Marcelo Otero en su casa del Cerro de Montevideo

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Hizo cadenitas de oro, Venancio fue su ídolo y erró un penal para salvar a Paolo; la vida de Marcelo Otero

Marujo fue uno de los mejores delanteros uruguayos de la década de los años de 1990
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04 de febrero de 2023 a las 05:00

La cantidad de veces que su mamá Ana le atendió los dedos gordos de los pies fue tremenda. Jugaba al fútbol descalzo con sus amigos en la calle y las piedras azules de la fortaleza del Cerro no perdonaban. Se vivía lastimando las uñas de tanto pegarle a la pelota de tiento.

Era una niñez “feliz” con su papá Raúl que lo llevaba siempre a jugar al baby. Nunca se perdía un partido de él ni de su hijo mayor, Omar. Primero en Huracán del Cerro y luego en Stockolmo.

“El club tenía un convenio con River y fui. Jugué en una gira con 12 años y no me ponían mucho, me dijeron que era muy chiquito y que querían otro tipo de jugador. Me fui a probar a Central, pero ya me quedaba muy lejos por el ómnibus, y terminé en Rampla que me quedaba cerca. Mi papá era hincha de Rampla, como yo. De los grandes siempre me gustaba Peñarol”, cuenta Marcelo Otero a Referí.

Marcelo Otero con un sombrero y en familia junto a su hermano Raúl Omar, su padre, su madre, su abuela Maruja -que le dio el apodo-y su cuñada

En el barrio se armaban partidos de aquellos. Él tenía solo 13 años y fue a ver uno de ellos que jugaba el club del barrio, Tito Borjas. Perdían 2-1 y un amigo de su padre le dijo que lo dejara jugar. Jugaban hombres de 30 y pico de años, pero su papá lo dejó entrar. “Hice el 2-2. Me pegaron una patada en la ingle que me mataron. Cuando llegué a casa con la ingle inflamada, mi madre casi lo mata a mi viejo”, recuerda con una sonrisa.

Era muy inquieto, no paraba, como la mayoría de los niños. Su abuela –llegada de Pontevedra, España– se llamaba María Antonieta, pero le decían Maruja. Una vecina que la trataba mucho, comparó a Marcelo con ella y dijo: “Es Marujo en pinta”, ya que tenían caracteres parecidos.

De allí en adelante, –pese a que su mamá Ana lo odiaba–, le quedó el apodo y para todos es Marujo.

Venancio Ramos era su ídolo, pero también le gustaba el Pollo (Daniel) Vidal. “Tenía 16 años y yo los veía. Jugaban en mi puesto. Cuando Peñarol ganó la Copa Libertadores de 1987 salí a festejar con Omar y cuatro amigos a 18 de Julio”, dice.

Marcelo Otero con Rampla Juniors en 1992 cuando lograron el ascenso con un gol suyo; de allí pasó a Peñarol

Su padre era joyero y trabajó más de 40 años. Trabajaba en su casa para una joyería importante y a veces Marujo lo ayudaba con cadenitas de oro que no eran difíciles de hacer. “Con Omar le dábamos una mano. Éramos humildes, pero no nos faltaba nada. Éramos felices con esas condiciones”.

Era enero y hacían las pruebas para tratar de jugar en Rampla. “Había 100 botijas y se hacían varios partidos y me destaqué por la velocidad. Justo ese año, bajamos, pero teníamos gran equipo con (Manuel) Anzorena. (Javier) Baldriz, los mellizos Santurio y (Martín) Lasarte, que después se fue para Nacional”.

Cuando comenzó en las inferiores, se destacó, pero su carácter era irascible.

“En la Cuarta tuvimos un problema con Progreso en la cancha de Huracán de Paso de la Arena. Me hicieron un foul fuerte y le pegué un cabezazo a uno. Se armó la generala y el juez me echó. En el formulario escribió que me dedicara a las artes marciales en vez de al fútbol. Me dieron 12 o 13 partidos, todo el campeonato. Mi viejo casi me mata. ‘Ser guapo no quiere decir que pelees dentro de la cancha’, me decía”.

