El Hipódromo de Las Piedras, sí, el hipódromo, fue testigo de sus primeros pasos como futbolista. “Por eso salí tan caballo”, dice el protagonista de esta historia mientras se ríe.
Jorge Barrios, el Chifle, tiene mucho para contar de una vida futbolística plagada de éxitos con la camiseta de la selección uruguaya.
Entrenaba como juvenil de Wanderers en el hipódromo. “Teníamos la arena, el codo de los 200 metros y luego, el repecho hacia el Obelisco. Después, nos metíamos en la piscina de los caballos por el calor que hacía”, cuenta a las risas a Referí.
Allí, en Las Piedras fue donde nació, su padre, Héctor Walter, tenía una carnicería llamada “El Porvenir” y luego puso un almacén al lado. Pero también dio una mano bárbara a los bomberos, “porque no había auto bomba y los pobres iban con sus autos particulares a los incendios o a lo que hubiera. Como hacían el surtido en el almacén, conocían a mi viejo. Una vez, les sonó el teléfono y él los acompañó con una camioneta Ford que tenía y a veces me llevaba cuando había incendios. También recuerdo cuando un tipo se cayó en una bodega y lo tuvieron que sacar. Allá fui a acompañarlos”.
Un día en Las Piedras, a mediados de los años de 1960, alguien llevó una llama “de las que escupían. Una vez me escupió a mí”. Entonces fundaron un club de baby fútbol con el nombre La Llama, y ahí jugó, como lo hicieron después el Chengue Morales o la Momia Lemos.
Dice que en el baby, no jugaba de volante metedor. “Yo era goleador y mis compañeros, ya como profesional, me decían: ‘Bo, ¿gastaste todos los goles en el baby fútbol?’, porque casi nunca convertía”.
Y recuerda una tragedia familiar que le pegó muy de cerca, lamentablemente: “Tuve la desgracia que mi hermana del medio, Ana, se fue a la fiesta de fin de año en la Laguna Negra y se ahogaron cuatro niños, entre ellos, mi hermana, y el cura. Yo no fui porque jugaba la final contra La Bomba en baby. El fútbol me salvó la vida. Por eso soy un agradecido al fútbol”.
Su padre había jugado en Wanderers de Canelón Chico, como stopper. Y años después, las divisiones formativas de Montevideo Wanderers entrenaban en Las Piedras. Así comenzó su amor por el club.
Ya de chico ayudaba a su padre con algunos trabajos. "Repartía la carne de mi viejo –que era la mejor de Las Piedras– en bicicleta, después en una Honda 50".
Su madre, Norma Eloísa, fue siempre su “vieja”. Se ocupaba de todo, como sucedía por aquellos años con las amas de casa.
En Wanderers tuvo la suerte de tener a Martiarena, quien “sacaba jugadores con un escarbadientes. Como técnico sacó a Enzo (Francescoli), a mí, a Daniel Carreño, al Loco Acosta. Y así podríamos seguir”.
Después, su nivel llevó a que los dirigentes lo quisieran en Primera división. “Iba a entrar en la Escuela Industrial para ser mecánico tornero y me había comprado toda la ropa. Llegaron Pepe Etchegoyen y Mateo Giri (el presidente) a la hora que salía del liceo. Llegué a casa, los vi hablando con mi viejo, y me cagué. ‘Quieren que vayas a practicar a Montevideo con Wanderers’. El viejo me dio a elegir y ni lo pensé”, dice.
Raúl Esnal también jugaba en el club y era, como él, de Las Piedras. “Fue mi hermano. Le decíamos el Negro Archie, por Archie Moore (el emblemático boxeador estadounidense, poseedor del récord de más peleas ganadas por nocaut). En el 175 de Cutcsa arrancábamos para el Hipódromo de Las Piedras. Y de ahí íbamos en otro ómnibus hasta Montevideo. Otras veces, nos tomábamos un tren que se llamaba ‘El águila blanca’. Salía a las 13.05 y volvía 19.30. Llegábamos más rápido y nos bajábamos en la Estación Yatay. Nos encontrábamos en el bar de la esquina con el Beto Acosta y el Pocho Navarro, de Bella Vista y después, comprábamos bizcochos”.
