Estilo de vida > VIDA PRIVADA

El poliamor o cómo dividir el corazón en varias partes

Después de tres décadas de monogamia una mujer decide embarcarse en un territorio desconocido y probar si es capaz de tener una historia de amor libre
Tiempo de lectura: -'
09 de abril de 2018 a las 05:00
Por Debbie Weiss, New York Times News Service

Fue cuando comíamos sándwiches de pastrami que mi novio me dijo: "Una de mis exparejas estará en la conferencia a la que asistiré la próxima semana. Compartiremos habitación y dormiremos juntos".

Tuve que parpadear muy rápido para ocultar las lágrimas. "No quería saberlo", le contesté, deseando haberme quedado en casa en lugar de haber hecho el viaje de noventa minutos en tren para ir a verlo.
"Perdóname por decírtelo", dijo. "No era mi intención lastimarte, solo quería ser sincero".

Mi pareja era un médico educado en una de las mejores universidades de Estados Unidos, con una maestría en administración de empresas, aunque ya no practicaba la medicina ni trabajaba en ningún negocio. Ahora estaba capacitándose para volverse instructor de sexo tántrico; mientras, trabajaba en componer canciones. Se llamaba Howard y era poliamoroso.

Yo llevaba cuatro años como viuda, luego de haber compartido 32 años con quien fue mi novio desde el colegio, George. Me había lanzado al pozo de las citas en línea buscando el amor, pero entrar pataleando como perro maniático no me había ayudado. Por el momento, estaba dispuesta a conformarme con esto, aunque fuera raro.

Howard era cariñoso, inteligente y sincero (extremadamente). Me gustaba, pero también lo consideraba un experimento. Si no podía encontrar al Hombre Perfecto, ¿qué tal el Hombre Casi Perfecto, complementado con algunos más?

Habíamos estado saliendo durante unos meses nada más, pasando juntos las noches del sábado y uno que otro día entre semana. Sospechaba que el resto de las noches estaban reservadas para otras mujeres, pero no quería pasar de la sospecha a la certeza. Vivíamos en la zona de la bahía de San Francisco, a trece estaciones de tren de distancia; yo vivía en Danville, un apacible suburbio del este de la bahía, y él en el bullicioso distrito Mission.

Peor que la distancia física es que había una brecha considerable respecto a lo que cada uno deseaba. En términos culturales ambos éramos judíos, pero en versiones diferentes. Aunque mi familia no era religiosa, mi educación había sido recatada. Ni siquiera podía concebir que el judaísmo meramente cultural coexistiera con el poliamor. La idea de tener un beshert –un amor predestinado, un término idealista que dejé de utilizar cuando murió mi esposo– parecía muy arraigada en el hecho de ser judía.

Howard quería alejarse del modelo monógamo con el cual había crecido y yo quería copiarlo. Y no es de sorprenderse tampoco que yo no quisiera mudarme a San Francisco y él no se veía a sí mismo viviendo en Danville.

Ambos seguíamos activos en línea, pactando citas con otras personas. Cuando Howard me contó de la conferencia, dije: "Debo ser sincera también, tendré algunas primeras citas mientras no estás".
Pero la posibilidad de que yo tuviera un primer beso tentativo no podía competir con su anuncio de que él pasaría varias noches con otra persona.

Durante la semana del congreso, me lo imaginaba en la cama con una mujer sin rostro, con una cadena de oro destellando alrededor de su esbelta cintura. El sexo imaginario que tenían era a la vez tierno e incendiario, movido por la pasión de un pasado en común, con respiraciones sincronizadas y un control muscular envidiable.

Él me había dicho que sí quería una pareja principal; alguien con quien vivir y planificar un futuro. Sin embargo, eso incluía "peros".

"¿Qué significa para ti ser poliamoroso y estar en una relación?", le pregunté unas semanas después, sentada en su sala hundida con vista a la bahía, recordándome que no debía ponerme demasiado cómoda ahí.

"Además de tener una pareja principal –dijo– necesito pasar unas cuantas noches con examantes y tener una aventura al año".

"¿Y por qué debe involucrar dormir juntos el mantener contacto con examantes?", cuestioné. "¿No puedes verlas solo para almorzar?".

"He sido poli durante siete años –respondió–. Puedo amar a más de una persona a la vez. Parte de ser poliamoroso significa desarrollar todo tu potencial".

"Pero ¿por qué tu potencial tiene que estar relacionado con el sexo? –dije–. Es la diferencia entre tomar una clase de alfarería porque quieres intentarlo y de sentir la necesidad de dormir con la profesora de la clase".

Si me decidía por un hombre que pasaba noches con otras personas, yo también estaría tentada a hacerlo.

Con todas esas amantes y aventuras, la vida con Howard era muy parecida a ser un ama de llaves con beneficios. Mantendríamos un pacto, de modo que pudiéramos ofrecer lo mejor de nosotros mismos a otras personas. Como soy introvertida, yo deseaba enamorarme de una persona para dejar de andar teniendo aventuras por todos lados. Deseaba quedarme en casa con mi amor verdadero y tener mucho tiempo para leer. Cuando estás en una relación comprometida, ¿qué otra cosa son las aventuras sino una necesidad de alimentar tu ego con nueva carne?

Le pregunté a Howard si le molestaba que en ocasiones durmiera con mi exnovio, un guitarrista de ojos verdes y cabello parado.

"No, me parece bien –respondió–. Es más sencillo si ambos tratamos de pasar tiempo con antiguos amantes".

Pero mi exnovio no podía lidiar con que también estuviera con Howard, así que puse fin a mi intento de poliamor con antiguos amantes.

