Noche cerrada en la sede de Nacional. Era un lunes y el día anterior, habían perdido 2-0 contra Huracán Buceo y los resultados no se daban. Tres meses antes, habían ganado la Liga Mayor, la primera edición que se jugó. De repente, se empezaron a escuchar ruidos muy fuertes y era la Policía. En plena dictadura, entraron como quisieron, lo encapucharon y se lo llevaron. Los que lo rodeaban, no podían creer lo que veían.
“Estaba charlando con algunos dirigentes y amigos y escuché un ruido fuerte. Me fui a asomar para ver qué pasaba y de repente, me habían encapuchado. Había sido (Hugo) Campos Hermida quien había ordenado todo. Me llevaron y yo no entendía nada. Fue el 22 de marzo de 1976, no me olvidé más. Me tuvieron desaparecido durante una semana, desnudo y colgado con los brazos atados atrás. No me morí, porque estaba bien físicamente. A la semana, me largaron y fui a hacer la denuncia penal con el inolvidable Víctor Della Valle. Hasta el día de hoy no sé por qué me llevaron”, recuerda a Referí, Juan Ricardo Faccio.
Su familia y él escribieron una buena parte de la historia del fútbol uruguayo.
A punto de cumplir 86 años, Juan tiene una memoria prodigiosa. Como ocurría en aquellos años, quien venía al mundo nacía en una casa, no en un sanatorio.
“Nací en la casa de mi abuela Máxima en diciembre de 1936 en el barrio Jacinto Vera. Ella era la cuñada de Abdón Porte, que era hermano menor de mi abuelo Juan. Ella, a su vez, fue la madre de Roberto Porta y de mi mamá Dora. Todos los domingos comíamos a las 12 los ravioles, porque la pasaba a buscar el Gallego Amado a las 13, un taxista que nos llevaba al Estadio para ver a Nacional. Ir era una religión”.
“A mi abuelo lo anotaron mal porque el apellido es Porte. Solo a Abdón se lo escribieron bien. Porte es vasco francés, y gracias a que mi abuelo se llamó Porta, mi tío Roberto pudo jugar en la selección de Italia, después de ser campeón con Uruguay”, explica.
Él no era nacido, pero la muerte de Abdón sacudió a todo el país futbolero.
“Un día le pregunté a mi abuelo Juan cómo había sucedido y me lo contó. Abdón le dijo a él -que era su hermano mayor-: ‘Juan, me vengo a despedir porque mañana me voy a matar al Parque Central’. Mi abuelo le dijo cómo vas a hacer eso y pensó que era cosas de muchachos. Abdón estaba mal anímicamente porque tenía lastimada una rodilla y se le estaba complicando jugar en Nacional, pese a que el día anterior había jugado contra Charley. ‘Mañana vamos a la playa Buceo y te ponés agua y sal’, algo que se estilaba mucho en la época para curar algunas lesiones”, dice.
Y continúa: “Creyó que lo había convencido. Al otro día de mañana, 5 de marzo, era el cumpleaños de mi abuelo y estaba ordeñando. Golpearon el galón y le dieron la mala noticia del suicidio. Nacional siempre se portó bien con él, más allá de ponerle el nombre a una tribuna. Había gente que le decía a mi abuelo que estaba loco. ¿(Baltasar) Brum no se mató por la patria? ¡Es el amor! Pasa en muchas situaciones”.
Juan recuerda que se crió en el barrio junto con el humorista Roberto Barry, pero tenía a un vecino notable.
“Vivía a la vuelta de la casa de (José) Nasazzi en Gustavo Gallinal y Requena. Jugábamos a la pelota en la puerta de la casa. Él trabajaba en el casino y llegaba tarde. Al otro día, salía a tomar mate y estaba su mujer, la francesa, y él se ponía en piyama, la señora le aprontaba el perezoso de lana y se ponía a mirar nuestro partido. ¡Tenía una pinta…! A veces me decía: ’Juancito, ¿por qué dejaron de jugar?’ y yo le respondía: ‘¿Y si le pegamos a su termo?’. ‘Sigan jugando, cualquier cosa, me compro otro’, me contestaba.
Recuerda con admiración a su tío, Roberto Porta, quien fue uno de los iconos de Nacional del quinquenio e ídolo de Independiente. “Con 16 años jugaba en la Primera de Nacional e hizo ala con (Héctor) Scarone y con (Pedro) Petrone. Debutó con Scarone, Roberto de puntero y después pasó de entreala. Roberto fue un fenómeno, llegó a jugar en la selección de Italia. Capitán de Uruguay en la Copa América de 1942 que se ganó en Montevideo, con Obdulio y todo”.
En ese mismo equipo de Nacional al que se refiere, también jugaba su papá, Ricardo Faccio. Es decir, su padre y su tío, llegaron a coincidir en los tricolores.
“Mi papá era de Durazno, era el mayor de siete hermanos. Trabajó de peón en una panadería y el dueño era gran hincha de Nacional y lo llevó. Antes había jugado en el club Uruguayo y luego en Universal. Se fue en 1933 a jugar a Inter de Milán de Italia, que se llamaba Ambrosiana. Al igual que mi tío, jugó en la selección italiana”.