De Wanderers dice que “el Pepe Etchegoyen era un adelantado. Ariel (Krasouski) y Enzo fueron mis hermanos. Si entrenábamos en Las Piedras, Enzo venía conmigo a comer a casa y le encantaban las milanesas que hacía mi vieja. Enzo era diferente ya de botija. Agarraba la pelota y te encaraba, no lo agarrabas con nada. Cuando íbamos a Montevideo, yo a veces dormía en su casa”.
¿Cómo llegó a la selección juvenil de Raúl Bentancor con la que ganó el Sudamericano de 1979?
Lo cuenta: “En 1978 jugaba en Tercera y Bentancor iba a ver a todos los clubes y al interior. Y así fui quedando. Fue la primera alegría que tuve con la selección. Fue una locura. Concentrábamos en Los Aromos y el pueblo gritaba. La cosa estaba jodida, no se podía gritar mucho (por la dictadura). El trayecto desde Los Aromos al Estadio, era impresionante”.
Dice que tuvo “el primer enfrentamiento con Diego (Maradona). Era un fenómeno. Lo marqué varias veces y te puedo decir que era mejor de juvenil que cuando nos bailó en el Mundial de México 86”.
En el Mundial juvenil de Japón 79 la selección uruguaya y la argentina convivieron cinco días concentradas juntas. “De repente estábamos nosotros y aparecían Diego con Ramón Díaz, Sperandío y Escudero. Teníamos 18 años y en Japón, la gente ya usaba tapabocas y guantes. Eran unos adelantados. Recuerdo que fuimos a Hiroshima, en donde habían tirado la bomba atómica, y ya era una ciudad hecha a nuevo”.
Y una de las cosas que más recuerda de aquella Copa del Mundo en la que justo Argentina los eliminó en semifinales, eran las charlas con César Luis Menotti, el técnico de aquel combinado albiceleste, quien venía de ser campeón del mundo un año antes con los mayores.
“Tomaba un vino y nosotros nos quedábamos a escucharlo, por cómo lo expresaba. Era un apasionado del fútbol. Le pedíamos permiso a Bentancor y a Gesto y nos quedábamos hasta la 1 de la mañana”.
Ese año 1979 fue espectacular, porque Uruguay fue campeón juvenil del torneo de Cannes, auspiciado por FIFA, con Barrios como protagonista. “Fue muy lindo dar la vuelta olímpica en Europa con Uruguay. La copa nos la dio (Joao) Havelange, quien entonces era el presidente de FIFA”.
Luego llegó otro título para el Chifle: el Mundialito con la Copa de Oro. Y él comenzó a vivirlo antes. “Con Krasouski, Venancio y Ruben Paz, como éramos del interior, vivíamos en el Hotel Oceanía. Estuvimos durmiendo y comiendo allí durante dos o tres meses. Pero no teníamos cancha. Entrenábamos en el Tróccoli, en el Palermo, en el Méndez Piana. Allí recuerdo que se fracturó Juan Ferrari. La mejor era cuando íbamos a una cancha en Camino Carrasco y no nos la daban. Llegábamos y no nos abrían. ¡Y éramos la selección uruguaya! Y terminábamos siempre en el Parque Roosevelt. No había organización”.
No había jugado en todo el torneo, pero en la final, le tocó ingresar en el primer tiempo. “Estaba cagado porque estaba sentado y no había jugado en todo el Mundialito. Se lesionó el Pelado (Eduardo) De la Peña, me miró (el técnico Roque) Máspoli y me temblaron las piernitas. ‘Dale, entrá’, me dijo. Y al poco rato, anoté el gol del 1-0. No sabía cómo festejar, nunca había hecho un gol. Se me caía la Ámsterdam arriba. Me quería quedar ahí, que la gente se me tirara arriba. Estaba en las nubes. Tuve la suerte de entrar en las distintas selecciones y yo siempre ganaba. Con esa generación, fuimos unos privilegiados”, recuerda.
