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La migración ya no es lo que era antes

Las guerras han convertido a un fenómeno constante en la historia del hombre en una crisis permanente. Al sueño de emigrar, en pesadilla desesperada
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04 de agosto de 2023 a las 05:01

La migración, tal vez la única actividad inherentemente humana, es también un tema sobre el que, como en ningún otro de la agenda política, pueden coexistir ideas contradictorias en una misma persona. Incluso en sus aspectos más básicos.

Ni bien sale el tema en cualquier reunión, ágape o programa de radio, uno advierte rápidamente que hay frases que se sueltan como clichés, como construcciones prefabricadas del edificio biempensante. Y luego poco a poco, empiezan a asomar en el mismo interlocutor ciertos prejuicios anti-inmigrantes, ciertos razonamientos que están en las antípodas de su discurso inicial.

Es aun más llamativo cuando esto se advierte en una de esas personas que en su perfil de Twitter ponen como una declaración de principios: “Nieto/a (o bisnieto/a) de inmigrantes”.

La más evidente de estas contradicciones resulta de la opinión que tenemos de la migración cuando los migrantes llegan a otra parte, lejos de casa, y la que tenemos cuando estos llegan en grandes números a la terminal más cercana. Hace unos días Bill Maher describía esta contradicción en su podcast casero como una hipocresía. (Parece mentira que el rey de lo “políticamente incorrecto” en la tevé estadounidense haya tenido que terminar refugiando su incorrección política en el basement de su casa en Beverly Hills, pero ese es otro tema.)

Hay desde luego otras instancias en que esta contradicción se manifiesta, como según cuánto nos afecta o no la llegada de los inmigrantes en nuestro trabajo, en nuestro salario, en nuestros quehaceres cotidianos; o incluso, para los propios emigrantes ya establecidos en su país de acogida, en lo que se conoce como el “síndrome del ómnibus lleno”, el sentimiento anti-inmigrante por el propio inmigrante: “yo ya estoy arriba, cerrá y vamos que no entra más nadie”.      

Decía al principio que la migración es inherentemente humana porque la historia de la humanidad es la historia de sus sucesivas y constantes migraciones, de su expansión como especie, desde nuestros orígenes en el África hasta ocupar prácticamente todos los rincones del planeta.

Es decir que es anterior al establecimiento de los reinos, los países y sus fronteras.

Ya entre aquellos primeros homo sapiens que salieron del África cruzando la Península Arábiga para establecerse en la gran estepa euroasiática había problemas con los recién llegados. Y así, tan humano como la migración ha sido el prejuicio contra el inmigrante, el malhadado sentimiento anti-inmigrante.

En los últimos siglos, la migración humana ha cambiado bastante, principalmente a partir de la creación del Estado-nación en la Paz de Westfalia. Esto puede haberla restringido pero nunca frenado; el flujo migratorio ha seguido incesantemente a pesar de ello. Por eso la frase del Twitter resulta una obviedad. Hace más de 20 años que Saramago escribía: “Que tire la primera piedra el que nunca haya tenido manchas de emigración ensuciándole el árbol genealógico”.

La peor crisis en la historia  

Dicho esto, hoy estamos ante la peor crisis migratoria en la historia de la humanidad. Esto ya no es el normal flujo de personas en el inevitable destino trashumante del hombre.

En realidad, estamos en esta crisis desde 2015. Pero hoy nos cae la ficha a todos ¿saben por qué? Porque llegó a Nueva York y se nota. Por años los neoyorquinos han criticado la incapacidad de los estados del sur para hacer lugar a los emigrantes; pero ahora que Texas se los manda en ómnibus, no los pueden albergar. Y hay ya varios cientos de ellos durmiendo en la calle a las afueras del Roosevelt Hotel. Un espectáculo dantesco en plena 45 y Madison.

Si la ciudad más grande y más rica del país más rico del mundo tiene estos problemas para recibir emigrantes, qué podemos esperar del resto.

La migración es un derecho inalienable, tal como lo reconoce la Ley de migraciones uruguaya de 2008. La necesidad de buscar mejores condiciones de vida no se puede restringir con muros ni fusiles. Pero también resulta fácil a veces ver la paja en el ojo ajeno. Como país, como ciudad, como comunidad en general, tenemos que estar preparados. Porque lo que se viene no hay forma de detenerlo, no en las condiciones geopolíticas actuales.

En 2015, el año de la peor crisis, hubo 60 millones de refugiados y desplazados. Por primera vez se superó los que hubo después de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más devastador en la historia de la humanidad. La mayoría de esa gente venía de Siria, Afganistán y del África Subsahariana. El motivo: las intervenciones en los dos primeros países y en Libia, que antes de tumbarse a Gadafi era un tapón para los emigrantes africanos que, a partir de entonces y del caos en que se convirtió luego Libia, empezaron a seguir viaje hacia Europa sin escalas.

El último informe de ACNUR, publicado en junio pasado, consigna que el número de refugiados y desplazados llegó el último año a 108 millones; o sea que ya está cerca de duplicar el récord de 2015. Y ¿de dónde proviene la mayoría? Otra vez, de Siria (6,5 millones) y Afganistán (5,7 millones). Solo que esta vez los africanos fueron superados en tercer lugar por los ucranianos (5,6 millones).

Paralelamente, se da otro fenómeno, y es que por la frontera sur de Estados Unidos, ya no entran solo mexicanos, centroamericanos y sudamericanos. Ahora también llegan allí, donde ya se puede hablar de una crisis humanitaria, como nunca antes personas de –adivinó–: Afganistán, África, Siria y Ucrania, entre muchos otros.

Si esto no es una clara demostración de que las guerras son el principal detonante de esta crisis, no sé qué pueda serlo. ¿O usted acaso nunca se preguntó por qué hasta hace 10 años jamás veíamos estos movimientos migratorios masivos desesperados, en caravanas y gente que se juega la vida y está dispuesta a pasar las de Caín para llegar a un país seguro?

Pero quienes tienen el poder de detener esas guerras no tienen ningún interés en hacerlo. Más bien el interés está en mantenerlas ad eternum. Mientras esta doctrina, que yo llamo de los conflictos perpetuos, no sea erradicada o trocada por algo más sensato –o al menos, menos absurdo–, perpetua será también esta crisis migratoria mundial a la que hoy asistimos. No hemos visto nada todavía.

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