Eduardo De la Peña es un pedazo de Nacional

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El dueño de la volea mágica que llegó a Nacional por un puñado de camisetas: la vida de Eduardo De la Peña

Fue uno de los pocos volantes del fútbol uruguayo que era ambidiestro, por lo que le pegaba notablemente con ambas piernas
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18 de febrero de 2023 a las 05:03

Fue una centésima de segundo que quedó en la historia y tanto es así que hoy cualquiera lo recuerda. Quien esto escribe, por distintas circunstancias, no pudo concurrir aquella noche gélida del miércoles 2 de julio de 1980 al Estadio Centenario.

Como era de orden por aquellos tiempos sin TV en vivo, la radio acercaba el relato de Víctor Hugo Morales. Nacional perdía de local 1-0 ante el entonces campeón de la Copa Libertadores, Olimpia, dirigido nada menos que por el profesor José Ricardo De León. Era sorpresa y angustia para los bolsos. Sorpresa, porque el 18 de junio, le habían ganado 1-0 en Asunción. Angustia, porque quedaban 7 minutos para el final y la férrea defensa paraguaya no dejaba pasar una. Además, Nacional, prácticamente quedaba fuera de esa Libertadores, porque quedaba solo un encuentro ante O’Higgins, y tanto Olimpia como los tricolores, le iban a ganar, como luego sucedió.

El golazo de volea de Eduardo De la Peña con Nacional ante Olimpia; la pirueta perfecta en el aire para clavarla en el ángulo

Entonces Víctor Hugo de repente subió los decibeles de su relato: “Pelota que tiene para el once albo Washington González, coloca el remate, arriba Victorino habilitado, la dejo para De la Peña, ¡goool! ¡Goooool! ¡Goooooool de Nacional! ¡De la Peña, De la Peña, De la Peña, de volea, de volea, de volea! Hay que ver. En el tornillo la metió. Victorino la bajó de cabeza, De la Peña entró a la carrera, le pegó de volea y la pelota se metió por el ángulo. ¡Les juro que en el tornillo!”. Y todos quienes no lo vimos entonces en vivo, juramos que había sido un golazo. Fue el relato más épico de Víctor Hugo hasta el emblemático gol de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial de México 86.

Aquí se puede ver el video de aquel golazo y el relato de Víctor Hugo Morales:

La historia de aquel gigante Nacional de 1980 hubiese sido muy distinta sin ese gol que estremeció el tornillo del travesaño del arco de la Ámsterdam.

Eduardo De la Peña siempre se caracterizó por ser de un perfil muy bajo. No es de comentarios exagerados sino más bien modestos y hasta hoy, cada vez que algún bolso lo ve, le dice “de volea, de volea”.

El equipo titular de Nacional en la final de la Copa Libertadores de América de 1980, con Eduardo De la Peña; es el segundo de abajo desde la izquierda

“Si perdíamos, quedábamos afuera de la Copa porque jugábamos contra O’Higgins y Olimpia le iba a ganar. Fue un partido complicado, nos hicieron un gol y nos costó. El profe De León era el técnico. Lo tuve en Nacional, con una marcación distinta a Mugica, pero muy aplicada en bloque sin dejar respirar a los rivales para la recuperación de la pelota. Pero en Nacional no funcionó, no le fue muy bien, en Defensor sí”, recuerda De la Peña a Referí.

Dice además que “Olimpia era el vigente campeón de la Libertadores y tenía un buen equipo, de hombres. En el gol, la calcé bien calzada. Llegó un centro de Washington González, la peinó Victorino, y me la puso en el pie”, cuenta con una humildad tremenda. ¿Se la puso en el pie? ¡Pero había que meter una volea así!

“Ese gol fue muy importante para mí y para Nacional. Fue un momento tremendo porque quedábamos afuera y faltaban 7 minutos”.

