Leonor Courtoisie escribió y dirigió Estudio para la mujer desnuda

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Leonor Courtoisie: “Mi aporte de responsabilidad es seguir siendo una irreverente”

Estudio para la mujer desnuda termina un ciclo en el Teatro Solís con funciones agotadas y su directora, Leonor Courtoisie, habla sobre el rol de las artes escénicas en la creación de conocimiento y su experiencia en la Comedia Nacional
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28 de abril de 2022 a las 05:01

Montevideo, 1950. Armonía Etchepare escribe La mujer desnuda con 36 años y la publica en la revista Clima bajo el nombre de Armonía Somers. Su descaro, esa perturbación poética y erótica, escandaliza a un establishment intelectual que se ve sorprendido por las palabras de una mujer que había logrado burlar los márgenes de una sociedad que la prefería marginada. El golpe de impacto de un nombre se convertiría en un símbolo de la literatura nacional.

“El día que Rebeca Linke cumplió los 30 años, ocurrió lo que ella había venido sufriendo por adelantado desde hacía mucho tiempo: nada”. Entonces decide cortarse la cabeza y cuando se la vuelve a poner se despoja de su moral, de su identidad y de su ropa. Así, sale de su casa escandalizar a un pueblo. Un pueblo que se parece a todos los pueblos.

Montevideo, 2022. Leonor Courtoisie aparece en la pantalla de la computadora. Con 32 años se encuentra estudiando en París después de ganar el Premio Moliere a la creación teatral mientras en la capital, siendo el mediodía de un miércoles, se agotaron todas las entradas para ver Estudio para la mujer desnuda en su último fin de semana en el Teatro Solís. La experiencia teatral que escribió y dirigió para la Comedia Nacional, una versión libre del texto de Somers con el dramaturgismo de Laura Pouso, atrajo con fuerza ritual a los habitantes de la comarca.

Sobre la creación de la obra, el rol de las artes escénicas en la creación de conocimiento, la mirada de la sociedad sobre las mujeres y el arte y en la cultura como un espacio de encuentro casi espiritual, habló en esta entrevista con El Observador.

¿Cómo fue el proceso de creación de Estudio para la Mujer Desnuda?

Fue como un impulso, una intuición más que nada. En febrero íbamos a empezar a ensayar para otro trabajo y se canceló unos días antes. Hablando con Gabriel [Calderón] le dije inmediatamente "para mí tenemos que hacer esto". Estuvo buenísimo trabajar con Gabriel, me preguntó si tenía ganas de hacer una obra que tuviera escrita o si quería escribir algo de cero, que fue lo que terminamos haciendo, pero le dije que me gustaba la idea de que no fuera original mío, sino que fuera un diálogo con otra generación, con otro tipo de escritura o con otro universo lejano. Tuve mucha libertad para trabajar y eso lo agradezco muchísimo porque es la manera en la que más me gusta crear. Así empezamos.

El trabajo de escritura fue un ida y vuelta con Laura Pouso, nos juntábamos y estábamos horas leyendo y discutiendo sobre el texto. El dramaturgismo es algo muy técnico y preciso que colabora todo el tiempo para darle una comprensión, una totalidad, al texto. Con el equipo con el que armamos el dispositivo escénico también, por más que varias de quienes componen el equipo técnico se dedican a algo en particular lo que planteamos fue la creación de un lugar, de un espacio, en conjunto a partir del material textual. Yo vivo así el teatro en general: como un espacio colaborativo. Y el proceso me parece muchas veces más interesante que los resultados. Entiendo que eso no sea así para lo que sucede después, que están las funciones. Pero para mí el momento más intenso, de verdad, es el previo. Después ya no tiene nada que ver conmigo, es de todas las personas que van. Y yo lo tengo que ir dejando ir.

 

Elenco: Roxana Blanco, Florencia Zabaleta, Alejandra Wolff, Serena Araújo, Joel Fazzi, Camilo Ripoll, Fernando Vannet y Luis Martínez.

