Diego Battiste

Los deberes para vencer el flagelo de la inflación

En la década de 1990, Uruguay pudo llevarla a un dígito pero luego no pudo avanzar hacia un estándar internacional inferior

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21 de junio de 2020 a las 05:00

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El premio Nobel de Economía, Milton Friedman, sostenía que la inflación es igual al alcoholismo. Cuando  uno empieza a beber o a imprimir demasiado dinero, los efectos buenos vienen primero y los malos llegan más tarde. 

“Por eso existe una fuerte tentación a exagerar ambas. Con la cura es todo lo contrario, cuando usted deja de beber o de imprimir dinero, los malos efectos llegan primero y los buenos llegan más tarde. Por eso es tan difícil persistir con la cura”, señaló uno de los economistas que más trabajo y se destacó en política monetaria. 

A Uruguay le costó varias décadas aprender la lección y la emisión monetaria descontrolada está fuera de la ecuación. Al mismo tiempo, las autoridades se trazaron el ambicioso objetivo de llevar la inflación  a un rango de 3% a 7%, objetivo que tras dos años sin ser cumplido perdió credibilidad.

A pesar de haber asumido en medio de la pandemia, el presidente del Banco Central del Uruguay (BCU), Diego Labat, ha expresado en varias oportunidades su intención de romper con la historia de inflación elevada que tiene el país, sobretodo si se lo compara con la mayoría de los países del mundo que han sido más eficaces en resolver el problema.

“Va a ser un objetivo central de este banco la inflación. Va a tener un muy fuerte compromiso para que converja a tasas de nivel internacional”, anunció Labat cuando asumió el cargo. Agregó que el “país necesita” llegar a niveles inferiores para el desarrollo de sus mercados y el funcionamiento general de la economía.

Mientras en los años 1960 y buena parte de los 1970 la emisión monetaria financiaba el déficit del sector público empujando a altos índices inflacionarios, en 1998 el país logró bajarla a un dígito. Luego hubo algunos períodos puntuales donde se superó el 10% pero en general no se configuró un espiral inflacionario como en el pasado. 

Aunque se logró ese punto de inflexión hace algo más de dos décadas, Uruguay cerró el 2019 como el tercer país con mayor inflación de América del Sur (superado solo por Argentina y Venezuela) y en abril volvió a superar el dígito (10,9%). 

Una sostenida suba del dólar, el ajuste de las tarifas y  un fuerte aumento en el precio de los alimentos volvieron a empujar los precios. 

“Este objetivo de la inflación va a ser el centro de nuestra política económica”
Diego Labat
Presidente del Banco Central 

En entrevista con Bloomberg, Labat sostuvo que una de las estrategias a llevar adelante es la de endurecer la política monetaria  para regresar a una sistema de tasa de interés de referencia, que fue abandonada en 2013. 

Otro foco relevante para la institución encargada de velar por la estabilidad de precios, es la de apostar al fortalecimiento de la credibilidad del BCU, aumentando las  respuestas en la encuesta de expectativas económicas. En las últimas ediciones se pasó de 5 a 20 respuestas de instituciones independientes y analistas del sistema económico-financiero. 

Labat dijo que lo fundamental es “construir credibilidad” y que hay un compromiso de “aplicar todo el arsenal” para alcanzar la meta de inflación de 3%-7% en un plazo de 24 meses. La última vez que se cumplió con ese objetivo fue en abril de 2018, cuando se ubicó en 6,5%. 

Aunque varios especialistas consultados consideran que dada la situación actual bajar la inflación no debería ser una prioridad a corto plazo, para que la política monetaria tenga éxito necesita de que la fiscal y la salarial vayan de la mano. Este concepto también ha sido mencionado por Labat en varias oportunidades, incluso cuando asumió el cargo en el BCU.

Deberes para cumplir objetivo

El economista Javier de Haedo publicó en su columna quincenal de diario El País que, para avanzar realmente en los índices de inflación pretendidos para un mejor desarrollo país, “hay que romper con la indexación salarial -que es rígida-” y bajar a la mitad el déficit fiscal. Para lograr ese anhelado cumplimiento del rango meta, el instrumento no solo es la política monetaria, sino también la fiscal, sostuvieron otros economistas consultados. 

Por su parte, el director de Vixion Consultores, Aldo Lema, escribió en el mismo medio que la inflación es un impuesto (no legislado) que cae sobre los sectores más vulnerables. 

Señaló que una inflación elevada induce a desanclajes de expectativas y provoca que las tasas de interés nominales en Uruguay en pesos tengan rendimientos mayores a un dígito mientras en otros países son prácticamente nulas. Se enlentece “el proceso de desdolarización debido a que la divisa estadounidense sigue siendo percibida como una forma de protegerse contra ella”, agregó. 

Lema consideró que para cumplir con objetivos planteados por Labat se deberá promover una mayor independencia del BCU en su accionar y señaló que a pesar de los dos dígitos del presente:  “están emergiendo condiciones para avanzar para 2021 a una inflación por debajo del 5%”. 

“La política monetaria —además de procíclica y pretenciosa en lograr más de un objetivo— ha sido evidentemente más expansiva que la requerida para tener la inflación en torno a 5% o menos”, apuntó Lema, dejando entrever la necesidad de una política más restrictiva a largo plazo. 

La inflación también implica una recaudación anual de cercana del 1% del PIB y en un contexto de alto déficit puede ser un instrumento atractivo. Es que un aumento en el gasto y la liquidez -como se está dando en estos meses- hará más difícil una reformulación de la política monetaria a corto plazo.

Sin perjuicio de ello, un dólar más débil y una retracción del consumo, así como los recortes anunciados en el próximo Presupuesto quinquenal,  pueden ser aliados para que el gobierno logre apuntalar la tendencia de la inflación hacia la baja. 

Una moneda débil 

Esos 30 años (1960-1990) en los que Uruguay tuvo una inflación promedio por encima del 60% no fueron gratis y acentuaron una economía bimonetaria como la del país en el presente.

Mientras el peso es usado para las transacciones diarias y de menor importe -funciona como moneda de cambio-, el dólar es reserva de valor, por lo que el ahorro se canaliza hacia el billete verde. Esta cultura dolarizada para protegerse de la pérdida de valor del peso nació básicamente con la inflación.

El director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Isaac Alfie, causó revuelo cuando aseguró que “la moneda uruguaya es casi inexistente y una moneda muy débil”. Sobre la posibilidad de que Uruguay emita pesos uruguayos para financiar el gasto, sostuvo que se generaría inflación a mediano plazo, que desembocaría en un aumento del dólar por la demanda que habría hacia la divisa como mecanismo de ahorro. 

Por su parte, el economista de CPA Ferrere, Germán Deagosto, dijo que la razón de que en Uruguay “corran paralelamente dos monedas no es una asunto de tal o cual gobierno, sino que responde a un proceso que viene desde la mitad del siglo pasado”. 

“Uruguay fue un país de inflación alta y crónica, a pesar de nunca tener hiperinflación. Además ante las depreciaciones o aumentos del tipo de cambio bruscos, había mercados incompletos. No existían herramientas para cubrirse frente a la inflación, como por ejemplo la Unidad Indexada. La alternativa era el dólar y eso generó un proceso de aprendizaje. La dolarización cultural es un comportamiento racional que se dio como cobertura de riesgo”, aseguró Deagosto. 

 

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