Tres exjugadores de Rampla: el campeón del mundo en Maracaná 1950, Óscar Omar Míguez, Marcelo Otero y Juan Carlos Borteiro, el técnico que lo llevó a jugar en Primera división

A raíz de todo eso, el técnico Juan Carlos Borteiro –quien jugó en Rampla, en Alemania y también fue árbitro–, justo se hizo DT de Primera, y le habló. “Si te comportás, quiero que juegues en el Primero. Sos buen jugador, importante.  después no me echaron más. Me habló y me cambió la vida porque corté la salida a los bailes y cumpleaños de 15 para profesionalizarme”.

Su nivel llevó a que Nacional se interesara en él. “Fui a préstamo a Nacional con 18 años, jugué en Tercera casi todo el año con Gustavo Méndez, Chilindrón, Mozo, Maristán, Wilson Núñez y los campeones de 1988. Estaban Seré, Ostolaza, Morán, Cardaccio, y después jugué seis partidos con Saúl Rivero que estaba de técnico después de (Roberto) Fleitas. No hicieron uso de la opción y volví a Rampla y salimos campeones de 1992 y ascendimos”.

Y vuelve sobre Nacional: “Me dejó una buena experiencia y conocer a gente fantástica como Ostolaza, Yubert Lemos, el Indio Morán. Me bajaba del ómnibus y me llevaban ellos en los autos. El Vasquito me levantaba en la cancha de Bella Vista y me llevaba hasta Los Céspedes”.

Marcelo Otero cuando defendía a Nacional

A su padre se le ocurrió una idea y fue a hablar con Eduardo Abulafia, porque quería conocer a Francisco “Paco” Casal.

“Le dijo que había un botija que era hijo de un amigo que jugaba muy bien en Rampla. Le pidieron una dirección para encontrarlo, por las dudas, y mi viejo dio la nuestra. Me vieron jugar y fueron a la casa para hablar con el supuesto padre de ese botija. Mi viejo abrió la puerta. Entonces se dieron cuenta y le preguntaron: ‘¿Por qué no nos dijo que era su hijo?’. Y mi papá les contestó: ‘Porque si se los hubiera dicho, no me habrían dado bola y no lo hubieran ido a ver’”, comenta.

Otero muestra orgulloso el equipo de Peñarol de 1993 cuando ganó su primer Campeonato Uruguayo

Gregorio Pérez lo citó para una preselección uruguaya sub 17 en la que finalmente no quedó. Al cabo de los años, lo pidió para Peñarol. “Tenía un miedo bárbaro de que no se hiciera la transferencia. (José Pedro) Damiani tenía una presencia bárbara. ¡Cómo hablaba! Fue uno de los mejores presidentes de Peñarol hasta hoy. Siempre fue clarito con nosotros. Le pedí US$ 10.000 para comprar una casa y me los dio en menos de dos minutos. Nunca habíamos visto tanta plata junta con mi viejo (se ríe). Cuándo le fui a pagar, me dijo: ‘¿Alguna vez te la pedí? Quedate tranquilo que algún día me la voy a cobrar’. Íbamos siempre a la Ámsterdam con mi viejo y era un sueño cumplido vestir la camiseta de Peñarol”.

Cuando se compró la casa, se casó y tuvo su primer hijo, Diego, en 1993. Empezó a ganar un poquito de dinero, su padre dejó de trabajar, y tuvieron un puesto-almacén que trabajaban para ellos. "Gran parte de mi sueldo lo dejaba en casa y con lo que hacíamos en el almacén, salimos adelante. Le compré una camioneta Chevrolet C 10 a mi papá que estaba como loco. Mi hermano Danilo, tiene siete años menos, ya hacía sus primeros pasos en el fútbol. A mi viejo le gustaba mucho esa camioneta”.

En su debut clásico también debutaba  Pablo Bengoechea. Fue titular: “Todos me daban para adelante. Bengoechea, el Chueco (Perdomo). Cuando terminaba el primer tiempo, el Hugo De León me hizo un penal. ‘Guacho de mierda, te tiraste’, me dijo”. Ese fue el primer gol de Bengoechea a Nacional.

En el minuto 6.16 de este video se puede ver el penal de Hugo De León sobre Otero y el primer gol de Bengoechea en su historia en Peñarol ante Nacional:

Otero ganó los primeros tres años del segundo quinquenio manya. Así recuerda cómo empezó todo: “Peñarol venía jodido, siete años sin ganar un torneo, la gente nos exigía que ganáramos porque el plantel había cambiado como 10 o 12 jugadores, y esa gente, te hacía entender lo que era Peñarol. Nos hicieron sentir la camiseta. Hice 12 o 13 goles y fue un año espectacular para mí. Éramos gurises y nos reflejábamos en los grandes”.

Peñarol 1993 campeón uruguayo: arriba: Nelson Gutiérrez, Gerardo Rabajda, Robert Lima, Danilo Baltierra, José Enrique De los Santos, Washington Tais; abajo: Diego Dorta, Gustavo Rehermann, Pablo Bengoechea, Marcelo Otero y Darío Silva

“El Vasco (Óscar) Aguirregaray, se tiraba en el pasillo del avión, no se podía sentar porque le daba vértigo, tomaba 14 mil pastillas antes de subirse. Le tenía terror a los aviones. Cuando ganamos la Copa Parmalat, el avión de vuelta creo que se movía, porque bailábamos y cantábamos todos las canciones de Peñarol. Era un grupo muy unido, salíamos con nuestras esposas. Incluso a veces también venía Gregorio con la suya”, cuenta.

Justamente con Gregorio tuvo un altercado que lo dejó fuera de la finalísima ante Defensor Sporting por el Uruguayo de 1994. Habían empatado las dos primeras, y en la tercera, se jugaban todo.

Todo empezó en la segunda final. “Yo tenía el menisco de la rodilla roto y Gregorio me decía que yo era fundamental para que jugara. Me dijo que si no me dolía y podía jugar, que lo hiciera. Yo le contesté que me dolía, pero si él me necesitaba, yo jugaba, pero que no iba a estar al 100%. Todo pasa por algo. Jugué y él me sacó y por calentura, lo insulté. No me dijo nada. Me fui al vestuario”, cuenta.

Un partido de Peñarol ante Basáñez en 1994 con Marcelo Otero rodeado de rivales

Y sigue: “Hasta la otra semana no me dijo nada, yo sabía que no estaba bien. Se venía la tercera final contra Defensor que era decisiva. Y no me citó siquiera en el plantel por lo que había sido mi actitud y mi insulto. Lo que destaco es lo humano de Gregorio porque yo estaba en la tribuna, me fui para el vestuario, él no festejó el título en la cancha, se fue al vestuario, me dio terrible abrazo y me dijo: ‘Lo tenía que hacer (sacarme)’, y le comenté: ‘Está todo bien, fue un momento mío de calentura’, y hasta hoy somos amigos. Tenía que terminar así y sin rencor”.

Llegó la Copa América 1995 que organizó Uruguay. El Pichón Héctor Núñez era el técnico de la selección y lo citó por primera vez para un amistoso ante Perú.

En familia: Marcelo Otero aparece con sus dos hijos que viven en España, Diego y Caroline, y también con su nieta Ainoha

“El Gallego Núñez siempre me tuvo en consideración desde que me vio en Nacional. Él llegó al club cuando yo me fui y me enteré que preguntó; ‘El chiquito que le quedaban los pantalones grandes, ¿no está más acá?’, y le dijeron que me había vuelto a Rampla. Yo siempre pensaba que iba a ser muy difícil poder quedar en el grupo definitivo porque tenía a grandes jugadores por encima: el Negro Darío (Silva), Osvaldo Canobbio, el Manteca (Martínez), (Daniel) Fonseca, Ruben Sosa… Nunca pensé que me iban a elegir a mí”, explica.

