¿La excepcionalidad uruguaya?

Los uruguayos tenemos que estar orgullosos de nuestra democracia pero no ser complacientes; varias veces la perdimos

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29 de agosto de 2021 a las 05:00

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"Esto es increíble”, me comentó un embajador de un país latinoamericano el pasado jueves durante el acto de lanzamiento de los festejos de los 35 años más 1 de CERES (35 que se cumplieron el año pasado pero no se pudieron festejar por las restricciones que imponía la pandemia) en el Salón de los Pasos Perdidos en el Palacio Legislativo. En efecto, con la vicepresidenta Beatriz Argimón como anfitriona en su carácter de presidenta de la Asamblea General, se reunieron los tres expresidentes vivos para tributar un homenaje a los 35 años (más 1) de democracia.

José Mujica, Luis Lacalle Herrera y Julio María Sanguinetti hicieron uso de la palabra para destacar las bondades de nuestra democracia, la fragilidad que comporta, la necesidad de cuidarla y fortalecerla día a día. Ciertamente no faltó el reconocimiento de los defectos y errores que tenemos pero también la fortaleza del sistema político para adaptarse a los cambios sociales y económicos de estas décadas y de los que ya se avecinan en el futuro.

“En mi país esto hubiera sido imposible” continuó el diplomático. “Presidentes de tres partidos distintos y muchas veces opuestos; uno de ellos guerrillero que en su juventud se levantó en armas contra la democracia; pero todos contestes en la necesidad de preservar no solo la necesidad de elecciones libres y limpias sino la separación de los poderes, la independencia de la justicia y el respecto de las garantías y libertades individuales”. “Fíjese, me decía, como Mujica habló de proteger la vida en toda circunstancia, cómo Lacalle se refirió con gran certeza  a distinguir la legitimidad de origen de un gobierno (obtenida por las urnas) de la legitimidad de ejercicio (obtenida por el respeto las normas institucionales y la separación de poderes) y como Sanguinetti apeló con gran sabiduría a las Instrucciones del año XIII reclamando “promover la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”. “Le aseguro que en muy pocos países de Latinoamérica, si es que hay alguno, se pueden juntar a ex presidentes de diversos partidos y hablar en el máximo edificio legislativo en concordia y en gran sintonía sobre lo que implica la democracia republicana, lo frágil que es y los esfuerzos de toda índole que hay que poner para que no se deteriore”. “Un acto así”, concluyó el diplomático, “me pone la piel de gallina; no sé si en Estados Unidos son capaces de hacerlo”. Y debo confesar que a mí también me la puso aunque ya había visto a nuestros ex presidentes reunirse sin distinción de bandería para hablar de temas importantes. Pero nunca en el majestuoso Salón de los Pasos Perdidos y sobre la importancia de nuestra recuperada democracia y carente de grietas, aunque silben algunos cohetes y caigan algunos cascotes de un lado y de otro.

Los uruguayos tenemos que estar orgullosos de nuestra democracia pero no ser complacientes. Varias veces la perdimos. La última de ellas en forma dramática. Requiere cuidado. Por ello es bueno destacar que una de las fortalezas es el buen funcionamiento de los partidos políticos. Cuando uno ve las crisis que afectan a muchos países de América Latina, encuentra detrás de ellas crisis de sus partidos políticos. Aquí tenemos a dos que son de los más viejos del mundo y a otros que se han adaptado perfectamente a nuestro andamiaje institucional como el Frente Amplio y otro recién nacido como Cabildo Abierto. ¡Que tesoro a cuidar!  Lo mismo que el respeto por el Poder Judicial que, como bien señalaba Lacalle, no es elegido a propuesta del Poder Ejecutivo de turno como ocurre en muchos países incluso en una democracia admirable como la norteamericana.

No hay que ser complacientes. Nunca. Orgullosos sí; soberbios no. Ni menos que nadie pero tampoco más que nadie. No  somos una excepción ni somos excepcionales. Somos un pueblo que supo valorar sus instituciones y se apegó a ellas. Podemos sufrir un descalabro como ocurre hoy en muchos países de Latinoamérica. Podemos llegar a crear entre nosotros una grieta insalvable que haga de cada elección un drama nacional donde no se elige un gobierno sino un cambio de régimen. Precisamos generar más crecimiento para dar empleo a nuestros jóvenes. Precisamos mejorar la educación ya para acabar con la exclusión social. Precisamos entrar de lleno en la sociedad del conocimiento para dar horizontes favorables a las nuevas generaciones. Y saber que del esfuerzo diario y la responsabilidad de líderes políticos, económicos y sindicales depende la fortaleza de nuestra democracia. Y, por supuesto, de comportamiento de cada uno de los ciudadanos. Solo así, un nuevo Tocqueville que viniera a nuestras costas, podría hablar de la excepcionalidad uruguaya. 

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