H+ y El fin de la muerte

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08 de noviembre de 2020 a las 05:00

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H+

Querida Magdalena:

Es curioso que cuando alguien obtiene un resultado significativo, decimos de él que se ha “superado”. Como si los actos ubicaran siempre al hombre un poco por encima de sí mismo, en un “plus metafísico” respecto al resto de la creación. Efectivamente, el hombre imprime en el mundo ese plus que es su sello propio: un sentido que primero tiene que descubrir y contemplar en sí mismo, como enseña la filosofía, porque sin esta contemplación personal e interior no puede darse el ordenamiento subsiguiente y exterior. El pan primero se sueña, y sólo después se amasa. Si el sueño no antecede, el cosmos cruje y nos castiga con un gran cartel: No hay baguettes. 

Pero cuidado con los sueños… Entre los últimos que la cultura mediática se ha apresurado a popularizar, a través de series popularí-simas como Black Mirror, está el del “transhumanismo” ( H+, para los amigos), una idea en continuidad con cierto optimismo decimonónico que practicaba la glorificación de la máquina como herramienta del progreso. En pocas palabras, H+ sugiere que el perfeccionamiento del hombre se deriva, no de su alma, de lo que es, sino de lo que la tecnología es capaz de añadirle. Se alegra ante la posibilidad de que mediante la inserción de un chip, nuestro cerebro pueda interactuar, on line, con inmensas bases de datos, potenciando así al infinito su capacidad y su conocimiento.

El concepto se sintetiza en la expresión de “hombre aumentado” que viene a proponer que la conexión del hombre a determinadas herramientas tecnológicas hará de él un ser, no sólo funcionalmente superior, sino esencialmente distinto -post-humano.

No hace falta ser muy sagaz para deducir el punto de vista filosófico subyacente: si la humanidad debe ser trascendida se debe a que no es lo suficientemente buena para el hombre -y éste debe ser redimido por la tecnología.

Desde la invención del fuego y de la rueda, el hombre ha hecho del saber una prolongación de su ser, a través del diseño de máquinas y de la aplicación de técnicas. La humanidad está efectivamente entrelazada con sus propias herramientas que son como una extensión de sus manos.

Pero H+ es otra cosa. Pretende, no el mejoramiento de las obras que expresan la esencia del hombre, sino la superación de la esencia misma del hombre por un acto de mera ingeniería.

No se trata, pues, de un nuevo intento de redefinición filosófico de la esencia del hombre, de su naturaleza, como un superhombre. Sino de crear un superhombre con un destornillador, una lata y unas tuercas, mediante el reflujo hacia su creador de ciertas potencialidades ocultas en la herramienta. El ser humano no se realizaría ya por la costosa ejecución de actos -venciendo la inercia de un cosmos  entrópico que se resiste a cada uno de sus intentos-, sino a través de una ingeniosa (en el sentido de ingenieril) simbiosis entre la tecnología y la humanidad.

Hasta ahora, la relación entre la humanidad y las herramientas era descendente, pues la máquina se entendía como una creación del hombre. No había nada en la máquina que no hubiera estado antes en el alma del hombre. Lo que H+ propone (y espera) es la inversión de esa relación. Que el hombre se someta al capricho de su criatura. Primero, adorándola; luego, haciéndose dependiente de ella.

Por supuesto, creo que todo el planteo es un ejemplo perfecto de lo que aquí llamamos “to miss the point”. Ni las máquinas, ni la tecnología son un absoluto para el hombre. El problema no es si tenemos un chip, o nos compramos un cepillo de dientes. Sino si, con ese chip y ese cepillo, haremos el bien o el mal.

La tecnología en sí no es buena ni mala. Ningún futuro perfecto nos librará jamás de tener que tomar decisiones. Para eso, y sólo para eso, hemos venido al mundo.

Era un comerciante de sofisticadas píldoras que apagan la sed. Tragando una por semana y ya no se siente la necesidad de beber.

- ¿Por qué vendes esto? dijo el principito.

- Es un gran ahorro de tiempo, dijo el comerciante. Los expertos hicieron los cálculos. Ahorramos cincuenta y tres minutos a la semana.

- ¿Y qué hacemos con los cincuenta y tres minutos?

- Hacemos lo que queremos...