Pocos días antes del inicio de la copa se dio un encuentro tremendo entre el plantel y algunos campeones de Maracaná. Se hizo con público y en el Teatro Solís.

un festejo de Marcelo Otero con Uruguay en la Copa América 1995; en el cuadro de arriba, se ve la camiseta de Stockolmo, club que defendió en el baby fútbol

“Era la primera vez que pisaba un teatro –dice y se ríe–. Estaban Obdulio (Varela), (Roque) Máspoli y (Alcides) Ghiggia, entre otros. Sabíamos que Uruguay no había perdido nunca de local por Copa América y además, que siempre había sido campeón. Pero nos tiraron un poco más de presión. Con Gustavo Méndez nos poníamos la camiseta en la concentración de Los Aromos, nos mirábamos al espejo y decíamos: ‘Entra (Schubert) Gambetta (en el caso de él). Ahora entra el Negrito Méndez’. Y yo decía: ‘Entra Ghiggia’ y después lo cambiaba por el ‘entra el Marujo Otero’”.

En la semifinal contra Colombia le hizo un gol a René Higuita para el 2-0 final –tras un magnífico pase de Gustavo Poyet–, pero se le cayeron encima de la rodilla más tarde, y terminó lesionado.

Aquí se pueden ver los dos goles de Uruguay ante Colombia, el primero de Edgardo Adinolfi, y el segundo, de Marcelo Otero:

En cuatro días se jugaba la final contra Brasil y el dolor no paraba. Tenía un esguince de rodilla. Entonces, en secreto, tomó una determinación desesperada.

“Le pedí a Walter Ferreira –el kinesiólogo de la selección, quien años más tarde sería fundamental para que Luis Suárez pudiera jugar el Mundial Brasil 2014– que me infiltrara, y le dije: ‘No le digas a nadie’. Él nos conocía bien a los jugadores y si le pedíamos algo, sabía que no jodíamos. Cuando uno deja de jugar, se da cuenta que el jugador si pide algo es para sentirse mejor y jugar la final. ¿Cómo no iba a jugar? ¡Y yo ni rengueaba!”.

Pese a jugar lesionado, fue trascendente en esa final. Quizás pocos recuerdan que la jugada del empate de Pablo Bengoechea, se dio por una falta de Aldair sobre Marujo al borde del área.

“Cuando me pegó Aldair en el tiro libre que empató Bengoechea, la rodilla me empezó a doler con todo. Ahí no podía más, pero aguanté hasta el final. Aldair me puteó todo: “Te tiraste”, y yo le contesté: “¡Si no me podés agarrar!”.

Aquí se puede ver la falta de Aldair sobre Otero y el golazo de Bengoechea para Uruguay en la final de la Copa América 95:

Cuando terminó el partido empatado llegaron los penales y Otero le pidió al técnico Núñez para patear uno. “’No, tú has cumplido con toda la Copa América, pero esta responsabilidad no te la voy a dejar, va a patear otro’. Yo toda mi vida fui impulsivo y me calenté”, recuerda.

Fue goleador de Uruguay de la Copa América con tres goles y no tiene fotos con el trofeo en la final.

Marcelo Otero celebra su gol ante Colombia en la semifinal de la Copa América 1995, con René Higuita en el piso

“Tengo una foto con la bandera de Uruguay y mi hijo en brazos. Es la única que tengo de la final. Mi hermano Danilo estaba en la Platea Olímpica con amigos y le tiré la camiseta. Me subí al tejido y le dije: ‘¿Qué hacés acá, si papá, mamá y mi hijo están en la América?’. La primera vez que la vi bien a la copa, tranquilo, fue una vez que fui con mi hija de 17 años y en el Museo del Fútbol. Y no me saqué una foto. No quise. Ella sí se sacó una".

El premio por ganar esa Copa América fue muy poco. Tanto es así que recuerda que ganaba más en Peñarol que cuando jugaba en la selección en aquella época.

“Jugábamos más por la gloria que por la plata. Estaba el tema de los repatriados, unos líos bárbaros, lo sufrieron más Fonseca, Enzo (Francescoli) que estaban afuera. Nosotros nos pagábamos los pasajes en avión”, dice.

Marcelo Otero en la final de la Copa América 1995 que consiguió con Uruguay

Cuando asumió Daniel Passarella, cuatro años después, lo llamó en plena pretemporada con Vicenza de Italia. Venía de tres semanas sin fútbol y muy duro, como ocurre en cada pretemporada. Le dijo que no podía jugar porque tenía 20 días sin fútbol, pero lo citó igual para jugar contra Colombia en la altura de Bogotá por las Eliminatorias para el Mundial de Japón y Corea 2002.

