Inés Guimaraens

Los rastros de Jorge Batlle en su biblioteca y el plan político que dejó escrito

La viuda y los hijos de Batlle cuidan el patrimonio literario y los objetos históricos del expresidente, quien diez días antes de morir dejó escrito su plan político

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07 de mayo de 2022 a las 05:04

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Hubo un tiempo, que ahora luce indeterminado y anclado en el pasado, en el que Mercedes Menafra no resistía escuchar la voz grabada de Jorge Batlle. No toleraba siquiera reproducir en su mente el sonido eufórico de las palabras de su exmarido, ni mirar fotos o leer los obituarios que se apilaron en una mesa hasta que los mandó sacar de ahí. No podía con nada que la acercara al espíritu de Batlle. Había caído en un profundo pozo. 

“¿Cómo sigue usted caminando con medio cuerpo?”, pregunta ahora, más repuesta, sentada en el extremo de un sillón azul con el puerto del Buceo a sus espaldas.

El duelo se prolongó durante varios meses hasta que el tiempo, la familia y sus amigos hicieron lo suyo. Ahí fue cuando Menafra se animó a volver la vista sobre los libros que Batlle guardaba en el apartamento y que en varias tardes habían sido motivo de una invitación para una lectura conjunta. En la intimidad de esa biblioteca que abarca una ínfima parte del universo literario del expresidente, Menafra encontró seis mensajes de puño y letra que su esposo le había dejado en diferentes momentos de las tres décadas de vida compartida. 

En una cartita, en una hoja de diario, en la primera página de Carta a un joven poeta del austríaco Rainer Rilke, escrita en las últimas semanas del 2011, Batlle volvió a sorprender a Menafra con una acción impredecible. Ese tipo de cosas inesperadas fueron pura seducción y magnetismo para Menafra desde el día que él le propuso matrimonio solo 48 horas después de haberse conocido.

Entre reflexiones y mensajes de amor, Menafra encontró una declaración de principios que el expresidente escribió diez días antes de morir: “Difícil y penoso el andar de la sociedad uruguaya, donde se han caído los valores que hicieron de nuestro país una república de respeto y tolerancia”, empieza a leer el texto que aparece en una pequeña libreta de apuntes que ella le había regalado.  Allí Batlle daba cuenta de su plan político para los próximos años: “He creído necesario recorrer el país sin divisas para contribuir al análisis de los temas centrales de nuestra vida societaria y estimular la discusión pública de ellos”, concluye Menafra quien toma esas palabras como el legado de su exmarido. 

Su suegra, Doña Matilde (Ibáñez) –como aún la llama–, se lo había advertido muchos años antes cuando le preguntó si se daba cuenta el tipo de hombre con el que se iba a casar. “Mercedes: te casás con alguien que desde los seis años está enamorado del país”, le dijo y le contó sobre las noches en las que Jorge dormía en el pretil de la puerta con la expectativa de que su padre lo despertara al salir temprano a realizar su actividad política. Había recorrido el país infinidad de veces, pero ahora se proponía hacerlo de nuevo. “Ese fue el plan que no pudo ser pero que dejó escrito. Hubiera sido un sembradero de ideas maravilloso”, dice.

Quienes estuvieron más cerca de Jorge Batlle en sus últimos años dicen que no había nada que le provocara más satisfacción –además de la lectura y la crianza de caballos– que el intercambio de ideas, sobre todo con los jóvenes.  “¿Qué pensás de…?”, solía empezar la conversación con el interlocutor de turno, ya fuera la generación del pijama colorado o tanto otros que pasaron por su despacho –o en una esquina de cualquier lugar del país–, incluyendo los liceales y universitarios a los que Batlle asistía en su tarea. “Esa es para mí su principal enseñanza: hacer prensar, y sobre todo hacer pensar a los jóvenes con los que se rodeaba”, dice su hijo Raúl, quien es senador de la República. 

Las charlas con Isaac Alfie las disfrutaba particularmente, cuenta Claudia Soto, quien trabajó 23 años al lado del expresidente. Decía que el actual director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto tenía al país en su cabeza. También fue conocida su mentoría política a Ernesto Talvi. “Para Jorge era la renovación”, dice Menafra, quien tiene la convicción de que el fundador de Ciudadanos no hubiera renunciado a la política si Batlle hubiera estado vivo. “Esas cosas no hubieran pasado”, afirma categóricamente. 

