “oposición a la educación occidental”. Cientos de niñas son secuestradas en las escuelas nigerianas para ser esclavas de las tropas guerrilleras a la espera de que sus padres desesperados paguen rescates para recuperar a sus hijas. Otros países sofisticados en apariencia en base a sus petrodólares imponen condiciones igualmente indignantes a las mujeres  día tras día sin que nadie se lo cuestione.

Y sin embargo el feminismo parece más preocupado por forzar al idioma español a que diga otres o niñes u otras banalidades mientras millones de mujeres tienen que salir un día si y otro también a caminar con compañía masculina forzada y mirando el mundo por una rejjilla aún más estricta que la vestimenta que se imponía a las mujeres en el libro de Margaret Atwood. 

Siempre podemos pensar que eso sucede muy lejos de aquí, que no es nuestro problema o que nada puede hacerse. Pero eso es no ponerse en el lugar del otro.

México por ejemplo ha recibido a cinco jóvenes afganas integrantes de un equipo de robótica que supo ganar competiciones en el mundo y que afortunadamente a logrado escapar a las garras del fundamentalismo antes de que fuera demasiado tarde. Si aquí supimos traer a varones sirios acusados de terrorismo, cuan bueno sería que de alguna manera pudiésemos recibir a las mujeres afganas que quieren escapar de la ideología más cruel que pueda encontrarse.

Me pregunto si el feminismo en Uruguay se pondrá de pie para decir algo con voz más fuerte y clara, para generar acciones que ayuden a encontrar la manera de mover cielo y tierra para que mujeres que se enfrentan al espectro de una vida de opresión absoluta puedan llegar a este país históricamente receptor de inmigrantes perseguidos  y mandar a sus hijos a escuelas laicas gratuitas y obligatorias.  O todo quedará en comentarios de redes sociales que no cambian nada.

En una perspectiva más amplia me pregunto por qué el feminismo es tan condescendiente con tantos países musulmanes donde las mujeres viven en una situación deplorable, algo que no suele aparecer en ninguna proclama, discurso y comentario. En un sentido más amplio también cabe preguntarse que será de la libertad en general. Porque observamos impasibles cómo tantos países van cayendo en el autoritarismo, desde Nicaragua a Myanmar. Nos alegramos cuando los cubanos o los habitantes de Belarus se rebelan, pero luego las rebeliones de los que piden libertad son aplastadas por estados autoritarios y todo sigue igual que antes, pero con países libres cada vez más escasos. 

Ahora Pakistán y Afganistán previsiblemente aumentarán los ataques sobre la Cachemira de India buscando aumentar el conflicto y debilitar a la democracia a la que tanto deploran. China y Rusia ya han corrido a legitimar a la dictadura de los talibanes y los balances geopolíticos se vuelven cada vez más adversos a los países con parlamentos y elecciones.

¿No llegará así un día en el que todos terminemos tan oprimidos como las mujeres afganas?

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.