En la experiencia de los espectadores está realmente la vida de la obra.

Me contaron que en una función un espectador dijo "yo me estoy aburriendo" y otra dijo "yo estoy llorando". Me dio mucha gracia. Lo mejor que le puede pasar al arte en general para mí es el disenso, que haya gente que realmente le parezca que eso no funciona, no está bien o que no tiene nada que ver con el libro. Que haya discusión y que se mueva en ese sentido, que la gente no sepa bien qué le pasó con eso y que no sea unívoco, que al salir yo no pueda decir exactamente qué es lo que me pasa.

Puede ser una característica que mantiene tu interpretación de la novela. Es un texto que te genera preguntas, pero es complejo y es incómodo.

Hay algo hipnótico en la escritura de Armonía, en un buen sentido. No es que quedás totalmente alienada en una hipnosis aislada del mundo. Es como una hipnosis crítica la de Armonía. Hay un humor muy agudo, una reflexión mientras está escribiendo también. Nosotros en la puesta no podíamos responder las preguntas que genera el texto sino que tenemos que generar más preguntas o hacer preguntas nuevas que vengan desde el plano escénico, desde otro lenguaje con otras reglas. Y no responderlas. Creo que eso de que las personas se vayan sin saber muy bien qué tiene que ver con generar más preguntas que respuestas.

¿Cómo fue para vos dirigir en la Comedia? En una entrevista decías que creías que “las mujeres que lo hacían tenían que pasar por determinados lugares o tener determinada edad”

Siempre escuché decir a actores de la Comedia que estar ahí es una responsabilidad. Y es cierto. Cuando estás trabajando ahí es una responsabilidad social, política, que obviamente yo elegí transitar porque acepté trabajar ahí. No se si antes pensaba que ese tipo de responsabilidades fueran mi camino, porque suelo ser bastante irreverente y bastante crítica con el Estado en general, con la Intendencia o con las políticas públicas. Igualmente cuando estuve ahí sentí responsabilidad pero sentí también que esa responsabilidad no me importaba, en el buen sentido. No tenía que hacer nada importante ni nada que fuera bueno. Era un trabajo más y si a la gente no le gustaba no me importaba, porque el arte está para fracasar y ahí más que nunca.

Si vivimos en un entorno que tiene un afán por un desarrollismo racional, práctico y efectivo, donde todo tiene que ser por números y todo tiene que funcionar bien, yo creo que el arte es el lugar donde nada tiene que funcionar porque no existe bueno ni malo. Y ese es el lugar que tiene que ocupar la Comedia o mi lugar dentro de la Comedia. Mi aporte de responsabilidad es ese: es seguir siendo una irreverente ahí adentro. Cuando Gabriel me decía "va a esta bien", yo le decía "no quiero que esté bien, yo quiero que esté buenísimo", pero ese buenísimo era para mí, a mí me tenía que parecer buenísimo. No es un "buenísimo" que yo le debo algo a alguien. Lo que más me importa es que la cultura y el arte son el único lugar donde no tienen que importar tanto los números. Hay algo que para mí es muy importante que tiene que ver con la obra y que tiene que ver con la abstracción: lo objetual abstracto y el arte como forma de producción de conocimiento. Las artes escénicas son una forma de producción de conocimiento y eso no se puede medir con números. Para mí estar en la Comedia tiene que ver con aportar a esa abstracción total y a esa forma de producción de conocimiento sin importarme demasiado si se venden entradas antes de estrenar. Pudimos hacer una mezcla de formas de producción de conocimiento colectiva y de personas que disienten entre ellas, que quizás no estén tan de acuerdo como yo puedo no estar de acuerdo con muchas partes de la obra, pero es un pensamiento colectivo.

Pero ahora sí hay números. Podés ver el interés que puede generar en los espectadores y efectivamente es una obra que ha agotado entradas en todas sus funciones. ¿Qué te genera a vos esa reacción del público?

