Los brindis del oficialismo y la oposición

Falta mucho para la próxima elección, pero menos que cuando arrancó el período y las carreras largas podrán definirse en los últimos metros pero se desarrollan en todo el tiempo que va de una a otra votación.

Hay dos bloques políticos que compitieron en 2019 y en 2020, y esperan revancha el 27 de marzo y en octubre-noviembre de 2024. Al finalizar el año, ¿hay uno con ventaja que brinda más feliz?

Ambos bloques tienen motivos para brindar, tanto por lo que han hecho, como por lo que esperan que pase. Curiosamente y aunque parezca que no pueda ser cierto, el oficialismo tiene motivos sobrados para celebrar el fin de año, y la oposición también los tiene para descorchar y chocar copas, sonriendo.

No es común que pase eso, pero efectivamente es así.

El sistema político uruguayo evolucionó desde un bipartidismo tradicional a un esquema binario nuevo, con identidades de dos variantes de alianzas políticas.

En una primera etapa fue la rivalidad de colorados y blancos; con los primeros en la hegemonía de gobierno durante décadas y los segundos batallando desde la oposición y con victorias aisladas.

Una segunda etapa fue con un sistema de dos partidos y medio, con una coalición de izquierda creada en 1971 y se fue convirtiendo en movimiento y lema permanente (cuasi partido).

Una sola vez, en 1994, el sistema expuso un diagrama de tercios, casi iguales, con treinta y poco por ciento para colorados, blancos y frenteamplistas.

En 1999, el Frente Amplio logró convertirse en el lema de mayor caudal electoral y en la siguiente elección, el sistema político quedó conformado de hecho con dos polos: una coalición-movimiento-lema de izquierda, y una alianza de partidos fundacionales, con ocasionales aliados (Unión Cívica, Partido Independiente, y otros).

Luis Lacalle Pou se propuso consolidar ese arco político partidario como una coalición de carácter permanente, que le permitiera ganar en 2019, gobernar a partir de 2020, y consolidarla como espacio de identidad política desde entonces.

Y eso es lo que hay.

Por un lado, el Frente Amplio con esa curiosa estructura de partidos, movimientos y sectores, paralela a una red de comités de militantes, con organismos comunes y toma de decisiones que se aplican con disciplina. Para no caer en elegir un nombre de “coalición”, “movimiento”, o “partido”, Tabaré Vázquez instaló la expresión de “fuerza política”, que algunos han tomado textual como si se tratara de una denominación institucional. El FA en realidad es eso, un “frente” político, que es muy “amplio” en su composición partidaria.

Por otro lado, los partidos Nacional y Colorado priorizaron sus coincidencias y fueron conformando una alianza de carácter permanente a la que integraron escindidos de la izquierda (como el PI) y otros intentos de partidos, como lo hecho por Novick o Manini Ríos. Las dos viejas divisas mantienen un entendimiento que es por conveniencia, para enfrentar a un lema poderoso como el Frente, pero también por convicción, porque el tratamiento de cualquier tema central del país, los deriva a un entendimiento, en contraposición de la izquierda.

De alguna manera, ese esquema binario no es de extremos sino de abanicos amplios de uno y otro lado, en un caso de “centro”, más “centro-izquierda” e “izquierda”; y del otro, de “centro”, de “centro-derecha” y de “derecha”. Una parte del electorado está definida, porque no necesita saber cómo va la gestión de este quinquenio ni precisa sentir la efervescencia de la campaña corta de último tramo electoral, por lo que es clave ver la evolución de lo que hace el gobierno, y de lo que mueve la oposición, para saber cómo reaccionará ese votante sin camiseta puesta, que inclina la balanza para definir una mayoría.

Y entonces, ¿uno festeja y otro no?

El presidente termina fuerte, con alta imagen, muy buena aprobación y eso es, en definitiva, como premio a un plan de vacunación eficiente que complementó con éxito el plan anti pandemia, a la conducción en calma que hizo, a una economía que levantó -aunque no sea lineal y permanente- y a una seguridad que fue valorado por la opinión pública.

La coalición funcionó bien, aunque tuvo un episodio bochornoso al final (todavía falta la Asamblea General sobre el veto), que no rompió la coalición pero mostró que tiene un riesgo en su interior.

La izquierda, el PIT-CNT y el Frente Amplio consiguieron una hazaña con la junta de firmas, demostraron capacidad de recuperación y celebraron Congreso en unidad, y elecciones internas con votación masiva; a la vez que hallaron un conductor político de peso, negociador y con capacidad de articular adentro y hacia afuera.

El Frente Amplio está mejor que hace cinco años, y está mejor que en la última elección, y eso muestra la solidez de una alianza política construida sobre base firme y sentido de unidad y disciplina.

¿Uno termina mejor que otro? No hay una conclusión simple.

Los dos tienen motivos para celebrar y tomarse breve descanso para la próxima batalla. Una batalla que no será la final, pero que será dura y determinará cómo será el brindis de 2022.