Howard llamaba al poliamor una "no monogamia consensuada", lo cual significa que puedes tener relaciones sexuales con otras personas siempre y cuando todas las partes estén de acuerdo.
Requería muchas conversaciones maduras y civilizadas acerca de dónde quedarían los parámetros.
Soy exabogada y eso parecía como redactar el borrador de un acuerdo legal. Si no podíamos llegar a un convenio en cuanto a las cláusulas, ¿Howard se la pasaría deprimido en la casa quejándose de que nunca lo dejo hacer nada divertido?

Yo llamaba al poliamor "estar expuesto a infecciones". Siempre tendrías que practicar el sexo seguro, incluso en tu relación principal, pues tu pareja vería a otras personas. Y siempre sería emocionalmente peligroso porque una de esas otras personas podría llegar a gustarle más que tú. Si ambos amáramos a otras personas, ¿acaso no desearíamos pasar el tiempo con ellas? Parecía una receta perfecta para el desastre. Podrías enamorarte de tu aventura.

Desde 2009, revistas como Newsweek hablaban de si el poliamor era la siguiente revolución sexual. Pero en aquel entonces el asunto no estaba en mi radar porque tenía a George. El poliamor se ha clasificado a la vez como una orientación sexual y un estilo de vida. Parece que algunas personas están hechas para estar en varias relaciones a la vez y no sienten celos cuando sus parejas hacen lo mismo. Pero muchas de las preguntas postuladas en sitios que ofrecen consejos acerca del poliamor son de parejas secundarias celosas de la relación primaria de su amante.

"Cuando me comprometo con alguien –le dije a Howard– no deseo salir con otras personas, y no me gusta enterarme de que tú sí lo deseas".

Durante los años que pasé buscando una relación mediante citas después de mi tiempo con George, desarrollé una coraza protectora alrededor de mi corazón. Para permitirme volver a amar tendría que dejar que esa coraza se quebrara y se cayera, en vez de mantenerla debido a que mi pareja invitaba a extraños a meterse en nuestra relación. Todo el asunto me parecía algo inevitable: en algún punto, tendríamos que llegar a un acuerdo de exclusividad y si alguno de nosotros se sentía atraído por alguien más, tendríamos que sufrir nuestra lujuria en silencio como la gente decente.

Pero ahí estaba mi propia debilidad. Si me decidía por un hombre que pasaba noches con otras personas, yo también estaría tentada a hacerlo, aunque la única razón fuera calmar mi inseguridad de no ser insuficiente. Así podríamos regresar ambos a casa con una sonrisa en el rostro, pero yo no me sentiría feliz, sino apesadumbrada.

Howard quería alejarse del todo del modelo monógamo con el cual había crecido y yo quería copiarlo.Howard tendía a usar la palabra y para sustituir pero cuando conversábamos. Dijo que pero indicaba una situación de opciones que se excluyen, mientras que y sugería coexistencia. Cuando lo conocí, intenté usar y también, esperando vislumbrar más posibilidades. "Deseo enamorarme y, aun así, dormir con otras personas". "Deseo enamorarme, pero, aun así, dormir con otras personas". Con el paso del tiempo yo regresé al pero, veía ahí una sola acepción lingüística.

Cuando conocí a Howard, quise mantenerme abierta a un estilo de vida distinto del de mi matrimonio, uno que no fuera necesariamente monógamo. Pero no es para mí. Quizá me estaba limitando al ser tan convencional. O quizá me estaba descubriendo, porque a años de haber perdido a George por fin me había abierto de nuevo al amor. Sencillamente necesitaba dejar de dormir con mi exnovio y de salir con hombres con quienes no había posibilidades de una relación a largo plazo.

"Deja de perder tu energía amorosa con hombres con los que no tienes futuro", me dijo una amiga, citando a su terapeuta, aunque ella también seguía buscando en línea a Don Amor Eterno mientras dormía con Don Mientras Tanto, a modo de paliativo. "Tú eres mi aventura –le dije a Howard–. Con el tiempo conoceré a alguien como yo y lo nuestro terminará".

Un mes más tarde conocí a alguien como yo. Era abogado de familia judía que vivía en los suburbios. Incluso habíamos asistido a la misma sinagoga. Estábamos de acuerdo en que el que hiciéramos el amor significaba que no veríamos a otras personas; pero, de cualquier modo, ninguno de los dos quería ver a otras personas ahora que nos habíamos encontrado.

Terminar mi relación con Howard no fue complicado. Ni siquiera fue un trago semiamargo. Fue más bien como salir del cine después de ver una película muy buena: sabía que terminaría. Me identificaba con los personajes a sabiendas de que no podía ser ellos.

La versión de Howard del poliamor, con toda su apertura, me parece que también estaba llena de restricciones. Él llevaba todos esos años acumulando experiencias, sí, pero yo había tenido la experiencia de George. Y por ello sabía que, una vez que encuentras el amor, te lanzas casi de manera involuntaria, no te sientas en el borde a negociar cómo tener suficientes opciones.

    Comentarios

    Registrate gratis y seguí navegando.

    ¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

    Pasá de informarte a formar tu opinión.

    Suscribite desde US$ 345 / mes

    Elegí tu plan

    Estás por alcanzar el límite de notas.

    Suscribite ahora a

    Te quedan 3 notas gratuitas.

    Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

    Esta es tu última nota gratuita.

    Se parte de desde US$ 345 / mes

    Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

    Elegí tu plan y accedé sin límites.

    Ver planes

    Contenido exclusivo de

    Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

    Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

    Cargando...