Espectáculos y Cultura > FEDERICO VEIROJ

"Si uno se queda esperando, las ideas se pueden llegar a morir"

El cineasta uruguayo habla sobre su nueva película –Belmonte–, las frustraciones y el legado de una generación fundacional para el cine nacional
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23 de noviembre de 2018 a las 15:38

Federicote. Cote es por Federicote. Así le decía su madre y hoy, a los 42 años, todos lo siguen conociendo por ese apodo. Lo llaman Cote Veiroj. Lo hacen sus amigos, los de la generación que cambió el cine uruguayo a principios de los 2000. También los que siguen su trabajo desde que fue Gerardito en 25 Watts -"¿Cómo le vas a dar porro al Gerardito?"–, desde que filmó su primer corto y desde que debutó en los largometrajes con Acné (2008). Lo siguieron llamando así cuando La vida útil (2010) y El apóstata (2015) cosechaban reconocimientos en los festivales de cine, y también cuando se anunció que, en carpeta, tenía dos producciones más. Hoy, con Belmonte en cartelera y Así habló el cambista prevista para 2019, Federico Veiroj sigue siendo Cote, el de habla pausada, el de las declaraciones medidas que van a tono con la voz de su cine.

Una semana después del estreno de Belmonte, Veiroj –Cote– repasa el entretejido de esta realización, que se estrenó en el festival de Toronto, pasó por San Sebastián, ganó premios por su guión y protagoniza Gonzalo Delgado (artista plástico, director, guionista, director de arte), con quien lo une una larga amistad y el gusto por el arte. Y que, además, siempre fue el rostro pensado para este artista retratado entre óleos, lienzos, una vida doméstica en crisis y la búsqueda de un propósito.

Este año estrenó Belmonte y el año que viene Así habló el cambista. Esa seguidilla es un caso raro dentro del cine nacional.

Se dio así. Soy una persona que se deja llevar cuando tiene las ideas, las ganas y las posibilidades. Siempre fue así. Con Acné, aunque había más producción o soporte, fue así, y con La vida útil también. Las hice en base a mis ganas, sin esperar dos o tres años para conseguir los apoyos. Sentí que tenía que hacerlas de otra manera.

¿Eso prueba que se puede prescindir de los apoyos y que uno puede largarse a hacer cine y seguir sus impulsos?

Yo puedo hablar de mi caso, y sí. Esta es mi cuarta película y ya tenía como un backup de personas a las que le gustaba lo que había hecho. Creo que la posibilidad está, son fichas que uno se juega. Me fue bien y por eso de alguna manera me volví a hacer el vivo. Pero me parece muy importante que la gente joven, que tiene ideas y ganas de hacer las cosas, se junte y haga las películas como pueda. Porque a veces, si uno se queda esperando, las ideas se pueden llegar a morir. Hay que intentarlo si la convicción está.

¿Entre las ideas que estaban desde hace tiempo y quedaron en Belmonte estaba su contextualización en el mundo del arte?

Lo que venía de antes es la pintura de Gonzalo Delgado, que es artista plástico y que conozco desde hace veinte años. Siempre me gustó mucho lo que hace y sus cuadros me han inspirado muchas veces, en especial para esta película. También venían de antes las ganas de filmar en la sala del Museo de Artes Visuales, que me agrada mucho. Y también la canción de Leo Masliah, Imaginate m'hijo, que creo que resume un poco el espíritu de la película. Tenía ganas de realizar una película sobre la relación de alguien que se dedica a una profesión artística y su vida doméstica. Cómo se combinan y cómo una cosa no puede estar sin otra.

En un momento, el personaje de Belmonte dice “estos textos que pretenden diagnosticarme los quiero bien lejos de mi obra”. ¿Le sucede lo mismo con los textos que hablan de sus obras, de sus películas?

En general no leo mucho. Lo hago al principio, lo que me mandan o a veces busco algo. Por ejemplo, después de lo de Toronto leí las notas de The Hollywood Reporter y algunas más. No me detengo mucho a ver si a un crítico le gustó o no. No suelo leer tanto sobre cine, la verdad. Me gustan demasiado las películas como para dedicar tiempo a leer sobre ellas. Le quita sorpresa, te pone condiciones antes de verla. No lo preciso. Sé lo que quiero ver, no tengo que ir a buscar guías. De todas formas, no tengo ningún problema que salgan cosas de las películas, creo que es la manera de acercar a la gente al cine. La promoción es fundamental, ya sea en los medios tradicionales o en las redes.

¿Cuánto tiempo le dedica al acto de ver cine?

Por semana veo varias pelis. Es fundamental y apasionante. A los 14 años lo entendí y decidí dedicarme a esto por mirarlas. Me alimentaba de ellas, de esa gran ensalada del mundo del cine. Me gusta ver lo que hace la gente que admiro, ver cosas de los que no conozco, seguir carreras, ver debutantes. Mi curiosidad se mantiene intacta. Es más, ahora que tengo más acceso es mayor. Busco cosas que intuyo que me puedan descubrir mundos, gente, planos, cabezas, ideas. Me dejo llevar como espectador.

¿Qué fue lo último que lo sacudió o sorprendió?

Lo último, en realidad, no es una película, es una serie. Se llama Prohibition y es una serie americana con material de archivo de la época de la prohibición. Es maravillosa. Y después, me gustó mucho una película italiana que se llama Lazzaro felice

En Belmonte se muestran algunos procesos creativos un poco tortuosos. ¿Se has enfrentado a etapas de creación similares? ¿Lo atemoriza alguna parte de ese proceso?

No se sí diría atemorizar, pero sí hay como un miedo a un vacío creativo. Me pasó hace algunos años, ahora hace tiempo que no. Más que nada es eso, que no me venga el vacío porque no tengo tiempo para que suceda. Estoy demasiado ocupado haciendo cosas y escribiendo. Sí me preocupa la posibilidad que algo que tengo ganas de hacer no se pueda. Que se me frustre un proyecto que quiero concretar. Por suerte, todavía no me pasó.

Carlos Tanco dijo en una entrevista con El Observador que lo frustraba darse cuenta de que lo que se había imaginado en la cabeza terminaba siendo muy diferente una vez que se filmaba. ¿A usted, como escritor y director, le preocupa eso?

La verdad es que no, porque de hecho no tengo el oficio de escribir, sino que lo que escribo cuando creo películas es lo que quiero ver y escuchar. Entonces, cuando voy a filmar ya sé lo que quiero, cuando estoy frente a un monitor es como que estoy frente a una sala. No filmo nada que no me guste. Sí me pasó de ir a buscar una escena que tenía en la cabeza, de buscarla y no poder encontrarla. Pero nunca me tocó frustrarme ante algo que no me gusta. Creo que no me ha pasado porque voy demasiado tras lo que quiero. Además, con el crecimiento del rodaje y de los aportes de sonido, de arte y el resto, la escritura se hace más grande y más potente. 

Si uno busca en Google su nombre, inmediatamente el algoritmo lo asocia con Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella, Arauco Hernández, entre otros cineastas de su edad. Además de la generación y los proyectos en conjunto, ¿qué cree que los une a todos?

En primer lugar, la amistad. Después, la pasión por lo que hacemos, por el oficio del cine. Es algo que se dio de primera, de cuando nos conocimos hace veintipico de años. Es la generación de 25 watts, que fue re importante, un antes y un después para el cine uruguayo. Encontró un lugar que se siguió desarrollando. Que hoy esa película ayude a gente joven que tiene ganas de hacer cine, es espectacular. Creo que la lección que deja es que hay que hacer lo que uno siente y quiere. No esperar que otro te diga que hay que hacerlo, sino hacerlo. Eso es lo que todos nosotros hicimos.
 

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