El parrillín que le regaló su familia con la frase "De volea, de volea", y su figura pateando en el recordado gol a Olimpia

Y quedó tanto en el acervo popular esa frase de Víctor Hugo, que hasta hoy tiene recuerdos en su casa del balneario La Floresta, donde vive desde hace años: “Tengo un parrillín que dice ‘De volea, de volea’; me lo regaló la familia. También tengo un mural que tirás de una pelotita con una cadenita, la cinchás y aparece el gol con el relato de Víctor Hugo”.

Pero resumir la historia futbolística de De la Peña a ese golazo, sería una afrenta al fútbol. Sería olvidarse de uno de los pocos jugadores ambidiestros que dio este país, que le pegaba tan bien de derecha -como en esa volea-, como de zurda, como otro golazo que le hizo a Peñarol. “Siempre fui ambidiestro y mis hermanos también. Lo entrenaba y me gustaba. Hice más goles de zurda en todos lados, que con la derecha. Es que aparecía por la derecha y me perfilaba para la zurda y de afuera del área le pegaba así”.

Hugo De León, Eduardo De la Peña y Arsenio Luzardo celebran el título de la Copa Libertadores de 1980 con Nacional

“Recuerdo que después le hice un gol a (Fernando) Álvez de zurda de afuera del área y de volea en un clásico. Un golazo. Empatamos 1-1 por la Libertadores de 1981. Ese gol me encantaría haberlo tenido, como tengo el otro”, explica.

Volviendo a la Copa ganada en 1980, cuenta que “El partido más difícil fue la final de acá contra Inter. Rodolfo (Rodríguez) tuvo una noche bárbara en el arco. Nosotros allá (en Porto Alegre) debimos haber ganado, con más de 20 hinchas de Nacional. Parecíamos locatarios. Acá, ellos tenían un mediocampo notable con Falcao, Batista y Jair -quien dos años después, ganaría la Libertadores con Peñarol-. Victorino era chiquito, pero muy vivo, hizo los goles más importantes. Un jugador bárbaro”.

De la Peña diferencia muy bien aquellos tiempos con estos en los que se celebra hasta demasiado un título, incluso del Uruguayo, cuando los gana un grande. Nacional y Peñarol estaban más obligados que ahora en aquel entonces, en ganar ese título local que se celebraba con lo justo. Incluso recuerda algo similar en la Copa Libertadores de 1980.

Eduardo De la Peña junto a Julio César Morales y el trofeo ganado de la Copa Libertadores de América de 1980 con Nacional

“No fue un festejo enorme, sino más bien por la gente. No hacía tanto que la habíamos ganado. (El técnico Juan) Mugica y (el preparador físico, Esteban) Gesto fueron una revolución. Mugica, por sorpresa a los contarios, y Gesto era brillante, no había con qué darle. En los segundos tiempos sabíamos que los matábamos físicamente a los rivales, les caminábamos por arriba. Mugica vino de Francia con la idea de la marcación hombre a hombre y lo hicimos así acá. Luego de algunos partidos en los que no nos salieron bien las cosas, cuando le agarramos la mano, salió lo que salió. Yo, que jugaba con la ‘8’ pero era una especie de ‘10’ y el volante más adelantado de los tres, siempre marcaba al ‘5’ de ellos. (Arsenio) Luzardo, al 8 y Espárrago al ‘10’. Y los puntas, tenían la obligación de darnos una gran mano en la marca. Así era todo planificado tácticamente”.

De ordeñar vacas a Nacional

María y Ángel, sus padres, fueron formando una familia enorme allá en el Paraje El Soldado, sobre el arroyo que lleva ese nombre, a 50 km de Minas, en Lavalleja. Él fue uno de ocho hermanos.

“Ya de gurí, laburaba, andaba a caballo y ayudaba en todo el campo que trabajaba papá. Salía a recorrer, trabajaba con las vacas, había ordeñadores, pero aprendí de chico, y hacía todo tipo de trabajos ganaderos, como la yerra, a veces la esquila con las ovejas. Con el tiempo, lamentablemente fallecieron tres hermanos. Mi vieja vivió hasta los 100 y estaba bien en ese momento para la edad que tenía, y mi padre hasta los 97”.

