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Los celos en tiempos de las historias de Instagram

En tiempos de redes sociales e hiperconectividad, los celos pueden encontrar campo fértil para su proliferación; ¿es cierto que ahora somos más celosos que antes?
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27 de abril de 2019 a las 05:03

"Es difícil ignorar el sentimiento: nos guste o no, de forma trivial o extrema, todos lo hemos experimentado –no necesariamente enamorados, sino en todos los tipos de relaciones–. Claro que he conocido a muchas personas que juran no ser celosos, pero rápidamente las puse en la categoría de los perjuros: los celos de repente aparecieron en sus ojos, aunque se apresuraron a retirarse, avergonzados, esperando que yo no me hubiese dado cuenta”. La que habla es Elena Ferrante, autora italiana de renombre, y lo que dice es parte de una de las columnas semanales que tiene en el medio británico The Guardian. Habla, por si no quedó claro, de los celos, uno de los temas más polémicos y transversales de la historia de las relaciones humanas. De las románticas, las filiales, las laborales, de las hermandades y las amistades. De todas.

Es difícil rebatir su opinión. A todos, seguramente, nos ha iluminado alguna vez un relámpago de celos –fugaz, crónico, prolongado o insignificante, da igual como haya sido–. Es algo que pasa, es imposible no haberlo sentido, y es muy odioso el momento en que nos aceptamos como celosos, por más que lo entendamos como algo pasajero (o no). Así, por ejemplo, ilustra la sensación el filósofo francés Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso: “Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería; sufro por ser excluido, por ser agresivo, pero ser loco y por ser ordinario”. 

Los celos están en los genes y hasta los animales lo experimentan. Celar, de alguna manera, significa cuidar, pero ¿cuidar qué? Más que nada, el orden establecido. Se trata de mantener un statu quo que invariablemente se relaciona con una persona cercana. Es una respuesta al peligro, es una señal ante un estímulo ajeno que nos indica que existe un agente o un catalizador potencialmente dañino que puede romper con lo construido. Y por eso mismo, los celos pueden terminar por transformarse en ese propio catalizador. Ser una fuerza destructiva incontrolable. 

“Los celos responden a una inseguridad afectiva y a una necesidad comparable al instinto de supervivencia. Se relacionan con los vínculos que nos mantienen con vida, y están presentes hasta en los animales. Tienen celos los cachorritos de una loba, de una osa, de una perra; se celan entre sí por la atención de la madre, dado que sin esa atención se pueden morir. Es algo natural que está en nuestro ADN. En especial si la supervivencia está amenazada porque el afecto está en juego”, explica Álvaro Alcuri, psicólogo especializado en relaciones afectivas, pareja y familia.

“Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería” - Roland Barthes, filósofo francés

“Esos celos son absolutamente normales. Los celos patológicos, en cambio, aparecen cuando surgen las fantasías, es decir, lo que no podemos comprobar. Refiere a ‘hacerse la película’. El celosos patológico, el celotípico, es aquel que inventa una suerte de delirio persecutorio en torno a la persona amada”, agrega. 

Claramente, celar de manera pasional y enfermiza no es lo más recomendable para una relación que busque ser, en cierto modo, sana. Contra una situación así, en la que no hay culpas intencionales y solo víctimas –como ya dejó claro Barthes, no solo sufre el celado, sino también el celoso–, solo queda una puerta de escape: cortar con una situación que obviamente no llegará a buen puerto. “El celo patológico parte de la paranoia, y obviamente deforma nuestro vínculo con la otra persona. Y esa otra persona, en realidad, no puede hacer nada frente a estas fantasías que le atribuye el celoso o la celosa. Es el receptor de una película que el otro se hace. Lo que los especialistas recomendamos es sencillo: poner distancia de estos delirios y de los celotípicos”, dice Alcuri.

De esos celotípicos está plagada la literatura; desde el asesinato de Abel a manos de Caín por celos filiales en la Biblia, pasando por los sentimientos más medidos de Oliveira hacia la relación entre la Maga y Gregorovius en Rayuela de Julio Cortázar, hasta el Otelo de Shakespeare –cuyo protagonista homónimo ahorca a Desdémona por crearse una fantasía en torno a una relación con Yago–, la cultura ha demostrado que son altos los extremos adonde puede llevar la paranoia por estas fantasías. Y es por eso que Ferrante remata la columna que se mencionó al principio de la nota con la siguiente frase: “Los celos son un estiércol amarillento en el que metemos nuestras manos sin siquiera tener la satisfacción de extraer alguna verdad propia”. Contundente y absoluto, pero en ocasiones bastante cierto.

“El celoso ama más, pero el que no lo es ama mejor” - Molière, dramaturgo y poeta francés

Que hablar de los celos es hablar de la historia del ser humano, quedó claro. No tenemos pruebas –ni dudas– de que los habitantes de las cavernas se hayan peleado entre ellos por estas cuestiones. Seguro que el instinto apareció y que alguno se le escapó un golpe o algo peor. Con el tiempo, claro, el sentimiento mutó, se adaptó a los nuevos tipos de relaciones y hasta habilitó concepciones hoy aceptadas y antes impensadas –el poliamor, por ejemplo, donde los celos no pueden existir porque sino el arreglo afectivo no funciona–. Si dejamos de lado las tragedias reales que se cometen en nombre de los celos patológicos –los femicidios y los actos violentos, por ejemplo, de los que no se hablará en esta nota– podemos decir que el sentimiento se civilizó o se disimuló un poco.

