Gerardo Grieco, autor de Para los que sueñan

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Gerardo Grieco: "Tenemos un problema de cortoplacismo en el sistema político "

Con más de 30 años de experiencia como gestor cultural, en los que estuvo al frente de algunas de las instituciones más destacadas de la cultura nacional, Grieco publicó Para los que sueñan, en donde promueve una reflexión sobre las políticas culturales
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26 de diciembre de 2021 a las 05:10

A Gerardo Grieco (57) le cambió la vida varias veces. Cuando cuando logró que Eduardo Darnauchans y Fernando Cabrera se presentaran en el Teatro Solís en 1990, cuando encabezó la reconversión del Cine Rex en la Sala Zitarrosa o cuando asumió la gestión del Teatro Solís con su respectiva reapertura. Pero hay un día que recuerda como la génesis de su carrera profesional. Durante la Semana del Estudiante, en setiembre de 1983, tenía apenas 18 años y repartía las flores del fondo de la casa de sus padres a las personas que se iba cruzando en el Parque Rodó, en un gesto simbólico de una primavera en la que se vislumbraba el florecimiento de la reapertura democrática. Recuerda la reacción de una señora, desconocida, que lo abrazó y se puso a llorar después de acercarse ese jazmín al rostro: “Esos segundos cambiaron mi vida para siempre. Desde ese día ando por la vida buscando esa flor para entregar. Ese en el fondo es el concepto más condensado de la gestión cultural”, señala.

El mes pasado publicó, con la colaboración de Elena Firpi, el libro Para los que sueñan, en donde relata historias de sus más de tres décadas como gestor cultural, especialmente al frente de la División de Acción Cultural de la Intendencia de Montevideo, la Sala Zitarrosa, el Teatro Solís –donde se embarcó en la tarea titánica de su reconstrucción y reapertura– y el Auditorio Nacional del Sodre, y la gestión de la llegada de Julio Bocca a la dirección del Ballet. Un libro que llega a consecuencia de sus años como director y docente de la Tecnicatura en Gestión Cultural de la Facultad de Cultura del Claeh, pero también como una forma de soltar una etapa. Un libro que ofrece una visión detrás del telón de grandes hitos culturales de las últimas décadas, no solo desde el punto de vista artístico sino desde una mirada a la articulación de la sociedad, la gente que hace que las cosas pasen y el sistema político. Con una cuota inesperada de emoción.

Sobre la cultura, la gestión pública y la tensión entre la mediocridad y la excelencia habló con El Observador. A continuación un resumen de la entrevista.

¿Por qué es relevante la gestión cultural? 

La gestión cultural es mucho más transversal de lo que normalmente se piensa. Se la pone como algo al lado de las artes y en realidad la gestión cultural comienza con el homo sapiens en las cavernas, cuando algunos empiezan a buscar cómo combinar pigmentos y dibujar símbolos en las paredes. En el fondo representaba una manera de vivir juntos, de cómo salir a enfrentar los peligros que había en ese mundo tan incierto, y esa historia vuelve a repetirse. La gestión cultural es cómo nos organizamos, vivimos juntos y buscamos que la vida sea esperanzada, que sea una vida buena y plena. La gestión cultural es algo transversal que recorre ese mismo sentido y da ese mismo propósito.

El libro comienza con el recuerdo del show de Eduardo Darnauchans y Fernando Cabrera en el Teatro Solís, en 1990, que fue un hito. ¿Por qué?

Fue un hito enorme e inigualable. Describe cómo era el paradigma de gestión del Solís desde un hito artístico altísimo, local, que también muestra cómo somos, cómo éramos, cómo nos relacionamos con nuestros artistas y nuestra gente. Para mí ese fue el mejor espectáculo que hice. Es como que abre todo: desde el expolio hasta el hecho artístico más increíble y sofisticado, que es esa cosa tan especial que nos mueve, esos instantes, esa efímero que pasó esa vez. Lo grabamos de consola en un casette, y hoy lo escuchas y se oye esa atmósfera artística irrepetible. 

"Hoy abunda esto, la vocación por la gestión cultural. Hoy está lleno de muchachos que comienzan a dedicarse a esta profesión, estoy seguro y se los recomiendo calurosamente que este libro va a ser muy útil para todos ellos y lo van a poder tener por siempre como un libro de referencia". Fernando Cabrera

Cuenta también el momento en el que le explicaron, en pleno show, que 283 localidades no se habían vendido porque estaban reservadas para una lista de autoridades: el llamado "expolio". Lo recuerda como una “contradicción flagrante entre la potencia artística sobre el escenario y la naturaleza interna de un lugar como el Solís, con sus obstáculos”, algo que le generaba “desasosiego”. ¿Es un sentimiento frecuente en una profesión que lo ubica en medio de lo artístico y la gestión?

Le pasa a todo emprendedor, a todo empresario y a todo el que hoy está al frente de alguna institución pública o privada. Lo que describe es un paradigma de cómo somos en Uruguay y las verdaderas tensiones que nos desafían todos los días: entre la excelencia y la mediocridad. Esa tensión está en el diario, en la Torre Ejecutiva, en el club y en el kiosco de acá en la esquina. El libro navega esa tensión entre “atarlo con alambre” –al viejo y querido estilo del Uruguay– y la búsqueda incansable de la excelencia del Solís o del Ballet Nacional del Sodre. De alguna manera lo que presenta es una manera de enfrentarla: qué sentimos como servidores públicos y qué sentimos como desafío para transitar esa tensión, en la situación que te toque vivir. 

El libro se concentra en su actividad en instituciones públicas, desde 1995 en adelante. Eso implica una discusión sobre costos políticos y decisiones de la administración pública. Habla de un sistema que se preocupa más por el costo político a corto plazo que por los cambios profundos en materia cultural.

Todas las decisiones que toma cualquier institución tiene costos políticos en el sentido del corto, mediano y largo plazo. En función de cómo se navegue esa tensión entre calidad y mediocridad es que se juegan la vida. En general tenemos un problema de cortoplacismo en el sistema político y eso está muy presente. Se postergan decisiones importantes, fundamentales, porque otras que tienen un costo más chiquito, capaz que electoral y a la vuelta de la esquina. Tomar alguna decisión antipática y muchas veces abrazar un proyecto que nos de un beneficio más grande, más a largo plazo y más estable, enfrenta esas dificultades. Creo que simbólicamente el libro pretende reflexionar sobre eso. De las buenas y malas, yo cuento todas.

Gerardo Grieco, autor de Para los que sueñan

Hay una discusión que se repite y que plantea en el libro en dos oportunidades, que es la de los fondos públicos y la cultura. ¿Le parece que como sociedad no hemos podido saldar esa discusión?

Antes había un Uruguay que estaba cerrado. Llamabas a los teatros y estaban cerrados en todo el país. Hoy mirás al Uruguay y está la Zitarrosa, el Solís, el Auditorio del Sodre, pero también en Rocha, en Paysandú, en Salto, en Durazno. Las infraestructuras de todo el país también se activaron y están vitalizadas. Recorrés el país y eso pasó. ¿Pasó del todo bien como yo quisiera? No sé. En algunos casos capaz que no, en algún caso lo atamos más con alambre y en otro menos. Creo que dejamos atrás ese periodo, que significa haber superado algunas etapas de esa misma discusión pobrista. Aquel país que se inauguraba truchamente, donde la obra pública no se terminaba y no había gestión dentro de ella quedó atrás. Creo que en eso el Solís, el Sodre y todos estos que mencioné juegan un papel importante. La tensión siempre está en qué es lo más importante y hacia dónde van los recursos, pero me parece que hoy esa discusión se da un poco mejor que hace 30 años. Decían "la Zitarrosa en un disparate, hay que darle un vaso de leche a los niños pobres". Hoy esa dicotomía absurda se da menos que antes. Hay más conciencia de que hay que hacer todo, y que hay que hacerlo de manera excelente con los recursos existentes. No se trata de esto o aquello.

¿Cuáles son esas enfermedades por las que has visto morir teatros? 

Ese es un tema muy sensible. Las enfermedades mayores son la soberbia, los paradigmas que se forman a su alrededor, y de la falta de propósito y de sentido. La soberbia es el mayor problema de las organizaciones, que termina en aquel personaje maravilloso de Antonio Gasalla de la funcionaria en un mostrador que decía '¡Para atrás! Acá mando yo'. Esa es la peor enfermedad de los teatros y de las instituciones en general: aquella que se cree que es la dueña de la verdad y empieza a pensar que el propósito de la institución es mirarse el ombligo y servirse a sí misma. Cuento allí alguna anécdota de algunos teatros por los que hemos pasado y ese capítulo está traído porque una de las principales responsabilidades de los equipos que lideran, trabajan y les toca estar al frente de instituciones es no perder el rumbo: cuidar en no caer en ese tipo de enfermedades, porque después es muy costoso salir. 