Meses después, en ese mismo 1981, Uruguay quedó fuera del Mundial de España 82. Perú jugó un fútbol exquisito, con grandes jugadores, y lo eliminó.
Así lo cuenta: “Fue salado. Como disfrutás cuando ganás, cuando perdés, sufre más la familia y los amigos que uno mismo. Estuve como un mes y medio muerto, no quería ir ni al supermercado. De tomar Coca Cola todos los días, pasaba a tomar agua. Porque hasta ahí, era canilla libre de festejos con esa generación que fue de las más lindas y se lo debemos al profe Gesto que jugamos casi todos hasta los 40 años sin lesiones”.
Y sigue con el tema: “(Julio César) Uribe me pegó el baile más grande. Ni (Michel) Platini, ni Maradona lo hicieron. Fue Uribe que tuvo una tarde increíble en el Centenario. Máspoli me dijo que lo siguiera por toda la cancha. Me sacó a pasear; me miraba y se reía. Le tiraba patadas y no lo agarraba”.
Cuenta que vio llorar a Máspoli cuando, en el partido de vuelta en Lima, terminaron 0-0 y se despidieron del Mundial. “Don Roque se quebró en el vestuario. Pegó el cimbronazo. Era un fenómeno. Para que yo hiciera un gol (como en la Copa de Oro), era un mago. Yo era el benjamín de aquel grupo, el más chico. Así me puso Carlitos Prieto que transmitía por televisión”.
Y luego siguió ganando títulos con la celeste. Llegó el turno de la Copa América 1983 con aquel cabezazo del Pato Aguilera en Bahía ante Brasil.
“Lo más lindo fue cuando Enzo hizo el gol contra Brasil en la final del Centenario y lo tuvo que hacer dos veces porque se lo anularon la primera vez. En la final de visita, el Pato (Aguilera) casi que se enteró en el hotel que habíamos empatado, por el cabezazo que recibió del zaguero y cayó desmayado. En la vuelta olímpica, yo tiraba besos como si fuera la reina de la vendimia y nos tiraban naranjas. No me olvido más”, recuerda.
Llegó el Mundial de México 86 y no ligó nada. En un partido amistoso previo, se rompió el ligamento de un tobillo. Pudo estar en el debut ante Alemania, pero no en el lacerante 6-1 contra Dinamarca.
“Ahí tuve mala liga porque me rompí el ligamento de un tobillo y jugué infiltrado. Me dieron 14 inyecciones durante esos días. No jugué con Dinamarca y me moría del dolor después de que me enfrié tras el encuentro ante Alemania. Jugué contra Escocia (0-0), clasificamos sin Charly Batista porque lo echaron ni bien empezó el partido. Desde el medio de la cancha me fui de rodillas con la bandera cumpliendo una promesa. Yo soy muy creyente. Había dicho: ‘Si juego como estoy, lesionado, y clasificamos, me voy de rodillas desde la mitad de la cancha, hasta el arco. Y lo hice”, explica.
Claro que luego vino Argentina, otra vez con Maradona. “Diego siempre era complicado y nos bailó. Después de esa victoria, ellos crecieron y Diego también. Nos encontrábamos en algunos viajes a Europa y yo lo jodía: ‘Mirá que te soplé la nuca varias veces’. Era macanudo”.
Su buen nivel lo había llevado directamente desde Wanderers a Olympiacos de Grecia. Un pase que se hizo de club a club, algo no muy usual. Allí nacieron sus primeros dos hijos.
Su pase a Peñarol en 1992 estuvo precedido de una reunión con Nacional. “El ayudante de (Roberto) Fleitas –quien dirigía entonces a Nacional–, me llamó, para que fuera con Walter Pelletti. No llegamos a los números, y Amadís Errico me llamó el mismo día que Washington Cataldi me quería en Peñarol. Fueron a mi casa, acordamos todo, fui a la sede, estaba Cataldi y firmé enseguida”, explica.