Quien también lo visitaba para hablar de política era Luis Lacalle Pou. “Se sentían muy cómodos conversando. Jorge tenía mucha confianza en el presidente actual. Cada vez que lo escucho decir libertad está Jorge en mi cabeza”, dice Menafra quien indica que en alguna ocasión hablaron en el mismo comedor en el que ahora ella contesta las preguntas. 

Ese ambiente no luce como la casa de un político. No hay objetos icónicos ni entradas a la historia colgando en las paredes. Menafra dice que siempre quiso preservar el hogar como espacio de descanso. Va hacia un rincón y toma un portarretrato. Es una foto de hace 22 años. El presidente recién asumido y su esposa saludan exultantes desde el balcón. “¡Qué manera de disfrutar la vida!”, dice ella al recordar los cinco años en Suárez y Reyes, incluso los malos, que fueron muchos. Todavía con la foto en la mano –un regalo de los hijos de Batlle– Menafra ríe al recordar que el traje que llevaba su marido fue una compra relámpago, tres días antes de asumir. Hacía meses que ella le insistía que necesitaba uno. Pero no había forma de que él dejara algo de su tiempo en un sastre o  una tienda. Entonces fue ella quien resolvió el asunto. Fue a un shopping y, para asombro del vendedor, se terminó probando el pantalón y el saco.

“Mi casa no parece de una persona política”, retoma Menafra. “Pero todo esos recuerdos están en el despacho de Jorge”.

Santuario batllista

La escalera desemboca en una biblioteca que ocupa una pared entera. A la derecha hay un recibidor que en las paredes exhibe una reproducción del mapa colonial de Montevideo, regalo de un embajador inglés que tenía el original, otros mapas de valor histórico y un póster con una milonga para los orientales. 

El apartamento está ubicado en el Parque Rodó, no muy lejos del antiguo despacho en el que trabajaba Jorge Batlle. En diciembre de 2016, dos meses después de la muerte de Batlle, entraron a ese lugar Raúl y Beatriz junto a los 5000 libros que su padre tenía en su espacio de trabajo. Además de los libros, el ambiente está cargado de imágenes y objetos históricos. Un estrecho pasillo que alberga un árbol genealógico de los Batlle que se remonta al año 1623 en Sitges lleva a dos habitaciones. 

Inés Guimaraens
Menafra mira el árbol genealógico de lo Batlle

En la sala de la izquierda está el escritorio de madera que perteneció a Luis Batlle Berres, dos sillones que eran de Baltasar Brum y una biblioteca que también usó el padre de Jorge. La presencia de Matilde Ibáñez es notoria: una retrato de ella rodeada de firmas que hoy son nombres de calles; una imagen de ella y Luis que la abraza en un gesto romántico; una foto de ella y Jorge de niño; y otra de ella y su hijo con la banda el día que asumió. Está, además, la placa que le regalaron a Domingo Arena cuando se recibió de abogado, otra que consigna la relación de “maestro y discípulo” entre Batlle Berres y Batlle y Ordoñez, y una tarjeta personal de cuando Batlle y Ordóñez era presidente del Senado. 

Inés Guimaraens
El despacho de Jorge Batlle con el escritorio que perteneció a su padre

Está el título de abogado de Jorge Batlle, la banda presidencial y una foto de Cibel, el galgo egipcio que fue protagonista de un Consejo de Ministros.

Sobre el escritorio descansa una cabra que, por razones desconocidas, a Batlle le encantaba, un tintero que es “súper importante” pero que nadie sabe a quién perteneció, y un marcapáginas de la lista 15. “Papá era un cambalachero”, dice Beatriz explicando que cualquier cosa que le llevaran de regalo él lo ponía sobre el escritorio. 

Beatriz Batlle tiene la carcajada de su padre. Se pone seria para contestar, aunque no demora en aparecer una humorada y luego una risa que se expande como un estruendo en la habitación. 

Se pasó varios sábados y domingos de los últimos meses del 2016 seleccionando, embalando, separando para donar o para descartar. Fue un trabajo físico y emocional titánico que hizo con un reducido grupo de personas. “Fueron días largos y duros”, recuerda. 