El libro pone ejemplos de gestión en eventos que fueron históricos dentro de nuestra cultura en los últimos 30 años. Uno de ellos es su rol en la designación de Julio Bocca como director del Ballet Nacional del Sodre (BNS) y considera que "tuvo un gran valor simbólico para el país". ¿Cuál es, para usted, ese valor simbólico? 

Significó romper un techo. Demostrar que sí se pueden alcanzar los niveles de excelencia que en este mismo país decían que acá no se puede. Rompió simbólicamente, porque lo hizo en un intangible. En su momento la discusión era que no valía la pena ni hacer el Auditorio, porque el público de danza por año eran 1900 entradas incluyendo el tango y la danza contemporánea. Significó mucho porque fue la punta de lanza, fue el que consolidó una mirada. Le debemos mucho a Julio Bocca, porque fue una demostración de que se puede romper una barrera mental.

Se desprende del libro, y de su carrera por fuera de estas instituciones, que es una persona que tiende a empezar cosas y dejarlas rodar para empezar otros desafíos. 

Es verdad. Algunos amigos me dicen "vos sos un iniciador". Después de que funcionan tiendo a buscar otra cosa. Es un problema (risas). 

¿Cómo es desprenderte de esos proyectos?

Es durísimo. Es de las experiencias más desgarradoras que te puedas imaginar. Tengo hasta discusiones familiares: "Cómo te fuiste de acá o de allá, tendrías que haberte quedado". Pero cada vez sentí que cumplí el ciclo. Va en la naturaleza de cada uno. Capaz que esa es mi propia condena.

“Este libro me parece un aporte extraordinario. Es mucho más que la historia de El Solís. Es la vocación de servicio público, somos servidores públicos… esa es la herramienta de la construcción de la ciudadanía, de la vida plena, de la vida buena! me parece que esta es la esencia de este libro y del capítulo un Pueblo al Solís”.  Marcos Cárambula

¿Tiende a tener una conexión con sus proyectos una vez que los deja? Dice en el libro, por ejemplo, que cada vez que pasa por el Solís y está cerrado le hierve la sangre.

Todo el tiempo. Con cada uno de los lugares y espacios. Eso es inevitable. Estoy emocionalmente conectado. No es solo cuando paso, pienso, leo, miro. Me duele todo y me alegro cada vez que pasa algo que va bien.

Y cuando una decisión no va con la idea que tenía debe ser difícil. 

Sí, es difícil. Incluso me ha provocado algunas discusiones con amigos y colegas entrañables. Porque soy de llamar o ir a decir. En las decisiones políticas sobre todo. Es así, no pasa nada. Cada etapa tiene equipos que son responsables de tomar decisiones y las tienen que hacer en su real saber y entender, y uno no es el dueño de la verdad. Han tomado decisiones con las que no estuve de acuerdo y que fueron acertadas, evidentemente. Las instituciones como el Solís se quedan con lo mejor de nosotros y sacuden lo demás. Del que le toca estar ahora se va a quedar con lo mejor que tenga para dar y lo demás lo va a sacudir. 

¿En qué ocasiones levantó el teléfono? 

Eso es otra entrevista (risas). 

¿Extraña estar al frente de estos equipos y estas instituciones?

Me pasan cosas raras. Extraño, sí. Porque son universos maravillosos en los que dejé un pedazo del alma. Pero a la vez me gusta mucho todo lo que estoy haciendo ahora. Tengo mi empresa, que busca hacer una comunicación desde un lugar diferente, seguimos haciendo eventos y espectáculos mezclando gestión cultural y publicidad. Estamos en una búsquedas interesantes con equipos lindos y personas que aprecio mucho. Las tareas públicas son muy desgastantes porque son de una exposición grande, esa parte no la extraño. Parte de escribir un libro era soltar esto, mirar para atrás y ver la estela en el mar. Ya está. Lo soltás para que a alguien que venga le sirva de inspiración, información o reflexión; para conversar estos temas y que le sea útil. Hay tanto por hacer que me ilusionan mucho los proyectos que tenemos hoy. Es arriesgado, pero tengo eso de seguir buscando otra flor. Hay otras flores. Como es inigualable esa flor que le entregué a aquella señora que no sé quién es y que le provocó un impacto. Esa es la cosa que más me mueve, más allá que sea una flor gigante como el Teatro Solís que impacta en todo el país o algo que impacte en una sola persona.

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