Pero aún así siguió operando, y en el final del último siglo apareció un aliado impensado: el desarrollo de Internet y, por ende, el mundo basado en redes sociales en el que vivimos hoy, que funcionan como un campo minado para los inseguros y los celosos.

Hiperconectados, hipercelosos

Hipótesis: la hiperconectividad, la posibilidad de saber dónde y con quién está otra persona de manera permanente enaltecieron a los celos hasta convertirlos en algo enfermizo. Antes, quizás, la imposibilidad de alimentar las fantasías patológicas con evidencias –flojas, pero evidencias al fin– evitaba desastres mayores. Fin de la hipótesis.

Ahora, ¿esto es realmente así? ¿Qué sucede hoy que, por ejemplo, podemos ver cuándo una persona se conecta o no a Whatsapp? ¿Qué pasa cuando alguien comienza a salir con una persona y esta sigue disponible en Tinder, Happn, Grindr u otras aplicaciones de búsqueda de pareja? ¿Cuántas personas revisan los me gusta de Instagram de sus respectivas parejas y cavilan en base a esta información? ¿Se demandan más demostraciones de afecto online ahora que hay redes que antes y todos pueden verlas?

“Los celos, cansados de ser feroces, vuelven a la matriz de la que alguna vez los desterró el rencor: la matriz del desamparo” - Alan Pauls,, autor argentino, en su libro El pasado

Para muchos, las redes sociales efectivamente han exacerbado la situación. Confían en que los celos se han atomizado en infinitas posibilidades que contribuyen a las inseguridades afectivas. Pero eso no es lo que piensa Alcuri: “Atribuirle cualquier fenómeno de estos a las redes sociales es, por lo menos, una simplificación muy ingenua. Lo que las redes nos dan son otras posibilidades para interactuar, otras posibilidades de que existan más llamadas, mensajes, nuevos amigos o amigas, o romances, o cosas y situaciones ocultas. Los celos y las inseguridades afectivas se canalizan a través de las redes sociales como se canaliza un plato de milanesas o un asado o un fin de semana en la piscina. Como se canaliza la vida. Son nuevas maneras, en otras plataformas, de percibir un fenómeno que es más viejo que nosotros”.

Otelo mata a Desdémona por celos irracionales en Otelo, el moro de Venecia, de William Shakespeare

En busca de pruebas empíricas, El Observador le pidió a un grupo de unas quince personas de entre 15 y 30 años –un grupo que alterna entre los nativos digitales y quienes llegaron a las redes con posterioridad– que contestaran la misma pregunta que contestó Alcuri: ¿Hay más celos y personas celosas ahora o las redes sociales solo exacerbaron algo que siempre estuvo allí? 

“Celo: Cierto desorden nervioso que afecta a los jóvenes e inexpertos. Pasión que precede a una prosternación. / Celoso: adj. Indebidamente preocupado por conservar lo que solo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo”, tomado de El diccionario del Diablo, del escritor estadounidense Ambrose Bierce.

Las respuestas y las experiencias variaron –algunas se pueden ver en la columna contigua dedicada– pero la mayoría coincide: hoy los celos están mucho más al alcance que antes. Tienen la mecha más corta y es posible que exploten antes debido a lo que se encuentra en las diversas plataformas en las que compartimos nuestra vida. Varios aseguraron, por un lado, conocer parejas que tuvieron problemas serios al poner ciertos “me gusta” en Instagram y determinadas fotos en Facebook, mientras que más de la mitad dijo que había experimentado de primera mano algunas de estas historias. Discutieron, fueron dejados o dejaron por situaciones que se originaron en las nuevas plataformas. 

Podemos decir, entonces, que las redes lo único que hicieron fue incrementar la posibilidad de los celos. Que depende demasiado de cada caso. Que sigue siendo, como lo es desde el principio de la historia, una situación singular en la que los agentes externos y cambiantes pueden influir, pero no determinar. Celosos y celosas siempre habrá, y mientras esto no redunde en una patología extrema, podemos asimilarlo como natural. Como una actitud molesta, pero sumamente humana al fin.

Algunos testimonios
“Con mi primer novio terminamos por los celos y Facebook. Yo era algo celosa, pero mi inseguridad más dañina empezó cuando él arrancó a estudiar en un lugar nuevo, porque empecé a stalkear los perfiles de sus compañeras de clase obsesivamente. Lo celé hasta el cansancio y terminamos.  A los meses volvimos bajo la promesa de confiar, pero todo se terminó definitivamente cuando él descubrió que yo le estaba entrando a su Facebook y le había borrado algunas mujeres de sus amigos”. Micaela, 24 años
“He visto que varias parejas se pelean por esas cosas, pero no deberían. Nunca me pasó y no creo que me pase porque me parece estúpido. Si incrementan los celos en la pareja es que ya tienen problemas de confianza”. Mateo, 16 años
“Sé que a mucha gente las redes la afectan, pero no a mí. Conozco gente que ha tenido que hablar por otras redes para no aparecer como conectado y después tener líos. Hay de todo, depende de la madurez de la pareja. Sí pueden ser complicados los reclamos de no demostrar en las redes que estás con alguien. Cerré Facebook, entre otras cosas, por eso”. Carlos, 26 años
“Influyen demasiado las redes. Las relaciones hoy giran en torno a ellas, hay un vocabulario oculto, como los ‘me gusta’ a fotos viejas y el responder una historia, que funcionan como mensajes con dobles intenciones. Estar pendiente de esas cosas en una relación genera mucho conflicto”. Martina, 24 años

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