Recuerda cuando tuvo al yugoslavo Ljubo Petrovic como técnico aquel año. “No nos pagaban el sueldo y había atrasos. Entonces venía y me decía en inglés: ‘No money, no professional, no training’ (‘No hay dinero, no es profesional, no entrene’). Y entonces, no entrenábamos. Fuimos a la Teresa Herrera y me rompí el ligamento cruzado de la rodilla y también el menisco de una patada que me dio Aldana. Jugaban Bebeto, Mauro Silva, Fran. Tenían un equipazo. En esa gira, ya estaba programada la venta de Paolo a Atalanta. Por mi lesión, Gerardo Rabajda me llevó toda la gira a caballito”.
Recuerda el clásico ante Nacional del 14 de junio de 1992. Fue un 0-0 enorme por el Uruguayo, pero se hizo famoso por la cadenita que Carlos “Tío” Sánchez le quitó a Julio César Dely Valdés, en un salto en pleno encuentro.
“El Tío Sánchez le sacó la cadenita y me la dio a mí porque era el capitán. La puse en la media en el entretiempo. Cuando llegamos al vestuario se le di a un dirigente y se la devolvieron (al otro día)”.
En 1997, antes de irse a Internazionale de Milán, el Chino Álvaro Recoba hizo una jugada mágica para anotarle un golazo a Wanderers. Y al Chifle le tocó correrlo de atrás.
Aquí puede verse ese golazo de Recoba y a Barrios, con otros corriéndolo de atrás:
“El Chino es un amigo. Nacional estaba todo peleado y la agarró en el lateral derecho. Estaba recaliente. Empezó a eludir, iba en quinta y yo en primera. Y con ese golazo, en el que mis compañeros y yo lo corríamos de atrás, viajé por todo el mundo porque lo pasaron en todos los países. Años después, cuando mi sobrino el Malaka Martínez pasó de Catania a Juventus, lo encontré en Italia. Si Maradona era fenómeno, el Chino era el 2. Subíamos a un taxi y el tipo te hablaba de Recoba. Ibas caminando, te hablaban de Recoba. Estuve 10 días y vi cuando Internazionale le regaló un reloj de oro y brillantes como de US$ 400 mil. Un fenómeno”, dice.
Cuando se retiró del fútbol a punto de cumplir 40 años, su mamá fue por primera vez a la cancha a verlo, pero él no lo sabía.
“Jugábamos contra Salus para intentar subir de la B a la A en el Viera. Yo estaba en el banco y cuando mis compañeros hicieron el segundo gol, Daniel Carreño, el técnico me dijo: ‘Dale, entrá’. Al final, ascendimos y me retiré. Mientras los hinchas me llevaban en andas, vi que mi vieja entró a la cancha a darme un beso y me quebré. Empecé a llorar con todo. Yo no sabía ni siquiera que estaba. Fue una alegría y una gran sorpresa. Mi viejo iba siempre y le dije: ‘¿Cómo la convenciste a la vieja para que viniera?’”.
Una de las tribunas del Viera, lleva el nombre de Jorge Barrios. Así explica su sentimiento al respecto: “Es para disfrutarlo en vida con los hijos y los nietos cuando entiendan. Que te hagan ese homenaje en vida, es espectacular. Por eso me peleo con muchos y me hago mala sangre siendo hoy dirigente del club. Mi vida siempre fue en blanco y negro, nunca gris”.
El Chifle tiene tres hijos: Jorge Walter y Héctor Alejandro, los dos nacidos en Grecia, y Johana Pamela, quien le dio dos nietos: Candelaria, de seis años, y Matteo de cuatro, a los cuales disfruta como loco.
Luego de haber tenido “cinco o seis taxis, gracias a que Bebe Castelnoble, que estaba en el rubro, me dijo que era un buen negocio”, hoy tiene una empresa de transporte de remises y camionetas de turismo.
Dejó un legado con varios títulos conseguidos con la celeste. Vivió una gran época de futbolistas excelentes y él en ningún momento desentonó. Así es el Chifle.
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