Martín García en su hátitat: una cancha de fútbol

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Estuvo 11 días preso por un clásico, sufrió la muerte de Perea y quiso a OJ Morales en Peñarol: la vida de Martín García

El delantero tenía una zurda formidable y una gran pegada con la que convirtió varios goles
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09 de junio de 2023 a las 17:45

Estaba concentrado en su habitación del hotel de Tacuarembó para enfrentarlo al otro día con Peñarol y golpearon la puerta. Gregorio Pérez, el técnico, no sabía cómo decírselo.

Beatriz, su mamá, había sufrido un ataque al corazón y estaba grave en Montevideo. Martín García salió despavorido de la habitación y pidió un taxi para hacer los 389 km. El Vasco Óscar Aguirregaray le pidió permiso al entrenador, y lo acompañó durante todo el viaje que no terminaba más.

“Gregorio es mi papá futbolístico y no sabía cómo encararme para contármelo. Fue un ataque al corazón. Por suerte, el Vasco (Aguirregaray), me acompañó en el taxi de vuelta”, recuerda Martín García a Referí.

Martín García con dos de sus tres hijos en la actualidad

Por suerte, todo quedó en una anécdota. Pero un año después, le salió un pase a los Pumas de México. Allí, su mamá sufrió un aneurisma de aorta en Pando, donde él nació, y la sanidad del club lo contactó con médicos de Estados Unidos.

“Estoy muy agradecido con ellos, porque pude comprarle a mi vieja unas válvulas en Houston y la operaron para salvarle la vida. La pude disfrutar muchísimo gracias a eso durante 10 años más, pero increíblemente terminó muriendo de esa enfermedad que no la queremos nombrar (cáncer)”.

De chico ya le gustaba la pelota y corría por las calles de Pando con sus amigos. Su papá, Héctor García, jugó en Defensor en 1974 como zaguero o de volante central. “Era mucho más completo que yo, con buen juego aéreo. Jugó con el Bolita Arispe, Paco Casal, Rudy Rodríguez y Quico Salomón, entre otros. Fue dirigido por el profe (José Ricardo) De León, quien dos años después, logró el primer título uruguayo de los violetas. Mi viejo habla maravillas del profe De León, por el pressing que hacía con Defensor”.

Es de una familia muy futbolera. Su abuelo Carlos García, dirigió a Central Español. “Las vueltas de la vida, mi tío Miguel, fanático de Central y mi abuelo había sido técnico. Y en 1996 con Peñarol, le hice dos goles y los hicimos descender”, cuenta.

A Martín le decían Tatín cuando era niño y ya de mayor, pasó a ser Tato para todos.

La Sexta campeona de Peñarol; arriba aparece Roque Máspoli, y en la fila de abajo, Antonio Pacheco, Federico Magallanes, y el último es NIcolás Rotundo, entre otros; arriba de este, aparece Martín García

Su zurda prodigiosa comenzó a tener protagonismo con apenas cinco años con la camiseta de San Luis de Pando en baby fútbol, equipo en el que jugaba en categorías mayores, el Gallego Andrés Martínez.

De allí se fue a América de Carrasco que tenía cancha con luz. Recuerda que su madre, “me llevaba un termito con leche y un refuerzo a la salida de la escuela de Pando en la tarde, y me iba en el 701 con 10 años. En Carrasco, me esperaba el técnico y me acercaba hasta la cancha. A la vuelta el entrenador me subía al ómnibus y en Pando me esperaba mi vieja. Un sacrificio bárbaro. El acompañamiento de mis padres fue muy importante para mí”.

Siguió creciendo y con 12 años fue campeón nacional de la Copa del Interior con la selección de Canelones del Este.

Su abuelo tuvo muchos años una mueblería en Pando. Y él, a medida que crecía, lo ayudaba, como también a su padre. “Muchas veces me iba a entregar muebles con mi abuelo José al interior. Primero, trabajé con mi viejo que es pintor. Me ganaba unos pesitos”, cuenta.

Su padre lo hizo hincha de Defensor, pero hubo un hecho que cambió la historia para siempre.

