Mi primer contacto con los mitos griegos fue también mi primer contacto con una sala de cine. En 1997 se estrenó en Uruguay y el resto del mundo Hércules, la versión Disney de la historia de uno de los (tantos) hijos humanos de Zeus. Yo estaba por cumplir cuatro años y estaba sentado ahí, en la oscuridad del único cine de Paysandú, al lado de mi madre, seguramente con una caja con pop, seguramente también sin entender mucho lo que pasaba en pantalla pero generando de todos modos una especie de germen primigenio para un amor (obsesivo, a veces; reconfortante, casi siempre) por el cine que después se prolongaría y haría que, entre otras cosas, esté sentado acá, escribiendo esto. Por eso se puede decir que mi propio mito de origen —todos tenemos uno; lo moldeamos, le damos color, lo mantenemos siempre cerca— está teñido por un nombre que resuena desde hace miles de años. Que viene de las entrañas de la Grecia antigua y que, por lo tanto, merecía un lugar en este espacio. En este momento del año.
Hércules —o Heracles— es un héroe clásico y como todo héroe clásico está teñido de oscuridades y de actos atroces que van a la par de sus gestas más destacadas. A los doce trabajos los conocemos todos pero ¿sabemos lo que hizo con su esposa Megara y sus hijos? Spoiler: no es nada bueno. ¿Recordamos cómo masacró a las ciudades de los reyes que le dieron la espalda? Posiblemente no. Su dualidad, en ese sentido, es legendaria: podía ser el hombre con el corazón más grande (y la fuerza más bruta), y al mismo tiempo se dejaba inundar por arranques de cólera que lo cegaban y lo llevaban a cosas espantosas. Al final su padre, Zeus, lo recompensó: tras una muerte horrible, lo eleva al Olimpo, lo condecoran –dato no menor: Hércules salvó a todos los dioses en una guerra contra los gigantes llamada Gigantomaquia, incluida a la vengativa Hera, que siempre lo odió y, a partir de allí lo perdonó– y lo convierte en constelación. Y ahí sigue. En el cielo.
Hércules se cuela en el arranque de esta edición de Epígrafe por un motivo puntual: él y otros mitos griegos, en la voz del gran Stephen Fry, serán el eje de esta newsletter. ¿Por qué? Porque la lectura de su último libro, Héroes, todavía está fresca en mi retina y necesito compartirla. Y porque acabamos de dejar atrás la noche de la nostalgia. ¿Qué mejor que combatir la resaca viajando hasta el principio mismo de los relatos que cimentaron a una de las civilizaciones más influyentes de la humanidad?
La post nostalgia, entonces, será con los griegos y sus leyendas. Hércules, Apolo, Deméter, Atenea, Orfeo, Belerofonte: allá vamos.
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