Eduardo Espina

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La barbarie legalizada

En países civilizados se siguen sucediendo actos de tiempos pasados
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16 de agosto de 2018 a las 04:45
A mediados de la década de 1980, con un documentalista cubano-americano estuvimos trabajando en un proyecto cinematográfico, con la idea de convertirlo en documental sobre las horas finales de los condenados que esperan la ejecución en cárceles estadounidenses, más específicamente, sobre la última cena que solicitaban.

Habíamos logrado localizar algunos ejemplos escalofriantes, como el de un condenado mexicano que había solicitado que su padre fuera quien pudiese comer su cena final, compuesta por lomo de carne vacuna y langosta. Dijo que su padre era pobre y nunca en su vida había comido langosta. Por el proyecto, que debe estar archivado en algún cajón, recibimos buenos comentarios, pero los fondos para producir el proyecto nunca llegaron, a pesar de los arduos intentos.

En tiempos muy anteriores a Netflix, la respuesta fue la misma: el tema era muy duro como para conseguir algún espacio televisivo donde emitir el documental. En otras palabras, al público no le interesa que le muestren en forma directa cómo es una ejecución pública vista a partir de los ojos de condenado. Estados Unidos es un país en el cual quienes se consideran cristianos presentan fragrantes contradicciones.

Dicen estar a favor de la vida, se oponen al aborto, pero al mismo tiempo defienden a muerte la pena de muerte. La situación continúa con la misma saña de siempre, ahora envuelta en una polémica que destaca la atrocidad del procedimiento.

A los condenados los ejecutan con un cóctel químico que produce horrendos efectos. En otras palabras, igual que en los tiempos de la inquisición, el condenado, además de sufrir por anticipado por su inevitable destino, es torturado físicamente.

Cómo un país que se considera civilizado puede permitir y continuar favoreciendo esta violación de la más básica ética es algo que atenta contra lo comprensible y genera desaprobación, por decir poco. El más reciente afectado fue Carey Dean Moore, quien estuvo esperando 38 años en una celda de alta seguridad por su muerte, la cual le llegó mediante una sobredosis de Fentanilo, droga que, vaya contradicción, la policía que la combate en las calles considera "veneno mortal", por los efectos devastadores que genera su adicción.

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