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La guerra acelera la reconversión energética

Cuando dos años atrás el covid se instalaba como drama global, varias reflexiones emergieron respecto a “qué aprenderíamos de la catástrofe” o como sería la “nueva normalidad”

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13 de marzo de 2022 a las 05:00

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El covid llegó en realidad luego de otra catástrofe, los incendios masivos de selvas desde Australia a Bolivia, desde la Siberia a Indonesia. No hemos aprendido mucho de lo grave de la situación climática, de lo frágil de la situación sanitaria y ahora nos adentramos a una guerra que no sabemos si es mundial o no, si es nuclear o no. Estamos como humanidad en un nivel inexplorado de riesgo y crisis. Y no solo por la invasión de Putin a Ucrania. Corea del Norte testea misiles intercontinentales, el intento de frenar el programa nuclear iraní sigue sin dar frutos. El precio del trigo se dispara lo que garantiza estallidos sociales en Medio Oriente y más fundamentalismo.  Nuestro tiempo para aprender de la crisis y cambiar se agota.

Poco de bueno puede sacarse del desastre que significa que un país grande y dictatorial invada a uno pequeño para apropiarse lisa y llanamente de todo o parte de su territorio con prescindencia del derecho internacional. Es volver a lo peor del siglo XX. Con armas infinitamente más poderosas, yendo nadie sabe adónde. Pero dentro de las transformaciones que podemos saber ocurrirán sí o sí (excepto que una guerra nuclear nos devuelva a la edad de piedra), hay una que será interesante: la independencia de los países democráticos e innovadores de la energía fósil es ahora un asunto de urgente seguridad nacional.

Para Europa depender del gas ruso se ha convertido en una debilidad estratégica fundamental. Si la invasión hubiese empezado al principio del invierno, para Europa la catástrofe hubiera sido mucho mayor. Un grave error estratégico que debe ser corregido a la mayor velocidad posible.

Europa que con todo su discurso verde apostaba a gigantescos gasoductos como los Nord Stream y pretendía que el gas natural aunque fósil era relativamente verde, ahora se tomará lo verde y local mucho más en serio. La guerra agrava tremendamente el problema del calentamiento global. La imagen más frecuente y gráfica de una guerra desde la distancia es el de una espesa columna de humo, incendios, gasoductos rotos. Pero además del efecto directo está el indirecto. ¿Es imaginable que se puedan sentar Rusia y la Unión Europea a dialogar como bajar las emisiones de CO2? ¿Cuando? No pasará en el corto plazo. Los necesarios acuerdos globales son más difíciles que nunca.

En estos días el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático ha emitido un informe que reitera que la situación es tremendamente grave, y que el tiempo para revertir el calentamiento global se nos termina. Pero en tiempos de guerra, pasa a ser, como la pandemia, tema de segundo orden. Otro estudio científico ha advertido que el colapso de la Amazonia está cada vez más cerca y se aproxima más velozmente de lo que se había estimado previamente. Un “tipping point” clave, incluso para las lluvias en Uruguay. Pero mientras los rusos bombardean hospitales ¿Qué importancia tiene un paper científico sobre algo que pasará en el mediano plazo?

La guerra derivará en una transformación positiva. Porque las energías renovables tienen una ventaja tan importante como la de no emitir gases: son descentralizadas y le permiten a los países, o a los empresarios o incluso a los hogares, volverse autónomos energéticamente. Quien genera su propia energía con el sol, el viento y el agua de nuestro territorio, gana enormemente en baja de costos y en estabilidad tanto económica como política.

Por supuesto que no es fácil. Pero ahora es urgente no solo por el clima en sí mismo, sino por que depender de la autocracia rusa es suicida. Depender del petróleo, o del gas es depender habitualmente de un gobierno no democrático. Poco importa si es Arabia Saudí o Irán, o Venezuela, o Rusia. Los saudíes no le atienden el teléfono a Biden, informó esta semana el Wall Street Journal, ¿por qué? Pues porque quieren más apoyo para bombardear Yemen a cambio de pronunciarse contra Rusia con más énfasis. No menos terrible es la imagen de las mayores autoridades de EEUU yendo a pedir petróleo a Maduro para sustituir el crudo ruso. 

La humanidad venía procrastinando respecto a independizarse de la energía fósil. Ahora se acabó el tiempo. La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen lo ha dicho claramente: “hay que librarse de la dependencia de la energía fósil de Rusia con inversiones masivas en energías renovables”.

Nunca hemos estado tan cerca de una guerra nuclear devastadora, o un “accidente” que bien podría ser un nuevo Chernóbil. No sabemos como será el mundo. Tal vez Rusia engulle a Ucrania, tal vez Putin cae, tal vez sucede algo intermedio. Nadie puede saberlo.

Pero lo que sí puede saberse que la sustitución de energías fósiles va a acelerarse y que la inversión en innovación verde, resulta más urgente que nunca. Ancap tiene que pensar como sacarse la C de su sigla lo antes posible, aunque a los estacioneros les pueda generar incertidumbre. Probablemente sea la era del hidrógeno verde producido del agua de mar a través de molinos que estarán en el océano usando la energía eólica para separar el H2 del O. 

Seguramente haremos combustibles no fósiles de los residuos que generan Montevideo y Canelones al menos o tal vez de los 19 departamentos. 

Seguramente veremos concretarse proyectos que ya están en pleno crecimiento de construcción en madera. 

Tras las negras guerras que desatan países petroleros se contrapondrá la paz verde. Esto por supuesto que esto es en parte una expresión de deseo. Pero es también una proyección de futuro. El futuro será verde, o para la especie humana, no será. Uruguay puede ser la vanguardia del sur en ese camino.

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