Lecciones de la elección en Francia

Durante cinco años, Emmanuel Macron no escuchó a los sectores medio y medio-bajo de la sociedad francesa, a pesar del surgimiento de los Chalecos Amarillos; si el domingo 24 pierde en segunda vuelta frente a Marine Le Pen, ahí habrá estado buena parte del motivo

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17 de abril de 2022 a las 05:05

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El consenso entre los politólogos y los teóricos de la política comparada es que el centro político se hunde, que va perdiendo terreno a manos de los extremos –como de hecho se constata en varios países del mundo– y que el ejemplo más claro y más reciente de ello es Francia.

Y en efecto, en las elecciones del pasado domingo, el presidente Emmanuel Macron obtuvo el 27% de los votos, mientras que Marine Le Pen (extrema derecha) y Jean-Luc Mélenchon (extrema izquierda) juntos acapararon el 45% de los sufragios emitidos. 

Al ballotage del próximo 24 de abril pasaron solo Macron y Le Pen; pero visto así, se hace más claro el hundimiento del centro. Más aun, si se tiene en cuenta que la derecha conservadora gaullista no llegó al 5%, que los socialistas obtuvieron un raquítico 1.7%, y que el ultra Eric Zemmour –que propone una cruzada “reconquistadora” de Francia y es partidario de la teoría conspirativa de Renaud Camus el “Gran Reemplazo”– recibió arriba del 7% de los votos. 

¿Pero es realmente tan sencillo de explicar? ¿Alcanza con eso?

La realidad es que no. Ya no es posible interpretar los fenómenos de la política francesa a partir de la vieja y siempre a mano disyuntiva izquierda-derecha (nacida precisamente en ese país, durante la Revolución Francesa, por cómo se sentaban los delegados de las diferentes corrientes políticas en la Asamblea Nacional).

Hoy esa división se da más bien entre los llamados “mundialistas” y “soberanistas”. 

Los primeros son partidarios de la democracia liberal, de la burocracia internacional y sus instituciones, con Naciones Unidas y la Unión Europea a la cabeza; y en general, del orden internacional nacido de Bretton Woods; pero que se ha ido degenerando con el tiempo y ha caído en una excesiva financierización, como la que provocó la crisis de 2008; un elitismo que lo hace insensible a los reclamos de los sectores asalariados cada vez más desempleados, o la beligerancia de unas potencias de la OTAN que han establecido un sistema de Justicia internacional que a ellos convenientemente no los juzga por los excesos cometidos en sus intervenciones militares.

Los soberanistas, en cambio, rechazan las guerras, rechazan el europeísmo y sus instituciones; pueden ser más o menos xenófobos, más o menos antiinmigrantes; pueden ser también de raíz derechista o izquierdista; pero todos invariablemente se quejan de la caída del salario real, del desempleo, de la robotización y de la “invisibilidad” a la que, sostienen, los han condenado las élites europeístas.

Y ahí está el mapa electoral de Francia: los votantes de Le Pen, Mélenchon y Zemmour se inscriben, a grandes rasgos, dentro de esa corriente soberanista, euroescéptica y antiliberal. 

En tanto que los de Macron y del centro tradicional a ambas márgenes de la medianera (gaullistas y socialistas), en el extremo opuesto: son europeístas, partidarios de la democracia liberal e internacionalistas. 

La vieja noción de izquierda y derecha aparece ante este espectro político de nuevo cuño como una dicotomía reseca. 

Hasta los del Partido Comunista Francés, cuya fórmula encabezó Yannick Jadot, han sido acusados en esta campaña de “rojipardismo”, precisamente por enarbolar banderas del movimiento soberanista.

Eso explica también que la enorme mayoría de la clase obrera haya votado a Le Pen, ni siquiera a Mélenchon, cuyo bastión estuvo en la juventud. Y cuando uno analiza los programas económicos de los dos candidatos que han pasado a la segunda vuelta, no cabe duda que la propuesta más de izquierda, en ese sentido, la tiene Le Pen: más gasto público en Salud y Educación, 2 mil millones de euros para subir los salarios deprimidos, bajar la edad de jubilación de 62 a 60 años (Macron propone subirla a 65) y, en general, un rol del Estado considerablemente mayor.

Macron de todos modos parte como favorito, pero todo está en el aire de aquí al 24 de abril; y no es descabellado pensar que Le Pen podría llegar al Eliseo.

Los partidos políticos uruguayos harían bien en tomar nota de los resultados en Francia. En lo político, siempre nos hemos parecido mucho más a Francia que a España o a Italia, y no solo por el sistema presidencialista. Y así, algunas cosas que suceden allá terminan rimando acá y, a veces, también viceversa. 

Es cierto que en Uruguay la división del electorado sigue estando fundamentalmente entre izquierda y derecha. Sin embargo, algunas manifestaciones soberanistas ya empiezan a asomar. Y ojo que estas pueden ser de veloz crecimiento.

Una lección para extraer el Frente Amplio de estos comicios franceses, por ejemplo, sería que el Partido Socialista, con la candidatura de Anne Hidalgo, sacó ese 1,7% de votos apenas cinco años después que François Hollande dejara la Presidencia. O sea, pasaron del poder a la nada en un pispás. 

Es cierto que el Frente posee una base militante, una capacidad de movilización, una historia y un dinero, que difícilmente vaya a ver caer pronto su apoyo de forma tan precipitada. 

Pero nadie piense tampoco que el Partido Socialista francés de los Miterrand, de los Jaques Delors, los Lionel Jospin y del propio Hollande era cualquier agrupación. Durante décadas, fue el último refugio del votante de centro-izquierda y aledaños. Y miren lo que es ahora.

En cuanto al presidente Lacalle Pou y su gobierno de coalición, la lección a extraer sería el desencanto con Macron y su movimiento En Marcha, que en sus inicios había ilusionado a buena parte del electorado francés. 

En estos cinco años, sin embargo, Macron ha gobernado de espaldas a los sectores medios y trabajadores.

A pesar de que los Chalecos Amarillos tomaron las calles y pusieron su presidencia en jaque, a pesar de que aun dentro de sus propias filas hubo voces que le advirtieron que aflojara un poco con las políticas neoliberales, el presidente de Francia no escuchó. Y si en diez días pierde frente a Le Pen, ahí habrá estado buena parte de la causa.

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