Está buenísimo porque 800 personas por día, cuatro veces a la semana, van a escuchar el nombre de Armonía Somers y quizás vayan a leer sus libros. Eso es lo que más me motiva. Me parece que tiene sentido el diálogo ahí: volver al libro o que alguien que nunca la leyó vaya a leerla, quizás vuelva a repetir esa misma sensación de dificultad o de abstracción en esa lectura. Por otro lado, me parece que está buenísimo porque la Comedia en el campo teatral uruguayo tiene la posibilidad de ser popular, porque está apoyada por la Intendencia y tiene entradas a precios accesibles los jueves, que vayan liceos, o que se coordinen ese tipo de funciones. Era algo a lo que quizás, con el tipo de obra o de prácticas artísticas que yo tengo, no estaba en mis planes. No era algo que yo iba a transitar. Por lo menos no por ahora. Eso me parece alucinante. Después me emociona muchísimo la cantidad de gente que nunca había ido al teatro o al Solís, o gente que me dice "no me gusta nada el teatro y me encantó". Eso me encanta. Eso me parece que es gracias también al Teatro Solís, como al espacio que permite esta afluencia.

Hablabas de la gente que después de ver la obra puede ir a leer a Armonía y recuerdo que dijiste que para ustedes también es una especie de invocación. ¿Cómo es esa conexión con su obra y su figura?

Armonía era muy performática en su vida. Decían que ella, Armonía Etchepare, había comprado su lápida que decía Armonía Sommers para su tumba. Digamos que era un personaje. Yo no creo en Dios ni en esas cosas, pero sí le pedía a Armonía "por favor vení hoy al ensayo". Había algo de invocación en ese sentido. Algo que sucede en Estudio para la mujer desnuda es que aparecen los cuatro elementos de un ritual: el fuego, el agua, la tierra y el aire. En algún momento aparecen todos. Hay algo de lo ritual en el teatro que me interesa mucho y también tiene que ver con una falta mía de fe, de religión, y de pensar a las artes escénicas como la única religión donde no me van a cooptar y puedo irme cuando quiera. Una religión a la que no le debo nada. Pienso en Uruguay y en esa falta de fe relacionada con la separación de la iglesia con el Estado, con la historia comparada con otros países de la región y esa cosa alejada de ciertas nociones de fe. Me parece que es un buen momento para empezar a – parece muy evangelizador y no quisiera que así lo fuera– confiar en el arte y en la cultura como un espacio ritual de encuentro, más que en iglesias que niegan los abortos de las adolescentes, que está sucediendo con el avance de las iglesias pentecostales en Sudamérica, por ejemplo. Me parece que ahí hay algo interesante.

¿Te parece que hay algo de la sociedad uruguaya que todavía se parece a esa comarca que se escandaliza ante una mujer despojada o que escapa de la norma?

Creo que todo los que en algún momento no seguimos ciertas normas sociales por incapacidad, por desconocimiento o por no querer, pagamos ciertas consecuencias. Querer ser libre es estar pagando todo el tiempo por intentarlo. En ese sentido no solo Uruguay es un país conservador, tradicional y miliquero, sino que me parece que es algo más de una cuestión vital. La imagen de una hierba que se sale de la baldosa y que hay que extirpar como si fuera algo malo. Me parece que en ese sentido somos la comarca. Y creo que cualquier cosa que se salga un poco de la norma que haga una mujer sigue siendo cuestionada, sancionada y sin ir más lejos sabemos lo que sucede: el cuerpo de la mujer sigue siendo un objeto para la sociedad, aunque no queramos decirlo y aunque queramos pensar que cambiaron pila de cosas con esta última ola de los feminismos. Los cuerpos de las mujeres siguen siendo objetos con los cuales la sociedad puede opinar o hacer lo que tenga ganas, más allá de la voluntad de las personas. Eso es moneda corriente en todo Uruguay. Creo que lo de Armonía es muy actual. Aunque el desnudo sea simbólico o metafórico, no es necesario desnudarse literalmente en un pueblo para tener las mismas reacciones que tienen con Rebeca Linke. No hay que hacer demasiado para que estén hablando de qué estás haciendo o qué no estás haciendo o cómo lo estás haciendo y cómo deberías estar haciendo las cosas. Lo viví hace muy poco en carne propia en un pueblo. Te miran solamente porque sí, porque no seguís ciertas normas. Es arquetípico, porque ella no intenta escribir algo actual a su tiempo. Escribe con arquetipos y de alguna manera es un juego, un mito. Es la historia de la humanidad, que se repite y se repite.