Cada tanto, iba a jugar al fútbol a Minas y defendió a Sportivo Minas. Jugaba con sus tres hermanos mayores y los fines de semana, defendía a algún cuadro de barrio y ya con 16, la familia se había venido para Montevideo y se metía en algún partido de la Liga Universitaria.

“En Minas jugaba de ‘9’ en la selección de Lavalleja y en Nacional empecé así durante un tiempo y terminé de volante”, recuerda.

El presente de De la Peña como empresario

Jugar en Lavalleja “era duro en aquella época y acá en Montevideo era más duro, porque afuera no se entrena como en la capital y una patada de un loco entrenado, la fuerza física es superior”.

De la Peña cuenta que “cabeceaba muy bien, hacía muchos goles de cabeza, pero me cortaron la cara por todos lados a codazo limpio en Nacional”.

En épocas sin TV y apenas una radio para escuchar, los álbumes de figuritas eran el divertimento de todos los niños. Así nacieron sus primeros ídolos en una familia en la que “todos eran y son hinchas de Nacional”. Y agrega: “Figuritas de todos los jugadores era lo único que había. Ni camisetas, ni pelotas de Nacional. Tener una de cuero era una hazaña. Jugábamos con pelota de goma y de plástico y con arcos bastante rudimentarios”.

Eduardo De la Peña junto a sus tres hijos, Diego, Marcela y Martina en el Mundial de Sudáfrica 2010, cuando acompañaron a la selección uruguaya

“Mi ídolo en Nacional era (Luis) Artime, y el otro que tenía era (Ildo) Maneiro, con el que después pude jugar con él cuando volvió al club. En la selección, mi ídolo era (Pedro Virgilio) Rocha, pese a que era de Peñarol. Maneiro era muy inteligente, muy vivo. Jugué con él y contra él en los clásicos, cuando defendió a Peñarol”.

La final de 1971 de la Copa Libertadores contra Estudiantes de La Plata, la primera que ganó Nacional, la escuchó por radio. Quién diría que nueve años después haría delirar a todos los hinchas con un gol que quedó para el mejor de los recuerdos.

Pero, ¿cómo llegó a Nacional? Se trata de una historia hermosa, de ese folclore que tenía el fútbol uruguayo de antes, a veces mal entendido, porque los clubes que vendían no se llevaban prácticamente nada.

“En la selección de Lavalleja, me dirigió Santana, un jugador de River, y después Zamora, que no recuerdo bien si no fue Rodolfo, quien dirigió en 1971 a la selección uruguaya. Con él fuimos campeones del Este”, explica.

El cuadro plagado de recuerdos, incluyendo la foto de la imponente volea a Olimpia, que tiene Eduardo De la Peña en su casa

Allí enfrentó a Canelones del Este y el técnico rival era nada menos que el Peta Ubiña.

Así lo comenta: “El Peta Ubiña fue quien me recomendó a Nacional. Me vio jugando de ‘9’. Hablaron de club a club, con Sportivo Minas. Le ofrecieron unos juegos de camisetas y un partido. Sé que muchos años después fueron a jugarlo. Yo ya no estaba. En Sportivo se quejaban que no habían cobrado nada. Fui derecho a la Primera de Nacional. Estuve una semana con el plantel y ya quedé”.

El Chongo Escalada, como técnico, lo tuvo poco tiempo, y luego llegó Luis Cubilla porque se había ido Juan Eduardo Hohberg a dirigir la selección para las Eliminatorias para el Mundial de Argentina 78. A diferencia de muchos jóvenes que llegan desde el interior, De la Peña ya vivía con su familia en la capital y eso era fundamental para él.

“Cubilla me decía: ‘Si usted sigue así, va a ser un crack’”, recuerda tímidamente, como sin querer hacer el comentario.