“Fue el único partido que le dije que no podía jugar, porque perjudicaba al equipo. No me entendieron y vine igual. Y me sacó a los 5 minutos del segundo tiempo. No la toqué, solo corrí. Me calenté y fui a hablar con Passarella y le dije de todo. Consideraba que no me tenía que haber sacado. Yo me conocía bien. No jugué más por la selección desde ese día. Después vino (Víctor) Púa y no sé por qué pero no me quería”, explica.

Marcelo Otero dejó un gran recuerdo en Peñarol

Cuenta algo que no muchos conocen. “Mucha gente pensaba que ganábamos mucha plata con la selección y no es así. Es más: el dinero que ganábamos por premios, los donábamos para la Mutual, pero eso no lo sabe nadie. Queríamos dar un paso adelante con Paolo (Montero) para que eso quedara a futuro con otros planteles”.

Cuando las cosas le habían salido muy bien con Peñarol y la celeste, le llegó una oferta de Italia. No se quería ir, pero Casal casi lo obligó. Vicenza era el club, pero antes tenía que firmar contrato en Milán.

“Paco me dijo: ‘Mirá que te vas para Italia’. ‘Yo no me voy nada, quiero jugar en Peñarol’, le contesté. ‘No, vos te vas. Aprontá todo’, me volvió a decir. ‘No tengo ni valija’, le expliqué. ‘Llevate algo así nomás, para un par de días, hacé planes porque vas a firmar por cuatro años’, terminó diciéndome Paco. La alegría llenó mi casa. El llanto de emoción de mis padres, el mío, porque nos íbamos a un país nuevo”, recuerda.

Marcelo Otero con la camiseta de Vicenza de Italia en donde hizo historia

Y cuenta una anécdota imperdible de cuando llegaron a Milán y se tuvieron que comprar trajes: “Lo único que sabía de Vicenza era que había jugado Paolo Rossi porque lo vi en el Mundial 82. Tenía adoración con él, y un poster en mi cuarto de casa y coincidió que fui a ese club. Después me enteré que (Roberto) Baggio jugó allí. Llegamos a Milán para firmar los contratos de un sábado para un domingo, Pitongo (Daniel Delgado, ayudante de Casal) nos llevó con el Negro Méndez y allá nos compró unos trajes para la presentación en Vicenza. Pero cuando los trajo, nos dimos cuenta que el saco y el pantalón nos quedaban largos. Estuve hasta las 2 de la mañana cosiendo dobladilllos de los pantalones y de las mangas. ‘¿Cómo sabés?, me preguntó el Negro Méndez. ‘Y…, hay que hacer de todo. Yo veía a mi madre cuando cosía y aprendí”.

Marcelo Otero con su actual esposa, María, a quien conoció en Sevilla, y su hija Lucía, en un partido de Uruguay

Cuando fueron a la presentación se dieron cuenta, además, de que los trajes “eran gruesitos y los tanos nos miraron como diciendo: ‘Estos hijos de puta, ¿de dónde vinieron? Porque hacía un calor bárbaro y nosotros teníamos esos trajes tremendos. Días después, cuando entramos en confianza, los jugadores nos tomaban el pelo (se ríe)”.

Fue campeón de la Coppa Italia con Vicenza, el único título que consiguió el club italiano, goleador, y hasta hoy es ídolo de los hinchas.

“Veníamos de Uruguay con otra mentalidad. Yo llegaba luego de los tres títulos con Peñarol y la Copa América. Pensamos que ellos tenían la misma mentalidad, ganar el Scudetto o un título. Cuando nos hicieron notas, dijimos: ‘Venimos a ganar’, y ellos se dieron cuenta de dónde veníamos, porque no se veía tanto el fútbol de acá. Nos escucharon y dijeron ‘estos tienen mente ganadora’ y la gente enseguida se contagió. Yo debuté, hice un gol, y comencé a hacer goles en los clásicos ante Padova. Los hinchas estaban como locos. Llegamos a un equipo que jugó la C, la B y había ascendido a la A, tres años seguidos. Luego de ganar la Coppa Italia, no lo podían creer, porque su mentalidad era salvarnos del descenso. Además, llegamos a las semifinales de la Recopa y perdimos con Chelsea de Gianluca Vialli. Hasta hoy me hablo con muchos de ahí y fui hace un par de años. Lo de nosotros fue historia y me lo dijeron. Ahora el club está en la C. (Francesco) Guidolin fue el técnico que tuve, con él fuimos campeones”.