Su mamá se casó a los 17 años porque Ricardo se iba a jugar a Italia y se iban juntos. “Allá nació un hermanito mío, Juan Duilio, pero cuando volvieron a Montevideo, con un año y medio, murió de pulmonía. Cuando mi mamá quedó embarazada de mí, se vino. Y cuando empezó la guerra, el embajador uruguayo Berro, le dijo a mi padre que, si se quedaba, iban a llamarlo a combatir, y volvió a Nacional”.
Entonces Juan Ricardo, de niño, conoció a todos los cracks del quinquenio tricolor.
“Conocí a Atilio (García) en el Parque Central porque yo iba todos los días a ver a mi papá y tengo una foto en la que aparece junto a mi viejo y a mí con una caldera en la mano. Era de muy pocas palabras, pero era un fenómeno. Hizo 34 goles clásicos, y no decía nada al periodismo, sonreía y hablaba bien de sus compañeros, no alardeaba”, dice.
Cuenta que cuando tenía cuatro años vio “al Parque (Central) al otro día que se incendió en 1941. Todavía tengo el olor de los tablones humeantes. Luego de eso, los jugadores iban caminando hasta el Parque Palermo para entrenar. Los hinchas se juramentaron que lo iban a hacer de nuevo, y en dos años lo construyeron”.
Nacional entrenaba de mañana y él se quedaba mirando a uno de sus ídolos, el arquero Aníbal Paz, quien se quedaba un rato después de terminada la práctica. “Iba a la escuela pública y me quedaba a ver a Aníbal y a veces, él me llevaba en su auto, un Ford verde. También tenía como ídolo a Luis Ernesto Castro. Quería jugar como él, pero no llegaba ni a atarle los cordones”, dice sonriendo.
Su papá ganó tres Uruguayos con Nacional, dos de esos títulos, del quinquenio y debutó en 1933 en la selección uruguaya con Alberto Suppici, técnico campeón del mundo en 1930.
En 1933 a Nacional lo llamaban La Máquina y el padre de Juan era el centrojás, jugando con Nasazzi y Petrone, quien había regresado de Fiorentina.
“Mi viejo se fue a Italia y en el Mundial de 1934 que se jugaba allí, estaba en el plantel. Los brasileños protestaron y Vittorio Pozzo, el técnico, lo sacó. Pero luego de conseguir el título le dieron la medalla y el dinero como si hubiera sido campeón. Él jugaba con Monti y Giuseppe Meazza. Con el argentino no se hablaba por lo que había pasado en la final del Mundial de 1930 cuando él habló mal de los uruguayos y de que lo habían amenazado de muerte. Después, en 1936, sí jugó con Italia”.
Fue al liceo 8, realizó preparatorio en el IAVA y entró a Facultad de Derecho. Jugaba de puntero derecho y empezó en Nacional en Cuarta. Estuvo un tiempo y con 16 años se fue a River. "Debuté en Primera en 1956. Fui luego a Bella Vista y ahí veía al Mariscal (Nasazzi) que siempre nos iba a ver y me hablaba mucho”.
Recuerda que, en su tiempo de futbolista, trabajaba en las fábricas de lana. El Pulpa Etchamendi era obrero de una, junto con Dogomar Martínez y ahí los conoció.
“Como el Pulpa había jugado en Central y conocía a mi padre y a mi tío Ramón, me vio jugar en la Liga Palermo. Un día me encaró: ‘No sabía que usted jugaba tan bien. Se parece más a Porta que a su viejo’, me dijo para que me agrandara, porque tenía un plan: quería llevarme a Misiones en la Intermedia. Tomamos un café y le dije que no, que yo jugaba en la B y no quería bajar una categoría”, explica.
Entonces, el Pulpa redobló la apuesta. “‘Ah, ¿quiere jugar en otro club de la B? Lo llevo a Canillitas’. Y ahí me fui. Estaba el Loco Pamento que era el padre de los Espert. De físico, era más grande que ellos todavía, y, además, era uno de los hinchas que ponían el dinero. Éramos locales en todas las canchas. Después, el Pulpa me llevó a Liverpool y le salió un contrato en Colombia y se fue. Ahí salimos campeones de la B, fui el segundo goleador con el Pato Galvalisi de técnico en 1966. Dos años después, me pidieron para que fuera técnico en el club y allí comenzó mi carrera. Hasta hoy soy socio honorario e hincha de Liverpool”.
Fue también jugador fundador de El Tanque. “Ganamos la Liga Palermo. Estudiaba Derecho con Víctor (Della Valle) y nos anotamos con él. Fue una linda experiencia”.
Como se pudo apreciar, conoció a grandes del fútbol uruguayo como a Nasazzi, Atilio García, Aníbal Paz y todos los cracks del Nacional del quinquenio. Pero también conoció a Obdulio Varela, a quien siempre llamó Jacinto, por su segundo nombre.
