Robyn Beck / AFP

¿En qué se parecen una cachetada y una invasión?

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01 de abril de 2022 a las 05:04

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La cachetada que Will Smith le propinó al comediante Chris Rock el domingo en la entrega de los premios Oscar parecía en un principio una noticia destinada exclusivamente a las páginas de la farándula. No hubiera imaginado entonces que hoy estaría escribiendo sobre ello.

Pero es que el incidente generó tal reacción en el público y despertó tal interés en las redacciones, que hasta los columnistas más serios le dedicaron textos, y por momentos, desplazó a la invasión a Ucrania de los titulares.

Algunos, los más militantes, no perdieron oportunidad de politizar un poco el tema; como la columnista de The Guardian Tayo Bero, que culpó de la indignación pública por el comportamiento de Smith al “racismo” y al prejuicio contra las personas de color; o como el exvicepresidente del gobierno español Pablo Iglesias, para quien Smith se levantó de su asiento impulsado por “el machismo” y “el sentimiento patriarcal”.

Como siempre en estas cosas, algo de todo eso hay. Pero no es lo central de por qué una bofetada le dio la vuelta al mundo desplazando de las primeras planas a todas las demás noticias.

Y lo central, lo medular del asunto, contiene tres elementos que, si bien son hechos muy disímiles y a primera vista incomparables, están a un tiempo presentes tanto en el cachetazo de Smith como en la invasión a Ucrania: la violencia, la sorpresa y el escenario internacional.

Obviamente que no se puede comparar la atrocidad de una guerra con una simple bofetada; pero no deja de ser una salida violenta, un recurso que acaba con la palabra, que rompe el hilo discursivo y da al traste con la solución pacífica de las controversias. Por eso consternó tanto. 

Luego, ambos son hechos sorpresivos porque, desde luego, nadie los esperaba. En el caso de la intervención en Ucrania, a pesar de que la prensa y las cadenas estadounidenses hacía un par de meses que la venían anunciando, la verdad es que nadie creía que podía suceder. La invasión de un estado soberano en el corazón de Europa no es algo que se avizorara como muy probable hasta que sucedió.

Del mismo modo, que un nominado al premio se levante de su asiento y le dé en vivo y en directo una soberana cachetada al maestro de ceremonia es algo que nadie espera ver en una entrega de los Oscar. 

Ahora bien, ¿debería esto último sorprendernos tanto? Con el tipo de producciones que los grandes estudios de Hollywood han puesto en pantalla los últimos cuarenta años, ¿puede la reacción de Will Smith ser algo realmente tan inesperado? 

Históricamente, el cine francés se ha destacado por el drama; el cine italiano, por la comedia; y el cine inglés, por el realismo. Hasta los años ochenta, Hollywood era una buena mezcla de todo ello. Pero desde los ochenta a esta parte, le ha apostado en su mayoría a la acción, a la violencia y, últimamente, sobre todo a los superhéroes. A pesar del cine de autor, y de luminarias como Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, el grueso de la producción cinematográfica ha girado en torno a esos géneros. Y ahí están las estrellas de las últimas décadas: los Schwarzenegger, los Stallone… los Will Smith (sin perjuicio de los buenos films que este último también ha protagonizado). Todos ellos grandes hombres de acción, superhéroes más allá de toda humanidad posible.

Realmente, ¿a alguien puede sorprender que uno de estos pierda los papeles en público y se crea uno de sus personajes de ficción?

En la cultura de Hollywood, la que rezuma en sus películas, los personajes están más allá del bien y del mal, siempre dispuestos a hacer justicia por mano propia, a liquidar a “los malos” en un tour de force de violencia sin igual. 

Se ha vuelto un cliché el policía bueno que se salta la ley para “hacer justicia” porque el sistema está tan corrompido que él debe recurrir a sus propios “métodos”, los cuales en la vida real la Justicia jamás aprobaría, pero que en el cine todos aplaudimos. El héroe que usa la violencia para terminar por sí solo con “el mal”, y eso es bueno.

¿Realmente puede sorprendernos que en una industria que tanto glorifica la violencia en sus pantallas se dé un hecho de violencia en la ceremonia anual dedicada a celebrar esa industria? 

Por lo demás, el guion general se parece bastante al leitmotiv de eso que en política internacional se conoce como el “animus dominandi”, el poder omnímodo que a veces ejercen las grandes potencias para someter a países más pequeños, torcerles el brazo a otros no tan pequeños y básicamente forzarlos a hacer lo que está en el interés no de ellos mismos, no de sus poblaciones, sino de la gran potencia. Y si no es por las buenas, es por las malas; siempre el palo detrás de la zanahoria. Corre tanto para Rusia atacando un estado soberano en flagrante violación del derecho internacional, como para Estados Unidos invadiendo Irak o bombardeando Yugoslavia en violación de las resoluciones de Naciones Unidas. 

Por eso los teóricos del realismo en Relaciones Internacionales se ríen cuando uno les habla de derecho entre las naciones. Sostienen –y en buena medida tienen razón– que el único derecho es el de las potencias a imponer su voluntad sobre los demás países, a imponer, pues, su “animus dominandi”. Y hasta en la ONU, la instancia suprema es un Consejo de Seguridad dominado por las grandes potencias.

Muchas veces la justificación que esgrimen las potencias para los atropellos que cometen es la misma que en las producciones del cine de acción, la misma que impulsó a Will Smith a pararse de su asiento el otro día: nosotros somos los buenos, ellos nos han provocado, ellos son los malos, y no nos dejan otra alternativa que recurrir a la violencia.

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