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El legado de Henry Kissinger

El legado de Henry Kissinger: John James Moor
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06 de diciembre de 2023 a las 05:00

“Los políticos, los edificios feos y las prostitutas terminan siendo respetables si duran lo suficiente” La frase, es la que, en una escena de la memorable película “Chinatown”, el maléfico patriarca Noah Cross, -encarnado en majestad por John Huston-, le expresa como una sentencia al detective Jake Gittes, en una de las mejores interpretaciones tempranas de Jack Nicholson.

Quizás esta frase no se adapte a Henry Kissinger, a diferencia de tantas otras figuras del poder mundial, ya que su carácter de respetable fue ganado mucho antes, en plenas funciones y facultades, al mando de una de las funciones más complejas, desafiantes y peligrosas que un político debe gestionar en los mecanismos retorcidos y tortuosos de la política exterior y de los asuntos internacionales de una super potencia como Estados Unidos. Y si esa responsabilidad debe ser conducida en el contexto de un antagonismo ideológico contra otra super potencia nuclear, dispuestas cada una a defender sus posiciones estratégicas a escala planetaria, todo maniqueísmo simplista acerca del bien y el mal presente en ese desempeño y sus resultados resulta una muy pobre y limitada manera de analizarlo. En consecuencia, es esperable que aun hasta hoy, se juzge al legado de Kissinger desde ambos campos ideológicos enfrentados y librando guerras y conflictos en forma indirecta en diversas zonas del mundo.

A juzgar por la contrastante combinación de elogios y de críticas, ambas esperables al momento del fallecimiento de Henry Kissinger, la Historia, como jueza de los hombres en la Tierra, tendrá un muy difícil trabajo al momento de ubicarlo en el podio que le terminará correspondiendo. Pero gracias a la objetividad como virtud de los historiadores profesionales y honestos intelectualmente, que todavía quedan aquí y allá en minorías, ya era reconocible, en su muy larga trayectoria, esa mente brillante, mediante la cual supo observar al mundo y a sus principales líderes durante su vida hasta este mismo presente, y poder leer e interpretar sus respectivas visiones y comportamientos políticos.

Si hay un atributo que separa a Kissinger del resto de sus pares contemporáneos a una gran distancia como estadista, fue su capacidad de anticipar al devenir de la Historia y sus acontecimientos como el resultado de las decisiones de dichos lideres, y, con ello, el poder conducir una estrategia diplomática para el convulso y volátil mundo de la Guerra Fría, evitando, bajo su guardia, primero como Asesor de la Seguridad Nacional y luego ya como Secretario de Estado bajo los gobiernos de Richard Nixon y luego de su sucesor, Gerald Ford, que esa Guerra Fría derivara en un conflicto caliente y nuclear con la Unión Soviética.

En el contexto de ese largo conflicto que siguió a la Segunda Guerra Mundial, casi como su tercer acto y cuyo telón comenzó a descender a partir de 1989 con la caída del Muro de Berlín, las interpretaciones acerca de la actuación de Kissinger están inevitablemente sesgadas por el juicio de los lentes ideológicos. Su intervención en el proceso mediante el cual se gestó el golpe de Estado en Chile en 1973 y que derrocara a Salvador Allende se basó en la estrategia de contención del avance del comunismo en América Latina tras la revolución de Fidel Castro en Cuba en 1959 y la instauración de una dictadura existente hasta el día de hoy. Para el momento del golpe, Chile ya estaba hundiéndose en un conflicto interno cada vez más violento, empujando al país a las puertas de una guerra civil.  Lo que siguió tras la caída y muerte de Allende fue una de las más brutales dictaduras que gobernó un país latinoamericano en el siglo XX, atravesada sí, por uno de los más extensos ciclos de expansión económica que logró extraer a miles de chilenos de la extrema pobreza, mejorar los indicadores sociales básicos como la tasa de natalidad, el índice de alfabetización, la oferta de trabajo y modernizar a la economía en su conjunto, la cual mantuvo los mayores niveles de crecimiento promedio en América Latina, durante casi tres décadas.  El golpe de 1973 puso fin a una clase de violencia que dividía a la sociedad, extinguió el foco de una escalada aun mayor pero instaló otra forma de violencia represiva como reacción del estado existente. En el ejemplar retorno a la democracia, el sistema político chileno mantuvo, amplió y profundizó los beneficios del modelo económico heredado de la dictadura.

Como asesor de seguridad, Kissinger tuvo que enfrentar la herencia de la guerra de Vietnam iniciada por el gobierno demócrata de John F. Kennedy, en una de sus fases más caóticas y costosas en vidas humanas, entre 1969 y 1972. Nixon se comprometió a terminar con dicho conflicto y le encomendó a Kissinger como una de las figuras principales de la seguridad, un plan destinado a poner fin a la guerra.            El plan implicó un amplio despliegue de estrategias y decisiones con los límites y riesgos que implica operar en una guerra, cuyos poderes principales detrás de las fuerzas combatientes poseen arsenal nuclear y no tenían fuerzas propias combatiendo en territorio vietnamita. Siguiendo las dinámicas de la Guerra Fría, el campo de batalla en este caso era el sudeste asiático y el enemigo era el regimen comunista de Vietnam del Norte, apoyado por la Unión Soviética. De manera de forzar un acercamiento a la mesa diplomática y acelerar el proceso hacia un acuerdo de paz, Kissinger aconsejó intensificar los bombardeos a Vietnam del Norte al igual que en Cambodia, donde buscó destruir focos militares de tropas nor vietnamitas, en diversos periodos y duraciones. En el caso de Cambodia, dichos ataques causaron miles de muertos de inocentes, un costo humano usado como un brutal costo colateral para presionar al regimen comunista vietnamita a volver a la mesa de negociaciones.

En Medio Oriente, y ya como secretario de Estado, Kissinger llevó adelante una gestión diplomática destinada a desactivar los factores de agresión a Israel , tras la guerra de Yom Kippur en 1973.  El resultado final fueron el alejamiento de Egipto de la órbita soviética y de Siria, y su acercamiento a la búsqueda de una paz duradera con Israel, creando las condiciones para lo que finalmente se concretaría en los acuerdos de Camp David de 1978, gracias a los cuales, hoy Egipto e Israel conviven en paz.

Pero sin duda alguna el mayor legado de Kissinger, tan envuelto en luces y sombras por sus cometidos iniciales y sus resultados actuales, fue la apertura de China al mundo, tras la visita de Richard Nixon a Beijing en 1972 y el inicio de un proceso que terminó por convertir a China en una potencia global y en el actual antagonista y adversario de Occidente, en una dinámica de crecientes conflictos. Arquitecto de la compleja estrategia geopolítica que permitió el acercamiento de China a Occidente, para así lograr su alejamiento de la Unión Soviética como un potencial aliado en su plan de dominio de Asia, la China actual respondió inicialmente a esa visión, aunque en este caso, Kissinger no fue capaz de anticipar en este gigante, la gestación de un rival aun mayor en poderío económico y militar que la Unión Soviética de la Guerra Fría, y actualmente en la posición desafiante, como un Estado desestabilizador y enemigo del orden mundial liderado por Occidente.

Al igual que sus antecesores, Kissinger no fue capaz de resolver el problema del status de Taiwán, el cual se mantiene hasta hoy en condición de nación-isla sin el reconocimiento formal del sistema de instituciones como un país soberano, y bajo una creciente amenaza de anexión violenta por parte de China. En su libro dedicado a este país, Kissinger expone un relato en el que reflexiona acerca de las decisiones tomadas en su momento a favor de este país, mientras que advierte acerca de las amenazas de una China en ascenso a su rol de super potencia, dispuesta a enfrentar a Occidente, en la disputa por la continuidad del actual orden mundial liderado por Estados Unidos, y actuar con el uso de su creciente poderío económico y militar, en la configuración de un nuevo escenario favorable a su visión de un regimen autocrático comunista.

Juzgar a Kissinger y a su legado, con las limitaciones y rigideces de las ideologías es observar a la propia historia de la Guerra Fría con una visión miope o superficial, cuando no abiertamente tendenciosa. Se trató de un conflicto en el que la democracia liberal, de la que hoy disponen en muchos países los propios partidos socialistas y comunistas para acceder al gobierno, -junto a usufructuar las libertades y garantías elementales inherentes a este sistema político-, estuvo bajo las amenazas de ser anulada por el comunismo soviético. Los excesos que llevaron al poder a dictaduras militares como en América Latina, fueron los lamentables y trágicos resultados de un conflicto sucio y retorcido en sus efectos, en la errada creencia de actuar como blindajes en contra del comunismo. Como creyente y ejecutor del realismo político, Kissinger toleró esta clase de represiones a la libertad, exponiendo a las sociedades a un padecimiento trágico y alejado de la defensa democrática. Pero entre las perversas alternativas existentes, con estados de violencia extrema como en Argentina antes del golpe de 1976, impulsada por movimientos guerrilleros, el campo para la moral y los ideales democráticos había ardido bajo esa violencia de ambos extremos.

Para derrotar a la Alemania Nazi, un regimen totalitario y asesino de millones de inocentes, los aliados debieron tomas decisiones en las que las opciones existentes no escapaban del horror de una destrucción que afectaría la vida de seres humanos civiles, y se limitaron a dos alternativas no exentas ambas del precio de la muerte. Ese es precisamente el cruel mecanismo de las guerras cuando estallan y se propagan como un incendio sin control. El costo alternativo era la perpetuidad del nazismo y la esclavitud y muerte de millones de personas. En la Guerra Fría, con su propia carga de guerras y muertos, la alternativa era la expansión del totalitarismo comunista, el aniquilamiento de la democracia en muchos países y la instalación de un sistema  represor y asesino como el soviético o el cubano.

Tras una guerra, nadie encargado de tomar decisiones de tan extremas consecuencias sale candidato a la santificación. Pero a Kissinger, entre sus errores y aciertos y como a otros grandes estadistas a favor de las libertades, cabe reconocerle el discernimiento de evitar en muchas ocasiones el peor de los dos males. Y gracias a esa capacidad, hoy el mundo es un poco más libre que durante la Guerra Fría.

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