Camilo dos Santos

Hablemos de xenofobia, discriminación y falta de integración

Carrera política y carrera académica no suelen ensamblarse. Tenemos que hacer un esfuerzo enfocado en esa élite “mixta” de policymakers, de cuya formación y desempeño depende la calidad de las políticas públicas

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07 de noviembre de 2021 a las 05:00

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Por Ángel Arellano

Doctor en ciencia política y periodista. Autor del libro “Venezolanos en el Uruguay” (2019)

El señor Carlos de la cuadrería Ponzoni de Montevideo multiplicó su ya enorme gentileza al saber que quien escribe, y conversaba con él en ese momento, es un migrante venezolano. Fue amable, y subrayó en varias oportunidades su gratitud por el recibimiento que décadas atrás tuvieron muchos uruguayos que migraron a Venezuela. Este es el principal hilo conductor de nuestra historia común. Contó la alegría que sentía al ver que, en su país, del que no ignora sus déficits demográficos, se van acomodando cada vez más latinos que lo eligieron como destino o que las circunstancias llevaron hasta acá. Sabemos que la cobija puede ser corta, pero, “qué bueno que se instalen aquí e intercambiemos costumbres, porque hay espacio. Vengan que hay lugar”. 

Anécdotas como esta abundan. Hay de todo tipo. El autor, en los tres empleos que ha podido tener en casi seis años en Uruguay, siempre encontró que su condición de migrante era un plus valorado junto con la requerida experiencia y conocimiento práctico y académico. Sin embargo, esta es una historia de suerte, no tan común. Si bien hay una integración positiva de las comunidades migrantes recientes, en las que abundan gentes en condición de refugio y asilo, la xenofobia y la discriminación no dejan de ser un flagelo inserto en la cotidianidad. Aún cuando se manifieste en una minoría, golpea y daña todos los días de forma silenciosa a personas que se esfuerzan por integrarse y pasar la página de sus vidas en un nuevo hogar. El migrante vive con el corazón partido en dos, entre los recuerdos y los familiares que quedaron allá, y el hoy, acá, con su consecuente exigencia de atención y adaptación. El miedo a los migrantes no es nuevo en el mundo. Siempre que arribó alguien nuevo, ajeno a los códigos de la comunidad, hubo quien opuso resistencia. Así hemos visto expresiones, que si bien no están cerca de ser el promedio, sirve rescatarlas para pensar. Está el feriante que maltrató a una pareja hindú por no entender los alimentos que pedían, los comentarios en la plaza por la vestimenta colorida y diferente de los dominicanos, la mirada rara por el color de piel de quienes provienen del Caribe, los que fueron rechazados de un trabajo “por no saber cómo se hacen las cosas aquí, y capaz que mejor se van”. En fin, se nos pudiera agotar esta columna enumerando ejemplos.

Jorge Muiño, quien fue director de asuntos consulares del MRREE, y que cuenta con la estima de la comunidad migrante por su trabajo lleno de empatía y cercanía con los que recién llegaban al Uruguay, dijo una vez que este país “no escapa del hecho, como muchas sociedades, de ser una sociedad xenófoba y bastante discriminatoria en algunos aspectos. No creamos que vivimos en el paraíso. Lo que pasa es que la mayoría de nuestra sociedad es propensa a recibir gente y a integrarla”(*).

En 2018 un estudio de Cifra arrojó que el 32% de la población veía negativamente que vinieran migrantes a vivir y trabajar al Uruguay. En 2019 ese mismo estudio evidenció un pequeño incremento al llevar el número a 33%. Por otro lado, en 2018 Opción Consultores mostró una encuesta donde 42% consideraban que la migración era negativa para el país. Aparte, 38% consideraba que debía haber menos migrantes de los que ya estaban en el país. Luego vino la pandemia y las fronteras se cerraron, aunque Uruguay no ha dejado de otorgar refugios y asilos a personas que llegan por su frontera seca con Brasil.

Ceres en su informe “República de Migrantes” (diciembre, 2020) estudió la perspectiva de los migrantes, es decir, su opinión sobre el país. Encuestaron a más de 1500 extranjeros residentes legalmente. Según su conclusión: 3 de cada 4 migrantes tienen una percepción positiva sobre el trato de los uruguayos. Es decir, hay un 25% que estaría pensando diferente y vale poner la lupa en lo que ahí puede estar ocurriendo.

Si bien la xenofobia y la discriminación no es una actitud extendida ampliamente, hay un porcentaje que no es irrelevante y requiere, cuando menos, conversación y atención. Visibilizar ayuda a generar conciencia y colaboración para la construcción de un mejor clima social donde todos ganen. 

En la convocatoria de Migrantes Club House 2021, un proyecto de voluntarios de la ONG Manos Veneguayas apoyado por los Fondos concursables INJU destinado a la integración de jóvenes migrantes (de 16-29 años) de todas las nacionalidades, un dato llama la atención: de 140 inscritos, un 60% afirmó no tener amigos y conocer poca gente de su edad. Aparte, un 30% dijo no conocer a personas de su edad. La media que tienen residiendo estos jóvenes en el país es de uno a dos años. ¿Esto nos envía una señal para poner el tema sobre la mesa?

El Uruguay de hoy ha incorporado a los nuevos migrantes a su paisaje. No obstante, subyace la importancia de reforzar el mensaje de integración para no dar espacio a la xenofobia y la discriminación.

Ya no se entienden las ciudades y pueblos sin el crisol de colores, variadas pronunciaciones del mestizo español, y diversa gastronomía, música y bailes de las nuevas corrientes migratorias. Desde el béisbol, el ron, la arepa, el ceviche, hasta el delivery, el obrero, la maestra, la doctora, la vendedora, etc. En todos lados. Los migrantes fueron el pasado, son el presente y serán claves en el futuro. No importa si vienen del Mediterráneo o del trópico caribeño, o si hablan de tú y no de vos. El país gana porque la diversidad enriquece y nos hace mejores.  

(*) La cita proviene de una entrevista para el libro Venezolanos en el Uruguay (2019).

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