Marcelo Otero es el segundo abajo desde la izquierda, defendiendo la camiseta de Sevilla

Recuerda, a su vez, otra anécdota increíble que vivió con Paolo Montero cuando lo marcó en un partido ante Juventus.

Así la cuenta: “Nos habíamos ganado el respeto de los hinchas. Jugábamos con Juventus de locales y en esa época, era dificilísimo que nos ganaran. Jugaban Vialli, Ravanelli, varios jugadores de la selección italiana. Un cuadrazo. Y Paolo me hizo un penal. ‘Mirá que acá no ganan’, le dije antes del partido. En la jugada del penal, me dijo: ‘Te tiraste’. Lo miré desde el suelo y le dije: ‘Paolo, me pegaste en la canilla’. Y le comenté: ‘Quedate tranquilo que lo tiro a errar, porque si no, en Juventus te van a matar porque venís de una seguidilla de expulsiones. Lo tiré por arriba del palo. Yo hice el primer gol y ganamos 2-1. Me chocó la mano después. Nadie se dio cuenta que lo tiré a errar”.

Lo querían Milan y Juventus, pero Marujo Otero prefirió cambiar de aires e irse a Sevilla de España. “También vino Lazio con un contrato en blanco para que firmara y los mandé con Paco. Mi viejo no quería que me fuera de Italia, pero me decidí por Sevilla. Ahí estaban Nico Olivera, Zalayeta, Rabajda, Tabaré Silva, Inti Podestá. Me fue muy mal ahí. Descendimos y luego ascendimos”.

Marcelo Otero junto a Jorge Fossati

Entre los rivales importantes a los que enfrentó recuerda que Giuseppe Baresi jugaba sus últimos partidos. “’No corras más que te voy a matar’, me decía en italiano, y yo no entendía nada. También enfrenté a Maldini, Torricelli de Fiorentina, Ferrara. Te mataban. Tenía pica siempre con el Ratón Ayala que estaba en Napoli. Era guapazo, pero mala leche. Cada vez que nos enfrentábamos, nos matábamos. Gattuso te pegaba cada patada infernal, jugaba en Salernitana. No era nadie todavía. Después empezó a despegar. Y un día, me quebró (Juan Sebastián) Verón cuando jugaba en Sampdoria. Me torció el tobillo y me fracturó y en dos meses volví a jugar. Me operó Carlos Suero y me puso un tornillo”.

También habla de los uruguayos que admiró y de otros futbolistas de nivel.

“Yo admiraba a Venancio y lo llegué a enfrentar. Me gustaba el Pollo Vidal, Wilmar Cabrera que se peleaba con el Indio Olivera. Paolo todo el mundo decía en Italia que era el mejor del mundo. A Zidane y a Nedved, los enfrenté. El jugador que me impactó porque no lo conocía mucho fue (Zvonimir) Boban, de Milan. Me sorprendió cómo jugaba, era un ‘10’ que te dejaba con la boca abierta. Después llegó Zidane”.

Hoy tiene una empresa con sus dos hermanos y con el exzaguero Pablo Hernández. Cuentan con un complejo de cuatro canchas en la Ruta 1, tres con luces, vestuarios, barbacoa. Y también juega con Peñarol Senior. En el equipo están, además, Gustavo Da Silva, Cupla, el Chueco Perdomo que no juega pero acompaña, el arquero De Agustini, Marcelo De los Santos y Leguizamón, entre otros, y en marzo van a jugar un campeonato.

Marujo tiene a dos hijos en España, Diego y Caroline, y en Uruguay a Lucía, y ya es abuelo de Ainoha, quien se lleva todos los caprichos que quiere. Algún día sabrá lo que significó su abuelo para el fútbol uruguayo.

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