“Mi vieja lo odiaba (se ríe). Jugaba en Deportivo Juventud y cuando salía, nos tocaba timbre para que mi papá lo acompañara al boliche. La esquina se llenaba de gente. Papá tomaba caña y Jacinto, vino. Cuando falleció papá en 1970, lo velamos en casa, y Nacional nos pidió que querían velarlo también en la sede. Jacinto vino de tardecita y se quedó toda la noche en casa. Cuando se iba, le dio un beso al cajón y le dijo a mi viejo como si aún estuviera vivo: ‘Canario, te despido ahora, porque donde van ahora (la sede de Nacional), no soy bien recibido. No quiero ir para que no haya problemas’. Y se fue”.
Cuando Obdulio murió, la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales -de la que fue secretario general- le pidió a Juan que dijera algunas palabras. “Solo dije ‘adiós, Jacinto’, porque no podía hablar. Era una persona que tenía principios inalterables. Un ejemplo”.
Un año después de la muerte de su padre, se hizo cargo de la selección uruguaya en dos amistosos contra Alemania Oriental.
“Me llevaron a la selección para hacer un interinato. Es la emoción más grande que puede haber. Recuerdo que dos meses antes, se había retirado Néstor “Tito” Goncalves del fútbol en un partido de Peñarol y Cerro. Era una gloria y se fue con poco reconocimiento. Entonces le ofrecí si quería despedirse con la selección y aceptó. Lo saqué a los 40 minutos para que lo aplaudiera todo el Estadio, vino al banco, me abrazó y se puso a llorar. Fue un gigante”.
Luego dirigió a Barcelona de Guayaquil, pero su esposa estaba embarazada y extrañaba y regresaron.
“Volví y me llamó Washington Cataldi junto a Gastón Guelfi para que dirigiera a Peñarol. Les dije que era socio de Nacional desde que nací y pensé que me iban a decir que no, pero me dijeron que no había problemas. Guefli fue lo máximo que conocí, lo más distinguido. Peñarol era un caos, porque Ondino Viera lo había dejado colgado en Ecuador. De ahí me fui a Europa con la delegación tres meses, entre ida y vuelta duró 96 días, y cuando llegué era padre porque nació mi hija Florencia. Las comunicaciones no eran como ahora, y mi familia no me había contado nada. Me fueron a esperar al aeropuerto y allí conocí a mi hija que había nacido unos días antes. Le dije a Cataldi: ‘Washington, usted me dijo que la gira era por un mes. No vi nacer a mi hija’. Y me contestó: ‘Juan, si le decía la vedad, usted no viajaba’”.
Había llegado Daniel Quevedo y no le estaba yendo bien, erraba muchos goles jugando de ‘9’. “Lo querían devolver y hablé con él. Lo puse de puntero derecho y fue un fenómeno”.
Faccio fue el responsable de la llegada del máximo goleador en la historia del fútbol uruguayo a Peñarol: Fernando Morena.
Así lo cuenta: “Había dirigido a River en 1971 y lo había salvado del descenso. Descubrí a Morena y cuando fui a Peñarol tuve la posibilidad de llevarlo. Me dijeron que no, que era hincha de Nacional, pero Cataldi y Guelfi lo quisieron. Y Morena tuvo una carrera formidable en Peñarol y sigue siendo ídolo hasta el día de hoy. Fernando siempre me lo reconoció. Ahí también formé el doble 5 con Nelson Acosta y Ramón Silva, a quienes había dirigido en Huracán Buceo y en River. El otro día recibí la medalla y el diploma por los 50 años de socio”.
En 1975 dirigió a Nacional y fue campeón de la Liga Mayor. “Me designaron Restuccia y Nasim Ache, luego de que había venido de dirigir en España. Mi vieja fue la que más influyó. Tenía 39 años y 39 años de socio, en ese entonces. El club era un descalabro bárbaro. Lo hice con alma y vida y con amor, y armamos aquel equipo de la nada”.
Dice que contaba con excelentes jugadores como “Caillava, Muniz, Carrasco, Revetria, Pagola, Villazán, el Polilla (De los Santos) y Darío Pereyra, entre otros”.
Luego del episodio de su desaparición durante una semana, se fue a dirigir al exterior. Estuvo en México y también dirigió a la selección de El Salvador en las Eliminatorias para el Mundial de Argentina 78.
“Allí descubrí al Mágico González. ¡Qué jugador bárbaro! En esas Eliminatorias, nos robaron, porque tendríamos que haber clasificado”.
Como técnico fue vicecampeón mundial con la Liga Universitaria, Uruguay había sido campeón de América y jugaron en Frankfurt.
“Salí llorando porque sabía que era la última vez y nos acompañó Tabaré Vázquez, como presidente de la delegación. Lo hizo luego de haber sido presidente de la República por primera vez”.
Luego fue periodista deportivo en distintos medios escritos y radiales, y también escribió “varias obras de teatro. Una de ellas es ‘El tercer tiempo’. Cuando te retirás, si no tenés una profesión, vivís una vida temporaria. Lo aprendí en mi familia. Roberto (Porta) había ganado todo con Nacional y la selección, y si no le conseguían un trabajo en el casino, como lo hicieron, se moría de hambre”.
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá