El mar, alcancía de mil secretos

Un submarino hundido y un avión que sigue sin aparecer actualizan el enigma de las profundidades marinas

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16 de mayo de 2021 a las 05:05

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El mar es una caja llena de secretos esperando ser algún día resueltos. Los archivos del agua son más inquietantes que los del FBI. En las profundidades del océano la vida guarda misterios que ni siquiera en la otra vida lograremos resolver. Son fuente permanente de preguntas. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿En qué momento? Las profundidades marinas tienen tantos o más secretos que los inmensos espacios siderales, donde habría seres desconocidos, extraterrestres, ante la falta de mayor especificidad. En los mares hay flora y fauna que aún no han sido descubiertas ni catalogadas, y eso que han estado allí por siglos, desde que el planeta existe. En el fondo de las profundidades marinas residen enigmas milenarios, varios de ellos conservados en forma blindada por mucho tiempo seguido que suma siglos. Barcos que se hundieron, aviones que ahí fueron a caer, gente que ha desaparecido y nunca más volvió a saberse de ella. 

¿En qué lugar del océano fue a caer en enero de 1939 el avión que pilotaba Amelia Earhart, declarada luego “fallecida in absentia”? No es el único misterio aéreo y acuático que permanece sin resolver. Días atrás volvió a actualizarse el blindado enigma del vuelo 370 de Malaysia Airlines, que el 8 de marzo de 2014 desapareció por completo como si se lo hubiera tragado la tierra, o el agua mejor dicho. El Boeing 777 con 239 personas a bordo desapareció sobre las aguas sureñas del océano Índico. La desaparición del avión que iba de Kuala Lumpur a Pekín es el misterio más grande en la historia de la aeronavegación y cuando en enero 2017 se suspendió la búsqueda debido a la ausencia de resultados, se dio por descontado que el secreto continuaría sin resolverse. La búsqueda realizada por los gobiernos de Malasia, China y Australia duró más de mil días sin aportar evidencias sobre el lugar donde podría haber impactado la nave, habiendo producido únicamente un monto enorme de suposiciones. Cada vez son más los indicios que apuntan a un acto criminal y suicida del capitán, quien logró evadir los radares y mató a todos los ocupantes de la nave al desconectar el oxígeno. Habría pilotado el avión hacia un espacio ignoto del océano, donde seguramente el secreto permanecerá enviando interrogantes desde las profundidades. 

Semanas atrás (la pandemia no es lo único que sucede en el mundo), el 25 de abril, fueron encontrados los restos del submarino KRI Nangalla-402 de la Armada de Indonesia, desaparecido cinco días antes. En el fondo del mar, cerca de Bali, estaban los cadáveres de los 53 tripulantes. La explicación de las causas dada por las autoridades de ese país fue más clara que el agua (y en esa región geográfica lo es): “el submarino se hundió y toda la tripulación murió”. Las imágenes enviadas por el vehículo manejado por control remoto durante la misión de rescate –que terminó teniendo carácter preforense– resultan impresionantes. El submarino militar de fabricación alemana se convirtió en féretro colectivo. En su interior estaban los marinos que en forma póstuma serán homenajeados y tendrán promoción de rango. Los 53 militares murieron ahogados tras una larga agonía. Difícil imaginar una muerte peor que esa. Deben haber sido horas desesperantes, constatando a cada segundo cómo el acto de respirar se les hacía una acción cada vez más imposible. Al menos sus familiares saben algo de cómo fueron sus minutos finales y dónde fueron a terminar sus vidas. 

La historia de los submarinos que han desaparecido en las profundidades sin dejar rastros es larga. Nancy Kenney estuvo preguntándose sobre lo ocurrido a su padre, William T. Mabin, uno de los tripulantes del submarino estadounidense Lagarto, desaparecido en los últimos meses de la segunda guerra mundial, mayo de 1945, cuando se dirigía a atacar a un convoy japonés. Como si se lo hubiera devorado el agua, el submarino desapareció en forma misteriosa de los radares. En 2005, cuando la memoria se empezaba a cansar de fabular conjeturas, un grupo de investigadores privados encontró al Lagarto en el fondo del golfo de Tailandia. Estaba intacto. Al año siguiente la armada estadounidense confirmó que se trataba del submarino y que se había hundido por una ruptura en su estructura. Nancy tenía por entonces 2 años, pero recordaba los problemas de su madre cada vez que quería explicarle lo que había pasado con su padre. Para la hija, el descubrimiento del paradero del submarino fue la conclusión de un triste capítulo, pues nada peor para los vivos que no saber dónde están sus muertos. Estos ya no son desaparecidos. Los misterios dejan siempre la puerta abierta para infinidad de interpretaciones en busca de verificación. 

Hell and High Water, cuya traducción literal es “infierno y agua alta”, es una expresión popular. También el nombre de la película de 1954 protagonizada por Richard Widmark, sobre un submarino durante la guerra fría. El cine ha hecho unos cuantos buenos filmes sobre submarinos, incluso hubo una serie de televisión antológica, Viaje al fondo del mar, emitida entre 1964 y 1968, y de la que creo haber visto todos los capítulos, varios de ellos más de una vez. Trabajar en un submarino, esto es, vivir dentro de uno pues los marinos pueden pasar allí meses sin ver la luz del sol, es una experiencia épica, para la cual pocos se sienten preparados. La tensión para los ocupantes de la nave es incluso mayor si el submarino es nuclear. El final del planeta podría comenzar en las profundidades marinas, en caso de que desde allí se lanzara un misil capaz de arruinar la realidad con su poder destructor. 

Tiempo atrás el gobierno de Corea del Norte hizo circular un video, docudrama de ficción, en el que Washington es pulverizada por un ataque nuclear. Fue filmado en la capital norcoreana, Pionyang, dura 4 minutos y se llama La última oportunidad. El filme (palabra generosa que permite encuadrar en su definición distintos tipos de cine) presenta una escena bélica creada digitalmente, en la cual un misil nuclear norcoreano es disparado desde un submarino para impactar en la capital estadounidense, con triunfo para el ejército invasor (hay una película producida en Hollywood con trama similar, pero con la acción sucediendo en Nueva York). Hay quienes creen que la locura demencial de Kim Jong-un, líder supremo de los oprimidos norcoreanos, es inofensiva y forma parte de un juego de fuegos artificiales de limitado alcance. Sin embargo, tras la fachada de payaso homicida, con abundante cuota de humor involuntario, se esconde un criminal de alto rango, capaz de hacer el mal en gran magnitud. 

En la peliculita norcoreana, la acción iniciada en un submarino carece de la orden de último momento que impide la tercera guerra mundial. Nada de ¡aborten el lanzamiento! En la que posiblemente sea la mejor película con un submarino como protagonista, Crimson Tide (Marea roja, 1995), con Denzel Washington y Gene Hackman, el suspenso está generado por el hecho de que recién a último momento sabemos el destino de los misiles balísticos nucleares (SLBM). ¿Los lanzarán?, ¿no los lanzarán? Las preguntas atraviesan el relato de principio a fin. Sin embargo, si lo analizamos bien, ese a la postre es un detalle intrascendente a la hora de generar tensión, pues lo que realmente la genera es la relación entre los oficiales y marinos para quienes la vida no puede tener un peor final que aquel acompañado de claustrofobia, en el fondo oscuro y profundo del océano. 

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