Eduardo De la Peña recordó viejos y buenos momentos de su carrera

De la Peña dice que cuando llegó a Nacional, se preguntaba si podría jugar al nivel de sus compañeros, porque había futbolistas de gran nivel. “Y cuando vine, me di cuenta que me faltaba mucho físicamente, pero que técnicamente me entreveraba. Había muy buenos jugadores: Muniz, Pagola, Carrasco, y varios más. Siempre me llevé bien con Juan, siempre fue igual, un personaje”.

Aún tiene en su retina las “escaramuzas con el Indio (Olivera) y el Negro Diogo en los clásicos. Tengo amistad con Venancio (Ramos), Ruben Paz, Álvez, (Mario) Saralegui, y dos por tres nos juntamos. Varios fuimos hace poco a Fray Bentos que nos invitaron a un evento. Nos invitó Amaro Nadal a través del intendente (Omar) Lafluf. Nos entregaron premios por la trayectoria y degustamos un asado. Estuvo muy bueno. También estuvieron Cacho Blanco y Rodolfo Rodríguez”.

Para un botija recién integrado al grupo nada menos que en Nacional, lo importante (e inteligente), era escuchar a los mayores. Entonces De la Peña escuchaba y no se perdía nada de lo que hacían Cacho Blanco, Víctor Espárrago y Cascarilla Morales. “Más por lo que te decían, era por lo que te mostraban, por su enseñanza”, sostiene.

La selección uruguaya que jugó ante Paraguay en el Centenario por la Copa América 1979; arriba, Rodolfo Rodríguez, Nelson Agresta, Domingo Cáceres, Eduardo De la Peña, Víctor Hugo Diogo, Hugo De León; abajo, Alberto Bica, Denis Milar, Daniel Alonso, Washington González y Ruben Paz

Su excelente nivel lo había llevado de cabeza a la selección uruguaya y luego estuvo en el grupo que disputó el Mundialito o Copa de Oro que ganaron los celestes.

“Hace poco escuché como que el Mundialito pasó medio desapercibido, como que no hubiéramos ganado nada. Sin embargo, vinieron los mejores del mundo. Italia, que un año y medio después fue campeón del mundo, Argentina que era el vigente campeón y le sumó a Maradona y a Ramón Díaz, Holanda, que había sido finalista en 1978, Alemania con un equipo bárbaro, y Brasil con un cuadrazo que perdió con Italia en el Mundial de España 82. Para mí, el segundo mejor equipo de la historia de Brasil, después del de 1970”, dice. En eso, coincide con muchos de sus compañeros de aquel plantel que ganó la Copa de Oro y que pocas veces tuvieron el reconocimiento merecido por dicho logro, por un torneo que organizó la FIFA.

Uruguay concentró entonces en San José y De la Peña recuerda que “la llegada al estadio era tremenda. ¡Era impresionante! La gente nos acompañaba durante todo el trayecto hasta el Estadio Centenario. Es increíble como después quedó medio en el olvido. La AUF no hizo mucho tampoco. Escuché hace poco que, en plena dictadura, los militares no la querían hacer porque iban a tener los ojos del mundo encima de ellos. El ideólogo fue Cataldi”.

Llegó la final contra Brasil de Telé Santana que tenía a Sócrates, Toninho Cerezo, Batista, Junior, Serginho y Éder. La ilusión de todo un país y la suya propia.

La selección uruguaya que jugó la final contra Brasil en la Copa de Oro en enero de 1981; De la Peña es el segundo desde la izquierda abajo, al lado de Venancio Ramos; luego se iría lesionado

Pero a los 36 minutos la rodilla hizo “crack” y tuvo que abandonar el partido decisivo. “Me jodí en la final, entró el Chifle Barrios e hizo el gol para el 1-0. Me rompí los meniscos de la rodilla derecha y seguí el partido con un dolor tremendo, desde el vestuario”.

Su dolor era físico, pero también espiritual. Porque fue el único jugador que no pudo celebrar la conquista. “No pude entrar a la cancha porque no podía ni caminar. Me quedé en el vestuario hecho pedazos. Tampoco pude ir a los festejos que se dieron luego en la concentración de San José, ni nada”.

