PABLO PORCIUNCULA / AFP

Juicio a la vaca en Nueva York

El sector cárnico uruguayo está en una disyuntiva geopolítica

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01 de agosto de 2021 a las 05:00

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Imagine que una persona mayor va manejando un auto por una carretera en los Andes, los nietos van en el asiento de atrás. El automóvil va cada vez más rápido, lo que se ve por la ventanilla, mirando para el costado es un abismo. El auto derrapa, unos cientos de metros más adelante hay una curva. Pero quienes manejan no cambian el rumbo ni la velocidad acelerada. ¿Será que se durmieron? ¿Será que se les trabó la dirección? ¿Será que tampoco los frenos funcionan? El auto empieza a hacer ruidos fuertes y vibrar. No nos sorprenderá que los nietos griten, entren en pánico.  

En términos de calentamiento global, la curva queda en 2030, a menos de nueve años de distancia. La humanidad va derrapando. Las emisiones de CO2, metano y NO2, los tres gases principales que causan el efecto invernadero, no paran de subir. La pandemia no cambio en nada la tendencia. Los incendios se multiplican, las inundaciones masivas se hacen más frecuentes.

Observemos lo que pasa en la Siberia. Todos sabemos que el ejército ruso es potente. Invade Crimea, se queda con Crimea. El ISIS y Al Qaeda acorralan al gobierno de Siria, van los rusos y resuelven el asunto en forma implacable, casi se diría en un santiamén. Pero observemos lo que pasa en la Siberia en este mismo momento, un incendio de un millón y medio de hectáreas en una zona tremendamente fría en condiciones normales.

“Precisamos refuerzos” se quejó el bombero ruso Yegor Zakharov a la agencia AFP, porque no están pudiendo controlar un mega incendio, por un área 1,5 millones de hectáreas, en una zona, la taiga, que es básicamente un gran bosque de coníferas. “Defendimos una propiedad durante ocho días pero no pudimos resistir porque no llegaron los tractores para construir las trincheras. Precisamos más gente y más equipos, explicó a la agencia AFP. Siria era más fácil

Tampoco puede el ejército estadounidense cuando un incendio de estas proporciones se desata, como hace pocos días en Oregon. Y en pocos días más comenzará la “zafra” de incendios en América Latina, agravados por la peor sequía en décadas en la cuenca del Paraná y Paraguay y récord de tala de Amazonia.

Mientras, cientos de millones de dólares van rumbeados a productos que imiten lo más posible a la carne, la leche, los huevos, y todo bicho que camine o nade. Una nueva competencia, que se propone ser a los mercados tradicionales de proteína animal, lo  que los automóviles eléctricos a los de motor de combustión.

Imaginemos la capacidad de lobby de las empresas petroleras, comparado con el lobby de la ganadería. Tenemos pocos cartuchos para tirar comparado con los grandes culpables del calentamiento. Pero la situación es tan grave, que los consumidores de todo el mundo no distinguirán entre culpables grandes o pequeños.

Distinguirán entre quienes se esfuerzan por ser parte de la solución de un lado y quienes nieguen o minimicen la magnitud del problema por otro. 

Eso coloca al sector cárnico uruguayo en una disyuntiva geopolítica. Solidarizarse con los ganaderos de los países vecinos, que están siendo acusados de ecocidio por quemar el Chaco o la Amazonia o explicarle al mundo que Uruguay es diferente del resto del Mercosur y que acá no se tala un solo árbol

Será muy poco útil vituperar al mercado emergente de proteína animal cultivada, se seguirá cultivando. Será muy poco útil despotricar contra Greta Thunberg, porque en tanto la temperatura global siga aumentando, de poco valdrá que digamos que demasiado joven o demasiado rubia o la marioneta de quien sabe que oscuros intereses. Mientras las emisiones de Co2, metano y óxido nitroso sigan subiendo, la temperatura aumentando y los incendios desparramándose por la superficie planetaria, ella tendrá una parte indudable de razón en su militancia.

Tampoco será muy eficiente cargar contra las propias Naciones Unidas. Tanto la pandemia como la crisis climática son fenómenos completamente mundiales que exigen la coordinación de la humanidad. Es dudoso que Naciones Unidas tenga algún peculiar encono contra la ganadería uruguaya.

En esta etapa de la historia de la humanidad el discurso urgente tiene dos pilares: se entiende la gravedad del problema, y se trabaja para revertirlo en todas  y cada una de las actividades de la economía y la sociedad. 

Nuestros pastizales nativos precisan herbívoros para seguir existiendo. Trabajaremos en que emitan menos metano, como no. En las raciones, en el manejo, en la genética, en las posibles “vacunas” que los neozelandeses vienen trabajando. Capturaremos cuanto carbono podamos, ¡cómo no!, de varias maneras; en los pastizales bajo el suelo y con árboles por encima de él, compostando en los hogares, rediseñando nuestra arquitectura con más uso de maderas. Mediremos cada vez mejor y no cejaremos en el esfuerzo de hacer de nuestra ganadería un contribuyente activo a que nuestros nietos no se achicharren como la rana de la fábula, que nunca saltó y quedó cocinada en un agua cada vez más calentita.

Si no logramos diferenciarnos lo suficiente a partir de nuestros pastizales y nuestra vocación de medición avalada por la trazabilidad, la realidad de la ganadería puede tener un marco más complicado al terminar está década. Los países subtropicales precisan y merecen ayuda  para resolver el lucro cesante y los servicios ecosistémicos por preservar esos pulmones planetarios. Deben terminar la tala y quema, pero deben ser recompensados por los países desarrollados. Uruguay seguramente puede recibir más ayuda para construir la ganadería más climáticamente inteligente que sea capaz, probablemente mucho más de la que ya recibe.

Sin una argumentación que parta de reconocer la gravedad del problema y prometer caminos tangibles hacia la limitación de emisiones y la optimización de la captura de carbono, veo un riesgo cierto para la carne como producto. 

En definitiva, lo único que calmará a los ciudadanos preocupados de todas las edades, que cada vez serán más, será demostrarles que estamos haciendo un esfuerzo genuino y medible por encarrilar nuestro ecosistema global que hoy va hacia un abismo.

Los automóviles emiten dióxido de carbono, los rumiantes emiten metano. Y además, molécula a molécula, el metano calienta más que el CO2. Ante eso, debemos pensar muy bien nuestra respuesta.

El tema será objeto de debate en la próxima cumbre mundial de sistemas alimentarios en Nueva York, en setiembre. Y el debate será sin dudas tan apasionante como urgente. Luego en noviembre en Glasgow se reunirán los climatólogos del mundo y vendrá un debate aún más fuerte. 

Pasada la pandemia, este será el tema con el que los adolescentes de la mayor parte del planeta increparán a los mayores en el poder. Está en la esencia de todo joven cuestionar el status quo. Y en este caso, rebatir su preocupación será tan difícil como pedirle a un niño que va en un auto derrapando al borde de un abismo que se calme.

En ese contexto se realiza una cumbre mundial de la alimentación.

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