Soldados soviéticos cruzan un bañado sobre un estrecho puente de troncos en el verano de 1944, en su ofensiva sobre Finlandia
Miguel Arregui

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La resistencia de Leningrado al cerco alemán y finlandés

La guerra ruso-finlandesa que se extendió entre 1939 y 1944 (II)
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19 de febrero de 2020 a las 05:03

La “Guerra de Invierno” de 1939-1940 entre Finlandia y la Unión Soviética, una nueva versión del enfrentamiento entre David y Goliat, que duró tres meses y medio, tuvo dos fases muy diferentes.

Entre fines de diciembre de 1939 y enero de 1940, las fuerzas rusas que atacaron en el istmo de Carelia y al norte del lago Ladoga, un enorme territorio inhóspito, fueron detenidas o flanqueadas, sufrieron serios reveses o se encerraron en perímetros defensivos. Los finlandeses capturaron gran cantidad de tanques T-26 y BT-7, artillería y camiones. 

El gobierno de Helsinki ganó en optimismo, más aún debido a los rumores de una asistencia militar directa de británicos y franceses, un plan irreal, lleno de dificultades prácticas, que en realidad nunca llegó.

Entonces Semión Timoshenko, amigo del dictador Iosif Stalin,  sustituyó en el mando de las tropas soviéticas a Kliment Voroshilov, de actuación desastrosa. A fines de enero los rusos comenzaron a demoler con masas de artillería los bunkers finlandeses en el istmo de Carelia, cerca de Leningrado, la región decisiva de la guerra. Y a partir del 1º de febrero, la infantería atacó con abundantísimo respaldo de tanques, mientras la aviación bombardeaba fuertes, estaciones de ferrocarril, centrales eléctricas, muelles y ciudades como Helsinki y Viipuri.

Después de doce días de ataques soviéticos, los finlandeses, agotados, entregaron la primera “línea Mannerheim” en el istmo y se retiraron a una segunda posición. Y a fines de febrero se refugiaron en una tercera y última línea de trincheras, muy tosca, frente a Viipuri, actual Vyborg, la segunda ciudad del país. Pero en marzo los soviéticos la desbordaron por el flanco izquierdo, moviendo gran cantidad de tropas sobre la superficie helada de la bahía de Viipuri, en el golfo de Finlandia. 

El 6 de marzo de 1940 una delegación finlandesa, encabezada por el primer ministro Risto Heikki Ryti, se trasladó a Moscú. En la noche del 12 de marzo de 1940 se firmó un tratado de paz, que comenzó a regir al día siguiente.

El tratado de Paz

 

Los finlandeses cedieron el istmo de Carelia y las orillas del lago Ladoga, además de una región del extremo norte del país, dentro de círculo polar ártico.

La frontera entre ambos países, que antes pasaba a 32 kilómetros de Leningrado, se corrió unos 150 kilómetros hacia el noroeste (no lejos de la ciudad de Lapeenranta, que muchos uruguayos conocen por “Sorjonen”, la serie policial de Netflix). 

Finlandia perdió 41.280 kilómetros cuadrados, más del 10% de su territorio, incluida la ciudad de Viipuri, que luego se denominó Vyborg. El 12% de la población finlandesa emigró tras las nuevas líneas y debió ser realojada.

Mariscal Carl Mannerheim

Los finlandeses también cedieron en arrendamiento por 30 años la península de Hanko, en el golfo de Finlandia, frente a la costa de Estonia, donde los soviéticos instalaron una base avanzada sobre el Báltico.

¿Por qué los soviéticos no trataron de ocupar todo el país, después de haber roto a alto precio la “línea Mannerheim”?

Es probable que Iosif Stalin aún confiara en no involucrarse en la Segunda Guerra Mundial, y no deseara provocar a franceses y británicos, que lo veían como aliado de la Alemania nazi tras el pacto Ribbentrop-Molotov y el reparto de Polonia. La Segunda Guerra Mundial, iniciada el año anterior, podría tener efectos imprevisibles. Un conflicto similar había provocado 23 años antes la caída del zar Nicolás II y del Imperio Ruso, y el triunfo bolchevique. 

Durante los tres meses y medio que duró la “Guerra de Invierno”, los finlandeses sufrieron 25.000 muertos y desaparecidos. Los soviéticos tuvieron entre 50.000 y 160.000 muertos y desaparecidos, una cifra superior de heridos y grandes pérdidas de material. 

La experiencia sirvió a los soviéticos para introducir reformas organizativas y tácticas, y mejoras en su equipo para la guerra, justo antes de la invasión alemana de junio de 1941.

Sangre, sudor y lágrimas

Los jefes alemanes, incluido su führer Adolf Hitler, se hicieron una idea peligrosamente errónea sobre la presunta incompetencia del Ejército Rojo. También franceses, ingleses y estadounidenses se sintieron tentados a subestimar el valor militar de la URSS.

La furia de buena parte de la opinión pública francesa por el fracaso en asistir a Finlandia provocó la caída del gobierno del primer ministro Édouard Daladier, quien fue sustituido por Paul Reynaud.

