Cinco años. Sesenta meses. Mil ochocientos veinticinco días. Cuarenta y tres mil ochocientas horas. Desde el fondo del tiempo, las agujas del reloj no paran. Si la vida, como dijo Borges, es una muerte que viene, el gobierno no es entonces mucho más que una elección a la vuelta de la esquina.
Gobernar es, entre tantas otras cosas, saber leer y administrar los tiempos. En el largo aliento supone interpretar los momentos históricos y las demandas ciudadanas. En el corto plazo, identificar, a veces con precisión de relojero, las oportunidades políticas y los acuerdos posibles. Es definir prioridades, ponderar urgencias, cosechar paciencias y sembrar resultados más pronto que tarde.
Si la política está atravesada por el tiempo, ¿tienen de él los partidos distintas concepciones? ¿Hay entre colorados, blancos y frenteamplistas, un modo diferente de pensar el tiempo, y de actuar en consecuencia? ¿Cómo convive cada presidente con el incesante traqueteo de las agujas del reloj?
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Desde que asumió el 1º de marzo de 2020, el presidente Luis Lacalle Pou tiene en su celular un recordatorio constante que le marca, segundo a segundo, cómo se consume el tiempo de su gobierno.
La obsesión es hereditaria. “Yo sufro de angustia temporal”, dice a El Observador su padre y presidente tres décadas atrás, Luis Alberto Lacalle Herrera.
Nieto de Luis Alberto de Herrera, el caudillo civil del Partido Nacional y al que “nunca se lo vio sin hacer nada”, Lacalle padre atribuye un sentido “muy cristiano” a ese temor por el paso del tiempo. “No sé si mañana voy a estar vivo. En el Evangelio hay una parábola muy linda, que es la de los talentos. Siempre la uso porque me siento muy responsable de lo que me pregunten del otro lado cuando termine la vida: ¿qué hiciste con lo que te di? ¿qué hiciste, entre otras cosas, con el poder que tuviste?”
Esa impronta personal, hoy reencarnada a su propio modo en su hijo Lacalle Pou, estuvo presente desde el minuto cero de su gobierno, con su discurso ante la Asamblea General. “Acallado el último aplauso, realizada la última ceremonia, comienza, para ustedes y para nosotros, la cuenta regresiva de sesenta meses (...) Quizá sea, entonces, la mejor prenda del ejercicio de nuestra tarea, el hecho de que dentro de sesenta meses, en esta misma casa, cuando otro ciudadano jure defender la Constitución de la República, podamos entregarle un país mejor”, dijo Lacalle Herrera al cierre de su oratoria.
“Y entregué un país mejor. No siempre ocurre”, dice Lacalle Herrera once mil cuatrocientos dieciocho días después.
Pablo García Pintos, su secretario de la Presidencia, hizo de esa obsesión el título de un libro: Faltan 60 meses. “Esa manía de Lacalle, a la que yo tildaba de cronofagia (en el sentido de comerse el tiempo), resultaba un boomerang en su propósito. A la obstinación de fijarse plazos ideales que, en un gran porcentaje, se sabía que realmente no podían cumplirse, se le sumaba la irritación que ello causaba a los adversarios. Para los colaboradores, que varias veces al día escuchábamos cómo hacía correr el calendario, resultaba, hasta que nos acostumbramos, una cuestión casi angustiante”, escribió García Pintos, en una descripción que hasta el día de hoy despierta una risa en el expresidente.
Tanto en ese entonces como ahora, Lacalle suele terminar sus conversaciones diciéndole al interlocutor "gracias por su tiempo". "Es lo único que no me puede devolver: me puede devolver libros prestados, dinero, pero tiempo no. Cuando en el gobierno me decían ‘bueno la semana que viene’, yo contestaba: ¡no, loco, con mi semana no juegues así! Tengo 52 semanas este año y tengo, no sé, otras tantas hasta morirme. No jodan con mi tiempo".
Julio María Sanguinetti, el colorado que le prestó por cinco años a Lacalle la banda presidencial, ejerció el poder con un sentido menos ansioso del paso del tiempo. Epítome de un Partido Colorado acostumbrado por la historia a estar en el gobierno, no necesitaba estar encima de sus subordinados con llamadas y reuniones. Sus colaboradores más cercanos siempre destacaron, sobre todo, la “puntualidad prusiana” y la calma con la que ponía cada pieza en su lugar. “Cuando todo es prioridad, nada es prioridad”, repetía el presidente a su entorno. En la política, su mirada de los tiempos históricos se reflejaron, muchas veces, en una defensa del gradualismo y el legado batllista ante intentos reformistas por parte de los blancos, que a entender de los colorados eran demasiado “extremistas”.
Si Sanguinetti encarnó siempre el racionalismo y la serena planificación, Jorge Batlle fue en cambio gran cultor de la espontaneidad, no sin altos grados de erudición. El hijo de Luis Batlle Berres fue un colorado extraño: forjado más en la derrota que en la victoria, y tan tozudo como irreverente, Jorge Batlle cultivó a lo largo de su carrera la imagen de un hombre fuera de tiempo. “Yo ya estoy en la Estación Carnelli”, decía en tono jocoso luego de tantos sinsabores.
Uno de sus últimos actos en vida fue mirar su reloj. Fue en una noche estrellada en Tacuarembó, segundos antes de caer producto de un ACV. “Ya es la una. Se hizo tarde”, dijo Batlle a sus compañeros de trasnochada.
Tabaré Vázquez, primer hombre del Frente Amplio en llegar al gobierno nacional en Uruguay, volvió a imponer el orden y el método en casa de gobierno. Pero en el caso de la izquierda, el acceso al poder también implicó una discusión sobre el manejo de los tiempos. ¿Cuánto debían demorar los cambios? ¿Qué velocidad debía imprimirse a las reformas? ¿Había que hacer temblar las raíces de los árboles u optar por el cambio lento pero seguro?
Varios frenteamplistas, que durante años habían cantado que se debía “dar vuelta el viento como la taba”, porque “el que no cambia todo, no cambia nada”, vivieron con cierto disgusto la moderación con la que la cúpula dirigente del Frente Amplio afrontó algunas áreas de la gestión.
José Mujica, exintegrante de la guerrilla tupamara, afianzó ese proceso cinco años después, cuando vestido de saco dijo, al asumir la Presidencia, que se atendría a algunas reglas de la ortodoxia a la que había combatido. “Hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque”, dijo ese día ante el Parlamento quien varias décadas antes había intentado, mediante la lucha armada, instaurar un "tiempo nuevo".
“Yo puedo soñar con una utopía, pero si yo no atiendo otras urgencias al final es historia. Naturalmente, siempre los deseos son más largos que lo que podemos concretar en la realidad”, dice ahora Mujica. En conversación con El Observador, el expresidente se definió como un "paisano desaliñado" que "trató de usar reloj pero se estrelló bastante".
Exponente de una concepción materialista del tiempo –”cuando comprás algo no lo hacés con plata, sino con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata”, dice una de sus frases patentadas que recorren el mundo–, Mujica se despidió del gobierno con unas palabras que no le cerraron las puertas a su historia: “No me voy, estoy llegando”.
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¿Hay, en todo ese largo collar de anécdotas, una atadura con la política y los partidos?
Los referentes partidarios no niegan que cada colectividad tenga un vínculo con el tiempo, forjado en las condiciones que impuso la historia.
Por ejemplo, si uno armara un bolillero con cada uno de los años de la vida política del país, y sacara una bolilla al azar, lo más probable es que en ese año fuera el Partido Colorado quien estuviera gobernando. Esa permanencia en el poder también permeó en la concepción del tiempo de propios y ajenos.
Sanguinetti lo resume así: “El Partido Colorado ha sido cultor de la ética de la responsabilidad. La ética de la convicción, siguiendo a Max Weber, responde a las convicciones y se desatiende de sus consecuencias para mantener la llama. O bien se puede defender los principios asumiendo las consecuencias. El Partido Colorado, que es el que más ha gobernado, hizo eso desde el primer día. En algunos momentos ha sido más acelerador, en otros más prudentes, según el momento y la circunstancia. Cuando tuvimos que administrar una crisis fue una circunstancia, cuando pudimos hacer reformas, fue otra circunstancia”.
"Nosotros nos definimos como un partido racionalista y de avanzada. Nuestra metodología es la de ir procurando la llegada y la culminación de nuestros principios, paso a paso, mirando los resultados", añade Sanguinetti, que a pesar del paso del tiempo, sigue en la primera fila de la política, ahora como secretario general del Partido Colorado.
En el Partido Nacional, por el contrario, se repite otro concepto: “el sentido de la urgencia”. Adaptado a la derrota y a mantener su llama fuera del poder, los propios blancos reconocen que cada vez que les toca gobernar intentan plasmar todo lo que antes no pudieron. En esa línea, la épica blanca se asienta sobre la noción de que cada vez que fue llamado a tomar las riendas del Estado, el Partido Nacional lo hizo con el mandato de sacudir a un país anquilosado y adormecido.
“Hemos estado muchas menos veces, pero las veces que hemos estado hemos dejado una huella. Entendemos la política como un instrumento de cambio, de mejora”, dice Lacalle Herrera. "¿El Partido Colorado por qué está donde está ahora? Porque se mimetizó tanto con el poder, que el día que lo perdió se quedó sin asunto. Igual son 180 años. Hemos sido todos, todo”, matiza por último el expresidente blanco.
En ese juego de temporalidades, el Frente Amplio surgió a la vida pública a principios de la década de 1970 con la aspiración de representar la voz de un nuevo tiempo para viejos anhelos.
Mujica sostiene que en la izquierda uruguaya conviven distintas idiosincrasias, incluyendo las de raíces blancas y coloradas. A su juicio, también hubo un sentido de la urgencia desde el izquierda, que en los primeros años de la era progresista se tradujo en fuertes impulsos reformistas que luego se fueron diluyendo con el paso del tiempo.
Así como el clamor de "no vuelvas atrás" y la afirmación de que el "Uruguay no se detiene" le dieron el triunfo a la izquierda en 2014, cinco años después el sentido de la urgencia blanco se impuso al grito de "es ahora".
¿Qué viene después? Para eso ya están las agujas en movimiento.
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