Esfumada esperanza petrolera

Tras décadas de busca de petróleo propio, Uruguay enfrenta hoy la realidad de que sus yacimientos en la plataforma marítima o en tierra no son comercialmente explotables en momentos en que las empresas retraen inversiones en exploraciones inciertas. Las razones del sueño frustrado son la pobreza de resultados en años de intentos y la actual renuencia inversora. El golpe más reciente a la esperanza lo dio la petrolera australiana Petrel que, luego de fracasar en excavaciones en el norte del territorio, suspendió sus planes de nuevas perforaciones por falta de financiamiento. Previamente se había desvanecido la presunción de que pudiera extraerse petróleo y gas de los yacimientos offshore, a miles de metros de profundidad.

La perspectiva había sido alborozadamente anunciada por el presidente Tabaré Vázquez en su primer período. Se adjudicaron zonas de exploración y grandes empresas petroleras invirtieron cerca de US$ 200 millones en perforaciones que no tuvieron éxito. Ahora están en compás de espera en aguas uruguayas o ya han abandonado su participación. Pese a un horizonte decepcionante, ANCAP cerrará en los próximos días la Ronda Uruguay III, ofreciendo a las empresas petroleras 17 áreas en la plataforma marítima, con menos exigencias financieras y operativas que en el pasado para tratar de atraer inversores.

Pero la situación actual no deja margen al optimismo de que aparezcan interesados. El expresidente de ANCAP y experto en hidrocarburos Andrés Tierno Abreu confirmó a El Observador que "el mercado para inversiones en offshore ultraprofundo sigue débil" y que el interés se centra en exploraciones a poca profundidad, que no es el caso uruguayo. Por otra parte, las empresas toman sus decisiones en función del precio del petróleo, todavía muy por debajo de los niveles de hace dos años pese a que está subiendo gradualmente.

La perspectiva de que el petróleo propio confirme ser un anhelo imposible no es necesariamente perjudicial para Uruguay, cuya matriz energética ha mejorado en años recientes al depender en forma creciente de fuentes más limpias y menos contaminantes de energía. A la tradicional generación hidroeléctrica se han agregado la eólica y por biomasa. Y muchos expertos incluso consideran preferible que no se encuentre petróleo explotable en el país, para evitar el costo que pagan otros países, como Venezuela y Ecuador, al poner sus economías en excesiva dependencia de un producto de precio fluctuante y que, en buenas épocas, tiende a alentar el despilfarro fiscal.

Es otra historia el tema del gas, de creciente consumo en el país. Los vaivenes de varios años con la regasificadora en la bahía de Montevideo no terminan de definirse. Después que los concesionarios iniciales se retiraron del negocio, el gobierno ha mantenido una larga e indefinida negociación con Shell para construir una planta más pequeña que permita abastecer el consumo. El tema es importante porque seguimos dependiendo del gas que nos vende Argentina, de incierto futuro ya que la grave crisis energética en ese país puede complicar en cualquier momento un suministro adecuado. Sin petróleo autóctono y con gas argentino en la cuerda floja, lo aconsejable es concentrarse en la energía generada por el agua, los vientos y la biomasa producida por las grandes plantas industriales, así como concretar la regasificadora si todavía es posible.