“Si yo tuviera”, se dijo el principito, “cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy lentamente hacia una fuente …”

 

El fin de la muerte

Estimado Leslie:

 Recuerda las clases de Filosofía cuando aprendíamos el famoso silogismo aristotélico: Todos los hombres son mortales- Sócrates es hombre- Por lo tanto, Sócrates es mortal?  Mientras leía su carta pensaba en lo que diría el Estagirita si supiera que, veinticinco siglos después de escribir su Órganon, la primera premisa de su silogismo estaría a punto de ser obsoletizada. ¿Cómo imaginar que una verdad tan obvia, como la finitud de la vida humana, podía ser falseada? Y no ya en fábulas cinematográficas o en obras de ciencia ficción, no. Hace poco leí que un pope tecnológico de Silicon Valley, José Luis Cordeiro, pronosticó el “fin de la muerte” para el año 2050.

En Homo Deus, Harari sostiene que el ser humano siempre ha deseado la inmortalidad. Y ya en el siglo IV antes de Cristo Platón decía que “los hombres viven celosos de la inmortalidad de los dioses.” Somos las únicas criaturas conscientes de nuestra naturaleza finita (algunos animales “reconocen” a la parca cuando se les aproxima, pero viven su vida ignorando su condición mortal), y esta auto-consciencia nos pesa, aún cuando algunos espíritus excelentes, como Epicuro, Saramago, o Séneca afirmaran que no debemos preocuparnos por la muerte. El saber que, como la famosa película de Brad Pitt, “Nada es para siempre” nos genera un monto considerable de angustia, seguramente a causa del instinto de supervivencia o conatus -ese “esfuerzo por perseverar en nuestro ser” que enseñó Spinoza. Pero, además, la muerte representa para nosotros el colmo de la incertidumbre: frente a ella nos sentimos más vulnerables e inseguros que ante ninguna otra circunstancia o cosa. Porque no podemos comprenderla (al menos no mientras estamos vivos) y, por ende, tampoco controlarla. En palabras de Heidegger; “la muerte es la posibilidad de todas las posibilidades y, a la vez, la imposibilidad de todas las posibilidades, en la medida en que las habita a todas”. Si bien las opciones que tenemos para elegir -así como la probabilidad de que nos sucedan cosas- son siempre relativas y cambiantes, la eventualidad de la muerte está siempre presente dentro de nuestro abanico más o menos amplio de posibilidades. Como dice el refrán popular: basta estar vivo para poder morir.

En una “Carta a la madre naturaleza”, el filósofo británico transhumanista Max More le agradece el habernos dotado de inteligencia, lenguaje, curiosidad y creatividad, junto a la empatía y la capacidad para el autoconocimiento. Pero también le reclama el habernos hecho vulnerables a la enfermedad y el dolor, y obligarnos a envejecer y morir cuando estamos empezando a alcanzar la sabiduría. Así, More afirma que ha llegado el momento de corregir la defectuosa obra de nuestra “progenitora”, y propone una serie de enmiendas para perfeccionar a la naturaleza humana, como derrocar a “la tiranía de la muerte”. Mediante la manipulación genética y la fabricación de órganos artificiales, los seres humanos conquistaremos la vitalidad imperecedera. Si la madre naturaleza no nos ha hecho lo suficientemente buenos, ahora poseemos la voluntad y el poder para producir un “hombre aumentado” sin fecha de vencimiento. Pero este robotizado Humano 2.0 exige, para ser dado a luz, el genocidio del “humano, demasiado humano” Hombre Sabio.

No creo que debamos desestimar -sin más ni más- las bondades de la ciencia y la tecnología; éstas son, muchas veces, coadyuvantes bien eficaces para la mejora de nuestra calidad de vida. Sin embargo, sí pienso que es muy peligroso presumir que podemos violar impunemente los límites de nuestra condición siempre imperfecta y, precisamente por eso, siempre perfeccionable.

En “El inmortal” Borges imagina cómo sería la vida del ser humano libre de la muerte:  realmente terrible, Leslie.  Porque si bien es verdad que deseamos inmortalidad, también es cierto que somos los únicos seres capaces de desear lo indeseable… Quizás por eso la madre naturaleza nos concedió la Razón; para reconocer nuestra falibilidad y encontrar en dicha imperfección la oportunidad para potenciarnos. Al final no fue tan mala su obra. Porque como creían nuestros viejos y queridos filósofos antiguos: “no hay nada mejor para un ser humano que serlo plenamente”.  Cuidémonos de no acabar muriendo por obra y gracia del afán de poner fin a la muerte. 

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