Conviene tener a mano el número de puerta para llegar al bar de tango El Chamuyo. Desde la vereda no aparenta ser más que una típica casa de altos en la Ciudad Vieja. Pero sus puertas están abiertas y dejan ver, al fondo de la escalera, una cartelera con siluetas de bailarines que, aunque es apenas visible, insinúa que no se trata de un lugar cualquiera.
Al subir se paga un tique y al abrir la puerta del salón, la música irrumpe como si se ingresara a un mundo aparte, al menos difícil de imaginar desde la silenciosa cuadra de la calle 25 de mayo. Es un mundo de iluminación tenue y rojiza, con un escenario y varias mesas que rodean una pista copada por parejas de edades variadas -desde 30 hasta 90 años- que deslizan y coordinan sus pies hasta de ojos cerrados.
“Es muy nuestro. Pero no lo valoramos”, comentó sobre el tango una señora que dijo saber bailarlo pero esa noche, hasta el momento, era una espectadora más; no así una pareja de europeos, que tras un rato sentados cambiaron sus camperas deportivas y championes por un atuendo negro y los clásicos zapatos de baile.
Esta nota es exclusiva para suscriptores.
Accedé ahora y sin límites a toda la información.
¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá