Camilo Dos Santos

Epígrafe: un paseo por el jardín botánico de la literatura

La primavera llegó a la newsletter literaria de El Observador y la edición de setiembre está dedicada a la unión entre las plantas, los árboles, las flores y la literatura

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30 de septiembre de 2021 a las 11:43

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Hace un tiempo dediqué un Epígrafe a la necesidad que tenía de escaparme de la ciudad. Fue un momento en el que la pandemia, el recuento diario de casos y la inmovilidad me abrumó. Por ahí alguno me escribió que se sentía igual. Fue una buena “catarsis” literaria y por suerte esa sensación no duró demasiado, porque enseguida las vacunas empezaron a hacer efecto, empecé a ver a mis amigos con mayor frecuencia y llegamos hasta este momento, en el que estamos viviendo una vida más o menos normal. Sin embargo, hay ciertos efectos residuales del año y medio que pasó que se mantienen, y uno de ellos es la atención que hoy le presto a las plantas.

Hasta hace pocos años había tenido un par y todas se me murieron. No las cuidaba, las dejaba secar o las inundaba. Ninguna se salvó. No me pone orgulloso, pero así fue. En los últimos años, sin embargo, la cosa cambió: encontré que de verdad existe cierta satisfacción oculta –oculta para mí, al menos– en cuidar de una planta y que esta responda, en notar cómo crece y cómo uno es responsable de ese crecimiento. Experimenté pequeños picos de euforia las veces que noté nuevos brotes verdes en la espada de San Jorge, o nuevas “lianas” en el potus, o en el palo de agua, o cuando las suculentas empezaron a multiplicarse. Por otro lado, me dio mucha tristeza ver como el anturio fue agachando la cabeza hasta quedar marrón, apelmazado y podrido. 

Pero esta veta tiene otros vínculos, entre ellos el literario. Por distintos motivos, últimamente me crucé con varias lecturas en donde las plantas funcionan como catalizador de la historia, como eje de algún ensayo particular o, simplemente, como una característica que se suma a los valores o ideales que le dan forma a un personaje.

Por eso, para hacerle honor a esta primavera extraña que alterna cielos despejados con días brumosos, y para acompañar el florecimiento de ese árbol impresionante que me cruzo todos los días en la esquina del diario y que no sé qué es, va esta selección de títulos sobre árboles, plantas, flores, yuyos y otras yerbas.

Camilo Dos Santos
Árbol en la esquina de Ejido y San José


La introducción, entonces, queda a cargo de Emily Dickinson, que tuvo un vínculo muy fuerte con la botánica y que dejó como legado, además de su obra poética, un herbario compuesto de 424 especies de flores que hoy se custodia en la biblioteca de libros raros de la Universidad de Harvard. Ella dice así:

 

"El pálido tallo del Diente de León
asombra al pasto,
y el invierno al instante se transforma
con un infinito Ay de mí –

el tallo sostiene un pimpollo de señal
y luego una esplendente flor, –
la proclamación de los soles
que la sepultura pasó."

El jardín botánico de Epígrafe

Clarice Lispector

Entre las flores está Clarice Lispector. La ucraniana-brasileña –Chaya Pinjasovna Lispector– fue una todoterreno de las letras. Hizo periodismo, escribió infinitas columnas en medios brasileños, fue novelista, escribió historias para niños y se sacó fotos como esta. Clarice tenía, además, un profundo amor por los jardines, las plantas y los animales que lo habitan. Esto, por ejemplo, escribía en una columna titulada Rosas silvestres, que publicó en 1968 en Jornal do Brasil y que recoge el tomo Revelación de un mundo:

“Solo estas palabras, rosas silvestres, ya me hacen aspirar el aire como si el mundo fuera una rosa cruda. Tengo una gran amiga que me manda de vez en cuando rosas silvestres. Y su perfume, mi Dios, me da ánimo para respirar y vivir.”

O también:

“Un día una hoja chocó con mis pestañas. Me pareció una gran delicadeza de parte de Dios.”

Dentro de estos textos reunidos en Revelación de un mundo, hay uno en particular en el que me gustaría detenerme. Se trata de De Natura Florumque se puede encontrar además editado de manera individual en una bellísima edición ilustrada a cargo de Nórdica, Clarice se dedica a definir –esa es la palabra– a las diferentes flores que encuentra en su jardín. A continuación, van tres selecciones:

"Clavel: Tiene una agresividad que nace de cierta irritación. Son ásperas y respingadas las puntas de sus pétalos. El perfume del clavel es de algún modo mortal. Los claveles rojos gritan con violenta belleza. Los blancos recuerdan al pequeño féretro de un niño muerto; su aroma se vuelve entonces punzante.

Siempreviva: Es una siempre muerta. Su sequedad tiende a la eternidad. Su nombre en griego quiere decir sol de oro

Orquídea: Es hermosa, es exquise y antipática. No es espontánea. Ella exige una cubierta protectora de cristal. Pero es una mujer esplendorosa, eso no se puede negar. Tampoco se puede negar que es noble; es epífita, es decir, nace sobre otra planta sin, a pesar de ello, obtener de ella su nutrición. Miento: adoro las orquídeas."

Otro nombre destacado de las letras y los jardines es nuestra Ida Vitale. Por acá ya lo he recomendado, pero es un gran momento para traer de nuevo a De plantas y animales. Acercamientos literarios al frente. El libro es una especie de guía botánica y zoológica que, a su vez, está unida a partir de la literatura y la frescura que la poeta uruguaya le imprime a cada texto. Se publicó originalmente en 2003 y tiene reflexiones como esta:

"El corazón es un herbario. ¿Quién lo dijo? Muchos guardamos el recuerdo de árboles y plantas puntuales en nuestro jardín ideal. Se habla de un teatro de la memoria; se puede hablar de un secreto jardín de la memoria. No solo lo integran especies notables; no es el prestigio o la excelencia de lo guardado lo que importa. A veces son humildes o no sabemos su nombre o se trata de un ejemplar raro visto una sola vez, pero quedan en un balsámico punto del recuerdo."

Abandonamos los ensayos con una pieza más: La noche y la luz de la Luna, del amigo de la casa Henry David Thoreau. Este tomo confeccionado por Godot ediciones reúne más textos del escritor trascendentalista sobre la naturaleza –el gran tópico de su vida–, y tres de ellos se enfocan en las plantas, las flores: Los colores del otoño, La sucesión de los bosques y Manzanas silvestres. Está acompañado de ilustraciones muy detalladas que realzan las descripciones del autor de Walden.

Plantas y novelas

Ahora sí: ficción

Hace algunas semanas leí Hamnet, mi primera incursión en el mundo de la irlandesa Maggie O’Farrell. Llegué a ella por recomendación indirecta de Rosario Lázaro Igoa, que hace un tiempo colabora en el blog de Escaramuza con una serie de textos arraigados en el jardín botánico de Sidney que valen mucho la pena y se ajustan con la temática que nos atañe.

En Hamnet, O’Farrell toma un hecho histórico para desentrañar la madeja de la ficción e impulsarla fuera de su cauce: la muerte de uno de los hijos de William Shakespeare, en 1596, que le da nombre al libro y que inspiró una de sus obras más famosas: Hamlet. Sin embargo, en esta novela deliciosa y cruda a la vez, O’Farrell prescinde de la figura totémica del bardo y de “los hechos conocidos” y se aferra a las historias de sus hijos y, principalmente, a la de Agnes, su esposa, que en la historia oficial se llamó Anne Hathaway. En la novela Agnes es una mujer que tiene un contacto estrecho con la naturaleza, que sabe leer los elementos y que prepara todo tipo de pociones con los yuyos más diversos. Es un placer dejarse rodear por los aromas silvestres que las páginas de esta historia despliega. A pesar del dolor que la atraviesa, la historia de Agnes y su hijo Hamnet supone un disfrute real e ideal para esta primavera.

Hablando de figuras, dije que abandonaba el mundo real, pero mentí. Porque el siguiente título se aferra a otro señor británico, esta vez Collingwood Ingram, un naturalista que durante toda su vida tuvo una sola motivación: rescatar una clase de cerezos japoneses especialmente significativa, los Somei-yoshino, que hoy son una de las señas de identidad del país. En El hombre que salvó los cerezos, la escritora nipona Naoko Abe se mete así en una historia marcada por el amor a la botánica, a sus múltiples formas y a esa manifestación de la belleza que florece cada abril en la nación del sol naciente. Al mismo tiempo, elabora una interesante radiografía sobre el lugar que ocupa ese árbol en la cultura de la isla, así como la veneración y las fiestas que en torno a él se generan.

“La flor de los cerezos Somei-yoshino dura unos ocho días, no más, y la razón de que todos florezcan, y que todos pierdan la flor al mismo tiempo, es que son clones. Por eso la sakura, o la cultura de la flor del cerezo, de los siglos XX y XXI gira en torno a la breve vida y pronta y predecible muerte de la flor, que es efímera como la vida misma.”

Cerezos en Japón

De árboles, pero de un tipo totalmente diferente, se nutre también el novelista noruego Lars Mytting. Él habla de los abetos. De bosques nórdicos helados en los que el viento se cuela y sacude recuerdos que deberían quedarse dormidos. Los dieciséis árboles del Somme fue una novela que en su momento leí con fruición y que revisitando para esta edición encontré repleta de asociaciones y personajes memorables, de vínculos entre lo que une a una familia y los hilos tendidos por la naturaleza. Dejo un extracto por acá:

“Toda mi vida había oído un silbido procedente del bosque de abedules flameados. Y una noche de 1991, ese silbido creció hasta formar un viento que hizo que me tambaleara. Parte de la historia de mis padres seguía moviéndose, como una gruesa culebra entre la hierba.”

Roberto Bolaño entre el follaje

Y decido concluir este paseo por el jardín botánico de Epígrafe con esta foto de Roberto Bolaño entre los arbustos y con los bonsái, esos árboles en miniatura cuyo cuidado es en extremo difícil. De hecho, termino esto con Bonsái, la primera novela del escritor chileno Alejandro Zambra, en donde la planta del título funciona como analogía para una de esas historias pequeñísimas que su autor sabe edificar de la nada y tan bien que se te quedan en el corazón durante mucho tiempo. Con algo de Bonsái concluye este capítulo.

"¿Y cómo se llama la novela?
Él quiere que conversemos el título, que lo discutamos. Un hombre se entera por la radio de que un amor de su juventud se ha muerto. Ahí empieza todo, absolutamente todo.
¿Y cómo sigue?
Él nunca la olvidó, fue su gran amor. Cuando jóvenes cuidaban una plantita. 
¿Una plantita? ¿Un bonsái?
Eso, un bonsái. Decidieron comprar un bonsái para simbolizar en él el amor inmenso que los unía. Después todo se va a la mierda, pero él nunca la olvida."

Qué leen los que leen: Irene Delponte

Los libros de Delponte

Para Irene Delponte, el 2021 es un año de letras. Más allá de su faceta como lectora, en los últimos meses Irene publicó dos títulos que la muestran desde dos ángulos bien diferentes. Por un lado está La cocina de Santé, un libro/recetario que se ocupa de su repostería y su historia dentro de la gastronomía, uno de sus hábitat naturales por definición. Y por el otro está Todo es amarillo, su primer libro de relatos, que está editado con mucho cariño por los amigos de Fardo y que la muestra tomando las riendas de la ficción. De esta manera, entre sus propias novedades literarias y su experiencia como lectora, el mes de setiembre, en esta edición de Epígrafe, le pertenece a ella.

La selección de Irene Delponte

¿Cuál fue el último libro que te dejó una huella?
Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. Porque creo que realmente es una obra maestra, una ruptura con los paradigmas gauchescos, una belleza de principio a fin. Me gustan mucho ella y María Moreno, son como las madres de la literatura argentina contemporánea. 
 
¿Qué estás leyendo ahora?
Eve BabitzCalifornia Girl. Un libro ameno en el que Babitz narra sus aventuras hollywoodenses amorosas de una forma ágil, muy ingeniosa e interesante. 
 
¿Qué libros esperan en tu mesa de luz?
Irse Yendo, de Leonor Courtoisie.

Recomendados: aterrizajes y recuperaciones

Nuevos aterrizajes uruguayos

Hagamos de cuenta de que este espacio funciona como un cartel de advertencia en la ruta, como algo que nos indica que paremos y miremos bien a nuestro alrededor. ¿Por qué? Porque se acaban de publicar cuatro libros que no quería dejar pasar, y que creo que vos tampoco tenés que dejar pasar y correr a tu librería más cercana para empezar a leerlos cuanto antes. Tomá nota:

  • Ahora tendré que matarte, de Inés Bortagaray. Esta fue la primera novela de Inés y la reedición de Fardo es para celebrar porque, editada originalmente en 2001 por una colección a cargo de Mario Levrero, ya no se encontraba en librerías. Ahora sí y con una portada hermosa.
     
  • Cráteres artificiales, de Rosario Lázaro Igoa. Ya la mencioné hace un rato, pero si una de las mejores cuentistas que tiene hoy Uruguay publica una nueva obra, el doble llamado de atención es necesario. 
     
  • Alguien camina sobre tu tumba, de Mariana Enriquez. Esta recopilación de viajes a cementerios de la escritora argentina se editó originalmente en 2013 y no se conseguía en Uruguay. Hum acaba de sacarla del estadio con esta reedición que incluye nuevos cementerios y la misma escritura "al hueso" de la Enriquez. Un libro de viajes atípico y genial.
     
  • El origen de las palabras, de Damián González Bertolino. Después de esa novela espectacular que es Herodes, González Bertolino vuelve con esta radiografía de su "ser lector". Cada publicación del fernandino es un acontecimiento y este título no es la excepción.

Y así se va este Epígrafe botánico y primaveral

Te recuerdo que podés consultar el Index Epigrafis, un documento de Google Drive que armé y que reúne todos los libros que alguna vez se mencionaron en Epígrafecada vez que quieras en este link.

Antes de irte, el aviso de cada mes: tenemos el descuento de Epígrafe en Escaramuza. Es del 15% desde este jueves hasta el domingo ingresando el código LECTOREPIGRAFE y encima tenés el plus de que llega hasta la puerta de tu casaSi no quedó claro, está explicado acá.

Gabo y Mercedes

Espero que hayas pasado un buen rato por acá. Nos vemos, si te parece, en octubre. Te dejo con esta foto de Gabo García Márquez y Mercedes Barcha en su jardín el día que anunciaron que el primero había ganado el Nobel, y también el epígrafe del mes, que es de Canción, el último libro de Eduardo Halfon, y que viene con pista del tema del mes que viene:
 

"Quizás resultaría agradable
ser alternadamente víctima y verdugo"

Charles Baudelaire

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