La Sexta división de Peñarol campeona invicta en 1991; Martín García es el tercero de arriba desde la izquierda, mientras en el medio aparece Nicolás Rotundo, y abajo, en las puntas, Federico Magallanes y Antonio Pacheco

“Mi tío Óscar me llevó al Centenario por primera vez y afuera me compró un gorrito de Peñarol. Nunca había ido al estadio y estaba lleno de gente. Era un partido de Copa Libertadores. Yo pensaba: ‘Ahora llego a casa y me matan’, porque mi mamá y todos de su familia, eran todos bolsos y papá es de Defensor a morir. Me movió lo que era la gente y me empezaron a picar los colores de Peñarol”, recuerda.

Entonces conoció lo que es tener un ídolo. “Yo jugaba con mis amigos y era Morena. El más grande”.

En 2005, lo tuvo de entrenador en Peñarol y fueron campeones de la Liguilla. Fue antes de irse a jugar en Olimpia.

Aquel partido cambió los colores y desde allí fue de Peñarol. “Con 12 años, por intermedio de Óscar Paglia, llegué a la Octava de Peñarol. En el equipo estaban Nico Rotundo, Tony Pacheco, (Federico) Magallanes, Gonzalo De los Santos y Popi Flores, entre otros. Ahí arrancó toda la aventura de Peñarol”.

Martín García abraza a Luis Romero en un gol de Peñarol; atrás, viene a sumarse al festejo Pablo Bengoechea

Las vueltas de la vida volvieron a aparecer. Es que lo fichó el Bola Arispe, quien había jugado en Defensor con su papá, “porque el Rana, su hijo, jugaba en las inferiores. Papá no tenía tiempo para llevarme. Tiempo más tarde, me dirigió en Villa Española en el primer año del club en Primera. Una persona sensacional, le tengo un amor y un cariño bárbaros. Mi papá también lo adoraba”.

Su primer entrenador fue Dicono y en Séptima, Juan Parravicini, el exjugador de River y compañero en ese club de Fernando Morena.

Sostiene que siendo del interior, “conocer a esta gente como Nico (Rotundo) y los demás, fue espectacular. Porque los que somos del interior, tenemos un cierto respeto, somos más introvertidos. Sin embargo, tras dos semanas de compartir en conjunto, era uno más de ellos. Hasta hoy son mis amigos de la vida, mis hermanos de la vida. Es la famosa Quinta de Oro que todo el mundo habla. Nueve llegamos a jugar en Primera de Peñarol”.

Recuerda las cruzadas a Argentina con los aurinegros porque “eran increíbles”. Y añade: “Compartíamos habitación con el Tony (Pacheco), estábamos en un hotel en Mar del Plata y habíamos comprado una bolsa de bombitas de agua. Las llenamos en el baño y las tirábamos para abajo. En una, miramos y estaba Quique Barrera, que era nuestro entrenador, detrás de un árbol. ‘¡Qué lindo!’, nos gritó. Cuando lo vimos, cerramos las persianas y nos tiramos en la cama” (se ríe).

El año pasado, el Tato García dirigió a Miramar Misiones

En Las Acacias, los recibía siempre una de las glorias más grandes del club, Néstor “Tito” Goncalves, quien era el intendente y prácticamente dueño del lugar.

“Le teníamos miedo y respeto por lo que significaba. Nuestras madres hacían cantina en Las Acacias y él estaba siempre ahí riendo. Hablaba él y nos callábamos todos”, dice.

De aquellos tiempos, se acuerda cuando Gregorio Pérez lo citó para entrenar con la Primera división: “Íbamos a hacer fútbol con Gregorio y los primeros que subieron fueron Tony y Nico, y luego Fede (Magallanes) y yo. Los Aromos me quedaba cerquita, pero no me permitían ir desde Pando. Tenía que ir hasta el Palacio Peñarol en el ómnibus y esperar el bus del equipo con Chiquito Mazurkiewicz quien siempre iba en el primer asiento. Salía dos horas antes de casa, pero con gusto. Esperaba en los escalones del Palacio solito a que llegara aquel viejo ómnibus del club”.

Peñarol jugaba por la Copa Libertadores ante Atlético Nacional de Medellín y Martín García jugó en el preliminar con la Tercera ante Cerro a estadio lleno.

“Hice dos golazos de afuera del área, el segundo de casi 40 metros y la clavé en un ángulo. Al otro día, me llamó Gregorio, atendió mamá. Era para que me presentara en Los Aromos con la Primera. Debuté ese fin de semana de 1995 contra Sud América y empatamos 0-0 en el Centenario, jugando con la camiseta negra de alternativa".

La emoción de ganar el quinquenio

El segundo quinquenio que ganó Peñarol fue un eslabón de la mejor historia del club. Y Martín García lo consiguió ganando tres títulos seguidos. El último, el de 1997, tuvo ribetes increíbles.

“Es lo más maravilloso que me pasó en la vida. Llegué a Primera, de una familia humilde, en juveniles habíamos ganado un montón de títulos con esa generación y al entrenar, nos encontramos con Tano Gutiérrez, (Mario) Saralegui, Pablo (Bengoechea), el Chueco Perdomo, Gaby Cedrés. Los tenía como intocables, y de un momento a otro, los tuve como compañeros”, dice.

Recuerda que cuando se fue el Tano Gutiérrez de Peñarol, “con el Pato Aguilera le hicimos una despedida en un club de pescadores de la rambla”.

Martín añora “el respeto que había. Éramos gurises, y en las prácticas te mataban. El Bolita Lima, te entraba con todo y caías al piso como un bolo. Había que cerrar la boca y seguir, y vos mismo ibas ganando respeto”. Y añade: “Sentarme en los vestuarios de Los Aromos y escuchar una anécdota de alguno de ellos, era un momento espectacular. Trataba de asimilar todo”.

Gabriel Cedrés y Martín García jugando juntos en Peñarol

Como le sucedía a muchos en esos tiempos y en todos los equipos, por ser nuevo en el plantel, y un botija, era el encargado de los mandados de los mayores.

“Me decían: ‘Tato, andá a traer agua para los mates’ y yo le llevaba los termos a los monstruos. Hoy esas cosas ya se ven poco, ha cambiado mucho”, comenta.

Y sigue hablando de aquellos tiempos: “¡Lo que se compartía! Jugábamos a las bochas en Los Aromos comiendo pizza que nos hacía Roxy, una de las cocineras. Y con Nico Rotundo, en las mañanas de los clásicos, en la cañadita de Los Aromos, escuchábamos folclore, pescábamos al sol tarariras que habían criado ahí. Las pescábamos y las tirábamos de nuevo. De tarde, jugábamos con 60 mil personas. Hoy es impensable con los gurises y sus celulares. De tardecita nos juntábamos a jugar al truco en una habitación, y si el hijo de algún compañero tenía fiebre, lo sabíamos. La unión que teníamos en la cancha, en gran parte era por eso”.

Peñarol estuvo muy complicado aquel 1997 para ganar el título que coronó su segundo quinquenio. Y Gregorio metió mano.

Martín García técnico, con dos de sus hijos

“Llegó un momento en que no podíamos perder más. Estuvimos 56 días concentrados y estábamos peleados con la prensa. Fue muy estresante. Gregorio y los más grandes, tuvieron una espalda bárbara, porque había que dar la cara y no había margen de error. Por suerte, tuvo un final feliz. Se generó algo que era espectacular”, cuenta.

Y recuerda: “Yo era socio de un video club de Pando. Le pedía a Gregorio para ir a buscar alguna película, iba a saludar a mi vieja a casa, a darle un beso, me daba torta de fiambre, y volvíamos a Los Aromos con las películas alquiladas”.

En aquella época, todo el plantel sufrió otro cimbronazo: la muerte del juvenil Fabián Perea en un accidente automovilístico, luego de un enorme Mundial sub 20 de Malasia en el que fue vicecampeón del mundo.

Así lo recuerda: “Fue muy complicado. Ese fin de semana habíamos ido a Argentina a jugar. Volvimos y fuimos a bailar y fue esa noche. Me despertó mamá y me dijo que Fabo estaba grave luego del accidente. Verlo pelear por su vida y escuchar los informes de los médicos, fue muy doloroso. Allí conocí a su mamá y a su hermano. Fue muy triste para todos nosotros porque era un gurí con una carrera tremenda para seguir. Al partido siguiente, jugamos con la remera amarilla con su foto, debajo de la camiseta de Peñarol”.

Martín García volvió de vacaciones hace unos días a Montevideo

De las cosas positivas de la concentración, habla del Pato Aguilera: “Un crack, un amigo de fierro, lo más grande que tuve como compañero futbolista. Un adelantado. Jugaba todo de primera, dueño de una técnica increíble y un compañero sensacional. Era el que más me hacía reír. Asustaba a Jorge Goncalves porque era su compañero de pieza en Los Aromos. Venía y me decía: ‘Mirá cómo se asusta’. Y le pegaba con las dos palmas de las manos a la puerta, lo que hacía un ruido tremendo y el Tito puteaba de adentro (se ríe). Un fenómeno. Tengo un vínculo hasta ahora. Cuando dirigí a las juveniles de Peñarol, a su hijo Diego lo tuve y fuimos campeones, junto con Facundo Torres, ¡y lo había tenido en brazos cuando nació!”.

Nicolás Rotundo siempre tuvo un gusto muy particular por los autos y motos viejas. “Lo jodíamos todos. Verlo llegar a Los Aromos en una camioneta larga que había sido de la Policía Caminera, o con un Vauxhall con cortina atrás, con el que de noche íbamos a bailar, hacía que nos matáramos de risa”.

Una vez, el exvolante lo llamó para que fuera hasta la casa de su abuelo frente al Cilindro. “Se había comprado un camión del Ejército que había sido quirófano. Tenía las luces adentro. ¡Increíble!”.

Julio Ribas no lo quiso al principio de 1999 y a mitad de año, lo pidió en Peñarol; ganaron el Uruguayo

En 1998, al otro año de ganar el quinquenio, se fue a Villa Española porque le parecía que tenía que tener más minutos. Liverpool y Wanderers lo quisieron, pero el Bola Arispe –el mismo que había sido compañero de su papá en Defensor y el mismo que lo fichó en Peñarol– lo llamó porque era el técnico de los aurirrojos y le gustó la idea. “Teníamos un cuadrazo: el arquero Sergio Martínez y Daniel Ureta se fueron conmigo de Peñarol, y de Nacional, estaban Diego Tito, Jorge Puglia y Diego Rosa. Además,  jugaban entre otros, Pedro Pedrucci y el Cabeza Dapueto”.

Volvió a Peñarol en 1999 y Julio Ribas, que se hacía cargo de la dirección técnica, le dijo que no lo iba a tener en cuenta y lo llamó Manolo Keosseian para jugar en Bella Vista la Copa Libertadores. En lo local, jugó contra Peñarol y le hizo dos goles al Popi Flores. A Leo Romay, de Nacional, también le anotó un gol de tiro libre.

El clásico que terminó en grandes incidentes en el Clausura 2000 y con varios presos; Martín García es el número 19 de Peñarol que enfrenta a jugadores de Nacional

“Entonces pasé de nuevo a Peñarol en el segundo semestre de 1999, porque ahí sí me pidió Julio (Ribas) y en la final ante Nacional entré por Bengoechea a los 12 minutos. Él entró desgarrado y nadie sabía. Se había desgarrado en Los Aromos y Julio me dijo que Pablo iba a empezar jugando el clásico sí o sí por lo que generaba en el rival. Si te fijás bien, es el único partido que entró con una calza negra. Yo ya sabía que iba a entrar por él en cualquier momento y calenté de entrada. Duró 12 minutos. Terminé jugando ese partido de lateral izquierdo porque habían expulsado a Darío (Rodríguez) e hice echar a Federico Bergara porque me pegó una patada. Ese día fuimos campeones uruguayos”.

Ese año vivió un momento complicado cuando por la Copa Mercosur, se armó un lío tremendo en el Centenario con los jugadores de Flamengo. Peñarol ganaba 3-2, pero no clasificaba. “Yo había hecho el tercer gol y se cruzaron con Pandiani. Carlitos Bueno tiró una, y ahí empezamos todos. Se tiraban de cabeza para abajo en el túnel en esa escalera larga que hay. No podíamos creer. Me suspendieron por seis partidos para el año siguiente”, explica.

Darío Rodríguez, Nicolás Rotundo, Antonio Pacheco y Martín García; los grandes amigos que cosechó en Peñarol

En el clásico del Clausura 2000 hubo incidentes graves entre los futbolistas de ambos equipos, incluyendo a Julio Ribas.

Lo cuenta Martín: “Fue una experiencia horrible para nosotros y para nuestra familia. Capaz que si se vuelve a dar, lo vuelvo a hacer. Se fue todo medio de las manos, hubo un lío bárbaro en el estadio. Nos avisaron que teníamos que ir al juzgado, pensaba que no era real. Me tuvieron que llevar una tapa de inodoro, ropa, una experiencia bastante fea. Sobre todo, para la familia. Fueron 11 días que para mí significaron un año. Compartíamos celda con presos normales. Los ruidos de la noche, los gritos que se escuchaban, eran jodidos”.

En 2003 volvió a Peñarol desde México, y otra vez fue campeón uruguayo. Era una especie de talismán. Allí hizo una promesa que no pudo cumplir.

“Habíamos hecho una promesa con el plantel y con José Luis Chilavert, para ir a San Cono si éramos campeones. Pero no la pude cumplir. Porque OJ (Morales) me abrió todo el gemelo con los tapones y tenía la carne para afuera. Terminé jugando así porque no había más cambios. Pasé la noche en Casa de Galicia y no pude ir con ellos. Ellos salieron del estadio mismo caminando, haciendo asado por el camino, y yo no pude ir. Estuve como dos semanas con mecha en el gemelo. Siempre hablábamos con los jugadores en Los Aromos de que hubiera estado bueno que OJ hubiese ido a Peñarol. Era un crack y flor de persona”, explica.

Dos amigos se reencuentran en la cancha: Antonio Pacheco con Peñarol y Martín García con Defensor Sporting

Luego del retiro, estudió en Paraguay, se recibió de entrenador y revalidó el curso en Uruguay. Su primer año como técnico fue en Independiente de Campo Grande de aquel país, el mismo club en el que se había retirado como futbolista.

Martín García cuando defedndió a Olimpia de Paraguay, jugando antes de un partido con su hijo Thiago, quien hoy tiene 13 años

Fue entrenador de Peñarol y allí dirigió a Facundo Pellistri, Máximo Alonso, Brian Rodríguez, Facundo Torres, y el Pipa (Diego) Morena, exjugador aurinegro e hijo de Fernando, era el kinesiólogo. En la Cuarta división de Danubio, dirigió, entre otros tantos, a Mateo Ponte con 16 años, actual jugador de la selección uruguaya sub 20 que va por el título ante del Mundial ante Italia este domingo.

Martín García cuando dirigió a las inferiores de Peñarol

Cuando dirigió a los carboneros con suceso, entró a un clásico pese a que sus ayudantes le dijeron que seguramente tenía peritonitis. No les dio bolilla. Peñarol ganó le 3-1 a Nacional y se fue en su auto, casi desmayado a la emergencia. “El médico le dijo a mi mujer que si llegaba dos minutos después era boleta". Típico del Tato.

“Como técnico fui campeón con Real España en Honduras en 2017 y viví un momento complicado porque estalló el país que tuvo una crisis institucional. Hubo una toma de rutas y volvíamos de una ciudad para San Pedro Sula, y nos tomaron el ómnibus, se subieron y estuvo bastante jodido”, recuerda.

Martín García dirigiendo en la actualidad a Independiente de Siguatepeque de Honduras

Hoy vive con su actual pareja Fernanda, y tiene tres hijos: Delfina, de 19 años, Thiago de 13 y Mateo de 18. “Delfina anda de novia y soy medio cuida, (se ríe). Lo que pasa es que es la primera y es mujer. Me cuesta un poco, pero bueno, está todo bien”.

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