Quedaba exactamente un mes para la final de la Copa Intercontinental entre Nacional y Nottingham Forest en Tokio, la primera que se jugaría allí.

Así lo recuerda: “Estuve una semana a quietud, empecé a entrenar porque venía la final Intercontinental en un mes, y jugué un partido en el Estadio (contra Honved de Hungría) y a los 15 minutos me empezó a doler y se me salió el menisco para afuera y el dolor era tremendo. Entonces, no me llevaron a Tokio. La medalla me la trajeron igual. Me operó el Dr. (Carlos) Suero y en dos meses volví a jugar”.

Su etapa en Nacional consideraba que ya estaba cumplida y quería probar suerte en el exterior. Y le llegó una oferta insólita: ir a jugar a España, pero para ello, debía casarse con una española. “Era una tramoya, una transada y por eso no fui”. Si no fuera tan increíble, daría para la risa.

También estuvo cerca de irse a Grecia, pero no hubo acuerdo. Llegó una oferta de Tecos de México a través de un contratista argentino y me fue bien. “No me quedé porque hubo una gran devaluación y nos fuimos todos los extranjeros”.

Eduardo De la Peña jugando en Deportivo Cali en 1983; en la foto aparecen parados Félix Polo, Felipe Revelez, Carlos Hoyos, Germán Patiño, César Valverde y Pedro Zape, y agachados Ricardo Ruiz Moreno, Amaro Carlos Nadal, Eduardo De la Peña, Sergio Angulo y Cristino Centurión

Entonces fue a jugar a Deportivo Cali con los uruguayos Amaro Nadal y Felipe Revelez. “Tuve una lesión grande de tobillo y de ahí volví a Nacional. Pero Tecos era dueño de mi pase, creo que ahora si quiero jugar, tengo que pedirle permiso porque eran como tus dueños de por vida, (se ríe) y Paco (Casal) me llevó a Huracán de Argentina”.

Sus padres tenían su casa de veraneo en La Floresta y hace 10 años que vive allí y viaja todos los días a sus empresas en Montevideo. “Tengo un cambio y locales de Redpagos y trabajo en Pocitos. A La Floresta iba con mis viejos desde los seis años, después compraron casa y yo me la quedé. Dos por tres me encuentro con Jaime Roos, vive acá y camina bastante. Siempre le gustó La Floresta”.

Joaquín Izuibejeres celebrando el título de la Liga Uruguaya de Básquetbol con Trouville en 2005, junto a su padre, el Chino Roberto Izuibejeres; Joaquín es sobrino y ahijado de Eduardo De la Peña

En básquetbol, toda la vida fue de Trouville y fue muy amigo del Chino Roberto Izuibejeres, quien se casó con una de sus hermanas.

Es tío y padrino de Joaquín Izuibejeres, el exbasquetbolista que ganó la Liga Uruguaya de Básquetbol con los rojos de Pocitos en 2005, quien defendió a Malvín, Hebraica y Nacional, entre otros, además de a la selección uruguaya y poseedor del récord de más partidos en la Liga. Fue el primer uruguayo en jugar en el básquetbol venezolano en 2007.

“Le seguí la carrera y era un hincha más. Un amigo mío era dueño de Redpagos y siempre me decía que Joaquín iba a ser un fenómeno. Tenía la pelota desde que se levantaba y el padre, El Chino, también era bueno y un gran amigo”, cuenta.

Los seis nietos varones de Eduardo De la Peña en la actualidad

Eduardo tiene tres hijos: Diego, Marcela y Martina, y seis nietos, todos varones. “Soy un abuelo bastante joven, no el típico abuelo viejito. Los disfruto mucho más”.

De la Peña disfruta de su vida junto a su familia, como el hincha de Nacional disfrutó de su fútbol, de su tremenda pegada con ambas piernas y de su amor condicional por esos colores. Un jugador de los que aparecen cada tanto.

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