Volvió Pícnic! , luego de unas vacaciones en las que descansé, leí, comí y bebí (mucho, pero con control :)) y en las que tuve tiempo para pensar en estos encuentros semanales que ya se han convertido en un ida y vuelta contigo y con todos los lectores que con mucha generosidad comparten puntos de vista y recomendaciones a través de sus mails. Muchas gracias a todos los que me escribieron a fin de año, fue un placer leerlos.
Hoy les quiero hablar de la esperanza, un concepto mucho más complejo y tanto más productivo que lo que casi siempre nos hacen creer o elegimos creer. A veces la gente que vive con esperanza es considerada algo inocentona, alejada de la realidad, optimistas sin causa y sin rumbo. Nada más lejos de lo que la propia ciencia ha confirmado. Esta semana leí una nota en el New York Times que me ayudó a bajar a tierra algo que venía pensando desde hace tiempo: la esperanza no es un faro utópico ni una fantasía inalcanzable. Es un proceso lleno de acción, explica en esta nota su autora -profesora de psiquiatría- y hay formas de enseñar a las personas a acercarse a ella con pasos concretos. De acuerdo al investigador y también profesor Charles Snyder, la esperanza aparece cuando uno identifica caminos para acercarse a sus objetivos y esto se acompaña de la voluntad para perseverar a pesar de los obstáculos.
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