¿Hubo un cuestionamiento sobre cómo mostrar un cuerpo desnudo en escena para que no sea consumido desde el otro lado?

Sí. Hay un problema con la formulación de la pregunta que es "poner un cuerpo". Está bien la pregunta, pero no puse un cuerpo en escena. Fue una decisión de la actriz en el proceso. En algún momento algunos de los actores me dijeron "vos trajiste este texto por algo". Se habló mucho del tema del cuerpo desnudo, y yo decía "cómo queramos resolverlo es decisión nuestra". Se discutió muchísimo. Mostré referencias de películas y cosas que me interesaban, que tenían que ver con un desnudo no sexualizado, casi como si la persona estuviera vestida pero está desnuda. Eso fue algo que me interesaba: una cierta naturalidad en el desnudo. Tratar de cuidar que se volviera trascendente. La actriz Florencia Zabaleta también planteó algunas cosas éticas que me parecieron muy válidas sobre quién es la que se desnuda y por qué, y quiénes son generalmente las actrices que se desnudan en la Comedia y por qué. Ella planteaba que muchas veces se convoca a actrices invitadas más jóvenes que son las que terminan desnudas en escena y decía "no voy a permitir que vuelva a pasar eso acá". Se discutió y se habló muchísimo, pero más que hablarlo se percibió, se trató desde la comodidad y desde un proceso de decisiones de la actriz. Había cosas que yo le pedía pero nunca fue un "tenés que hacerlo", siempre es una invitación o una pregunta de qué le parece. La única que puede poner el cuerpo en escena es la actriz, yo no. No es por sacarme la responsabilidad pero acompaño el proceso, colaboro y trato de contener pero no exijo, ni obligo, ni desafío. No me interesa ese camino, me parece que no es un camino para los cuerpos. Es cierto que el libro tiene una carga erótica muy fuerte, momentos de la obra que quizás están medio velados por otras cosas que suceden, pero también el momento cuando en la construcción del bosque me parece tremendamente erótico y son unas hojas moviéndose, no hay un cuerpo.

¿Cómo te sentiste con este regreso al teatro, después de una pandemia, con la Comedia Nacional y con esta obra en particular?

Mi última obra fue en 2019, un año antes de la pandemia, pero la última vez que había dirigido en un teatro había sido hace diez años. Creo que es efervescente la vuelta. Pensaba que después de la pandemia se había muerto en serio el teatro. Finalmente lo habíamos logrado y lo habíamos matado. Pero no, creo que hay una necesidad de sentir el ruido del caramelo de la señora que me sorprendió. A mí me emocionó mucho porque respeto a la gente que hace teatro. Siempre digo que este tipo de teatro es "teatro-teatro" y no lo que yo hago. Ahora haciendo "teatro-teatro" me generó una profunda emoción la cantidad de gente. También me parece que la respuesta del público, no solo en esta obra sino en general, no solo en la Comedia sino en El Galpón y en otras obras que se están haciendo y en el cine, es un llamado de atención para que se apoye con mucha más fuerza la cultura en Uruguay. Eso me parece importantísimo siempre, para poder seguir haciendo con buenas condiciones, con salarios dignos y poder vivir dignamente dedicándonos a lo que queremos.

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