En abril de 1940, muy poco después que cesara la resistencia finlandesa, fuerzas franco-británicas atacaron Narvik, en el norte de Noruega, para cubrir el flanco aliado, dificultar la salida de naves alemanas al océano Atlántico y, sobre todo, impedir el abastecimiento de mineral de hierro noruego y sueco al III Reich. 

El principal impulsor del plan no era otro que el siempre belicoso Winston Churchill, entonces primer lord del Almirantazgo, equivalente a un ministro de Marina. Él creía que con ello se daría un durísimo golpe a la industria armamentística alemana, muy dependiente del mineral escandinavo. 

Pero los alemanes, dos pasos por delante, atacaron Dinamarca y Noruega al mismo tiempo, empleando tácticas muy audaces, y ganaron la partida tras casi dos meses de combate y muchas pérdidas navales. Se sirvieron de Vidkun Quisling, un excomunista devenido en fascista, para instalar un gobierno títere en Noruega, país que permanecería en sus manos hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. 

La derrota aliada en Noruega hizo que los británicos terminaran de hartarse del primer ministro Neville Chamberlain. “Ha estado sentado aquí demasiado tiempo para nada bueno”, le espetó el conservador Leopold Amery en el Parlamento, parafraseando a Oliver Cromwell. “En el nombre de Dios: ¡váyase!”. Para sustituirlo, eligieron a Winston Churchill el 10 de mayo de 1940, el mismo día que los alemanes atacaron a Holanda, Bélgica y Francia, a cuyas fuerzas vencerían en pocas semanas en una lección histórica de guerra relámpago mecanizada (blitzkrieg). 

Ante la Cámara de los Comunes (diputados), Churchill advirtió el 13 de mayo: “No tengo nada que ofrecer, salvo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.

La “guerra de continuación”

El 25 de junio de 1941, tres días después que Alemania atacara a la Unión Soviética, los finlandeses iniciaron a su vez una nueva guerra contra sus vecinos: la “Guerra de Continuación”. 

Según el realismo político que impuso el mariscal Carl Mannerheim, jefe histórico de los ejércitos finlandeses, el enemigo de su enemigo debía ser su aliado, por lo que aceptaron un pacto de ayuda militar con Adolf Hitler. 

Finlandia, el principal proveedor de níquel para la industria alemana, más tarde permitiría la instalación de bases en su territorio para la Wehrmacht y la Luftwaffe, que atacarían los convoyes aliados con suministros bélicos que se dirigían a Murmansk, en el helado extremo norte de Rusia.

Finlandeses y alemanas subestimaron la capacidad combativa del Ejército Rojo, además de sus enormes reservas humanas y materiales. 

Los finlandeses atacaron en el istmo de Carelia y al norte del lago Ladoga, hasta recuperar los territorios perdidos en la “Guerra de Invierno” de 1939-1940. Apenas llegaron a la antigua frontera, cavaron y se atrincheraron, para consternación de los alemanes, que les rogaron continuar el avance hacia Leningrado, que la Wehrmacht había sitiado por el sur a principios de setiembre.

El cerco de Leningrado —el corazón de la revolución bolchevique de octubre de 1917— duró más de dos años, hasta enero de 1944, y causó a la URSS al menos un millón y medio de muertos y desaparecidos, entre civiles y militares, más que nada por hambre, frío y enfermedades. Fue una de las principales epopeyas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial, junto con las defensas de Stalingrado y de Moscú.

Reacción soviética

Después de dos años de completa inactividad militar en Carelia, el 9 de junio de 1944 medio millón de soldados soviéticos atacaron a 270.000 finlandeses, con una abrumadora superioridad en artillería, tanques y aviones. En batallas breves y sangrientas, los rusos hicieron retroceder a sus enemigos hasta las fronteras de marzo de 1940, después de la “Guerra de Invierno”. 

El 19 de setiembre de 1944 un nuevo gobierno en Helsinki, presidido por el inevitable Carl Mannerheim, firmó aliviado un armisticio. Los finlandeses, que sufrieron más de 60.000 muertos entre 1941 y 1944, debieron aceptar duras condiciones y pérdidas territoriales, aunque mantuvieron su independencia. 

Mientras tanto unas 200.000 tropas alemanas que custodiaban las vitales minas de níquel en torno a Petsamo, fueron atacadas desde octubre por los rusos, y luego por los finlandeses. Los alemanes se abrieron paso desde el norte de Finlandia hacia Noruega, dejando tierra arrasada, en lo que se conoció como “Guerra de Laponia”.

Durante la Segunda Guerra Mundial los finlandeses al fin estuvieron junto a los aliados franco-británicos, luego en contra, junto a Alemania, y por último de nuevo a su lado, siempre al son de sus enfrentamientos con el Kremlin.

A partir de 1945, tras la guerra, Finlandia pudo mantener su independencia política y una economía de mercado, cosa que no ocurrió con los Estados que fueron ocupados por el Ejército Rojo, desde Polonia a Checoslovaquia o Rumania, que permanecieron tras el “telón de acero” durante 45 años.
 

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