Inés Guimaraens
Beatriz Batlle entre los libros más preciados de su padre

Nancy García, quien estuvo toda una vida con la familia Batlle, formó parte de ese grupo de trabajo. Escucha en silencio y cuando tiene el espacio lanza una frase. “Ellos no asumieron todavía que su padre murió, ninguno de los dos”. Beatriz lo niega aunque, al igual que su hermano, da claves de cuánto lo extraña cuando recuerda los últimos veranos que pasaron en familia.

“Siempre pensé que íbamos a envejecer juntos”, dice Raúl. “Él decía que iba a vivir 20 años más, o sea dos viejos mateando, dos amigos conversando de la vida”. Pero también habla del abuelo cariñoso y enciclopédico. “Como decían sus nietos: perdimos nuestra Internet privada”.

Ese cúmulo de conocimiento que mantenía fresco por su privilegiada memoria se había construido entre estos miles de libros que tapizan el apartamento.

En un estante están sus últimas lecturas: Alberdi y su tiempo, Historia de la guerra de la Edad Media, Darwin en el Plata. Uno sobre Garibaldi, otro sobre Rivera y uno sobre Bello y Miranda que tiene una dedicatoria de Hugo Chávez. 

Inés Guimaraens
Los últimos libros que leyó

En la otra habitación están los más importantes: los de historia nacional y latinoamericana, los de crónicas y expediciones de viajes y el archivo del diario Acción

—¿Y qué piensan hacer con todo esto?

—No hay una idea clara. Mi hermano y yo no hemos decidido, contesta Beatriz.

Para los hermanos lo importante era preservar ese espacio de unión. “Haber mantenido sus recuerdos, su biblioteca personal fundamentalmente de historia latinoamericana, es para nosotros una forma de seguir conectados con algo que siempre nos unió y que lo representa mucho al viejo. Es lo que más lo representa”, dice Raúl. “Siempre es bueno saber que parte de él sigue ahí. Estar cerca de las pasiones de alguien muy querido es estar con él pero no de una forma melancólica sino para seguir caminando hacia adelante”, afirma. 

La luna

Aunque le costó un poco más, en esa dirección también avanza Menafra con una capacidad de vida y reacción ascendente, según dice. Ahora ya puede evocar el sonido de las palabras de Batlle. El “¡Merceeedes!”, que él gritaba con la llave aún en el cerrojo para indicarle su llegada a ella y, de forma indirecta, a sus vecinos.

A pesar de no haber objetos políticos en su apartamento, mira a su alrededor y extiende el índice hacia dos cuadros para decir que hay cosas que lo representan: en uno aparece un caballo y en otro está la luna.

En la medianoche del 13 de octubre de 2016, Batlle llamó por teléfono a su esposa. “Mañana vamos a mirar la luna”, le dijo. Desde que se casaron, el 15 de julio de 1987, ella le había contagiado su amor y cada luna llena se iban al campo a contemplarla. Era un acto religioso. 

Al mirar el cielo despejado de esa fría noche de 2016 en Tacuarembó, Batlle llamó para decirle que la próxima noche los volvería a encontrar de cara a los cerros azules para ser testigos de su espectáculo favorito. 

Esa fue la última vez que hablaron.

Los comensales que asistieron a lo de Walter “Mojarra” Rodíguez ese 13 de octubre escucharon las palabras de Batlle mirando hacia el cielo. Cuando cayó pidió que le quitaran la campera y después no hubo más.

A Menafra la sacaron de la cama con la noticia. Alguien cuyo nombre no recuerda le ofreció llevarla en avión a Tacuarembó junto a su hija. Volaron esa noche, mientras Raúl hacía lo imposible por volver del exterior y Beatriz viajaba por tierra. 

Entró a ver a su marido y los médicos le alertaron desde el inicio que la situación era grave. El director del hospital, Ciro Ferreira, le dijo que el golpe era como si hubiera chocado a 100 kilómetros. Ella se contenta con el hecho de que no hubo agonía ni sufrimiento. “En el caso de Jorge fue como apagar la luz. Fue tan intensa su vida como su muerte”.

No se pudo despedir. Pero tampoco le quedó algo por decir. 

Menafra ya no volverá al campo a mirar la luna.

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