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El sufragio: la antigua fe de los orientales

Lacalle y Talvi tienen un enorme crédito, pero las elecciones internas pueden provocar alucinaciones
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30 de junio de 2019 a las 23:38

Si la democracia es el abuso de la estadística, como dijo cierta vez el muy elitista Jorge Luis Borges, la democracia uruguaya es arquetípica. Aunque en las internas vota una minoría, las grandes preferencias se mantienen, y las sorpresas, que siempre las hay, no parecen una grave amenaza.

La participación, que se situó en torno al 40%, representó una recuperación respecto a las elecciones “primarias” de 2014, cuando votó el 37,4% de los habilitados. De todas maneras significa la continuidad de una caída reveladora, aunque comprensible, desde el 60,5% de las internas de 1982, aún en dictadura, cuando había muchas ganas de votar, el 53,7% de 1999, el 45,9% de 2004 y el 44,2% de 2009.

Cuando el voto se reduce al más “consciente” o “militante” (con las salvedades del caso, pues no votar también implica diversas formas de militancia), debería favorecer a los candidatos más establecidos, como Julio Sanguinetti, Luis A. Lacalle o Jorge Larrañaga; o a los que cuentan con más “aparato” y "línea" detrás, como Óscar Andrade, a caballo del Partido Comunista.

Juan Sartori, que irrumpió como un corsario en el Partido Nacional, lejos de la ranciedad característica de la política uruguaya, es una excepción parcial a esa regla. Jugó con la pierna en alto, con métodos repudiados por la intelectualidad bien-pensante, pero no le fue nada mal. Deberá ser objeto de estudio, sin prejuicios. 

De todas formas, para tranquilidad del establishment, Sartori fue más que doblado en votos por Luis Lacalle Pou, el buque insignia de los blancos desde 2014, quien se rodea de una sólida escolta. Aliado a los convencionales de Larrañaga y Enrique Antía, Lacalle podrá actuar con soltura en el seno de su partido, pero le convendría signar un pacto de convivencia con Sartori. 

Tal vez más significativo haya sido el triunfo de Ernesto Talvi en el Partido Colorado, quien doblegó a Julio Sanguinetti, el viejo príncipe ilustrado. Esa fantástica embestida, de menor a mayor, habla muy bien de Talvi: de su valor, su claridad docente, de su bonhomía y su capacidad de predicar una buena nueva. Claro que él no se apropia del acorazado Potemkin, pues el viejo partido de gobierno, la antigua columna vertebral del Estado uruguayo, está muy disminuido y es apenas una chalupa esforzada. Pero puede ser, por qué no, el preámbulo de una resurrección.

El triunfo de Talvi, además, marca el ocaso definitivo de Julio María Sanguinetti, artífice de la apertura democrática y dos veces presidente de la República, quien representa tanto horas de gloria como la decadencia del Partido Colorado.

La bajísima participación en Montevideo y Canelones, santuarios de la izquierda, como antes lo fue del Partido Colorado, se debe en parte al escaso interés que provocó la interna del oficialismo, sin competencia real y con resultados sabidos de antemano (aunque las distancias, al fin, fueron cortas). También puede reflejar una pérdida de votos del Frente Amplio, o al menos un aumento transitorio de los escépticos. La izquierda se juega la vida en los próximos cinco meses. Hay demasiadas cosas que no andan bien.

Por el contrario, la alta votación relativa en el interior del país fue reflejo de la competencia en el Partido Nacional, siempre recia, y de su persistente fortaleza como fuerza opositora, desde el fondo de la historia; y también de la reacción que provocó la incómoda aparición de Sartori.

Los blancos, la antigua secta del cuchillo y del coraje (siguiendo con Borges), sacaron todos sus bártulos a las calles.

Puede alarmar que una minoría resuelva las candidaturas presidenciales, y las listas parlamentarias, más aún al tratarse de Uruguay, un país de desarrollo medio y desigual, nada consolidado. 

En las democracias más maduras del mundo, en Europa occidental o América del Norte, sin voto obligatorio, también se registra una participación decreciente en los procesos electorales. A veces es síntoma de escepticismo, pero también una muestra de confianza en el sistema y su previsibilidad. 

El abstencionismo ha crecido mucho en Europa desde la década de 1990, cuando el fin de la “Guerra Fría” y la evaporación de la utopía socialista. Ahora la amenaza de los nacionalismos y populismos puede hacer renacer la llama. Las personas corren a votar cuando sienten que hay cosas importantes en juego.

Mientras tanto en Uruguay, según la encuesta Latinobarómetro, aumenta la apatía y cae la confianza en el sistema democrático, el Parlamento, en los partidos y en los sindicatos. Por el contrario, crece el prestigio de las Fuerzas Armadas: una demanda implícita de orden y seguridad públicas. Esa es la razón del éxito relativo del ex jefe del Ejército, el general Guido Manini Ríos. Sus huestes de Cabildo Abierto, compuestas de policías, soldados y oficiales en retiro, se desplegaron con eficacia ayer por pueblos y ciudades.

Es un mensaje que los sectores más liberales deberán atender.

Ahora habrá que barajar y dar de nuevo. Las elecciones internas pueden provocar alucinaciones. Los blancos suelen tener una votación relativa muy alta en las internas, pero luego, en octubre, crecen menos que los demás. El Partido Nacional superó al Frente Amplio en las elecciones “primarias” de 2009 y 2014, y después, en las elecciones nacionales, fue derrotado con holgura. 

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