El intento de magnicidio en Argentina, y el cinismo insoportable al que deberíamos prestar atención en Uruguay

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El intento de magnicidio en Argentina, y el cinismo insoportable al que deberíamos prestar atención en Uruguay

Si de verdad no nos están mintiendo, si no quieren parecerse a Argentina, los involucrados en el debate político uruguayo deberían empezar a dar señales
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03 de septiembre de 2022 a las 05:04

Argentina casi sufre un magnicidio el jueves por la noche. Si Cristina Fernández no fue asesinada de un balazo en la cabeza, frente a las cámaras y a millones de personas, fue por un fallo del tirador o del arma. Una casualidad gigantesca, que salvó al país vecino de un desastre político y social de proporciones inimaginables. Pero en ese mismo desastre trunco se reflejó mucho de lo más fétido de la política argentina. Y de rebote, de la uruguaya.

La “grieta” es, a esta altura, una palabra casi vacía de contenido, en la que entra todo: desde las diferencias políticas coyunturales hasta acusaciones de asesinos, fascistas o más.

Pero lo que significa en última instancia la grieta queda de manifiesto en situaciones como ésta: dos bandos que no tienen la más mínima intención de ponerse de acuerdo en nada, lo que produce un estado de anomia o caos social.

Cuando una sociedad no se pone de acuerdo sobre lo más básico, su base de sustentación pende de un hilo. Todo se pone en duda, todo se refunda, y por eso ninguna política seria es viable. Todas las instituciones, sean políticas, judiciales, de seguridad, son puestas en tela de juicio. En cada elección se juega el futuro del país. Y una causa de corrupción contra la expresidenta es capaz de generar un clima cuasi bélico en las calles. En este caso se limitaba a los alrededores de la casa de Cristina, pero no se necesita una superficie muy grande para desatar el caos.

Los indicios de corrupción en el gobierno de Cristina Fernández son demoledores, a tal punto que sus defensores ya no discuten tanto si se robó o no, sino los opacos mecanismos de poder de la Justicia, y su eventual parcialidad. Pero esa corrupción la tiene que demostrar la Justicia, lo cual en Argentina es un problema: como todo es puesto en tela de juicio, fiscales y jueces son tratados como héroes o sicarios. Y el propio presidente Alberto Fernández dice que espera que el fiscal de la causa no se suicide como su colega Nisman. Nada de eso es normal ni sano.

No voy a ser tan inocente de pensar de que no hay operaciones judiciales contra la expresidenta, pero al mismo tiempo, solo en Argentina un expresidente no es condenado con todas las evidencias que hay. 

El atentado generó repudio casi desde todos los costados. Pero no se ilusione: no hay ninguna posibilidad de que el intento de magnicidio cambie algo en el tono en el que se vive la política argentina. Seguirán odiándose visceralmente, seguirán convencidos de lo más absurdo siempre que sea de su lado, seguirán negándose a toda evidencia que no les sirva.

Del otro lado, los mismos que se quejan de que los kirchneristas se ponen una venda en los ojos sobre los casos de corrupción son capaces de poner en duda, sin ninguna prueba, que el intento de magnicidio haya sido real, y argumentan que los K son capaces de todo. Los K los acusan de odiadores, pero eran los mismos que se burlaban de la muerte de Nisman y revivían fotos suyas enfiestado con mujeres.

Y así se llega a hechos como el del jueves: todos acusan al contrario de fomentar el odio, pero nadie mira su ombligo y lo que hicieron para llegar a ese estado de crispación absoluta. Es un cinismo insoportable, de la que todos son conscientes y hasta se sienten cómodos con el rol que les toca jugar.

Esos hechos deberían llamar la atención en Uruguay. Porque en el fondo, la grieta ya está en el llano, en miles de personas que siguen el debate político, y que son incapaces de ver algo bueno del otro lado del espectro, y algo malo en el propio. Que elevan el tenor de las acusaciones; que, como en Argentina, dividen el mundo en blanco y negro, en buenos y malos. 

Solo necesitan ser fogoneados lo suficiente por los políticos para llegar a la anomia social que se vive en Argentina. Y esos fogoneros empiezan a aparecer. 

Esos fogoneros son senadoras que no tienen empacho en mentir en las redes, y que cuando se las descubre, dicen que el problema es la literalidad de los que acusaban. O comunicadores que en tono irónico se ríen del atentado. O legisladores que graciosamente van a apoyar una ocupación estudiantil elevando el tono de una reforma educativa que ni siquiera es tan profunda. Es el oponerse a todo como fórmula para desgastar al otro, con una inquina que deriva en hechos como el del mismo jueves, cuando tras un acto en el Cerro agredieron de un piedrazo a la camioneta en la que viajaba el presidente del Codicen Robert Silva.

No me voy a sacar el sayo: los medios también juegan. En Argentina ya están atrapados por la grieta, y es difícil salir de ese lugar. La propia lógica del rating marca a los canales de cable de un lado y otro, y según qué bando esté pasando aprietos es que suben unos u otros en audiencia. En Uruguay hay algunas señales de eso, pero sabemos el antídoto: libertad irrestricta, honestidad para mostrar todos los puntos de vista sobre un problema, para ejercer el oficio con ecuanimidad. Eso también necesita que los políticos, y sus operadores, banquen cuando lo publicado no les gusta.

Si de verdad no nos están mintiendo, si no quieren parecerse a Argentina, todos los involucrados en el debate político uruguayo deberían empezar a dar señales reales. Porque aún hay alternativas, algo que no ocurre en Argentina, donde el punto sin retorno se pasó hace varias paradas. Sería refrescante ver en Uruguay a políticos diciendo que se equivocaron, o que puntualmente reconozcan las virtudes del otro. O no transformar la polémica política de la semana en cruzadas morales en donde se juega el destino de la República, como pasó esta semana con el caso Carrera-Calabria. De cumplir en serio con aquello de fuerte con las ideas, suave con las personas.

El intento de magnicidio de Argentina parece lejano. Por ahora.

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